Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
La Ascensión del Señor y el verdadero sentido de la vida
Mayo 9, 2024+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, la Ascensión del Señor nos muestra el Cielo como nuestra meta, nuestra finalidad. ¿Y qué pasa con la tierra? Es de la máxima importancia comprender el sentido de la vida, la finalidad de cada cosa que forma parte de la vida en la tierra: “el hombre viene de Dios y ha de volver a Dios”. +
Queridos hermanos, 40 días después de su Resurrección el Señor subió al Cielo y, como decimos en el Credo, "está sentado a la derecha del Padre". Así ha llevado a cabo su Pascua, "pasar del mundo al Padre". Pero su Iglesia todavía debe efectuarla, también nosotros hemos de "pasar a la otra orilla", Con nosotros y en nosotros quiere hacerla y celebrarla. "Buena ida y buen regreso", dijo el Padre Eterno cuando Jesús vino al mundo, y así nos dice a cada uno de nosotros.
"El hombre viene de dios y ha de volver a Dios" y eso no sólo al terminar nuestra vida, sino que ha de ser momento por momento. "cada día nuevo", dice San Pablo (1 Cor 15, 31), y cuando digo el Ave María, a veces digo pormi cuento: "ruega por nosotros, pecadores, ahora, que es la hora de nuestra muerte".
Cuarenta después de su Resurrección, el Señor subió al Cielo: es la fiesta que hoy celebra la Chiesa, la Ascensión. El tema de la fiesta parece hecho aposta para contradecir la mentalidad puramente “horizontal” del mundo, que no ve más que problemas sociales, económicos, políticos, ambientales, deportivos, de diversión, y sus temores y angustias, sus tensiones y sus proyectos, porque el hombre cree poder resolver todo. Mentalidad que ha inundado la Iglesia, en tantos de sus pastores y responsables.
No. No basta, no es todo, no son esas las cosas realmente importantes. Está la dimensión “vertical”: “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego se pierde él mismo?” ¡Y qué pérdida! ¡Para siempre, eterna!
La Ascensión del Señor nos muestra el Cielo como nuestra meta, nuestra finalidad. ¿Y qué hacemos con la tierra? Es de la máxima importancia comprender el sentido de la vida, la finalidad de cada cosa que forma parte de la vida en este mundo. En primer lugar: si esta vida en la tierra fuera todo, sería un terrible engaño, una desesperación, como lo es para tantos que no ven más allá…
Sí, la finalidad de la vida terrena debería ser la Vida eterna. Todo en nosotros anhela la felicidad, eso es lo que en el fondo nos mueve en cada cosa. Pero las cosas nos prometen una cierta felicidad y luego nos dejan con la boca seca. ¿Cuál es la finalidad de cada cosa? ¿Cuál es el fin que ponemos en cada cosa, en lo que hacemos?
Por ejemplo, un coche: ¿cuál habrá sido el fin del que lo ha fabricado? ¿O de quien lo ha vendido? ¿O del que lo ha comprado…? ¿Esas finalidades tienen algo que ver con la Vida eterna?... Lo mismo el comer. O el ir al médico. O el tener que ir cada mañana al trabajo. Etcétera, etcétera: todo. “¿Para qué hago esto?” –debemos preguntarnos siempre, en cada cosa. “¿Y después?”. Y así todas las cosas se colocan en la dirección buena o en la equivocada. Hacia el Cielo o hacia la tierra. O por mejor decir: hacia Dios, o por el contrario, hacia el propio yo. “¿Por qué hago esto?”, o mejor aún: “¿Por quién lo hago?”… ¿Entonces la tierra es antagonista del Cielo, es su enemiga? Si así fuera, Dios, que nos ha dado la existencia en la tierra, ¿nos habría metido en una trampa?
Escuchemos Su testimonio. “En el principio Dios creó el Cielo y la tierra”, así dice la Escritura. Los dos lugares o espacios en que la criatura, el hombre, había de vivir felíz. Primero en la tierra, de paso, como lugar de prueba o de preparación; después el Cielo, la morada definitiva, la Felicidad sin límites. Porque “el hombre viene de Dios y ha de volver a Dios”.
Al principio el Cielo y la tierra estaban unidos: tan es verdad, que mientras que el hombre, Adán, fue inocente y su voluntad estuvo unida a la Voluntad de Dios, Dios vivía en el paraíso terrenal con él, en él. Pero cuando el hombre pecó al poner su voluntad contra la Voluntad de Dios, el Cielo se alejó de la tierra y la tierra se quedó de luto, de ser paraiso terrenal se volvió un valle de lágrimas. El hombre ya no pudo entrar en el Cielo hasta que el Señor mismo no lo abrió de nuevo con la Redención. Pero antes el Señor, al encarnarse, unió su Divinidad y su Humanidad y así unió en Sí mismo el Cielo y la tierra. Por eso, cuando subió al Cielo en su Ascensión, halló la forma de permanecer al mismo tiempo con nosotros en la tierra: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos”. Y se ha quedado para preparar su Iglesia, nosotros, a nuestra Ascensión, a nuestro regreso –alma y cuerpo– al Padre, a “la Casa del Padre”.
¿Pero cómo ha de ser nuestra Ascensión? ¿Qué habrá querido indicar el Señor con esa manera extraña de volver al Padre, venciendo la fuerza de gravedad? Porque habría podido irse, por ejemplo, saliendo por la puerta del Cenáculo o de otras formas… Para subir al Cielo no sirven los aviones o las naves espaciales. Basta pensar en un globo: vence la gravedad porque el aire de su interior es más caliente y ligero que el aire externo; y luego se libra del lastre y del peso inutil. Así nosotros, debemos encender el fuego del Amor y del deseo en nuestro corazón y liberarnos de las cosas inútiles de la tierra. “Cuanta más tierra se deja, más Cielo se toma”.
No se improvisa la Ascensión. ¿Cómo debemos prepararla? Como quien ha de mudarse a una casa nueva: primero manda sus cosas (y tal vez va de vez en cuando a dar una ojeada), y terminado el traslado, entonces va personalmente. Así nosotros: debemos enviar todas nuestras cosas al Cielo, convertidas en amor, porque sólo así entran en el Cielo.
Cada instante, cada cosa es Amor de Dios en forma de… luz para ver, de comida para alimentarnos, de agua para nuestra sed, de tierra que nos sostiene…, Amor de Dios en forma de viento, en forma de sol, en forma de calor o de frío, en forma del vecino de casa o de una persona que encontramos… Amor que nos trae un mensaje especial de parte de Dios, que espera y nos pide corresponderle… ¡Ese es el verdadero sentido de la vida terrena!
La tierra se debe preparar a su boda con el Cielo. Entre tanto, el Cielo viene a menudo a visitar la tierra (pienso por ejemplo en las apariciones marianas). La Stma. Virgen viene sobre todo a preparar la Iglesia al regreso glorioso del Señor, al encuentro definitivo con el Esposo, al Banquete de las Bodas del Cordero.
Y los 40 días que Jesús Resucitado permaneció visiblemente en la tierra, apareciendose a sus discípulos y conversando con ellos, fueron erl signo del tiempo histórico en que se tiene que realizar su Reino, su Voluntad como vida nuestra, “así en la tierra como en el Cielo”. Será la perfecta reunión de la tierra purificada y transformada, divinizada, con el Cielo.
La Ascensión del Señor no termina simplemente en el Cielo, sino que espera su Venida gloriosa para unir a El su Esposa, a la cual antes se le dará “un vestido de lino puro, resplandeciendente”, que consiste –dice el Apocalipsis– en las obras perfectas de los Santos. Y sólo entonces terminará la historia, con la resurrección de los cuerpos, la glorificación y transformación de los cuerpos de todos los Santos y los bienaventurados, su personal Ascensión al Cielo, donde les esperan Jesucristo y la Stma. Virgen con sus Cuerpos gloriosos. Así que hoy, en la fiesta de la Ascensión del Señor, creo que nos convenga “lanzar nuestro corazón” más allá del muro que separa el más acá del más allá, para que desde ahora tome posesión de nuestro puesto en el Cielo, y el Señor lo tome y en su lugar pueda darnos el Suyo Divino. Por eso, mis queridos hermanos, “¡levantemos el corazón! ¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!”