Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

"El tiempo de la gran tribulación"

Enero 7, 2024

+ ¡Ave María!

Queridos hermanos, para llegar al tesoro de la Divina Voluntad “hemos de pasar por encima de nuestro propio cadaver”. En el tiempo de la gran tribulación en que vivimos, preparación al tiempo de su Triunfo, de su Reino “en la tierra como en el Cielo”, el Señor nos ilumina el camino y nos da las indicaciones y la gracia necesaria. Que Jesús y María os bendigan y guíen en la Divina Voluntad. +


Queridos hermanos, en Navidad hemos contemplado a Jesús recién nacido en el sitio más pobre del mundo, que representa lo que somos. Ha bajado hasta nosotros para vivir en nosotros. Pero su finalidad y deseo es elevarnos hasta El y hacernos vivir en El. Dios se ha hecho como nosotros para hacernos como El. Al encarnarse se ha revestido de nosotros; ahora nosotros debemos revestirnos de El, y con El y en El presentarnos al Padre. Y por medio de nosotros quiere hacer que todo vuelva al Padre.

Es lo que nos enseña por medio de Luisa Piccarreta: “el vivir en la Divina Voluntad”. Es la misma Voluntad de Dios, dada por El como su don supremo y recibida por su criatura, el hombre, como herencia y vida propia.

Nuestro encuentro, con la meditación o conferencia semanal, trata siempre este “Tesoro escondido” que el Señor nos ha hecho encontrar. Pero antes de volver a la Escuela de la Divina Voluntad el próximo jueves, todavía tenemos que enfrentarnos con nuestra atención y con nuestro estado de ánimo, por el que, no obstante el deseo, tanto nos cuesta y tanta dificultad sentimos para dejarnos arrebatar y transformar por esta Luz, por este Don.

Y me explico: es muy diferente el mundo como lo ve una hormiguita, de como lo ve (por ejemplo) una gallina, o de como lo ve un águila, o de como se ve desde un avión, o como puede verlo un astronauta... Y nosotros tenemos el peligro de ver el mundo, lo que pasa a nuestro alrededor, y a nosotros mismos, como puede verlo la hormiga, desde la altura de nuestro “yo”, porque en este momento grande es la prueba y la cruz de tantas formas y para casi todos. A partir de eso debemos comprender la realidad que la Iglesia y el mundo están viviendo, realidad de la que nosotros formamos parte y que hemos de vivir. Y Luisa escribe en su 2° volumen, el 31-8-1899:


“Esta mañana mi amado Jesús me ha llevado fuera de mí misma y me ha hecho ver el decaimiento de la religión en los hombres y los preparativos de guerra. Yo le he dicho: “Ah, Señor, en qué estado se encuentra el mundo en estos tiempos, en cuanto a religión, es como para llorar. Parece que en el mundo ya no se reconozca lo que ennoblece al hombre y le hace aspirar a un fin eterno. Pero lo que más hace llorar es que ignorar la religión parte de quienes se dicen religiosos, que deberían dar su vida por defenderla y hacerla revivir”.

Y Jesús, con un aspecto súmamente afligido, me ha dicho: “Hija mía, esta es la causa por la que el hombre vive como una bestia, porque ha perdido la religión; pero tiempos más tristes vendrán para el hombre, a causa de la ceguera en que él mismo se ha sumergido, tanto que siento sofocarme el Corazón al verle. Pero la sangre que haré derramar de toda clase de personas, de seglares y de religiosos, hará revivir esta santa religión, regará el resto de las gentes salvajes que queden, y, civilizándolas de nuevo, les devolverá su nobleza. Por eso es necesario que la sangre se derrame y que las mismas iglesias sean casi destruidas, para hacer que de nuevo recobren su primitivo lustro y esplendor”.


Como vemos, parece escrito precisamente para estos tiempos. Y el que sienta aversión a oir o leer estas cosas, más debería sentirla por las causas, por la ignorancia y el rechazo de la Ley de Dios, por el pecado.

No le pedimos al Señor que nos libre de la cruz, sino del mal. Y entonces, ¿por qué la cruz, esa cruz concreta que tanto nos oprime? Porque es como una medicina, tan amarga, pero tan potente. Por eso Dios la permite en nuestra vida como una gracia, por misericordia. No nos detengamos en la amargura, en la angustia, miremos la finalidad, el fruto que contiene escondido. Y pensemos que, en vez de ser nosotros los que le pedimos al Señor que nos la quite, El es el que nos pide como a Luisa: “¡Ayúdame!”. No nos pide sino que le digamos que “sí”; de lo demás se ocupa El. Nosotros pensamos a nuestros problemas, pero ¿quién piensa al dolor de su Corazón? “Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”, decían los Apóstoles (Hechos 14,22).

San Pedro nos dice (y pongamos atención a cada palabra, que nos dan vida):

“Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Humillaos pues bajo la potente mano de Dios, para que os exalte al momento oportuno, dejando a El toda vuestra preocupación, porque El cuida de vosotros. Estad alerta y velad, que vuestro adversario, el diablo, como león rugiente anda rondando, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos sufrimientos” (1a Pedro 5,5-9).

Y estas otras de San Pablo a los Colosenses: “Revestíos pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos y perdonándoos mutuamente, si alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también vosotros perdonaos. Pero por encima de todo, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. ¡Y sed agradecidos! La palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente; enseñándoos y exhortándoos con toda sabiduría, cantando y dando gracias a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis con palabras y obras, todo sea en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por El a Dios Padre” (Col. 3,12-17)