San José

en la vida y en los escritos de Luisa Piccarreta


Padre Pablo Martín Sanguiao

+   ¡ Ave María!

Queridos hermanos, en preparación a la fiesta de San José este próximo lunes, aquí les envío estas páginas como alimento para el espíritu.

Con la bendición de Jesús, María y San José, en la Voluntad Divina   +   

P. Pablo

Desde pequeña, el Señor inculcó a Luisa la devoción a la Sagrada  Familia de Nazaret: Jesús, la Mamá y San José:  

“Hija mía, tu vida debe ser en medio de Nosotros en la casa de  

Nazaret. Si trabajas, si rezas, si comes, si caminas, debes darme  una mano a Mí, la otra a nuestra Mamá y la mirada a S. José, para  ver si tus actos corresponden a los nuestros, de forma que puedas  decir: primero tomo como modelo lo que hace Jesús, la Mamá  Celestial y S. José, y luego lo hago. Conforme al modelo que has  tomado, quiero ser repetido por tí en mi Vida oculta; quiero hallar en  tí las obras de mi Mamá, las de mi querido S. José y mis mismas  obras.” (“Cuaderno de memorias de la infancia”, pág. 15-16)  

Contando ella como ha visto el Nacimiento de Jesús, dice:  

“¿Y San José? Me parecía que no estuviera presente en el momento del parto, sino que  estaba en otro ricón de la cueva, todo absorto en aquel profundo Misterio, y si no vió con los  ojos del cuerpo, vió muy bien con los ojos del alma, porque estaba raptado en un éxtasis  sublime”.  

“Continuando la visión del Santo Niño, veía a la Madre Reina a un lado y a San José al  otro lado, que estaban adorando profundamente al Niño divino. Estando del todo atenta a El  me parecía que la continua presencia del Niñito los tenía absortos en éxtasis continuo, y si  hacían algo era un prodigio que el Señor realizaba en ellos, de lo contrario habría estado  inmóviles, sin poder externamente cumplir con sus deberes. Yo también lo he adorado y me  he hallado en mí misma.” (Vol. 4°, 25 y 26-12-1900)  

San José estuvo presente en la vida de Jesús y de María, pero no tomó parte en la obra de la  Redención: "Cuando mi Madre y Yo estabamos en la tierra, mientras entre Ella y Yo  estabamos preparando el reino de la Redención, todos los remedios que hacían falta  para que todos pudieran hallar la salvación; no ahorrábamos sacrificios, ni obras, ni  vida, ni plegarias, y mientras estabamos atentos a pensar en todos, a dar la vida por  todos, nadie pensaba en Nosotros, nadie conocía lo que estabamos haciendo. El reino  de la Redención estaba depositado en mi Madre Celestial y por eso Ella participó a todos  los sacrificios, a todos los dolores. Sólo San José sabía lo que estabamos haciendo,  pero no tomó parte a todos nuestros dolores. Oh, cómo nos dolía el corazón el ver que,  mientras Madre e Hijo nos consumíamos de penas y de amor por todos, para praparar  todos los remedios posibles e imaginables para sanar a todos y ponerlos a salvo, ellos  no sólo no pensaban en Nosotros, sino que nos ofendían, nos despreciaban y otros  tramaban contra mi vida desde que nací." (Vol. 21°, 30 de Abril de 1927)  

Estaba yo pensando, mientras acompañaba a mi dulce Jesús en la casita de Nazaret,  para seguir sus actos: Mi amado Jesús con certeza tuvo el reino de su Voluntad en su vida  oculta, pues si la Soberana Señora poseía su “Fiat”, El era la misma Voluntad Divina. San  José, en medio de esos mares de luz interminable, ¿cómo podía no dejarse dominar por esta  Santísima Voluntad? 

Pero mientras pensaba eso, mi Sumo Bien Jesús, suspirando de dolor en mi interior, me  ha dicho: “Hija mía, sin duda que en esta casa de Nazaret reinaba mi Voluntad Divina «así  en la tierra como en el Cielo». Mi Madre Celestial y Yo no conocíamos otra voluntad, San  José vivía de los reflejos de la nuestra, pero Yo era como un Rey sin pueblo, aislado, sin  corte, sin ejército, y mi Madre como Reina sin hijos, porque no tenía a su alrededor otros  hijos dignos de Ella, a quienes poder confiar su corona de Reina para tener la estirpe de  sus hijos nobles, todos reyes y reinas. Y Yo tenía el dolor de ser un Rey sin pueblo, y si  pueblo podría decirse el que me rodeaba, era un pueblo enfermo, uno ciego, otro mudo,  otro sordo, otro cojo, otro cubierto de llagas; era un pueblo que me deshonraba, no me  honraba, que incluso ni siquiera me conocía, ni quería conocerme. De manera que Yo  era Rey sólo para Mí y mi Madre era Reina sin la larga generación de la estirpe de sus  hijos reales, mientras que, para poder decir que tenía mi reino y gobernar, tenía que  tener ministros, y si bien tuve a San José como primer ministro, un solo ministro no  constituye un ministerio. Tenía que tener un gran ejército, todo dedicado a combatir en  defensa de los derechos del reino de mi Voluntad Divina, y un pueblo fiel que tuviera  como ley solamente la ley de mi Voluntad. Nada de eso tenía, hija mía; por eso no puedo  decir que cuando vine al mundo tuve por entonces el reino de mi «Fiat». Por eso nuestro  reino fue sólo para nosotros, porque no fue restablecido el orden de la Creación, la  realeza del hombre, sino que viviendo la Madre Celestial y Yo totalmente de Voluntad  Divina, fue sembrada la semilla, fue formada la levadura para hacer brotar y crecer  nuestro reino en la tierra. Por tanto hicimos todos los preparativos, pedimos todas las  gracias, sufrido todas las penas para que el reino de mi Querer viniera a reinar en la  tierra. Así que a Nazaret se le puede llamar el punto de partida del Reino de nuestra  Voluntad.” (Vol. 24°, 7 de Julio de 1928) 

La presencia de San José en la vida de Luisa es por motivo de todo lo que el Señor ha puesto  en ella. Por eso el Señor y San José animan a su Confesor:  

“Esta mañana veía al Confesor, todo humillado, y con él a Jesús bendito y a San José, el  cual le ha dicho: “Pónte manos a la obra, que el Señor está dispuesto a darte la gracia  que deseas”. “Hallandome fuera de mí misma, veía al padre todo en dificultad, respecto a la  gracia que quiere, y otra vez a Jesús bendito con San José, que le decían: “Si te pones a la  obra, todas tus dificultades desaparecerán y caerán como escamas de pescado.” (Vol.  5°, 19 y 20-3-1903)  

Jesús recompensará al Confesor de Luisa, considerando su asistencia a Luisa como la que  San José y su Madre, le dieron en la tierra. Y ante el temor de Luisa, de verse privada de la  asistencia del Confesor, el Señor le dice:  

“Y tú, ¿qué temes? Soy Yo el que me ocuparé de todo, y cuando te asiste uno le doy  la gracia a uno y cuando es otro le doy la gracia a ese otro. Y además, no te asistirán a  ti, sino a Mí mismo, y en la medida que aprecien mi obra, mis palabras y mis enseñanzas,  así seré generoso con ellos”.  

Y yo: “Jesús mío, mi Confesor apreciaba mucho lo que Tú me decías, y se interesaba  tanto y ha trabajado tanto para hacerme escribir. ¿Tú qué le darás?”  

Y Jesús: “Hija mía, le daré el Cielo como recompensa y lo consideraré como lo que  hicieron S. José y mi Mamá, que habiendo asistido mi vida en la tierra, tuvieron que  pasar apuros para alimentarme y cuidarme. Ahora, estando mi vida en tí, su asistencia  y su sacrificio los considero como si de nuevo me los hicieran mi Mamá y S. José; ¿no  estás contenta?” (Vol. 12°, 25-12-1918) 

¿Pero San José ha tenido el Querer Divino como vida, igual que lo tuvieron Jesús (por  naturaleza) y María (por gracia), y como al principio lo tuvo Adán, antes del pecado?  El Señor responde, sin nombrarlo, cuando dice: “Los mismos Santos se unen a Mí y  hacen fiesta, esperando con ardor a que una hermana suya sustituya sus mismos actos,  santos en el orden humano, aunque no en el orden divino; me piden que haga entrar  enseguida a la criatura en este ambiente divino...” (Vol. 12°, 13-2-1919)  

En otra ocasión estaba pensando Luisa: “¿Será posible que haya hecho pasar tantos siglos  sin hacer conocer estos prodigios del Divino Querer y que no haya escogido entre tantos  Santos a uno en el que dar comienzo a esta santidad toda divina? Y sin embargo estuvieron  los Apóstoles y tantos otros grandes Santos, que han asombrado a todo el mundo”. (Vol. 13°,  3-12-1921)  

“Amor mío y Vita mía, yo no sé convencerme todavía: ¿cómo es posible que NINGÚN  SANTO haya hecho siempre tu Stma. Voluntad y que no haya vivido DE LA MANERA  COMO AHORA DICES, EN TU QUERER?”  

Y Jesús: “Ah, hija mía, ¿no quieres convencerte todavía, que tanto se recibe de luz,  de gracia, de variedad de valores, por cuanto se conoce? Desde luego que han habido  santos que han hecho siempre mi Querer, pero han tomado de mi Voluntad EN LA  MEDIDA QUE HAN CONOCIDO. Ellos conocían que hacer mi Voluntad era el acto más  grande, lo que más Me honraba y que llevaba a la santificación, y con esa intención la  hacían y eso tomaban, porque NO HAY SANTIDAD SIN MI VOLUNTAD, y no puede haber  ningún bien, santidad pequeña ni grande, sin Ella (...) Mi Voluntad ha hecho como un  gran Señor que ha hecho ver un palacio suyo grandísimo y suntuoso. A los primeros ha  mostrado el camino para ir a su palacio, a los segundos la puerta, a los terceros la  escalinata, a los cuartos las primeras salas y a los últimos les ha abierto todas las  habitaciones, haciendolos dueños y dandoles todos los bienes que hay en él. Pues bien,  los primeros han tomado los bienes que hay en el camino, los segundos los bienes que  hay en la puerta (superiores a los que hay en el camino), los terceros los de la escalinata,  los cuartos los de las primeras salas, donde hay más bienes y están más seguros, los  últimos los bienes del entero palacio. Así ha hecho mi Voluntad: debía hacer conocer el  camino, la puerta, la escalinata, las primeras salas, para poder pasar a toda la  inmensidad de mi Querer y mostrarles los grandes bienes que tiene, y como la criatura,  actuando en esos bienes que mi Querer contiene, adquiere la variedad de sus colores,  de su inmensidad, santidad y potencia, y de todo lo que hago. Yo, al dar a conocer, doy  e imprimo en el alma la cualidad divina que hago conocer...” (Vol. 14°, 6-11-1922)  

“Hija mía, en mi Voluntad Eterna encontrarás todos mis actos, así como los de mi  Madre, que abrazan todos los actos de las criaturas, desde el primero hasta el último  que existirá, come dentro de un manto, y ese manto como formado en dos partes; una  se elevaba al Cielo para devolver a mi Padre, con una Voluntad Divina, todo lo que las  criaturas le debían: amor, gloria, reparación y satisfacción; la otra quedaba como  defensa y ayuda de las criaturas. NADIE MÁS HA ENTRADO EN MI VOLUNTAD DIVINA  PARA HACER TODO LO QUE HIZO MI HUMANIDAD. Mis Santos han hecho mi  Voluntad, pero no han entrado en Ella para hacer todo lo que mi Voluntad hace y tomar  como con una mirada todos los actos, desde el primo hasta el último hombre, y hacerse  actores, espectadores y divinizadores. Con hacer mi Voluntad no si llega a hacer todo  lo que mi Eterno Querer contiene, sino que desciende a la criatura limitado, tanto como  la criatura puede contener. Sólo quien entra en El se extiende, se difunde como luz del  sol en los eternos vuelos de mi Querer y, encontrando mis actos y los de mi Madre,  añade el suyo. 

Mira en mi Voluntad: ¿acaso hay otros actos de criatura multiplicados en los míos,  que lleguen hasta el último acto que se ha de cumplir en la tierra? Fíjate bien, no  encontrarás ninguno. Eso significa que NADIE HA ENTRADO. Abrir las puertas de mi  Eterno Querer estaba reservado sólo a la pequeña hija mía, para unificar sus actos a los  míos y a los de mi Madre y hacer todos nuestros actos triples ante la Majestad Suprema  para bien de las criaturas. Ahora, habiendo abierto las puertas, pueden entrar otros, con  tal que se dispongan a tanto bien”. (Vol. 15°, 24-1-1923)  

Por último, en la oración de Consagración a la Divina Voluntad, Luisa dice:  San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de  mi querer en tus manos. Custodiarás celosamente mi corazón y no me lo darás nunca  más, para estar yo seguro de no salirme nunca de la Voluntad de Dios.” (Se encuentra en el libro “Señor, enséñanos a orar”) 

Padre Santo, que a tu amado San José le has dado la misión

de ser en la tierra tu representante y tu vicario ante tu Divino Hijo y su Madre, la Santísima Virgen, como Padre y custodio

amorosísimo, concede a los que has llamado a ser Sacerdotes y Pastores de tu pueblo, 

representantes de Jesucristo ante tu Iglesia, esas mismas virtudes que resplandecieron en San José; su fe, su esperanza, su amor y esa total entrega a tu adorable y misteriosa Voluntad, a partir de la más profunda humildad y la más perfecta obediencia; 

que sean como él Tu presencia viva en medio de tus hijos, 

para poder decir con Jesús: "el que me ve a Mí, ve al Padre".

Amén