"La Pascua Se Completa En La Ascensión" 







 Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

"Nuestra Pascua, nuestro "pasar" con Jesús del mundo al Padre"

Padre Pablo Martín Sanguiao



Mayo 18, 2023

La Ascensión del Señor, cumplimiento de la Pascua 



Queridos hermanos, 40 días después de su Resurrección el Señor subió al Cielo y, como decimos en el Credo, “está sentado a la derecha del Padre”. Así ha completado su Pascua, el “pasar del mundo al  Padre”. Pero su Iglesia todavía debe vivirla, todos nosotros debemos “pasar a la otra orilla”. Con nosotros y en nosotros quiere cumplirla y celebrarla. “Buena ida y buen regreso”, dijo el Padre Eterno cuando  Jesús vino al mundo, y así nos dice a cada uno de nosotros.  

Ya hemos visto que “el hombre viene de Dios y debe volver a Dios” y eso no sólo en el último  momento de la vida, sino que ha de ser en cada momento. “Cada día muero”, dice San Pablo (1 Cor  15,31), y cuando digo el Ave María, a veces digo: “ruega por nosotros, pecadores, ahora, que es la hora  de nuestra muerte”. 

Nosotros confundimos el morir con el sufrir, pero son dos cosas bien distintas. Porque la muerte no es tanto la muerte corporal, o sea, la separación del alma del cuerpo, que es un instante, sino tener que  dejar tantas cosas a las que estamos acostumbrados, incluso apegados, de las que parece que dependa  nuestra vida: costumbres, cosas que nos parecen necesarias o importantes para nuestro bienestar o para sentirnos seguros, amigos o personas queridas que nos dejan, nuestra misma salud… Ya no tener esto o  ya no poder hacer lo otro… “Vanidad de vanidades, dice Qoelet, todo es vanidad”, todas las cosas se  desvanecen y pasan para nosotros. Hasta los recuerdos. Pasa la vida, como el agua entre los dedos, y antes o después tendremos que dejar todo, absolutamente todo, porque nada nos es debido, como dice  también San Pablo, “¿qué tienes tú, que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7). De Dios viene todo lo que tenemos, El es el que en cada momento nos da la existencia y la vida, el palpitar, el respirar, el poder pensar y el poder decidir, y todas  las cosas que ha creado para nosotros con infinita Sabiduría. En cada cosa está presente su Voluntad,  para darnos por medio de todo su Providencia y su Amor.  

Y todo lo que Dios nos da tiene una finalidad precisa: que también nosotros, por nuestra parte, lo  reconozcamos y con nuestro pequeño amor correspondamos al Suyo, porque sólo así podemos ser felices,  tomando parte en su Felicidad y en su Gloria. La finalidad de todas las criaturas y de las cosas que Dios nos da es ser canales de comunicación con El, como puentes que nos unan a El, como una especie de “sacramentos”, en el sentido de que son “sagradas”, o sea, que pertenecen a Dios y nos traen su Providencia, sus Noticias y su Amor, y nosotros por medio de ellas debemos corresponderle con nuestro  reconocimiento y adoración, con nuestra alabanza y gratitud, con nuestro amor.  

Somos como espejos que el Sol quiere iluminar y en los cuales se quiere reflejar, como para multiplicarse en ellos, con la condición de que estén vueltos hacia el Sol y no hacia sí mismos, dándole la espalda. ¿Qué puede darle el espejito al Sol, que no haya recibido de él? ¿Qué puede decirle el espejito al Sol Divino? “Te glorifico con tu misma Luz, Te amo yo también con tu mismo Amor”.  

Por tanto no confundamos el apego con el amor; también estas son dos cosas bien distintas. El daño del hombre está en que toma los dones de Dios y se olvida del Dios de los dones, hace de las criaturas un dios en lugar de Dios; ídolos que, queriendo poseerlos, nos poseen. Prometen felicidad, pero sin Dios nos la quitan. Por eso, como ya otras veces dijimos, un importante exámen de conciencia es responder a  

esta pregunta del Señor: “¿Hay algo que, si Yo te lo pidiera, tú me lo negarías?” Así se descubre dónde  está apegado nuestro corazón, cuál es nuestro “dios”. A eso es a lo que todavía hemos de morir para poder de verdad vivir.  

Como dice un canto: “Entre tus manos está mi vida, Señor – entre tus manos pongo mi existir. – Hay  que morir para vivir. – Como el grano de trigo no muere, ‒ si no muere solo quedará, ‒ pero si muere un  fruto eterno dará, ‒ un fruto eterno que no morirá”.  

Por eso, Jesús ha dicho: “El que quiera salvar su propia vida, la perderá; pero el que pierda su vida  por Mí, la hallará” (Mt 16,25). El que la pierda, ante todo de vista: el mal de una persona es cuando se deja caer en ese pozo profundo, cada vez más negro, de su “yo”, del pensamiento de sí misma que la  sofoca. Se vuelve una enfermedad psiquiátrica, una verdadera agonía que no da vida… El remedio es “¡levantemos el corazón!” y en vez de pensar en nosotros mismos, pensar en el Señor e invocarlo: “Jesús,  Jesús, Jesús”. Así es como podemos participar desde ahora en la Ascensión del Señor y esa es nuestra  Pascua, nuestro “pasar” con Jesús del mundo al Padre.  

En el solemne anuncio de la noche de Pascua la Iglesia dice: “Muerte y Vida se han enfrentado en un  prodigioso duelo: el Señor de la Vida había muerto, pero ahora vivo triunfa!”. Es pasar con Cristo de la 

Cruz a la Luz, de la muerte a la Vida. Y el tiempo en que vivimos es el de la agonía de la Iglesia y también del mundo, el tiempo de la gran prueba y de la gran purificación: “Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”, dijeron los Apóstoles (Hechos 14,22).  

La Iglesia está viviendo la Pasión de Cristo en aquellos que pertenecen a ella. Por eso no puede  extrañarnos si últimamente se van intensificando las pruebas dolorosas y se multiplican los sufrimientos y las cruces de todo tipo: es que el Señor está pidiendo ayuda, como se le pide a un verdadero amigo,  ayuda para compensar todo el mal que inunda al mundo y para detenerlo; ayuda para poder justificar  todavía el uso de su Misericordia y poder dar otras gracias a tantos que están al borde de la perdición.  

Tantos de vosotros estais pasando en este momento por alguna prueba dolorosa, por enfermedad, por  la pérdida de seres queridos, por situaciones de graves injusticias, por soledad o por tantas otras cosas,  pero todo eso forma parte de la Pasión del Señor y ahora forma la Pasión de la Iglesia. Sin apoyos  humanos, como un naúfrago en medio del mar. Pero recordemos esta palabra de San Pablo a Timoteo:  “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, según mi anuncio evangélico, a causa del  cual yo sufro hasta estar en cadenas como un malhechor; ¡pero la palabra de Dios no está encadenada!  Por eso soporto todo por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo  Jesús, junto con la gloria eterna. Segura es esta palabra: Si con El morimos, viviremos con El; si con El perseveramos, con El también reinaremos; si lo negamos, también El nos negará; si faltamos de fe, El  sin embargo sigue fiel, porque no puede negarse a Sí mismo.” (2 Tim 2,8-13).  

Este es el sentido de tantas cruces que permite o que da a aquellos que lo aman. Ya sabemos que cuando nos da, nos pide, pero luego, cuando nos pide es para darnos mucho, mucho más. En la oración  decimos con Jesús “no nos dejes caer en la tentación” y también “Padre, si es posible, aparta de  nosotros este cáliz, pero no se haga nuestra voluntad, sino la Tuya”. Pero también en el dolor y en la  prueba “ninguna tentación hasta ahora nos ha sorprendido si no es humana; pues Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino que con la tentación nos dará  también el modo de superarla y la fuerza para soportarla” (1 Cor 10,13).  

Queridos hermanos, ¿queremos tomar parte en la Ascensión del Señor? Con ella Jesús ha completado  su Pascua personal, pero ahora quiere realizarla en nosotros, en su Iglesia, pasar de la muerte a la Vida,  del mundo al Padre. Hablar de muerte sería deprimente sin la Fe, la Esperanza y el Amor del Señor, y  por eso El nos envía al Espíritu Santo Consolador, que nos da la Luz para comprender, la Fuerza para superar y la Paz para saborear un poco desde ahora nuestra Victoria. La Pascua reducida sólo a  celebración litúrgica sería bien poca cosa; la Pascua no es una fiesta sino cuando se cumple del todo. 

Para terminar, les ofrezco una inyección de auténtico optimismo cristiano como alivio en el dolor: Mi sufrimiento es llavecita de oro: pequeña, sí, pero me abre un gran tesoro.  

 Es cruz mía, pero es cruz de Jesús: cuando la abrazo ya no la siento.  

No he contado los días del dolor, pero Jesús los tiene escritos en su Corazón.  

 Vivo momento por momento y así el día pasa como si fuese una hora.  

Estoy seguro de que vista desde el más allá toda la vida un instante parecerá.   Otras dos lágrimas aún de amargo llanto y en el Cielo después eterno canto.  Pasa la vida, víspera de fiesta: muere la muerte, el Paraíso es lo que queda.  

 Aquí en la tierra, para quien hace la Divina Voluntad, y en el Cielo después por toda la eternidad.. Y acabo con dos palabras que parecen una lo contrario de la otra: “Esta vez, de aqui no vamos a salir  vivos”… “¡Sí, pero yo no moriré, ni aunque me maten!”