Consagración del mundo y de cada persona
Mayo 31, 2024
Padre Pablo Martín Sanguiao
CONSAGRACIÓN DEL MUNDO Y DE CADA PERSONA
ENTREGA Y CONSAGRACIÓN
- Entrega quiere decir encomendar alguien o algo a una persona, poniendola en sus manos, para que disponga libremente y pueda hacer lo que quiera de ella. Equivale a “ofertorio”, pero añade el motivo de confianza. Es lo que expresaba el lema del Papa Juan Pablo II (y, antes que él, es también el lema de Jesucristo): “Totus tuus”, “Todo tuyo, oh María”. Es el testamento de amor que desde lo alto de la Cruz hizo Jesús agonizante, dandonos como hijos a su Madre.
- Consagración significa “hacer sagrada” una persona o cosa, perteneciente o dedicada a Dios, y por lo tanto no más destinada a uso profano o extraño a Dios. En este sentido, consagrar equivale a sacrificar y a santificar. La consagración significa también “transformación”. El ejemplo máximo de Consagración es la que tiene lugar en la Misa: el pan y el vino ofrecidos primero a Dios, son consagrados por El, o sea, transformados sustancialmente (“transustanciados” dice la Iglesia) en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Dejan de ser pan y vino, aunque conserven “sus accidentes”, ésto es, los elementos accidentales (forma, color, aspecto físico y químico), se convierten en Cristo, presente con la plenitud de su Ser y de su Vida entera, para darse a nosotros y transformarnos en El, en la medida que se lo permitimos.
¿DE QUÉ COSA?
De nosotros mismos: “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcais vuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios; ese es vuestro culto espiritual” (Rom. 12,1).
De todo lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos; sobre todo, de lo único que depende de nosotros y que podemos negarselo a Dios –lo cual sería la más grande desgracia para nosotros–, o sea, nuestra voluntad, lo que solemos llamar nuestro corazón. Jesús lo indica diciendo: “De dentro, o sea, del corazón del hombre salen todas las cosas malas… Esto es lo que contamina al hombre” (Mc 7,21).
¿A QUIÉN?
Lógicamente a Dios. Como hizo el mismo Jesús, como hizo María. Desde el primer momento de su vida, María se consagró por entero a la Voluntad de Dios, para obtener la venida del Mesías. Ella se consagró a Dios, dedicó totalmente su persona y su vida al Amor de Dios, al Proyecto de Dios; por eso, a su vez y a su debido tiempo, Dios “se consagró” a Ella. En efecto, Jesús se consagró a María desde su Encarnación, y al final de su vida renovó
su consagración a la Voluntad del Padre. Pidiendo por sus discípulos dijo: “Consagralos en la verdad. Tu Palabra es la verdad. Como Tú me has mandado al mundo, también Yo los he mandado al mundo; por ellos me consagro Yo mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19).
Por tanto, Dios ha querido venir a nosotros y entregarse a nosotros por medio de María; ha querido que su Encarnación y que la misma Redención pudieran realizarse mediante la libre respuesta y la colaboración amorosa de María, su Madre. Igualmente es su Voluntad que vayamos a El y nos entreguemos a El por medio de María, pues ella tiene la misión de unir a Dios y al hombre: hacer que Dios se hiciese Hombre y que cada hombre llegue a ser por gracia como su Hijo Jesús, como Dios. Por tanto se trata de consagrarnos a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María.
¿CON QUÉ FIN?
Con el fin de ser presentados y ofrecidos por Ella y como Ella a Dios, a la Voluntad de Dios, para ser por Ella, con Ella y en su Corazón Inmaculado transformados, convertidos en otros Jesús, “a imagen y semejanza” de Jesús. De esa forma el Amor del Padre quedará plenamente satisfecho, perfectamente glorificado: eso será el cumplimiento de su Voluntad y así vendrá finalmente su Reino.
¿DE QUÉ MANERA?
¿Con muchas palabras y expresiones hermosas? ¿Con una gran oración rica de contenido teológico? ¿Con pocas palabras sinceras?... Todo eso puede ser útil y precioso; pero lo importante es que sea con la mente (en la medida que se comprende) y con el corazón (en la medida que se desea y se quiere), “pues la cristiana oración jamás se remonta al Cielo si no le prestan el vuelo la mente y el corazón”.
¿Cuántas veces? ¿Una vez en la vida? ¿Una vez al año? (que no hace daño) ¿Una vez al mes? ¿Al día? ¿Cada hora? ¿Cada segundo? ¡Sí!… ¿En cada respiro? ¿En cada latido? ¿En cada pensamiento, palabra, obra, mirada, circunstancia, etc.? ¡Sí, sí, sí!
No es un simple gesto de devoción o una formalidad. Es una vida que se vive, es una alianza con Dios por medio de María, es una meta que alcanzar. La consagración quedará cumplida y del todo realizada solamente en el momento en que entremos en el Cielo. Es prácticamente la respuesta que debemos de dar, como Juan, al testamento de amor de Jesús Crucificado: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. “Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa”, es decir, en su vida (Jn 19,27).
Oh María, Madre de Jesús y Madre mía,
yo te entrego y te consagro mi vida
como ha hecho tu Hijo Jesús.
Me consagro a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la sabiduría y al amor del que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, te entrego a Tí mi ser, mi persona y mi vida,
y especialmente mi voluntad,
para que Tú la conserves en tu Corazón materno y la ofrezcas al Señor
junto con el sacrificio que Tú hiciste
de Tí misma y de tu voluntad.
En cambio, enséñame a hacer como Tú
la Voluntad Divina
y a vivir en Ella.
Amén