Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

El Padre Nuestro,

clave de lectura de la vida


Segunda meditación
Agosto 7, 2023

+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, el Señor nos ha enseñado a orar, Su oración, la nueva actitud del corazón hacia Dios,  la nueva relación de confianza y de amor al Padre. Ya no más siervos, sino hijos amados. + 


Queridos hermanos, en este día que el Padre Divino ha pedido que se le dedique especialmente, continuamos  nuestra meditación sobre El y debemos profundizarla.  

Nuestra visa se ilumina a la luz del Padre nuestro, en el que podemos comprender el misterio del ser humano.  Nuestra vida y la misma historia de la humanidad son, en efecto, un camino de regreso del hijo pródigo a la Casa  del Padre. En ella ese hijo –que era Adán y es la entera humanidad– era felíz, era rico, no tenía necesidad de nada,  no sabía lo que es ignorancia, ni debilidad, ni sufrimiento, ni muerte. Esto es verdad de fe. Su ruina fue el pecado,  darle la espalda a Dios su Padre con preferir su propia voluntad a la Voluntad de Dios, que le daba la vida y todo. 

Entonces Dios mismo, el Padre infinitamente bueno, cuando llegó “la plenitud de los tiempos”, vino a su  encuentro para abrazarlo y salvarlo, con los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. Y El nos ha enseñado a orar, nos  ha enseñado Su oración, es decir, la nueva actitud del corazón para con Dios, la nueva relación de confianza y de  amor al Padre. Ya no más siervos, sino hijos amados. Por lo tanto, 

“Padre nuestro” – ¿Quién lo dice? Quien es Hijo – ¿Con qué lo dice? ¿Con la boca? ¿Con la mente? Sí, pero  sobre todo con el corazón – Porque “nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo y aquel a quien  el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22) – Y el Padre no sólo es objeto de conocimiento, sino de experiencia viva,  la experiencia del amor. Por eso el Espíritu Santo exclama en nuestro corazón: “¡Abbá, Padre!” (Rom 8,15).  

Que estás en los Cielos – No sólo en el Cielo, sino también en la tierra y en todo lugar y siempre, Tú que das  vida a cada latido de cada corazón, Tú que enciendes cada pensamiento en cada mente, como enciendes de luz el  sol cada mañana y todas las estrellas cada noche, como cuidas de cada hojita de cada planta y cada ser de tu  Creación en vista de la finalidad que Tú has establecido… – Pero sobre todo, Tú te complaces de vivir en el  corazón y en el espíritu de cada hijo tuyo: esos son tus “cielos”.  

Santificado sea tu Nombre – que ya es Santo de por sí, como dijo la Virgen en el Magnificat. Pero pedirlo es  expresar un gran deseo: ¡que tu nombre de Padre sea reconocido, reciba honor y gloria, que te sientas “realizado”  como Padre en cada uno de tus hijos, que te sientas orgulloso de cada hijo, que cada hijo sea tu satisfacción y tu  gloria! 

Venga a nosotros tu Reino – Pero ¿qué es tu Reino? “El reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida,  sino que es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Sí, así es, pero esas cosas son fruto de algo: tu  reinar es que tu Voluntad se realice en tus criaturas. ¿Pero por qué pedimos que venga? ¿Por qué no decir que  “vayamos” a él? Porque todavía se ha de realizar aquí, en la tierra; en el Cielo ya está realizado. 

Por tanto, tu Reino es que se haga tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo – Eso es mucho más que  hacer nosotros lo que Tú mandas, lo que Tú quieres: es pedir que lo que es para Tí tu Voluntad, eso sea para  nosotros; como lo es para el Padre, así sea para los hijos... ¿Y qué cosa es para Tí, Padre, tu adorable Voluntad?  Es la misma y única Voluntad de las tres Divinas Personas, es como vuestro “Corazón” palpitante de Amor, le  basta querer para hacer, es como “la fuente” de la Vida de la Stma. Trinidad. Eso es precisamente lo que Tú quieres  que sea también para nosotros. 

El pan nuestro de cada día dánosle hoy – ¿De qué pan tenemos necesidad? Jesús ha hablado del pan del Cielo.  Todo pan viene de Tí, oh Padre: el pan material y todo lo que por Voluntad tuya sirve para sostener nuestra vida,  el Pan vivo bajado del Cielo, que es Jesús en la Eucaristía, y el tercer pan, el del mismo Jesús, del cual ha dicho:  “Yo tengo un alimento que vosotros no sabeis… Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me ha mandado” 

(Jn 4,32-33) – Todo pan es del Cielo, porque todo viene de Tí, oh Padre, para llevarnos a Tí. Pero si no lo  reconocemos como pan del Cielo, sino sólo como pan de la tierra, nos lleva a nosotros mismos y a la tierra. Así  no sirve para “hacer comunión” contigo, no sirve para unirnos contigo, no nos lleva a Tí. 

Por eso, perdonanos nuestras deudas – no sólo nuestros pecados y desobediencias, sino nuestras deudas, que  son injusticias para contigo, deudas de fidelidad, de adoración, de gratitud, de generosidad, de amor. No somos  capaces de colmar esos vacíos, de cubrir nuestras deudas: recurrimos a tu Misericordia. Es tu Hijo Jesucristo el  que te lo pide con nosotros cada vez que decimos el Padrenuestro; pero El añade:  

así como Nosotros perdonamos a nuestros deudores – El es verdadero Hombre con nosotros, pero es Dios  contigo, y al decir estas palabras, las estais pronunciando las tres Divinas Personas: como Nosotros”, un  “Nosotros” con mayúscula, porque el modelo de vuestro perdón no puede ser nuestro modo de perdonar, sino al  contrario, vuestro perdón ha de ser el modelo del nuestro para que el nuestro sea justo. Por eso, Jesús nos hace  decir esas palabras, para aprender a perdonar como perdona Dios y con Dios. 

Y no nos dejes caer en la tentación – En español la traducción no es exacta: en realidad te pedimos que no nos  lleves ante el tentador, sí, Padre, que no sea necesario; Tú que eres “fiel, no permitas que seamos tentados por  encima de nuestras fuerzas, sino con la tentación danos también la gracia de superarla y la fuerza de soportarla” (cfr 1a Cor 10,13). Tú no puedes ser tentado por el mal y no tientas a nadie al mal. (cfr Santiago 1,13-15). Por eso, 

al pedirte que no nos lleves a la tentación o ante el tentador (eso significa inducir), te estamos repitiendo la súplica  de Jesús en el Huerto de los olivos: “Abba, Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz”. Por tanto, “libranos del mal” – de todo mal, de todo lo que se oponga a tu Voluntad o no sea conforme con  ella, de todo lo que nos separe o nos aleje de Tí. ¡Amén! 

Por consiguiente ahora podemos comprender que Jesús, enseñando “su” oración al Padre, nos ha querido  enseñar no sólo una oración, palabras, conceptos, sino sobre todo un espíritu, su Espíritu filial, su relación de  confianza, de intimidad, de amor al Padre, de recíproca pertenencia y mútua entrega total. Ha querido compartirlo  con nosotros, quiere vivirlo por medio de nosotros y en nosotros. Ha querido darnos a cada uno el puesto que El mismo ocupa como Hijo en el Corazón del Padre. Ha querido que con esta oración pongamos en nuestro corazón  todo lo que el Padre tiene en el Suyo y hagamos comunión con El. Por eso, el Padrenuestro expresa en la primera  parte nuestro deseo de las cosas del Padre (“tu Nombre”, “tu Reino”, “tu Voluntad”) y en la segunda parte nuestra  necesidad (“el pan nuestro”, “nuestras deudas”, “perdónanos”, “líbranos”)  

Dios es simple y es un solo Dios. Así las distintas frases del Padrenuestro expresan en realidad una sola  petición –que dicha por Jesús es también una promesa–, una sola cosa con algunas consecuencias. Como El ha  dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.  

El Padre Divino será honrado y glorificado por sus hijos, que como tales sentirán y vivirán, cuando venga su  Reino: “santificado sea (por nosotros) tu Nombre”. ¿Y en qué consiste su Reino? Que su Voluntad sea para  nosotros lo que es para El: la fuente de su vida, de sus obras y de todo bien y felicidad. Que sea para nosotros lo  que es para Jesús: el Pan, el alimento que aún no conocemos, como dijo a sus discípulos en el episodio de la  Samaritana.  

Por eso, al pedir que nos dé “el pan nostro de cada día” El no sólo se refiere al pan material –que, si es capaz  de alimentar, es porque en él está la Voluntad del Padre–, sino que piensa aún más al Pan Eucarístico –que aun  siendo El realmente vivo y presente, no logra ser eficaz y a transformarnos, si no comemos también su Pan, que  es la Voluntad del Padre. Así que son tres “panes” lo que pedimos, pero el decisivo es el de la Voluntad Divina en  cuanto que ha de ser fuente y protagonista de todo en nuestra vida. 

¿Debemos entonces pensar que todo eso sea para después de la muerte, en el más allá? Pero entonces, ¿por qué  decimos que “venga” y no más bien “vamos”? ¿Por qué decimos que se haga “en la tierra” como se hace en el  Cielo, de esa misma manera? Es decir, que pedimos que el Padre y los hijos tengan la misma y única Voluntad:  eso es el resumen del Padrenuestro y de toda verdadera oración. 

Ese día –que aún ha de venir– el hijo pródigo estará de nuevo en la Casa Paterna, en la Voluntad única de las  tres Divinas Personas, que constituye su Vida y su felicidad. Entonces la criatura estará de nuevo “en el orden, en  su puesto y en el fín para el que Dios la creó”. Entonces el hijo pródigo será de nuevo rico, felíz y santo. Será de  nuevo “a semejanza” de su Creador y Padre. 

Entre tanto estamos viviendo la fase decisiva de un drama, de la lucha apocalíptica de “Reino contra reino”.  Espectadores, actores y a la vez objeto de contienda. ¡Es la hora de la Decisión! “Nadie puede servir a dos dueños”,  ha dicho el Señor. O Dios o el propio yo. “Será el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, o será el amor  propio llevado hasta el disprecio de Dios”, como dijo Juan Pablo II. Será la Voluntad de Dios la que vence (si  queremos) o será la nuestra la que pierde, cuando queremos hacerla excluyendo la Divina. Si dejamos que venza  en nosotros la Voluntad de Dios, con El también nosotros vencemos; pero si hacemos prevalecer la nuestra, junto  con El también nosotros perdemos. “Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz; ¡pero no se haga mi voluntad,  sino la Tuya!”. 

Y Jesús murió en la Cruz para mostrar en El esa oposición. Dos palos cruzados, dos troncos…, aquellos dos  árboles reales y a la vez simbólicos del Paraíso: el árbol “de la Vida” y el “del conocimiento del bien y del mal”.  Figura de la Voluntad de Dios el primero, el palo vertical, que une el Cielo y la tierra; figura de la voluntad humana  el segundo, el palo horizontal, que cuando se pone en oposición, atravesado, diciendo “no quiero” forma la cruz,  el dolor recíproco, ¡la muerte! Esa es la causa de todo el dolor que está inundando el mundo más que nunca. 

¡Qué tremendo Misterio! Dios ha querido crear al hombre sólo por amor, para que fuese su hijo, su interlocutor,  su heredero; para hacer de él un pequeño dios creado, ¡otro Sí mismo! Este Misterio, dice San Pablo, es “el  Misterio de su Voluntad” (Ef 1,9).  

Frente a este “misterio de la Piedad” ha surgido otro: el “misterio de la iniquidad”: “Sí, desde ahora el  misterio de la impiedad está obrando” (2ª Tes 2,7). Es lo que el Apocalipsis llama “un misterio, Babilonia la  grande”, misterio representado por la grande prostituta y por la bestia sobre la que va sentada (Apoc 17,5 e 7). 

Así se definen los dos misterios contrapuestos del Apocalipsis (cap. 12 ss.). “Se levantará nación contra  nación (lo estamos viendo) y reino contra Reino(Mt 24,7). Y San Pedro dice: Pues ha llegado el momento (¡ahora!) en que empieza el juicio a partir de la Casa de Dios; y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final de  los que se niegan a creer en el Evangelio de Dios?” (1a Pedro, 4,17). ¡Abramos los ojos y estemos preparados!