Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

La Pasión de Jesús, misterio de Amor y de Dolor

Febrero 29, 2024

+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, ¿por qué la Pasión de Cristo? ¿Cuál es la finalidad de la Cuaresma y de la  Pascua? A través de la Pasión pasar con Jesús del mundo al Padre. Sólo a través de la Cruz se  puede vivir en la Divina Voluntad y se llega a la Resurrección y a la Gloria. +


Queridos hermanos, el próximo 4 de Marzo recordamos la muerte de Luisa Piccarreta hace ya 77  años; su vida fue una continua participación en la Pasión de Jesús. Y el Señor por medio de ella nos  presenta y nos ofrece el don de su Voluntad Divina para que sea nuestra vida. Pero a Ella no se llega si  no le damos nosotros la nuestra, como no llegamos a Pascua sino después de la Cuaresma y no se llega  al Reino sino después de la Pasión. Ese es el motivo y la finalidad más alta de la Cuaresma. 

Falta menos de un mes para la Semana Santa y es un tiempo preciosísimo para contemplar a Jesús  en la Pasión, cuando tomó sobre El todo el mal de nuestro querer humano para poder darnos su Querer  Divino y hacernos pasar con El del mundo al Padre: ese es el verdadero significado de la Pascua.  

En este tiempo en que el misterio del dolor toca a todos y de tantas formas, conviene que dejemos  de pensar en nosotros para pensar en Jesús, porque sólo así tenemos la luz, la fuerza y la paz, y nuestro  sufrir se vuelve precioso unido al Suyo y produce fruto.  

Estamos en la “escuela de Luisa” y el Señor nos habla, en particular de su Pasión. Muchos de  vosotros ya hacéis “las Horas de la Pasión”, escritas por ella, pero en sus 36 volúmenes, conocidos  como “Libro de Cielo”, está toda la luz para conocer a Jesús y comprender su Amor sin límites:  

“Hija mía, el primer significado que la Pasión contiene es gloria, alabanza, honor, agradecimiento,  reparación a la Divinidad. El segundo es la salvación de las almas y todas las gracias que se necesitan  para alcanzarla. [Notemos como la Pasión es para dar a Dios lo que le debemos y para dar a todos el  perdón y las gracias necesarias]. Por eso la vida de quien toma parte en las penas de mi Pasión contiene  esos mismos significados; y no sólo, sino que toma la misma forma de mi Humanidad y, estando mi  Humanidad unida a mi Divinidad, también el alma que participa en mis penas está en contacto con la  Divinidad y puede obtener lo que quiere. Más aún, sus penas son como llaves para abrir los tesoros  divinos [Es decir, el sufrir no basta y no sirve de nada si no está unido al de Jesús]. Y eso mientras vive  acá abajo, y después le está reservada también en el más allá, en el Cielo, una gloria especial que le es  dada por mi Humanidad y por mi Divinidad, de forma que se asemeja a mi misma luz y gloria, y una  gloria más especial para toda la corte celestial, que recibe por medio de esa alma, por lo que Yo le he  comunicado; porque cuanto más se asemejan las almas a Mí en las penas, tanta mayor luz y gloria  saldrá de dentro de la Divinidad, y por tanto toda la corte celestial participará en esa gloria”. (Vol. 4°,  8.2.1902) 

Y Luisa dice: “Viendo sufrir a mi amado Jesús como durante la Pasión, le he dicho: “Señor, ¿no  estabas cansado de sufrir tantas diferentes penas?” y El: “No, sino que un sufrimiento excitaba más el  deseo de sufrir otro. Esos son los modos del sufrir divino; y no sólo, sino que en el padecer y en el obrar  no mira más que al fruto que produce lo que recibe. En mis llagas y en mi sangre Yo veía las naciones  salvadas, el bien que recibían las criaturas, y mi Corazón en lugar de sentir cansancio sentía alegría y  ardiente deseo de sufrir más. Eso es signo de que lo que se sufre es participación en mis penas: si une el  padecer y la alegría de padecer más, si en su obrar lo hace por Mí, y si no se fija en lo que hace, sino  en la gloria que da a Dios y el fruto que obtiene”. (Vol. 5°, 19.3.1903)  

Vemos por tanto cuánto es importante el uso que hacemos del sufrir y con qué intención, así como  cualquier otra cosa: si es por amor a Jesús y para obtener con El gracias para nuestros hermanos, o si es  sólo impaciencia y amargura en el sufrir, pensando sólo en nosotros mismos.  

Al encarnarse, Jesús ha concebido como su Cuerpo Místico a todas las almas, y cada uno de nosotros  (menos el alma inmaculada y santa de su Madre) le hemos dado nuestra situación de pecado con todas  sus consecuencias de debilidad, de dolor y de muerte. El primer volumen de Luisa empieza con la  Novena de Navidad, que muestra como en el Corazón de Jesús la Pasión empezó desde el primer  momento que se encarnó: 

“Cada alma concebida me trajo el peso de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor  me ordenó que me hiciera cargo de cada una; y no sólo concebí las almas, sino también las penas de  cada una, la satisfacción que cada una de ellas debía darle a mi Padre Celestial. Así que mi Pasión fue  concebida junto conmigo”.

Jesús habría deseado sufrir la Pasión, no sólo un día, sino todos los días, para poner fin a todos los  pecados y castigos y salvar a todas las almas. Hubiera bastado una gota de su Sangre o una lágrima, más  aún, habría sido suficiente quererlo, pero en su Humanidad se resignó a no hacerlo, con sumo dolor, para  respetar nuestro libre albedrío y darnos el poder merecer, respondiendo libremente a su Amor:  

“Hija mía, mi Humanidad, siendo Hombre y Dios, veía presentes todos los pecados, los castigos,  las almas perdidas; hubiera querido meter todo eso en un solo punto y destruir pecados y castigos, y  salvar las almas; así que habría querido sufrir no un día de Pasión, sino todos los días, para poder  contener en Ella todas esas penas y evitarlas a las pobres criaturas”. (Vol. 6°, 13.11.1904) 

“Hija mía, Yo no me ocupaba de mis sufrimientos, sino de la finalidad de mis penas, y como en mis  penas veía cumplida la Voluntad del Padre, sufría y en mi mismo sufrir encontraba el más dulce  descanso, porque hacer la Voluntad Divina contiene este bien, que mientras se sufre se halla el mejor  reposo; y si se goza y ese gozar no es querido por Dios, en ese mismo gozar se encuentra el tormento  más atroz. Es más, cuanto más me acercaba al final de las penas, deseando cumplir en todo la Voluntad  del Padre, así me sentía más liberado y mi descanso se hacía más bello. ¡Oh, qué distinto es el modo  que tienen las almas! Si sufren o si hacen algo no piensan en el fruto que pueden obtener, ni en cumplir  la Voluntad Divina; se concentran por entero en eso que hacen y, no viendo los bienes que pueden ganar  ni el dulce descanso que lleva la Voluntad de Dios, viven fastidiadas y atormentadas y huyen lo más  posible del sufrir y del obrar, creyendo hallar descanso, y quedan más atormentadas que antes”. (Vol.  6°, 20.05.1905) 

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús, especialmente lo que sufrió en el Huerto.  Me he visto toda sumergida en Jesús y El me ha dicho: “Hija mía, mi primera pasión fue el Amor,  porque el hombre, al pecar, el primer paso que le hace dar en el mal es la falta de amor; por eso, faltando  el amor, cae en la culpa. Por tanto el Amor, para desquitarse en Mí de esa falta de amor de las criaturas,  me hizo sufrir más que a todos, casi me trituró, más que bajo una prensa... Me dió tantas muertes por  cuantas criaturas reciben la vida. El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la Gloria de  Dios; y el Padre, para recuperar la Gloria negada por las criaturas, me hizo sufrir la pasión del pecado,  es decir, que cada culpa me daba una pasión especial. Si la Pasión fue una, la del pecado fueron tantas  pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo, y así se rehizo la Gloria del Padre. El  tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre; y por eso quise sufrir la Pasión por  mano de los Judíos, o sea, mi tercera pasión, para devolver al hombre la fuerza perdida. Así que con la  pasión del Amor se rehizo y se puso en su justo nivel el Amor, con la pasión del pecado se rehizo y se  puso en su nivel la Gloria del Padre, con la pasión de los Judíos se niveló y se rehizo la fuerza de las  criaturas. Todo eso lo sufrí en el Huerto. Fue tal y tan grande el sufrimiento, las muertes que sufrí, las  angustias atroces, que habría muerto de verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado, de que Yo  muriera”. (Vol. 11°, 22.01.1913) 

¿Pero por qué fue necesaria la Pasión de Jesús? Porque ‒como dijo S. Teresa de Calcuta‒ “el amor,  si no hace sufrir, ¿qué amor es?” El amor exige correspondencia de amor. Y Dios, que es infinito Amor,  que es infinito en su sentir, viendo que el hombre le niega el amor, lo ignora, lo desprecia e incluso lo  ofende y por eso su criatura amada es infelíz, se destruye ella misma y se condena, no es insensible y su  Amor se llena de dolor. Es un infinito misterio. Pero como su Naturaleza Divina es pura Felicidad, no  puede experimentar el dolor, y para sentirlo ha querido servirse de una naturaleza creada, la Naturaleza  Humana del Verbo Encarnado. Y Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, “signo de contradición” (Lc 2,34), ha vivido el recíproco dolor de Dios y del hombre, ha dado todo el Amor de Dios al mundo y  se ha presentado con todos los pecados del mundo ante el Padre, para dar perfecta reparación y respuesta  de amor a Dios. 

Por tanto, el fin de la Pasión de Jesús ha sido rehacer al hombre, reparar todos los vínculos y las  relaciones de amor de cada uno de nosotros con Dios. Poner de nuevo al hombre “en el orden, en el puesto y en la finalidad para la que Dios lo había creado”.  

“La Redención podría decir que me costó poco; habría bastado mi Vida externa, las penas de mi  Pasión, mi ejemplo, mi palabra; la habría realizado enseguida. Pero para formar el gran proyecto de la  voluntad humana en la Divina, para atar todas las relaciones y vínculos rotos por ella, tuve que poner  todo mi interior, toda mi Vida oculta, todas mis penas íntimas, que son mucho más numerosas y más  intensas que mis penas externas y que todavía no son conocidas”. (Vol. 16°, 13.08.1923)