Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Hijos de Dios: un Corazón nuevo y un Espíritu nuevo
Mayo 23, 2024+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, la fiesta de la Stma. Trinidad nos atañe, porque Dios nos ha creado para que seamos para El hijos en el Hijo, con el Corazón, el Espíritu y la mentalidad del Hijo, que nos sintamos hijos y vivamos como tales. Eso es su Reino, el Reino de su Voluntad. +
Queridos hermanos, acabamos de celebrar la fiesta del Espíritu Santo: ¿un recuerdo? ¿Una conmemoración litúrgica? ¿Pero nos damos cuenta de que El es el que nos da la Vida? Después de Pentecostés, este próximo domingo celebramos la gran fiesta de la Stma. Trinidad. Dios es purísimo Espíritu, un solo Ser, único, indivisible, en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El nombre de la Tercera Persona indica el Ser Divino. Si el Padre representa su Voluntad (lo que es) y el Hijo su Conocimiento o Sabiduría (como es), el Espíritu Santo representa su Querer Divino (lo que hace, o sea, representa su Amor). El Padre es el que ama, el Amante, el Hijo es el Amado yel Espíritu Santo es el Amor. Aman con un solo Corazón. ¡Y nos aman con su mismo Amor! El Amor pide respuesta de amor. Esta revelación de Dios nos atañe, ya que nos ha creado, nos ha redimido y nos da la Vida, porque quiere que formemos parte de la “Familia” Divina como hijos por Gracia, unidos al Hijo. Mirandole a El, el Padre nos ha visto a nosotros, nos ha amado, nos ha querido y nos ha creado; por eso el Señor ha dicho: “vosotros daréis testimonio de Mí, porque estais conmigo desde el Principio” (Jn 15,27). Y ahora, justamente, el Padre mirándonos a nosotros quiere ver en todo a su Hijo. ¡Quiere que su eterna Fiesta sea nuestra Fiesta!
Dios nos ha creado a su imagen, dándonos inteligencia, memoria y voluntad, no para estar oculto y desconocido, como no nos ha dato los ojos para dejarnos a oscuras; ha querido que lo conozcamos y se manifiesta cada vez más: eso es propio del amor, es propio de quien ama, para compartir con nosotros todo lo que es suyo. Eso hace el amor: manifestarse y comunicarse. Así hace el Señor, poco a poco, se adapta a nuestra pequeña capacidad y por cada gracia, que a cada momento nos da, espera nuestra respuesta de atención, de fidelidad y deseo para añadir otra. Así debería crecer nuestra vida. Dios tiene ante El toda la historia, todos los tiempos, como si fueran un solo punto, todo está presente para El; por eso ve en el Hijo a la entera humanidad como si fuera una sola persona, igual que considera la edad en cada ser humano y su personal capacidad. En su Hijo Encarnado quiere vernos a todos sus hijos.
El Ser Divino, un solo Dios Creador de todo lo que existe, único e indivisible, es a la vez Tres Personas distintas (que podríamos decir “recíprocas”). Ese conocimiento de Dios tiene que ver con nuestra vida, con nuestra felicidad. Por eso Jesús dijo al Padre: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a Tí. Porque Tú le has dado poder sobre todo ser humano, para que El dé la vida eterna a todos los que Tú le has dado. Y la vida eterna es que Te conozcan a Tí, el único verdadero Dios, y Aquel que has mandado, Jesucristo” (Jn 17,1-3). Y Jesús, una vez cumplida la Redención, se apareció a María Magdalena y le dijo: “Ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17)
“Carísimos, nosotros desde ahora somos hijos de Dios, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Mas sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque lo veremos tal como El es” (1aJn 3,2). No es suficiente saber que somos hijos de Dios, hace falta tener corazón de hijos, es más, el Corazón mismo del Hijo, mentalidad y amor de hijos. Por eso dijo a través del profeta Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo, os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en vosotros y os haré que vivais según mis decretos y os haré observar y poner en práctica mis leyes” (Ez 36,26-27)
“Todos los que son movidos por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de siervos para volver a caer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos por el que clamamos: «¡Abbà, Padre!». El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo, si en verdad participamos en sus padecimientos para tomar parte también en su gloria” (Rom 8,14-17)
Recordemos la parábola “del hijo pródigo”. Más bien se debería llamar la parábola “del Padre”.
En realidad eran dos hijos: dos mentalidades y dos comportamientos muy distintos, ¡pero qué lejos del Padre! No lo conocían. El más pequeño, sin amor, ingrato, mundano, quiso vivir “su vida” y se fue de casa… Cuando experimentó la miseria se acordó del Padre y pensó volver no por amor, sino por interés, esperando ser admitido como el último de los siervos… ¡Qué dolor para el Corazón del Padre! El Amor paterno venció el egoismo y el temor del hijo. Ese “hijo pródigo” regresó.
El otro hijo, que había permanecido en casa, no regresó, “se enojó y no quería entrar. El padre salió a llamarlo, pero él respondió a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo y nunca he faltado a tus mandatos, y tú nunca me has dado un cabrito para una fiesta con mis amigos. Pero ahora que ha vuelto ese hijo tuyo que ha consumido su fortuna con prostitutas, para él has matado el ternero cebado. Le respondió el padre: Hijo, tú estás siempre conmigo y todos mis bienes son tuyos” (Lc 15,28-31)
Esos dos hijos representan dos mentalidades y dos espíritus, aparentemente tan contrarios entre sí, pero tan lejanos de sentirse hijos y de conocer de verdad al Padre. Son como otras dos figuras: el fariseo y el publicano: “El fariseo, en pie, oraba para sí: ¡Oh Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como ese publicano! Ayuno dos veces en la semana y pago el diezmo de cuanto poseo. El publicano se quedó lejos, no se atrevía a levantar los ojos al cielo y se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios, ten piedad de mí, pecador!”, y Jesús concluye: “Os digo que éste volvió a su casa justificado, y no el otro, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 18,11,14).
“Los fariseos y escribas interrogaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no se comportan según la tradición de los antiguos, sino que comen con manos impuras?». Y El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos. Dejando de lado el mandamiento de Dios, os aferráis a las tradiciones humanas».” (Mc 7,5-8)
A Dios no le sirven los siervos. Son inútiles por definición. El quiere hijos. Ante El, perfectamente Justo, no sirve ser legalistas, fiscalistas, puntillosos, llevando cuenta de todo, como para decirle: “tanto he hecho y tanto me debes”. Es verdad que debemos ser fieles en todo, más aún ‒como Jesús dice‒ “perfectos como el Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48), ¿pero dónde está el corazón? “No el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la Voluntad del Padre mío que está en los cielos” (Mt 7,21). Por eso el Señor le dice a Luisa (Vol. 12°, 14.8.1917):
“Hija mía, Yo no hacía más que entregarme a la Voluntad del Padre; de modo que, si pensaba, pensaba en la mente del Padre, si hablaba, hablaba en la boca y con la lengua del Padre, si obraba, oobraba en las manos del Padre; hasta el respiro, respiraba en El, y todo lo que hacía era ordenado como El quería, así que podía decir que mi vida la vivía en el Padre y Yo era el portador del Padre, porque del todo dentro de su Querer y nada hacía por mi cuenta. Lo principal para Mí era la Voluntad del Padre. Por eso no me fijaba en Mí mismo, ni por las ofensas que me hacían Yo interrumpía mi camino, sino que cada vez más volaba a mi centro; y mi vida natural terminó cuando en todo cumplí la Voluntad del Padre.
Así tú, hija mía, si te entregas a mi Voluntad, ya no te preocuparás de nada. Mi misma privación, que tanto te hace sufrir y te consume, poniendola en mi Voluntad hallará el sostén, mis besos escondidos, mi vida en tí, vestida de tí. En tu mismo palpitar sentirás el Mío, ardiente y dolorido, y si no me ves, me sientes. Mis brazos te estrechan, ¿y cuántas veces no sientes mi movimiento, mi aliento refrigerante, que refresca tus ardores? Tú sientes todo eso, y cuando tratas de ver quién te ha estrechado, quién te alienta, y no me ves, Yo te sonrío y te beso con los besos de mi Querer, y me escondo aún más en tí para sorprenderte de nuevo y para que des un salto más en mi Voluntad. Por eso, no me des tristeza con afligirte, sino déjame obrar. Que el vuelo de mi Querer no se detenga nunca en tí, porque si no bloquearías mi vida en tí, mientras que viviendo de mi Querer Yo no encuentro obstáculo y hago que mi vida crezca y se desarrolle como quiero”.
Para concluir, San Pablo nos dice: “Mientras el heredero es menor, aun siendo dueño de todo, no difiere del siervo, sino que depende de tutores y curadores, hasta el tiempo (el fin de los tiempos) establecido por el Padre. De igual modo nosotros, mientras fuimos niños vivíamos en servidumbre, bajo los elementos del mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de la Mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción. Y por ser hijos Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abbà, Padre! De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, eres también heredero por Voluntad de Dios” (Gál 4,1-7). ¡Que El nos dé un Corazón nuevo y un Espíritu nuevo!