Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Fiesta del Padre Divino


Agosto 7, 2023

+ ¡Ave María! 

Queridos hermanos, el Padre Divino ha pedido con infinita humildad una fiesta para recordarlo, indicando el 7 de Agosto. El conocimiento del Padre coincide con vivir  nosotros el espíritu de hijos, más aún, el Espíritu del Hijo. Todo parte del Padre y todo ha  de volver al Padre, de esta manera. + 


Queridos hermanos, el eterno Proyecto Divino, al cual nos ha concedido poder asomarnos  por un momento, lógicamente parte de Dios y concluye en Dios. El hombre viene de Dios y debe  regresar a Dios. Esta serie de homilías y de meditaciones semanales podría prolongarse sin  límites, porque la Verdad y el Amor de Dios no tiene límites, pero comprendemos que todos  estos temas son en realidad uno solo y con este encuentro de hoy consideramos completado  nuestro “recorrido”. Sin embargo espero que el Señor nos conceda continuar nuestras catequesis semanales, hasta cuando El quiera. Y cuando no será posible nuestro contacto de esta forma, el  Espíritu Santo seguirá teniendonos unidos y conectados aún más fuertemente. 

La serie de nuestras meditaciones, nuestro “recorrido” empezó contemplando la Maternidad Divina di Maria. Prosiguió con la Epifanía o manifestación de Jesús y con la primera presentación  “oficial”, podemos decir, de las Tres Divinas Personas de Dios en el Bautismo de Jesús en el  Jordán. 

En aquella ocasión el Padre Divino hizo oir su voz: Este es mi Hijo, el Amado, en el que  me complazco”, y de nuevo durante su Transfiguración en el monte Tabor. Si el Hijo es “el Amado”, el Padre es Aquel que ama, “el Amante”, y el Espíritu Santo es “el Amor”, su recíproco  infinito Amor, en el que se realiza su absoluta unidad y unicidad. Por esto Jesús dice “el que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir: Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo  soy en el Padre y el Padre es en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las hablo de Mí mismo; el  Padre que mora en Mí, hace sus obras. Creedme: Yo soy en el Padre y el Padre es en Mí; si no por otra cosa, creedlo por las mismas obras” (Jn 14,9-11). 

Jesús dijo al Padre en la última Cena: “esta es la vida eterna: que te conozcan a Tí, el único  Dios verdadero, y Aquel que Tú has mandado, Jesucristo” (Jn 17,3), conocerlo por experiencia  íntima, personal: una gracia, una felicidad que supera cualquier otra.  

Pero el Padre no es amado porque no es conocido. ¡Qué dolor para su Amor! ¡Ignorado y no  amado por sus mismos hijos! El es Padre, pero los hijos (que lo son por el Bautismo que los ha  incorporado a Cristo) no viven como hijos, aún no tienen espíritu de hijos, más aún, del Hijo,  sino un espíritu de siervos, están todavía en el Antiguo Testamento, inmaduros, con una mentalidad que los tiene a distancia de Dios, incluso “respetuosamente” a distancia. A tanta  distancia su pensamiento y su corazón… En el mejor de los casos tienen temor de Dios, que no es el “santo temor” de perderlo, de disgustarle y ofenderle (lo cual es un don del Espíritu Santo),  a parte el hecho de que “santo temor de Dios” es también lo que su Amor siente, de poder perder un hijo, o que simplemente se haga un daño… ¿Y dónde está el amor que se le debe a su Amor?  

El conocimiento del Padre coincide con vivir nosotros el espíritu de hijos, más aún, el  Espíritu del Hijo. Lo dice San Pablo: “Los que son movidos por el Espíritu de Dios, esos son  hijos de Dios. Y no habéis recibido un espíritu de siervos para recaer en el temor, sino que  habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos por el que clamamos: «¡Abba, Padre!». El Espíritu  mismo da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también  herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo, si tomamos parte en sus sufrimientos para  compartir también su gloria” (Rom 8,14-17) 

“Todo concurre al bien de aquellos que aman a Dios, que han sido llamados conforme a su  designio. Porque a los que desde siempre ha conocido los ha predestinado a ser conformes con  la imagen de su Hijo, para que sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,28-29)

Pero, en concreto, ¿en qué consiste tener el espíritu de hijos y vivir como tales, de tal  manera que, como decimos en el Padrenuestro, “santificado sea (por parte nuestra) su Nombre” de Padre?  

La respuesta la da el Señor a Luisa Piccarreta (Vol. 20°, 22.12.1926):  

“Hija mía, ¿cuál es la finalidad por la que quieres que mi Voluntad se cumpla en ti y sea  conocida por todos?Y yo: “Lo quiero porque Tú lo quieres, lo quiero para que se establezca  el orden divino y tu Reino en la tierra, lo quiero para que la familia humana ya no viva como  extraña para Ti, sino que se vincule de nuevo a la Familia Divina, en la que tuvo su origen”.  

Y Jesús, suspirando, ha añadido: “Hija mía, tu finalidad y la mía son una sola. Cuando  un hijo tiene la misma finalidad del Padre, quiere lo que el Padre quiere, no vive nunca en  casa de otros, trabaja en los campos de su Padre; si encontrandose con otros habla de la  bondad, del ingenio, de los proyectos grandes de su Padre, de ese hijo se dice que ama, que es  copia perfecta de su Padre, que se ve claramente por todas partes que pertenece a esa familia,  que es hijo digno de llevar con honor en sí la generación de su Padre. Así son los signos que  muestran que se pertenece a la Familia Celestial: tener mi misma finalidad, querer mi misma  Voluntad, vivir en Ella como en casa propia, trabajar para hacerla conocer. Si habla, no sabe  hablar más que de lo que se hace y se quiere en nuestra Familia Celestial. Se conoce claramente  por todo y con razón, con giustizia y con derecho, que es hijo que Nos pertenece, que es uno de  nuestra Familia, que no ha degradado su origen, que conserva en sí la imagen, el  comportamiento, las maneras, la vida de su Padre, de Aquel que lo ha creado. Así que tú eres  una de mi Familia, y cuanto más haces conocer mi Voluntad, tanto más te distingues ante el  Cielo y la tierra que eres una hija que Nos perteneces. Por el contrario, cuando uno no tiene  la misma finalidad, vive poco o nada en el palacio de nuestra Voluntad, va siempre vagando,  una vez en una casa, otra vez en un mísero tugurio, va siempre vagando a la intemperie de las  pasiones, haciendo cosas indignas de su familia; si trabaja lo hace en campos de extraños; si  habla nunca se oye de sus labios el amor, la bondad, la sabiduría, los grandes fines de su  Padre, de manera que en todo su comportamiento no se ve para nada que pertenece a su  familia, ¿se puede decir que sea hijo de su familia? Y si proviene de ella, es un hijo degenado,  que ha roto todos los vínculos y las relaciones que lo unían a su familia. Por eso, sólo quien  hace mi Voluntad y vive en Ella se puede decir hijo mío, miembro de mi Familia Divina y  Celestial. Todos los demás son hijos degenados y como extraños para nuestra Familia. Por  eso, cuando tú te ocupas de mi «Fiat» Divino, si hablas, si te paseas en El, Nos pones de fiesta,  porque sentimos que es una que Nos pertenece, que es la hija nostra, que habla, pasea, trabaja  en el campo de nuestro Querer, y a los hijos se les dejan las puertas abiertas; ninguna estancia  se les cierra, porque lo que es del Padre es de los hijos y en los hijos se pone la esperanza de  la larga generación del Padre. Así Yo he puesto en ti la esperanza de la larga generación de  los hijos de mi eterno «Fiat».”  

San Juan ya lo había anunciado en su primera carta: “¡Qué gran amor nos ha tenido el Padre  para hacer que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos realmente! El motivo por el que el  mundo no nos conoce es porque no lo ha conocido a El. Carísimos, nosotros desde ahora ya  somos hijos de Dios, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Lo que sabemos es que  cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos así como El es” (1aJn  3,1-3).  

Pues bien, el Padre ya se manifestó personalmente en 1932 por medio de otra gran mística  de nuestro tiempo, la Madre Eugenia Elisabetta Ravasio (y fue reconocido y aprobado por la  Autoridad de la Iglesia), pidiendo que sus hijos se acuerden de El no sólo como Señor y Creador,  sino como Padre amantísimo que es, siempre a nuestro lado; porque no basta ser hijos de Dios  por el Bautismo (“y realmente lo somos”), sino que debemos vivir como tales y ser así  semejantes a El, maduros, como el mismo San Pablo ha dicho: “durante todo el tiempo que el heredero es niño, no es en nada diferente de un esclavo, aun siendo dueño de todo; sino que  depende de tutores y curadores, hasta el término establecido por el Padre (y eso es “el fin de los  tiempos”). Así también nosotros, cuando eramos menores, eramos como esclavos de los  elementos del mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, nacido de la Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que  recibieramos la adopción como hijos. Y que sois hijos lo demuestra el que Dios ha mandado a  vuestro corazón el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino  hijo; y si eres hijo, eres también heredero por Voluntad de Dios” (Gal 4,1-7). 

Debemos tener el espíritu de hijos, más aún, del Hijo, respecto al Padre del Cielo, por lo cual  El mismo ha pedido con infinita humildad que le dediquemos una fiesta, una fiesta que solamente  El, el Padre Divino, no tiene, indicando que le gustaría que fuera el 7 de Agosto. El Padre Divino,  el primero, se ha quedado como el último porque los hombres, sus criaturas, no lo conocen ni lo  aman; también tantos bautizados, por tanto hijos de Dios, aún no tienen el espíritu de hijos.  

En el volumen 33°, el 20.01.1935 Luisa escribe: 

«Mi pobre mente se pierde en el Querer Divino, pero tanto que no sé repetir lo que  comprendo, ni lo que siento en esa celestial morada del FiatDivino; sólo puedo decir que  siento la Paternidad Divina, que con todo amor me espera en sus brazos para decirme: “Estemos  como hija y Padre; ven a gozar de mi ternura paterna, de mis modos amorosos, de mi dulzura  infinita, déjame que te sea Padre. No hay gusto más grande para Mí, que poder realizar mi  Paternidad, y tú ven sin miedo, ven y dame tu filiación, dame el amor, la ternura de hija. Siendo  mi Voluntad una sola con la tuya, a Mí me da la Paternidad para contigo y a ti te da el derecho  de ser hija”. ¡Oh Voluntad Divina, cuán admirable y potente eres! ¡Sólo Tú tienes el poder de  unir cualquier distancia y desemejanza con nuestro Padre Celestial! Me parece que eso es  precisamente vivir en Ti: sentir la Paternidad Divina y sentirse hija del Ser Supremo. Pero  mientras mi mente se llenaba de tantos pensamientos sobre Ella, mi dulce Jesús, haciéndome  su breve visita, me ha dicho: “Hija mía bendita, eso es precisamente vivir en mi Voluntad:  adquirir tú el derecho de hija y adquirir Dios la supremacía, la autoridad, el derecho de  Padre. Sólo ella sabe unir Uno y otra y formar una sola vida…”» 

Ya es hora que pasemos del espíritu de siervos al de hijos, del temor o del interés a la  confianza y al amor. Es el tema de todo el Evangelio. ¡Vivir para el Padre, ser gloria y triunfo  del Padre! ¿Cuándo será finalmente la gran fiesta del Padre Divino? Empecemosla nosotros:  

“Padre mío, Padre bueno, a Ti me ofrezco, a Ti me entrego; todo lo mío es tuyo, todo lo tuyo es mío, ¡yo soy todo tuyo y Tú eres todo mío!”