Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

"No os dejo huérfanos, voy a prepararos un lugar"


Primera meditación
Agosto 15, 2023

+ ¡Ave María! 

Queridos hermanos, el hombre viene da Dios y después de un breve camino (el  tiempo de la prueba) debe volver a Dios: así ha hecho nuestra Madre. Después de  celebrar su cumpleaños nos preparamos a la gran fiesta del triunfo de su vida en  la tierra: su “dormición” y su Asunción al Cielo + 


Queridos hermanos, hemos celebrado el cumpleaños de nuestra Madre, el comienzo  de su vida, y nos preparamos a festejar con ella la conclusión de su vida en la tierra: su “dormición” y su Asunción al Cielo. 

Después de la Muerte y la Resurrección de su Hijo, María vivió largos años de soledad,  asistida por S. Juan. Por Tradición sabemos que vivió en Asia Menor (en Efeso) y que al final de su vida terrena regresó a Jerusalén (como dicen muchas revelaciones privadas),  donde tuvo lugar su “Dormición o Tránsito” y su Asunción al Cielo. Según Sor Josefa  Menéndez (“Invitación al Amor”, Berruti, Torino 1948, pág.550), y también según lo que  ha manifestado en sus apariciones en El Escorial (Madrid, España), ella tenía 73 años,  habiendo vivido en soledad 25 años después de la Muerte de su Hijo, y su “Dormición”  fue en un Viernes Santo. Fue el tiempo en el que María preparó de un modo especial y fecundó en su Corazón todas las obras, instituciones y carismas que luego la Iglesia habría desarrollado en los siglos, como preparación a la venida del Reino de Dios. Por tanto, al final de su vida, no tocada por achaques, vejez o muerte (por ser  Inmaculada), María, “enferma sólo de amor” irresistible, “se durmió”. La “Dormición”,  celebrada por los cristianos orientales, que conservan esta tradición viva, no es lo mismo  que la muerte (Cfr. Gén. 3,19; Sab. 2,23-24; 1a Tes. 5,23; Rom. 5,12-21). Al tercer día fue llevada en Alma y Corpo glorificado al Cielo (Cfr. Cant. 5,2-8; 2,10-14; 8,5; Apoc.11,19  e 21,1).  

La Asunción de María la han contemplado varios místicos. La escena se podría contar así: el Apostol Juan, vencido por el cansancio y por su profunda pena, al lado del lecho  fúnebre sobre el que reposa el cuerpo apagado de María, que él ha cubierto de flores, de  pronto se despierta: logra ver muchas figuras luminosas y bellísimas de Angeles, que se  llevan el cuerpo a través del techo, que desaparece a su vista mientras caen las flores, en  medio de un alborozo de armonías y de cantos celestiales, y mirandola ve que el cuerpo  se despierta, se levanta, vivo, transfigurado, de una belleza divina, resplandeciente como el sol, y que a su encuentro desciende otra Figura luminosísima, que él bien conoce: su Divino Hijo, fundiendose ambos en un abrazo inefable... Esa figura de luz se hace cada  vez más pequeña, hasta ser como una estrella: la imagen del comienzo de su existencia, la  creación del Alma Inmaculada de María, que salió de Dios, es la misma de su regreso a  Dios en Alma y Cuerpo glorificado... Mientras tanto resuenan sus dulcísimas palabras, las  mismas palabras de su Hijo en la última Cena: “En la Casa de mi Padre hay muchas  moradas... Voy a prepararos un lugar... No os dejo huérfanos, volveré a vosotros. El  mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, porque Yo vivo y vosotros viviréis. Ese  día sabréis que Yo estoy en el Padre...”  

Y sus palabras, las últimas y definitivas: “Haced todo lo que mi Hijo os ha dicho y os dirá...” 

Después de su Asunción, la Vida de la Stma. Virgen no ha terminado. Ella sigue  viviendo, gloriosa, al lado de sus hijos. A menudo se manifiesta en sus “mariofanías” o  “asistencias maternas a la Iglesia”. En aparente silencio, Nuestra Madre habla en todo el  mundo, en cada nación, para recordarnos todas las palabras de su Hijo y llevarnos a El.  Durante este tiempo la Redención ha de ser aplicada a todos los pueblos (Mt. 27,19-20):  en eso consiste la obra de la primera evangelización, y al mismo tiempo se ha de completar  “lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo” que es la Iglesia (Col. 1, 24): es el  misterio de la Corredención. Es decir, la Iglesia debe pasar a través del Misterio Pascual de su Cabeza y Esposo, Cristo, para llevar la salvación a todos los pueblos y para que venga el Reino suspirado (Hechos, 3,20-21), para el cual nos prepara nuestra Madre: es la  obra de la nueva evangelización. 

Por eso Ella dijo a Luisa (“Llamado materno de la Reina del Cielo”): “Yo recorreré  todo el mundo, iré a cada individuo, a todas las familias, a las comunidades religiosas,  en cada nación, a todos los pueblos, y si fuera necesario lo haré durante siglos enteros,  hasta que haya formado como Reina a mi pueblo y como Madre a mis hijos, los cuales conozcan y hagan reinar por doquier la Divina Voluntad”.  

La Stma. Virgen es la Mujer vestida de Sol. Después de su gloriosa Asunción en  Cuerpo y Alma al Cielo, su Vida no ha terminado. Nuestra Madre Stma., glorificada en el  Cielo como su Hijo, está viviendo su Gloria al lado de sus hijos, peregrinos en la tierra.  Las “apariciones marianas” son, por así decir, episodios de su vida, antes aún que de Bernardette Soubirous o de los pastorcitos de Fátima. No son simplemente historias edificantes, útiles para alimentar una cierta piedad popular, sino que forman parte  importantísima de la Vida y del Misterio de la Virgen Stma. como Madre de la Iglesia, en el tiempo que sigue a la Redención, el tiempo que vivimos, de preparación a la “Parusía”  o cumplimiento del Reino de Dios, “así en la tierra como en el Cielo”. El Paraíso o Cielo no es algo que está más allá de las estrellas o de las galaxias, sino sólo más allá de nuestros sentidos. Es una maravillosa dimensión, a la cual podemos acceder ahora sólo mediante la Fe, la Esperanza y la Caridad, que constituyen la  Comunión de los Santos. 

Y nuestra Madre, en su Asunción al Cielo, ya se ha llevado, escritos en su Corazón,  los nombres de todos sus hijos, el retrato de cada uno… ¡Pero cuánto dolor por los que le  van a faltar! ¡Y qué alegría para nosotros, si permanecemos con Ella y en Ella!