Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Ya llega de verdad la Fiesta de Cristo Rey


Noviembre 23, 2023

+ ¡Ave María! 

Queridos hermanos, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de Cristo Rey, instituida en 1925, pero la  “verdadera” Fiesta, su cumplimiento, el Triunfo de Cristo Rey y la manifestación de su Reino, el Reino  de la Divina Voluntad, aún ha de venir, y a continuación se manifestará el Rey en su nuevo “Adviento”,  en su “Parusía” +


Queridos hermanos, este próximo domingo, el último del tiempo litúrgico antes del nuevo Adviento, la Iglesia  celebra la fiesta de Cristo Rey. Pero esto que digo tiene doble sentido y lo explico: es verdad que la Iglesia celebra  esta fiesta litúrgica, instituida en 1925, pero la “verdadera” Fiesta, su cumplimiento, el Triunfo de Cristo Rey y la  manifestación de su Reino, el Reino de la Divina Voluntad, todavía debe venir y a continuación se manifestará  el Rey en su nuevo “Adviento”, en su “Parusía”…, porque ya desde hace un siglo el Señor está presente como  Rey, con este título, más aún, con este modo nuevo, a partir de la primera criatura llamada a tener como vida la  Divina Voluntad, pero todavía se ha de manifestar.  

Debemos comprender bien los tiempos de la historia según Dios.  

Dos son las Venidas del Señor: la primera, como Redentor; la segunda, como Rey.  

Su primera venida como Redentor fue para incorporarnos a El y así hacernos ser hijos de Dios; así reparó la  imagen divina en el hombre. Su segunda venida como Rey es para darnos de nuevo la perdida semejanza divina,  llevando a quien lo acoge “al orden, al puesto que Dios le dió y a la finalidad para la que fue creado”, como El  ha dicho en el título que dió a los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta.  

La primera venida del Señor fue para salvar al hombre, abriendo de nuevo las puertas del Cielo, para que entre  quien quiera. La segunda venida es para salvar el Decreto eterno de su Reino, haciendo descender el Cielo y  renovando así la faz de la tierra.  

Fruto de su primera venida es dar la vida divina de la Gracia, haciendo que el hombre vuelva a ser hijo de Dios  (la primera resurrección, espiritual); fruto de su segunda venida es dar a este hombre en Gracia la posesión de su  Reino, la plenitud de los bienes de la Creación, de la Redención y de la Santificación.  

La primera venida (o “Adviento”) del Señor fue en la “plenitud de los tiempos”. Su segunda venida (o  “Parusía”) es al “fin de los tiempos”, fin de los tiempos de espera y llegada del Tiempo tan esperado, fin de los  tiempos de angustia y llegada del tempo del cumplimiento del Reino, como dijo San Pedro: “Arrepentíos y  cambiad vida, para que sean cancelados vuestros pecados y así puedan llegar los tiempos de la consolación por  parte del Señor y El envíe Aquel que os había destinado como Mesías, Jesús. El debe ser acogido en el Cielo hasta  los tiempos de la restauración de todas las cosas(Hechos, 3,19-21).  

Por eso los tiempos de la historia van ‒ del comienzo de los tiempos o comienzo del mundo a la plenitud de  los tiempos; ‒ desde la plenitud de los tiempos hasta el fin de los tiempos, ‒ y desde el fin de los tiempos  hasta el fin del mundo (o de la historia). Son los mismos momentos de la S. Misa y corresponden: -al comienzo,  -a la Consagración, -a la Comunión y -a la benedición final.  

Entre los dos últimos momentos ha de haber un tiempo glorioso, de muchos siglos, en que se ha de cumplir el  Reino de Dios prometido en el Padrenuestro, el Reino de su Voluntad “en la tierra como en el Cielo”. El  Apocalipsis lo llama “el Milenio”, que aún no ha llegado. Imagen del cual fueron los cuarenta días que Jesús  Resucitado, glorioso, quiso estar en la tierra antes de su Ascensión al Cielo. Es lamentable que muchos, a causa  de una antigua herejía (el “milenarismo” en sus varias formas) acerca del modo, hayan negado el hecho e ignorado  el tiempo del Reino prometido (“el Milenio”), confundiendolo con la historia de la Iglesia como se ha desarrollado  en estos veinte siglos, o bien interpretandolo como en el más allá, confundiendo el fin de los tiempos con el fin  del mundo.  

¿Qué cosa es el Reino de Dios? El Reino de Dios es lógicamente la Iglesia, pero atención: no como pensamos  nosotros. Jesús lo ha comparado a una semilla de mostaza (Mt 13,31-32) que crece hasta alcanzar su pleno  desarrollo. Y lo explica en el Volumen 15° de los Escritos de Luisa Piccarreta (el 28.11.1922):  

“Hija mía, mi Voluntad es principio, medio y fin de cada virtud; sin el gérmen de mi Voluntad no se puede decir  verdadera virtud. Ella es como la semilla de la planta, después de que ha hundido sus raíces bajo tierra, cuanto más  profundas son, tanto más alto se forma el árbol que la semilla contiene. Así que primero está la semilla; esta forma  las raices; las raices tienen la fuerza de liberar de debajo de la tierra la planta y, al hacerse profundas las raices, así  se forman las ramas, las cuales van creciendo tan altas que forman una bella corona, la cual será la gloria del árbol,  que produciendo abundantes frutos, será la utilidad y la gloria de Aquel lo sembró.  

Esa es la imagen de mi Iglesia. El germen es mi Voluntad, en que nació y creció, pero para crecer el arbol  necesita tiempo, y para dar fruto algunos árboles necesitan siglos. Cuanto más preciosa es la planta, tanto más  tiempo hace falta. Así es el árbol de mi Voluntad: siendo el más precioso, el más noble y divino, el más alto,  necesitaba tiempo para crecer y dar a conocer sus frutos. Así que la Iglesia ha conocido el germen, y no hay  santidad sin él; después ha conocido las ramas, pero siempre en torno a este árbol se ha estado. Ahora debe 

conocer los frutos para alimentarse y gozar de ellos, y eso será toda mi gloria y mi corona, y de todas las  virtudes y de toda la Iglesia.  

Ahora, ¿de qué te extrañas, que en vez de manifestar antes los frutos de mi Querer, los he manifestado a tí  después de tantos siglos? Si el árbol no se había formado todavía, ¿cómo podía hacer conocer los frutos? Todas  las cosas son así. Si se debe hacer un rey, no se corona al rey si primero no se forma el reino, el ejército, los  ministros, el palacio; por último se le corona. Y si se quisiera coronarlo sin formar el reino, el ejército, etcétera,  sería un rey de burla. Ahora, mi Voluntad había de ser corona de todo y cumplimiento de mi Gloria por parte  de la criatura, porque sólo en mi Voluntad puedo decir «todo he cumplido», y Yo, viendo cumplido en ella todo  lo que quiero, no sólo le hago conocer los frutos, sino que la alimento y la hago llegar a tal altura que supere a  todos. Por eso deseo tanto y tengo tanto interés de que los frutos, los efectos, los bienes inmensos que hay en mi  Querer y el gran bien que el alma recibe con vivir en El sean conocidos. Si no se conocen, ¿cómo se pueden  desear? Mucho menos puede alimentar. Y si Yo no hiciera conocer el vivir en mi Querer, qué significa, qué  valores tiene, faltaría la corona a la Creación, a las virtudes, y mi Obra sería una obra sin corona. ¿Ves  entonces cuán necesario es que todo lo que te he dicho sobre mi Querer se haga público y sea conocido, así  como la razón por la que tanto te insisto y te parece que te hago salir de lo normal de los demás? Haciendo que  después de su muerte sean conocidos ellos y las gracias que les he dado, contigo permito, aún viva, que lo que  te he dicho de mi Querer sea conocido. Si no se conoce no será apreciado ni amado. El conocimiento será come  el abono al árbol, que hará madurar los frutos, de los cuales, bien maduros, se alimentarán las criaturas…  ¿Cuál ha de ser mi contento y el tuyo?”  

La Redención ha sido la condición indispensable para que venga el Reino de Dios. En la parábola del “hijo  pródigo” está indicada en el abrazo con el Padre, que ha venido a su encuentro en la persona del Salvador. El  regreso a la Casa paterna, de donde el hombre se fue con el pecado original, representa el cumplimiento del Reino.  

Por tanto el Reino tiene dos dimensiones: como preparación, la Redención precede el cumplimiento de la  Divina Voluntad sobre la tierra, del mismo modo como reina en el Cielo.  

De estas dos fases dice San Pablo: “Por todo el tiempo que el heredero es niño, no es en nada diferente de un  esclavo, aunque es dueño de todo; pero depende de tutores y educadores, hasta el tiempo establecido por el Padre.  Así también nosotros cuando éramos niños, éramos como esclavos de los elementos del mundo. Pero cuando llegó  la plenitud del tiempo, Dios mandó a su Hijo, nacido de la Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que  estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción como hijos. Y que somos hijos lo demuestra el hecho de  que Dios ha mandado en nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que exclama: ¡Abbá, Padre! Por tanto ya no  eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por Voluntad de Dios” (Gál 4,1-7).  

En la plenitud de los tiempos el Hijo se ha encarnado y nos ha redimido para hacer que fuéramos hijos. Sin  embargo, estos hijos todavía menores se comportan come los siervos, tienen mentalidad de siervos y como tales  son tratados, “hasta el tiempo” establecido, o sea, hasta que llega el tiempo de ser maduros, de pensar y sentir  como el Hijo: ¡eso es “el fin de los tiempos”, los tiempos de espera y la llegada del tiempo del Reino tan esperado!  

Eso es el Reino, tener espíritu de hijos, más aún, del Hijo, como anunciado por el profeta Ezequiel (36,26-27):  “os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo, os quitaré el corazón de piedra y os daré un  corazón de carne. Pondré mi Espíritu dentro de vosotros”. ¡Tener con el Padre la familiaridad, la confianza, el  amor que Jesús tiene con El! ¡Sentirnos hijos y hacer que con nosotros Dios se sienta Padre! Hasta poder decirle  con Jesús: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10).  

Eso es el Reino de Dios, que su Voluntad tenga cumplimiento. En Dios, en las tres Divinas Personas, el Padre,  el Hijo y el Espíritu Santo, se cumple perfectamente: es su Vida, la sustancia de su Ser Divino, de su gloria y  felicidad, la sustancia de sus infinitos atributos, la fuente de su Amor.  

Ese es el Reino preparado para nosotros “desde la creación del mundo” (Mt 25,34). De hecho, Dios es “el  Señor”: El reina en el Cielo. Pero aquí en la tierra ha tenido que venir el Hijo de Dios para hacer que el Padre  pueda tener su Reino, precisamente en la tierra.  

Hablando de El, Isaías dijo: “Cuando se ofrecerá El mismo en expiación, verá una descendencia, vivirá mucho,  se cumplirá per medio suyo la Voluntad del Señor(Is 53,10). “Por eso, entrando en el mundo, Cristo dice: Tú  no has querido sacrificio ni oferta, pero un cuerpo me has preparado… Entonces he dicho, como de Mí está  escrito en el Libro: héme aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu Voluntad(Heb 10,5-7).  

Por tanto, la Voluntad del Padre ha establecido su Reino en Jesús. Ha dado todos sus atributos y  prerrogativas divinas a su Stma. Humanidad, hasta hacerle ser “perfecto, como el Padre Celestial es perfecto”  (Mt. 5,48). Por tanto, el Reino de Dios es el cumplimiento de su Voluntad. No sólo es que se cumpla lo que El  quiere, sino que Ella sea en la criatura lo que es en Dios, la Vida operante, la fuente de todo bien. Las palabras  “así en la tierra como en el Cielo” son perfecta realidad en Jesús y María: “como es en el Padre así es en el  Hijo”. En nosotros deben ser un deseo ardiente, una invocación incesante, ya que son una Promesa divina.