Meditación

Padre Pablo Martín Sanguiao

Sábado Santo”

Marzo 30, 2024

 


+ ¡Ave María! 

 Queridos hermanos, el Sábato Santo acompañemos a la Stma. Virgen, Madre de Jesús y Madre  nuestra Dolorosa, en el misterio de su Corredención, que de Ella ha de pasar a nosotros, a la  Iglesia + 


Queridos hermanos, el Sábado Santo contemplamos, como decimos en el Credo, la bajada del Señor  a “los infiernos”: los infiernos no son el infierno de los condenados, sino “los lugares inferiores”, es decir,  “el seno de Abrahám” o “Limbo de los justos”, los santos del Antiguo Testamento, que esperaban la  Redención para poder ir al Cielo. Pero hoy sobre todo contemplemos a la Stma. Virgen, Madre de Jesús  y Madre nuestra Dolorosa. 

Junto a la Cruz de Jesús estaba María, su Madre(Jn 19,25)  

Cuando murió Jesús, su Vida no podía morir: siguió viviendo en María. Ella acogió la plenitud de la  Redención y así fue su depositaria, la fuente y el canal por el que se transmite a los hombres. Cuando  murió Jesús, la Redención quedó enteramente depositada, entregada y apoyada en Ella, tanto que, así  como Dios no se encarnó sin Ella, igual es de todo lo demás, que va incluído en la Encarnación.  

Por tanto, también la Resurrección fué obra de Dios y de María: Dios había puesto como condición  indispensable la Fe absoluta de María, su Esperanza y su Amor, es decir, el ejercicio de su Maternidad  divina en el Querer omnipotente de Dios.  

Todo dependía de María Corredentora. “Corredentora” en el sentido de que, sin Ella, no habría  habido Redentor ni Redención.  

Ahora ha llegado el tiempo en que la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ha de completar en su carne  lo que falta a la Pasión de Cristo (Col 1,24). Ahora la Iglesia está viviendo su misterioso Viernes santo,  cada vez más abandonada por muchos de sus discípulos e hijos, y llegará a sentir incluso las tinieblas de  haber abandonado a Dios, mientras el mundo se alegrará creyendola muerta, pero entonces el Señor dirá:  “La niña no está muerta, sino que duerme, y Yo vengo a despertarla” (Mt 9,24). La Iglesia no morirá  porque, como Jesús, seguirá viviendo en María, hasta su Resurrección, hasta la venida del Señor. De  nuevo la Resurrección y el triunfo de la Iglesia vendrán por medio de María. Sin Ella todo se detiene,  nada se obtiene, ni siquiera el triunfo del Reino de Dios, que es el fruto supremo de la Redención. Todo  depende de Ella en cuanto Corredentora.  

María ha hecho ver en nuestro tiempo y en tantos lugares sus lágrimas, lágrimas de sangue... ¿De qué  nos está hablando? ¡De la Pasión! La Stma. Virgen en la Pasión, al pie la Cruz, en el momento que  fue declarada nuestra Madre.  

Aquí hay una verdad de Fe revelada que ha de ser mejor comprendida, una verdad sobre María que  se debe afirmar con fuerza y colocar en la Iglesia como la bandera de la Victoria. El “Fiat” de María en la Anunciación contiene y determina todas las consecuencias, toda su vida  futura. De hecho, el Verbo se encarnó para ser también el Redentor. Lo hizo reuniendo en El a todas las  criaturas y por eso se hizo cargo de todas sus culpas, de todas sus miserias y dolores.  El Verbo se encarnó ya crucificado. Si así no fuera, habría excluido de El a todas las criaturas, todo el  don de amor que el Padre le había preparado. Podríamos decir que se encarnó crucificado y a la vez  resucitado, es decir, hallando la muerte y trayendo la Vida, en María, de María, gracias a María.  Si existen las páginas del Evangelio, se lo debemos al “Fiat” de María. Si conocemos las palabras de  Jesús, es gracias al “Fiat” de María. Si existen las plegarias, las súplicas, las lágrimas de Jesús, es gracias  al “Fiat” de María. Si Jesús pudo pronunciar su “Fiat” al Padre en Getsemaní, es gracias al “Fiat” de  María. Si para nosotros hay Redención y Salvación, es siempre gracias al “Fiat” de María. Para  encarnarse, el Verbo quiso la colaboración de María. Por tanto, en cada cosa de su Vida y de su Misión  de Redentor, ha querido cada vez la participación activa de su Madre.  

“No es bueno que el Hombre esté solo” (Gén 2,18), Dios lo dijo ante todo de su Hijo, lo mismo que de Adán y como todavía antes había dicho: “No es bueno que mi Amor esté solo”.  Esa colaboración de María ha sido mediante la respuesta de un “Fiat” Divino, que Dios le ha pedido,  siempre con el máximo respeto de su libertad. Para cada cosa se lo ha pedido. María siempre ha  obedecido. A cada petición del Amor, María ha respondido con el mismo Amor. En cada cosa Dios le ha  pedido permiso y colaboración y ella ha obedecido: María es “hija de Obediencia, hasta la muerte y  muerte de Cruz” (cfr. Fil 2,8). Entre Dios y María siempre ha habido fiesta: nunca se han negado nada. 

Y así en cada cosa Jesús ha querido que su Madre Le diese la Vida, y para El la Vida es la Voluntad del  Padre. Jesús ha querido que su Madre le pidiera hacerla por obediencia; para cada cosa se lo ha pedido.  María lo ha hecho y Jesús siempre la ha obedecido, para honrar la Voluntad del Padre en ella. También  en eso consiste su colaboración: María es “Madre de Obediencia”, hasta tener que decir un día –sin  necesidad de palabras– para cumplir el Querer del Padre y su Amor: “Hijo mío, sí, vete a cumplir tu  Misión, a hacer tu vida pública..., a tu Pasión, a la Cruz, a salvar a tus hermanos, mis hijos... ¡Y yo, tu  Mamá, vendré contigo!”  

Sólo así María, perdiendo su Vida, la ha hallado (Lc 9,24). Sólo así pudo decir otro día, haciendo  todo lo que hace el Padre: “Hijo mío, Te pido: ¡resucita de la muerte!... ¡MARANATA! ¡Ven, Jesús! Es  mi Amor el que lo pide a tu Amor!” 

Jesucristo había muerto en la Cruz; su Naturaleza humana murió, separandose el Alma de su Cuerpo.  Literalmente murió de pena, de dolor divino, al sentir el abandono del Padre. Pero Jesús es “la  Resurrección y la Vida” (Jn 11,25). Murió, pero su Vida no podía morir; ¿qué pasó con ella? ¿Adónde  fue a parar? La Vida de Jesús, con todas sus penas, con todo su dolor y su Amor, con toda su obra de  Redención ya cumplida, quedó entregada a María, y viva en ella, su Madre. En aquel momento cesó  

en la Humanidad de Jesús, pero siguió viviendo en María... De un modo análogo a su Encarnación:  Jesús vivía en María, su Madre; ella Le daba la Vida y Lo tuvo oculto en ella hasta el momento en que  lo dió a luz. Lo mismo fué en su muerte: la Vida de Jesús estaba en su Madre, ella le daba la Vida en su  Corazón traspasado hasta el momento en que, unida al Padre, lo llamó a la Resurrección. El Amor es  más fuerte que la muerte (cfr. Cant 8,6-7). El Amor materno de María superó la barrera de la muerte,  para ir a por su Hijo y hacerle volver a la vida.  

En la noche de la Pasión, para Jesús se apagó cada estrella y también el Sol del Padre se oscureció,  eclipsado por los pecados del mundo. Una sola estrella nunca lo abandonó: fué su Mamá. Así fué para  María: en la noche de su dolor sin fin, cuando el Sol de su Hijo se había apagado, una estrella le quedó,  su fe heroica. Esa fue “la antorcha” que alumbró a su Hijo el camino del regreso, y su amor fue el aceite  de su lámpara encendida en espera del Esposo. En aquellas interminables horas de agonía, hasta el alba  del tercer día, la obra de su Hijo, el Decreto divino, dependió de la fe, del amor, de la fidelidad de María.  

De nuevo, por María y gracias a María se cumplió el Proyecto divino hasta la Resurrección.  ¡María es Madre de la Resurrección! Sí, para tener vida Jesús quiso la colaboración de su Madre;  y así, para tener de nuevo la Vida en su Resurrección quiso otra vez el “Fiat” de su Madre.  ¡Eso significa ser María Corredentora! Significa ser la que ha recogido y que ha hecho suya,  poniendola a salvo, la Vida de su Hijo, la Obra de la Redención, el Proyecto del Padre.  Significa ser Madre de todo en Jesús y, por consiguiente, ser Madre de todos en Jesús. Al concebir  a Jesús, María nos había concebido en Ella como criaturas y como miembros del Cuerpo Místico de su Hijo. Al pie de la Cruz nos dió a luz como redimidos, como hijos de Dios renacidos a la Vida. María es  la verdadera “Madre de todos los vivientes” (Gén 3,20). Y así como no habríamos existido descendiendo  sólo de Adán, sin Eva, tampoco habríamos sido redimidos por Jesucristo sin la corredención de María.  Si el pecado fué cometido por Adán y Eva, no sólo por Adán (y su caída en cuanto padre genealógico  de la humanidad arrastró a toda su descendencia en la culpa), por igual motivo fué necesario que la  Redención fuera obra del Nuevo Adán, Jesucristo, con la Nueva Eva, María; que al vino de la Sangre de  Cristo se uniese el agua de las lágrimas de su Madre para celebrar la primera Misa. Corredentora significa  que, si hemos sido redimidos, lo debemos también a María, unida a su Hijo. Hay una diferencia esencial,  una distancia absoluta entre la corredención de María y la de la Iglesia: que el Redentor se ha encarnado  y nos ha redimido sin necesidad de nosotros, lo cual no habría sido posible sin María. Ella ha hecho suya  la Vida de Jesús, su Pasión y Morte y su misma Resurrección para dárnosla a nosotros, a la Iglesia.  Cuando Jesús, muerto, fué depuesto de la Cruz en los brazos de su Madre, María sintió entonces los  dolores del parto: “La Mujer, cuando da a luz, está en el dolor, porque le ha llegado su hora; pero cuando  ha dado a luz al niño, ya no se acuerda de la aflicción, por la alegría de que ha venido un hombre al  mundo” (Gv 16,21). María ya veía, en su Hijo muerto, a sus hijos vivos. En sus brazos tenía la Iglesia,  que en aquel momento nacía! En el Calvario revivía de un modo nuevo el misterio de Belén...  Y sin embargo su tribulación no había terminado, su amarguísima Pasión aún había de continuar  hasta la Resurrección. Y bien podemos pensar que “el Getsemaní” de María terminará finalmente  cuando la Iglesia reciba del todo la Redención, que culmina en la Resurrección, para hacerla suya.  Entonces se cumplirá plenamente el triunfo de su Corazón Inmaculado.