Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Preparemos la Navidad, el Nacimiento del Reino

Diciembre 14, 2023

+ ¡Ave Maria!  

Queridos hermanos, Nuestro Señor no existiría sin su Madre, que preparó en sí misma la Navidad, el  Nacimiento de su Hijo, haciéndose representante de toda la humanidad y de todas las criaturas. Y ahora  nos toca a nosotros preparar el Nacimiento de su Reino. + 


Queridos hermanos, cada año tantos preparan la Navidad haciendo un belén: ¿cuánto entra en su vida? Suele  ser una representación exterior, más o menos artística, aun haciendo una representación viviente. A partir del  primer belén, el que hizo San Francisco, se ha vuelto una bella tradición. El que quiere vivir una vida espiritual  seria trata de preparar la Navidad en su propia vida. Ahora Jesús desea vivirla de un modo nuevo, en nosotros,  porque hace 2000 años, cuando nació en Belén, ya nos tenía a todos en El. Era el Enmanuel, el “Dios con nosotros”, con el ardiente deseo de poder ser el “Dios en nosotros”

¿Pero cómo preparó Jesús el belén de su Navidad? Desde la eternidad ha llevado en El, como Verbo Encarnado,  a toda la humanidad, y por eso ha querido que toda la humanidad tomara parte en esa preparación, para Su llegada.  Por tanto, para que viviera el Redentor fue necesario el ardiente deseo y la invocación de todos y, por último, la  participación decisiva de la Stma. Virgen.  

Lo explica el Señor en el volumen 18° de Luisa, el 12 de noviembre 1925: 

“La Sabiduría Eterna suele establecer los actos de la criatura para realizar el bien que quiere hacerle. Así lo  hizo para que viniera la Redención, para la venida del Verbo Eterno, fue necesario que pasaran cuatro mil años,  y en todo ese tiempo había establecido todos los actos que tenían que hacer las criaturas para prepararse y  merecerse el gran bien de la Redención, y todas las gracias y los conocimientos que había de dar la Suprema  Majestad, para hacer conocer el mismo bien que había de traer la venida del Verbo en medio de ellas. Para eso  vinieron los Patriarcas, los Santos Padres, los Profetas y todos los buenos del Antiguo Testamento, que con sus  actos debían preparar el camino, la escalera, para obtener el cumplimiento de la Redención suspirada.  

Pero eso no fue suficiente. Por más que sus actos fueran buenos y santos, estaba el muro altísimo del pecado  original, que mantenía la separación entre ellos y Dios. Por eso hizo falta una Virgen concebida sin pecado  original, inocente y santa, enriquecida por Dios con todas las gracias, la cual hizo como suyos todos los actos  buenos del periodo de los cuatro mil años, los cubrió con su inocencia, santidad y pureza, de modo que la  Divinidad veía esos actos a través de los actos de esta inocente y santa Criatura, la cual no sólo abrazó todos los  actos de los antiguos, sino que con los suyos los superó a todos, y por eso obtuvo la venida del Verbo a la tierra.  Sucedió con todos los actos buenos de los antiguos, como a quien tiene mucho oro y plata, que sobre ese metal  precioso no está acuñada la imagen del Rey, que da valor de moneda a ese metal, por lo cual, aunque tiene de  por sí un valor, no puede decirse que tenga valor de moneda que pueda circular en el reino con derecho de  moneda. Pero supón que ese oro o plata sea adquirido por el Rey y, dandole forma de moneda, acuñase su imagen:  ese oro tendría valor de moneda. Así hizo la Virgen, acuñó su inocencia, su santidad, el Querer Divino que Ella  poseía íntegro, los presentó todos juntos a la Divinidad y obtuvo el Redentor suspirado. Así que la Virgen  completó todos los actos que hacían falta para que el Verbo bajara a la tierra.” 

Y en el 19°, el 13 de septiembre 1926: “…Eso pasó en la Redención: si nuestra Justicia no hubiera hallado  las oraciones, los suspiros, las lágrimas, las penitencias de los patriarcas, de los profetas y de todos los buenos  del Antiguo Testamento, y luego una Virgen Reina que poseía íntegra nuestra Voluntad, que de todo se hizo cargo con tantas plegarias insistentes, haciendose cargo de toda la tarea de satisfacer por todo el género humano, jamás  nuestra Justicia habría cedido a que viniera el suspirado Redentor en medio de las criaturas. Habría sido  inexorable y habría dicho un no tajante a mi venida a la tierra…”  

Así nuestra Madre Stma., podemos decir, tomó de la mano a la entera humanidad separada de Dios por el  pecado, y con la otra mano hizo contacto con Dios y formó “el puente” entre el Cielo y la tierra, “el puente” por  el que ha bajado el Pontífice. Ella se hizo portavoz de toda la humanidad y de toda la Creación para invocar la  venida del Mesías, del Salvador.  

¿Y cómo lo hizo? Ella misma nos lo ha explicado, en particular en el libro de Luisa “La Virgen María en el  Reino de la Divina Voluntad”. Ella ‒su alma‒ fue concebida inmaculada y toda santa en el seno de la Stma.  Trinidad. Como hija ‒podemos decir‒ “era de Casa” y desde el primer momento de su existencia iba en medio de  las Tres Divinas Personas llena de confianza y de amor, atraída por su Amor. Y allí contemplaba en el Corazón  del Padre Divino su Imagine, su Autoretrato viviente, el Verbo Divino, y cada vez más se enamoraba de El. Lo  veía como un “mosaico” vivo, formado por tantos fragmentos como son los atributos y las perfecciones de Dios,  y cada vez tomaba un fragmento y se lo colocaba en su Corazón Inmaculado… Así iba copiando en Ella la Imagen  que veía en el Corazón del Padre, de tal forma que, cuando a la edad de 15 años recibió la Anunciación por medio  del Arcángel Gabriel, y Ella pronunció su divina palabra: “He aquí a la Sierva del Señor, hágase en mí”, en quel  momento completó en su Corazón, con el último fragmento, el Retrato del Hijo de Dios, el cual, al verlo dijo:  “¡…pero si ese Soy Yo! ¡Entonces voy en Persona a darle vida!” Y así fue la Encarnación.

Y empezó la Novena de nueve meses de Navidad. María primero lo concibió en el alma y después en el cuerpo,  primero en su Corazón Inmaculado y luego en su seno virginal, compartiendo todo su Amor Divino y todo su dolor, porque con El y en El nos concibió a todos nosotros, a su Cuerpo Místico, que después dió a Luz, no en  Belén, sino en el Calvario. 

Pero ahora la celebración anual de la Navidad nos habla de otra Navidad, de una nueva venida de Jesucristo al  mundo, no ya como Redentor, sino como Rey para tomar posesión de su Reino. De un modo misterioso, humilde  y escondido, después de que la Iglesia le ha dado el título de Rey en 1925, se puede decir que ha empezado como  una nueva Presencia suya, su Venida, y vivimos, como dice el Sacerdote en la Misa, “esperando la gloriosa venida  de nuestro Salvador Jesucristo: ¡tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor!” En espera que  venga, o sea, que se manifieste, que surja como el Sol, poniendo en fuga las tinieblas y todo el mal que inunda la  tierra. ¡Hágase la Luz! 

Como para su Encarnación fue necesario que “los Patriarcas, los Santos Padres, los Profetas, y todos los  buenos del Antiguo Testamento”, con sus deseos y sacrificios, con sus actos y súplicas obtuvieran la venida del  Mesías Redentor, así ha sido necesario que la Santa Iglesia invocase con el Padrenuestro que viniera su Reino, y  sólo cuando esté realizado se manifestará el Rey. Por eso la Revelación pública termina diciendo: “El Espíritu y  la Esposa dicen: «¡Ven!», y quien escucha diga: «¡Ven!»… Dice el que testifica estas cosas: «¡Sí, vengo pronto!».  Amén. ¡Ven, Señor Jesús” (Apoc. 22,17 y 20).  

Y El ha dicho (28-11-1922): “Si se ha de proclamar un rey, no se corona al rey si primero no se forma el  reino, el ejército, los ministros, el palacio; por último se le corona. Y si se quisiera coronarlo sin formar el reino,  el ejército, etcétera, sería un rey de burla.” 

Ahora no basta invocar con el Padrenuestro que venga su Reino, sino que hace falta comprender bien de qué  se trata y prepararlo en nosotros, como se prepara el belén antes de Navidad.  

El Señor le explica a Luisa, en el capítulo ya citado del 12 de noviembre 1925, lo que ella debía hacer, y también  nosotros, para formar su Reino: 

“Pues bien, hija mía, como fue de la Redención, así es de mi Voluntad. Para hacer que se conozca y reine  como acto primario de vida en la criatura hace falta el cumplimiento de los actos. También tú, siguiendo el ejemplo  de mi Madre Celestial y mío, en mi misma Voluntad debes abrazar todos los actos hechos en el Antiguo  Testamento, los de la Reina del Cielo, los que Yo hice, los que se hacen y se harán por todos los buenos y santos  hasta el último día, y en todos pondrás tu firma como respuesta de amor, de bendición, de adoración, con la  santidad y potencia de mi Voluntad; nada te debe faltar. Mi Voluntad abraza todo; también tú debes abrazar todo  y a todos y poner en el primer puesto de honor sobre todos los actos de las criaturas sólo mi Voluntad. Ella será  tu cuño, con el que acuñarás la imagen de mi Voluntad en todos los actos de las criaturas. Por eso tu campo es  grande. En mi Voluntad quiero verte recorrer todas las gracias y prodigios que hice en el Antiguo Testamento,  para darme tu respuesta de amor y de gratitud; en los actos de los Patriarcas y de los Profetas, para suplir su  amor. No hay acto en que no quiera encontrarte; no estaría satisfecho ni contento si no te encontrase en todos los  actos de las criaturas que han hecho y harán, ni tú podrías decir que has completado todo en mi Voluntad; te  faltaría algo del verdadero vivir en mi Querer. Por eso, sé atenta, si quieres que la plena luz sea tan suficiente  que pueda iluminar con el Sol de mi Voluntad a todas las gentes. Quien quiera dar luz a todos, debe abrazar a  todos como con un solo abrazo, haciendose vida y supliendo todo y a todos. ¿Acaso mi Voluntad no es vida de  todo? Y esa vida recibe en cambio tantas amarguras. ¿No hace falta, por tanto, alguien que se haga presente en  todos para endulzar todas esas amarguras, sustituyendo cada acto de la ingrata criatura con mi misma Voluntad  como acto de vida?”  

Ahora nos toca a nosotros preparar como hizo Luisa y como ya antes hizo nuestra Madre, ante todo en nosotros,  el Nacimiento de su Reino.