Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

El Don supremo de Dios, su Querer Divino


Junio 29, 2023


¡Ave María! 

Queridos hermanos, el Milagro más grande, que la criatura viva en el Querer Divino, lo cual es  el Don supremo de Dios. ¿Cómo se recibe? El primer paso es su noticia, para desearlo y amarlo  es necesario conocerlo. + 



Mis queridos hermanos, en el precedente encuentro hemos hablado del Milagro más grande, que la  criatura viva en el Querer de Dios, y prosiguiendo este extraordinario Anuncio hablamos hoy de este Don supremo de Dios, porque el primer paso para recibirlo es conocerlo. Se ama sólo en la medida que se  conoce. 

Si tú conocieras el Don de Dios y Quién es el que te dice “dame de beber”, tú le pedirías a El y El  te daría agua viva”. Así dijo Jesús a la Samaritana y ahora nos dice a cada uno de nosotros. Y poco  después dijo a sus discípulos: “Yo tengo un Alimento que no conocéis… Mi Alimento es hacer la  Voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra” (Jn 4,10 y 32-34).  

De ese Don ‒la Divina Voluntad como vida‒ el Señor ha dicho a la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta: “Ya el primer plano de los actos humanos cambiados en divinos en mi Querer fue hecho por Mí. Lo  dejé como detenido y la criatura nada supo, excepto mi querida e inseparable Madre, y era necesario.  Si el hombre no conocía el camino, la puerta, las estancias de mi Humanidad, ¿cómo podía entrar en  ella y copiar lo que Yo hacía? Ahora ha llegado el tiempo de que la criatura entre en este plano y haga  también lo suyo en lo Mío. ¿Qué tiene de extraño que te haya llamado a ti la primera? Y además, tan es  verdad que te he llamado a tí la primera, que a ninguna otra alma, por más que Me sea querida, le he  manifestado el modo de vivir en mi Querer, sus efectos, las maravillas y los bienes que recibe la criatura  que actúa en el Querer Supremo. Examina todas las vidas de santos que quieras, o libros de doctrina:  en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer cuando obra en la criatura y la criatura que obra en  el Mío. Todo lo más hallarás la resignación, la unión de voluntades, pero el Querer Divino que obra en  ella y ella en el Mío, en ninguno lo encontrarás. Eso significa que no había llegado el tiempo en que mi  bondad debía llamar a la criatura a que viva en este estado sublime. Así como el mismo modo como te  hago que ores no se ve en ningún otro. Por eso sé atenta: mi justicia quiere exigirlo, mi amor lo suspira  ardientemente; por eso mi sabiduría dispone todo para lograrlo. Son los derechos, la gloria de la  Creación, lo que queremos de tí».” (Volumen 14°, 06.10.1922). 

Por tanto, el Señor no se contenta con que hagamos lo que El quiere, sino que su Voluntad sea para  nosotros (por gracia) lo que es para El, que su Voluntad sea nuestra y la nuestra sea suya: ese es el Don  supremo de su Amor. 

En la vida de Luisa leemos que once meses después de haber recibido la gracia del “desposorio  místico” en la tierra, el Señor quiso ratificarlo en el Cielo, en presencia de la Stma. Trinidad y de toda la  Corte Celestial, con una nueva gracia, la más alta conocida anteriormente por los Santos y escritores  místicos: “el matrimonio místico”. Con esa gracia le fue concedido a Luisa la perenne adquisición de las  Tres Divinas Personas, representadas por las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), que  establecieron en ella su perpetua y estable morada. Era el 8 de Septiembre de 1889, fiesta de la Natividad  de María. Luisa tenía 24 años y medio y llevaba ya dos años definitivamente en cama. En aquel momento  Luisa recibió el don del Divino Querer, el alimento y la vida de Jesús y de María, el don del que se había  privado Adán con separarse de la Voluntad de Dios.  

En efecto, Ntro. Señor le explica 32 años después: “Tu familia es la Trinidad. ¿No te acuerdas como,  en los primeros años de cama, te llevé al Cielo y ante la Trinidad Sacrosanta hicimos nuestra unión? Y  Ella te dotó de tales dones, que tú misma aún no los has conocido; y cuando te hablo de mi QUERER,  de sus efectos y su valor, te hago descrubrir los dones con que desde entonces fuiste dotada. De mi dote  no te hablo, porque lo que es tuyo es mío. Y luego, al cabo de pocos días bajamos del Cielo las Tres  Divinas Personas, tomamos posesión de tu corazón e hicimos en él nuestra perpetua morada; tomamos  el gobierno de tu inteligencia, de tu corazón y de todo tu ser, y cada cosa que tú hacías era un volcarse  de nuestra Voluntad creadora en tí, eran confirmaciones de que tu querer estaba animado por un  Querer eterno. El trabajo ya está hecho; no falta más que darlo a conocer, para hacer que no sólo tú,  sino también los demás puedan tomar parte en estos grandes bienes. Y es lo que estoy haciendo, llamando  una vez a un ministro mío y otra vez a otro, y también a ministros de lugares lejanos...” (Vol. 13°,  5.12.1921)

Queridos hermanos, antes de hablar del Don de la Divina Voluntad y de cómo se recibe, es necesario  hacer una aclaración: hablamos de “voluntad” y de “querer”. En cierto sentido son lo mismo, pero son  dos cosas distintas. “Voluntad” es un sustantivo, indica lo que es; “querer” es un verbo, indica lo que  hace. Es la misma diferencia que hay entre el corazón y el palpitar del corazón, entre la fuente y el río  que nace de ella. En Dios, “la fuente” de todo es su Voluntad y “el río” es su Querer; pero ese “río” que  da vida a todo no es de agua, sino de Amor. Así Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene  dos voluntades, una Divina (la de la Stma. Trinidad) y otra humana, pero no ha vivido una doble vida,  unas veces como Dios y otras sólo come hombre, sino como lo que El es, “el Hombre-Dios”, con un  único Querer. Y lo que El es por naturaleza lo quiere compartir con nosotros por gracia. Como se unen  en una taza el café y el azucar, aun siendo dos cosas distintas, así nuestra voluntad y la Suya pueden  unirse en un solo Querer. 

Debemos partir de la verdad y por tanto de la humildad (el lenguaje de Dios es el de la Verdad, con la  gran pregunta que nos hace el Señor: “¿Quién soy Yo y quién eres tú? Míra mi Amor a tí: ¿dónde está  tu amor a Mí?”), y por tanto veamos como se recibe este Don; debemos por eso conocerlo, quererlo,  sacrificar todo nuestro querer humano para recibir el Suyo, hasta incluso no dirigir ni siquiera el Querer  Divino con nuestro querer humano: se necesita el vacío de nosotros mismos.  

Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida, ante todo debemos saber  suficientemente de qué se trata, qué es lo que queremos, qué cosa es: por lo tanto ‘saber’; y lo segundo  es que debemos quitar el obstáculo, que es precisamente nuestro querer humano. Es lo que San Juan  Bautista dijo: “Es necesario que El crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que ‘morimos’ a nuestro  querer humano (o sea, que no le damos vida por nuestra cuenta), podemos en cada momento llamar al  Querer Divino a que viva y resucite en nosotros. Porque no es posible servir a dos señores, como dijo  San Juan Pablo II: “Será el Amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí o será el amor propio llevado  hasta el desprecio de Dios”.  

Este don no es una fórmula mágica, una oración que rezar, sino que para recibirlo hace falta saber de  qué se trata, quererlo y por tanto quitar el obstáculo del querer humano, o sea, dar vita a nuestra voluntad,  hacer lo que queremos cuando esta voluntad nuestra no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.  

Todo lo que Dios nos da es gratuito: el aire, el sol, la respiración, la vista, la vida etc., pero el don de  su Voluntad (por gracia) es lo único que tiene un precio, ¡y el precio es nuestra voluntad!  Si vivimos en gracia de Dios y deseamos este don supremo que Dios desea darnos ‒y lo desea más  que nosotros‒, la señal segura de que nos lo dará es que antes hace que nos llegue la noticia. ¡Si vivimos  en gracia de Dios, lo deseamos y se lo pedimos, es seguro que nos lo dará!  

Sin embargo queda siempre el hecho de que no basta que Dios nos lo dé, hace falta que también  nosotros lo recibamos; o sea, no es posible estar al mismo tiempo vivos y muertos, pecar y a la vez estar  unidos a la Voluntad de Dios: son dos cosas incompatibles.  

Los defectos, los límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo a Dios para que pueda darnos  su Don. Si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos y sin nuestras miserias para darnos su Querer  Divino como vida, no nos lo daría jamás.  

Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave, pero para pecar hace falta ser suficientemente  conscientes y quererlo. No es lo mismo sentir que consentir. ‘Sentir’ no depende de nosotros, ‘querer’ sí.  Y el Señor nos dice: “Hijo mío, tú ya conoces mis mandamientos. Con el respeto a mi Ley, puedes hacer  cualquier cosa, pero llámame a que Yo la haga junto contigo. Porque, si la haces tú, ¿cuánto vale?  Mientras que hecha por Mí, con tu permiso, vale infinitamente”. Por eso Dios en su Voluntad puede  hacer en un instante lo que nosotros no somos capaces de hacer en toda nuestra vida. 

Todo parte del conocimiento, más aún, de la acogida del Anuncio que nos llega de parte de Dios.  Como la Stma. Virgen. Que de nosotros se pueda decir como lo que le dijo a Ella su prima Isabel:  “¡Bendita tú eres porque has creído, porque en tí se cumplirá la palabra del Señor!” (cfr Lc 1,45).