Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Respondamos al Amor Divino



Agosto 27, 2023

21o domingo del tiempo Ordinario



+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, “¿quién decís vosotros que soy Yo?”, nos pregunta el Señor,  “¿Quién soy Yo y quién eres tú? ¿Cuál es mi Amor a tí y cuál es tu amor a Mí?” Sólo de  estas preguntas esenciales puede partir nuestra vida, que Jesús ha formado en El “desde  el Principio” + 


Queridos hermanos, tras haber contemplado el grandioso Proyecto del Padre, del cual formamos parte, y haber celebrado su Fiesta y la del Triunfo de nuestra Madre y Reina en su Asunción al Cielo, volvamos con los pies por tierra, como se dice, para ver adónde estamos yendo  y qué es lo que cuenta en nuestra vida.  

En el Evangelio de este domingo el Señor nos pregunta: ¿quién decís vosotros que soy  Yo?, y pide la fe en El, o sea, conocerle como lo que El es. Lo cual es ante todo iniciativa y don del Padre, revelación del Padre. «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», respondió Pedro: es absoluta verdad, es el contenido de nuestra Fe. De la autenticidad de esta Fe el garante es Pedro,  que debe confirmar en ella a sus hermanos.  

Sin embargo decir con sinceridad «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» no significa que  ya lo conocemos. Profesamo la verdadera Fe, pero no basta que sea sólo nuestro pensamiento.  Debe plasmar nuestra vida y rehacerla de arriba abajo. Debe invertir totalmente nuestra escala de valores, nuestros gustos, nuestros fines, nuestros deseos, nuestro modo de vernos a nosotros mismos y a todo. Es decir, nuestra Fe ha de ser en nosotros vida, debe formar en nosotros su Vida, porque si no, “decimos lo que sabemos y no sabemos lo que decimos”.  

¿Quién decís que soy Yo?, ¿Quién soy Yo y quién eres tú?”, le pregunta el Señor a Luisa, y ella escribe en su 2°volumen, el 28.10.1899:  

“Esta mañana mi amable Jesús ha venido en medio de una luz y, mirandome, como si me  penetrase por todas partes, tanto que me sentía aniquilada, me ha dicho:¿Quién soy Yo y  quién eres tú?” 

Estas palabras me penetraban hasta en la médula de los huesos y veía la infinita distancia  que hay entre el Infinito y el limitado, entre el Todo y la nada; no sólo, sino que veía además la  malicia de esa nada y como se había enfangado. Me parecía como un pez que nada en el agua;  así mi alma nadaba en la podredumbre, entre gusanos y en tantas otras cosas que sólo dan horror a la vista. ¡Dios mío, qué vista abominable! Mi alma habría querido huir de la presencia de Dios tres veces Santo, pero con otras dos palabras me detiene: ¿Cuál es mi Amor por tí y cuál es  tu respuesta de amor a Mí?” 

¡Alto! ¿Adónde estamos yendo? En cada momento, en cada cosa la dirección depende de nuestra intención, de nuestro fín: o hacia Dios o hacia el propio “yo”. Cada momento, un escalón que nos acerque a Dios. Y entonces, hagamos caso: “tic, tac, tic, tac, tic, tac…” 60 segundos cada minuto, 60 minutos cada hora, 24 horas cada día, etc. Y eso forma la vida, que pasa como el agua entre los dedos; tenemos a disposición sólo este momento presente.  

A disposición, ¿para qué cosa? Para que nos demos cuenta del Amor con que Dios nos ama  y le correspondamos con nuestro pequeño amor. ¿Cuántos instantes forman nuestra vida?  ¿Cuántos pensamientos, cuántos latidos, cuántos respiros? ¿Cuántas miradas, cuántas palabras,  cuántas obras, cuántos pasos? Todas esas cosas forman lo que somos, como un mosaico. Cada  cosa nos la da Dios, no viene de la nada, no la hemos creado nosotros, de nosotros depende sólo  la dirección (la finalidad), lo que queremos… En cada instante, la Voluntad de Dios, palpitante  de amor, nos está dando la existencia, poder pensar y poder decidir, todo, y espera por justicia  nuestra respuesta de amor. “¿Cuál es mi Amor a tí y cuál es tu respuesta de amor a Mí?” 

Todo lo demás es inutil, es sólo pérdida, si no es respuesta fiel a su Amor. No nos perdamos en tantas cosas, y si por necesidad o por deber debemos ocuparnos de algunas ‒y eso es también Voluntad de Dios‒, pidamosle al Señor poder hacerlo con El, por amor a El y con su mismo Amor. 

Hermanos míos, recordemos esta palabra del Señor: vosotros estáis conmigo desde el  Principio(Jn 15,27). El Principio de todo es el Padre Divino, el misterio de infinito Amor en el que las Divinas Personas han decidido la Encarnación del Verbo, que fuera el Hombre-Dios,  que por tanto tuviera una Madre llena de la Santidad de Dios y tantos hermanos que fueran en  todo a su imagen y semejanza. Su Amor dijo de El: “no es bueno que el Hombre esté solo”. Por  eso, al encarnarse, Jesús ha concebido con El a todas las almas y ha formado en Sí la vida de cada uno de nosotros, como debía de ser, perfecta y santa en cada particular, en cada fragmento del mosaico (como dice San Pablo, “porque somos obra suya, creados en Cristo Jesús para las obras buenas que Dios ha preparado para que las realizáramos”, Efesios 2,10), y al mismo  tiempo se ha hecho cargo de la vida de cada uno tal como la hemos reducido, como se la hemos  hecho encontrar. Al encarnarse, Jesús se ha puesto en lugar de cada uno de nosotros, se ha revestido de nuestra miseria para responder por nosotros al Amor del Padre. Ahora quiere que nosotros hagamos lo mismo, que nos revistamos de El: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Romanos 13,14). 

Por eso conviene que empecemos cada día vistiendonos de El, tomando de El nuestra vida,  que ha formado en El “desde el Principio” (“…ven, Divina Voluntad, a ser la vida de cada pensamiento, latido, respiro, palabra, obra, paso, plegaria, etc.”), y a la vez haciendo nuestra su Vida, para vivir con El todo lo que Jesús vivió en cada instante, desde su Encarnación hasta  su Muerte y su Resurrección.  

Estábamos en El y no lo sabíamos; ahora que empezamos a saberlo, démosle nuestra  compañía y con ella nuestra adoración y alabanza, nuestra gratitud y nuestro amor. Y hagámoslo  en nombre de todos nuestros hermanos y de todas las criaturas para que venga su Reino.