Sufre ahora el Señor?


Enero 18, 2024


Padre Pablo Martín Sanguiao

Sufre ahora el Señor?


Para contestar a esta pregunta hace falta examinar el misterio del tiempo y de la eternidad y si hay una relación entre estas dos “dimensiones”. 

La eternidad es propia de Dios: El es “EL QUE ES”, y realiza todo lo que quiere en un solo Acto absoluto, en el que agota toda posibilidad. En un solo Acto hace todo, sin un “antes” ni un “después”. En ese único Acto de su Querer (lo que Luisa llama el “Fiat” Divino o eterno) estan todos sus decretos presentes, de un modo ordenado. Y como el primer decreto es la Encarnación del Verbo (y todos los demás derivan de este), por eso, la consecuencia de hacerse hombre, de hacerse criatura es la existencia del tiempo, ya que el tiempo es el modo propio de la criatura de existir y vivir. La criatura (ya sea un ángel o ya sea el hombre) no agota cada posibilidad en un solo acto, como Dios, sino que pasa continuamente de poder hacer una cosa a hacerla un instante después: en eso consiste el tiempo, el “antes” y el “después”. 

Por eso nosotros daremos gloria a Dios (participaremos de su Gloria) “por los siglos de los siglos”; así decimos, en vez de decir “por la eternidad”. Cada instante de nuestro tiempo está eternamente presente en el Acto único de Dios, en el Acto de su Querer. Cada instante del tiempo existe sólo porque Dios lo quiere. 

Cada instante de nuestro tiempo tiene valor de eternidad; por eso cada acto de existencia de nuestra vida nos parece que pasa, que se hunde en el pasado, que desaparece en la nada, al ritmo del tic-tac del reloj. Para nosotros queda apenas un recuerdo que se borra. Pero en la verdadera realidad objetiva la existencia entera permanece intacta. Pasado y futuro no existen para Dios; por eso en la realidad objetiva no hay pasado ni futuro, todo es presente. De ahí que, por ejemplo, el nacimiento de Jesús o los diferentes episodios de su Vida, o su Pasión y muerte, o su Resurrección, no son sólo cosas históricas, recuerdos para nosotros, sino que estan realmente presentes y vivos, actualísimos, en el Acto único y eterno de Dios. Viendolos desde el punto de vista del tiempo pertenecen al pasado; pero desde el punto de vista de Dios, de la eternidad, estan siempre presentes, en acto. En el Cielo no hay “recuerdos”, no hay fotografías, filmados o museos para conservar de alguna forma un pasado que ya no existe; asistiremos en directa a todas las escenas de nuestra propia vida y de toda la historia de la humanidad. 

Un ejemplo nos ayuda a comprender la relación entre el tiempo y la eternidad. 

Si vemos pasar un desfile, una procesión, desde la puerta de casa, en la calle, cuando pasa el primero miramos el reloj y vemos que son, por ejemplo, las 12; cuando luego pasa el último son las 3 de la tarde: ahí está el tiempo, el desfile ha durado tres horas. Pero si miramos desde la terraza de un edificio alto, desde que vemos al primero hasta que empezamos a ver el último pasan sólo 20 minutos: el tiempo se reduce. Y si miramos desde un avión, vemos con una sola mirada la entera procesión, no hay ya distancia de tiempo entre el primero y el último. Así ve Dios, desde la altura de su Ser Supremo: ve con una mirada única la entera historia de la humanidad y di toda la Creación, ante El todos los instantes estan presentes, depender de su Querer, que les da existencia. A El no se le escapa ni una hormiguita o un átomo o un pensamiento nuestro … 

Por tanto, en el Cielo podremos viajar en el tiempo, cosa imposible estando en este mundo, en vida mortal. Podremos asistir a todos los episodios de la historia de la humanidad, de la vida de Nuestro Señor y de nuestra misma visa, pasada pero no destruída. Sólamente esperaremos que lleguen al Cielo nuevos actos buenos de existencia de las criaturas que estan en la tierra, sus actos con mérito, que llevarán nueva luz, alegría y felicidad a todos en el Cielo. 

Por eso le dice Jesús a Luisa: “¿Crees tú que todo el Cielo esté al corriente de todos mis bienes? ¡No, no! ¡Oh, cuánto le queda por gozar, que hoy no goza! Cada criatura que entra en el Cielo y que ha conocido una verdad más, no conocida por los demás, llevará consigo la semilla que hará brotar de Mí nuevos contentos, nuevas alegrías y nueva belleza, de los cuales esa alma será como causa y fuente, y los demás tomarán parte. No llegará el último de los días, hasta que no encuentre almas dispuestas para revelarles todas mis verdades, para hacer que la Jerusalén celestial resuene con mi gloria completa y todos los bienaventurados tomen parte a todas mis dichas, unos como causa directa, por haber conocido una verdad, y otros como causa indirecta, por medio de quien la ha conocido.” (25.01.1922)

Por eso en el Cielo sigue transcurriendo el tiempo (con otras muchas “frequencias” y velocidades, rapidísimas o lentísimas), pero tendremos la libertad de visitar cualquier momento del tiempo pasado, para dar al Señor nuevos actos de amor y de gloria y recibir de El nuevos goces y felicidad. 

En la medida del grado de gloria alcanzado, cada escena de la vida en que hemos tenido dolor se convertirá en felicidad, donde hemos tenido pobreza, riqueza, donde hemos sufrido humillación, gloria… La resurrección gloriosa final no será sólamente de nuestros cuerpos, sino que para los que se salven será de cada acto de existencia, de cada instante de su vida, de cada pensamiento, de cada buen deseo, de cada palabra, acción, sufrimiento: cada cosa será transfigurada y glorificada recibiendo una nueva vida al modo celestial. 

Por esa razón, bien podemos comprender que el Purgatorio está precisamente en esos momentos o actos de existencia de nuestra vida en que hemos estropeado o impedido el Proyecto de Dios para nosotros en esos instantes, y ahí es donde hace falta purificarlos, repararlos en todas sus consecuencias, con la necesaria luz (conciencia) y dolor, que da espacio al verdadero amor que faltó. 

Para responder a la pregunta inicial: Jesucristo está en el Cielo con su adorable Humanidad glorificada y también está presente físicamente en la tierra en la Eucaristía, con su misma Humanidad (Cuerpo, Sangre, Alma) y Divinidad. En el Cielo está en la felicidad, más aún, El es la Felicidad de todos; pero tiene siempre presente y viva toda su Vida que ha vivido en la tierra, su obra de Redención. Por eso El hace presente y viva su Pasión, Muerte y Resurrección en cada Santa Misa, que no es un recuerdo o una representación, no es una repetición ni una copia, sino la presencia de su verdadero y real Sacrificio “incruento”, porque visto desde la perspectiva del tiempo, de “nuestro” tiempo, El ya no sufre, pero en su Acto eterno está siempre presente todo lo que ha hecho y sufrido. 

Por eso, las lágrimas (y lágrimas de sangre) que la Stma. Virgen llora en algunas de sus imágenes, nos hacen ver ahora sus lágrimas de entonces, que lloró sobre todo por motivos de ahora. Porque esas lágrimas de entonces estan todavía y siempre en el Acto eterno de Dios, come testimonio y prueba de su amor, y por eso las lágrimas que entonces, en el Calvario, mostraron su dolor, ahora que Ella está glorificada en el Cielo muestran su amor y son motivo y causa de siempre nueva gloria y felicidad. 

En definitiva, el Misterio sigue ante nosotros, pero está “abierto” y cada uno de nosotros puede penetrar hasta donde Dios le concede por su Gracia. Para alabarlo y bendecirlo sin fin. Amén. 

Noticias del Crucifijo sonriente de Nemi (Roma)

El marqués Mario Frangipane en 1637 hizo construir fueri de Nemi la iglesia de Santa María de Versacarro en lugar de una antigua capilla situada a orillas del lago de Nemi, en la provincia de Roma. 

La iglesia se convirtió en Santuario del Crucifijo a causa de un hecho miracoloso: en 1669, un humilde fraile franciscano, fray Vincenzo da Bassiano, al regresar de Palestina, a donde había ido como peregrino al Santo Sepulcro, se trajo un madero procedente dal monte Calvario. Al volver a sus tareas en el convento de Nemi, fray Vincenzo empezó a esculpir un Crucifijo de tamaño natural, dejando como última cosa el rostro. Al terminar el cuerpo, dio un primer esbozo a la cara, pero sus manos parecían haber perdido su anterior habilidad. Esa noche se sintió confuso y agotado físicamente, se postró ante aquel “crucifijo inacabado” y rezó con fervor para que el Señor le hiciera terminar su obra, y después cayó agotado en su dura cama. Al alba, la campanilla del convento lo despertó para cantar Maitines. Miró espontaneamente el crucifijo. Una emoción indecible se apoderó del humilde frailecillo. No quería creer a sus ojos: un rostro bellísimo, divinamente expresivo, se inclinaba sobre el tronco incompleto de la noche anterior. La sagrada imágen ha sido venerada incluso por Papas, hasta Pablo VI y Juan Pablo II. El Santuario es meta de numerosas peregrinaciones de los alrededores y de toda la región del Lazio. 

(G. Marsala – del folleto del Santuario) 

Las fotografías muestran el detalle de los dientes superiores e inferiores –perfectos– en la boca semiabierta de Cristo; se distingue la lengua y el interior de la boca que inexplicablemente llega, siendo una escultura de madera, hasta la úvula. La imágen expresa la divina paradoja del Varón de dolores, como Lo llama Isaías, en el que no puede faltar, en ningún momento, “el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, pacienza, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gál 5,22). Si el Apostol San Pablo dice: “estoy lleno de consuelo, sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones” (2ªCor 7,4) y también: “me alegro de los sufrimientos que soporto por vosotros” (Col 1,24), ¡cuánto más puede decirlo el Señor! Es la divina paradoja de la Cruz abrazada por amor, del Amor Eterno que para expresarse del todo ha tomado la forma de Cruz! ¡Escondido dentro de la corteza dura, amarga, espinosa de la cruz, está el fruto dulcísimo de la Vita, de la Resurrección, del triunfo del Amor! ¡Escondido dentro del Amor Divino está el Dolor Divino, pero escondido dentro del Dolor Divino está la sonrisa, está la Alegría! 


«Esta mañana estaba pensando cuando Jesús bendito quedó todo descoyuntado en la cruz y decía para mí: “¡Ay, Señor, cuánto fuiste compenetrado por este sufrimiento tan atroz y cómo debió quedar afligida tu alma!”. 

Mientras tanto, casi como una sombra, Jesús ha venido y me ha dicho: “Hija mía, Yo no me ocupaba de mis sufrimientos, sino que me ocupaba del fin de mis penas, y como en mis penas veía cumplida la Voluntad del Padre, sufría y en mi mismo sufrir hallaba el más dulce descanso, porque hacer la Voluntad Divina contiene este bien, que mientras se sufre se encuentra el más dulce reposo; y si se goza, pero ese gozar no es querido por Dios, en el mismo gozar se encuentra el tormento más atroz. Y cuanto más me acercaba al final de las penas, anhelando cumplir en todo la Voluntad del Padre, me sentía así más ligero, y mi descanso de hacía más bello. ¡Oh, qué diferente es el modo de las almas! Si sufren o si obran no miran al fruto que pueden obtener, ni al cumplimiento de la Voluntad Divina; se concentran enteramente en eso que hacen, y no viendo los bienes que pueden lograr, ni el dulce reposo que lleva consigo la Voluntad de Dios, viven fastidiadas y atormentadas, y rehuyen lo más que pueden el padecer y el obrar, creyendo hallar un descanso, y quedan más atormentadas que antes”.» (Luisa Piccarreta, 20.05.1905) 

«Pensando en la Pasión de Nuestro Señor, decía para mí: “Cuánto quisiera entrar en el interior de Jesucristo, para poder ver todo lo que El hacía, para ver lo que más agradaba a su Corazón, para poder hacerlo yo también y mitigar sus penas ofreciendole lo que más le agradaba”. Mientras decía eso, Jesús bendito, moviendose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, en esas penas mi interior se ocupaba principalmente en complacer en todo y por todos a mi amado Padre, y luego en la redención de las almas; y lo que más agradaba a mi Corazón era ver la complacencia que me mostraba el Padre, viendome tanto sufrir por amor suyo, de modo que todo lo reunía en Sí. Ni siquiera un aliento, un suspiro, se perdió, sino que todo recogió para poder complacerse y mostrarme su complacencia. Y Yo estaba tan satisfecho por eso, que aunque no hubiera tenido otra cosa, la sola complacencia del Padre me bastaba para satisfacerme por lo que padecía; mientras que por parte de las criaturas, mucho, mucho de mi Pasión quedó perdido. Y tanta era la complacencia del Padre, que a torrentes derramaba en mi Humanidad los tesoros de la Divinidad. Por eso acompaña mi Pasión de esa forma, que me darás mucho gusto”.» (idem, 20.05.1905) 

EL ORDEN DE LOS DECRETOS DEL ACTO ÚNICO Y ETERNO DEL QUERER DIVINO EN LA “GRAN RUEDA” DE LA ETERNIDAD

Todo el Proyecto Divino se desarrolla en el tiempo, en la historia, pero todo es un solo Acto eterno sin principio ni fin. El verdadero y único Principio y Fin de todo es Dios, que se expresa en su Verbo Divino Encarnado: El es por eso el alfa y la omega, el primero y el último. 

Este es el orden (causaconsecuencia) de los Decretos divinos que forman el Acto único y eterno del Querer de Dios. En estos Decretos Dios nos espera para que paseemos con El, como hacía con Adán, “en la brisa de la tarde” (Gén. 3,8), para reconocer su maravillosa Voluntad en todas sus obras y adorarlo, para admirar su Sabiduría y su Belleza y alabarlo, para recibir todos los bienes de su Providencia y darle gracias, para dejar que nos alcance su eterno Amor y amarlo, para responder en nombre de todos, excusandolos y reparando por ellos, y para pedir en nombre de todos el fruto supremo y la finalidad de todas las obras de Dios, que venga su Reino “así en la tierra como en el Cielo”. El alma es llamada a unirse a la Voluntad Divina en todas sus obras: Creación, Redención, Santificación, para adorarla, bendecirla, darle gracias y amarla, invocando su Reino en nombre de todos. Eso es “girar” en la Divina Voluntad, en la “gran rueda” de la eternidad, en el eterno “Fiat” o Acto eterno del Querer Divino.