Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

La Relación entre la Cruz y la Divina Voluntad

Marzo 7, 2024

+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, para Jesús la Cruz es abrazar la Voluntad del Padre: así su yugo es suave  y su peso ligero, es salvación, vida, comunión con Dios. Así debe ser para nosotros. + 


Queridos hermanos, Jesús ha dicho: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga” (Lc 9,23). Quién sabe qué cara habrán puesto los discípulos al oir esas palabras… Todos sabían lo que era la cruz: el suplicio usado por los romanos para hacer morir a los  peores delincuentes. Y nosotros interpretamos la cruz como sufrimiento, como sinónimo del mal que nos puede suceder. Pero en el Padrenuestro el Señor no nos ha enseñado a decir: “…mas líbranos de la cruz”,  sino “mas líbranos del mal”. Y cuando anunció a los Apóstoles su Pasión y tuvo que reprender a Pedro  que se había escandalizado, fue porque Pedro quería salvar a Jesús “de la cruz”, mientras que Jesús  quería salvar a Pedro y a todos nosotros “con la Cruz”. 

¿Cómo es una cruz? ¿Por qué la cruz? ¿Dónde nació? ¿Para qué sirve? La cruz está formada por dos palos contrapuestos que recuerdan dos troncos, dos árboles, los del Paraíso terrenal: el árbol de la Vida  y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El primero representa la Voluntad de Dios, el segundo es figura de la voluntad humana, del cual Dios dijo al hombre que no comiera. Pero el hombre desobedeció y puso su voluntad contra la Voluntad de Dios: así nació la cruz y con ella el dolor. Jesucristo, verdadero  Dios y verdadero Hombre, tiene dos voluntades, la Divina de las Tres Personas de Dios y la humana,  pero las ha tenido en perfectísima unión, en un solo Querer. Pero ha encontrado la oposición que la  voluntad de los hombres hace a la Voluntad del Padre y por eso ha sentido todo el dolor del Corazón de Dios y el dolor de toda la humanidad. Se ha encarnado crucificado desde el primer momento.  

Meditemos la Pasión de Jesús, también para dar el justo significado y el fruto a nuestro sufrir, al  camino cuaresmal que dura toda nuestra vida. Porque tenemos mucho que ver con la Pasión de Jesús y El tiene mucho que ver con la vida y también con la cruz de cada uno de nosotros, y es una increíble  coincidencia que supera absolutamente nuestra comprensión el hecho de que su Cruz, que contiene  todo el odio de los hombres, sea al mismo tiempo la máxima demostración del Amor de Dios. Todo el  mal del mundo se ha concentrado en la Cruz, pero al mismo tiempo todo el bien de Dios se ha expresado  igualmente en la Cruz de Cristo.  

Si “por envidia del demonio el pecado entró en el mundo y por el pecado la muerte”, eso ha sido solamente permitido por Dios, tolerado dentro de límites precisos, por motivo de justicia y también por motivo de misericordia. ¿Pero por qué permitido o hasta soportado por El mismo? Porque es el riesgo  del amor dado: que no sea correspondido, que incluso sea pagado con el rechazo y con el odio. Desde el momento que hemos sido conocidos, queridos, amados y creados por Dios Padre en Jesucristo su Hijo,  en su adorable Humanidad, y creados libres para responder al amor, Dios ha aceptado el riesgo mortal  de no ser correspondido con amor por parte de algunas criaturas. Para Dios “el futuro” es desde siempre  presente y, aun viendo lo que habríamos hecho, su Amor no se ha echado atrás. Por eso al encarnarse ha  asumido como suyo desde el primer instante toda nuestra deuda de amor con su correspondiente dolor.  

¿Qué cosa es el dolor, el sufrir? Es un vacío, una carencia de bienestar, de bien, de vida, que sólo  Dios puede llenar. Si lo permite (siempre con medida y límite) es con el fin de poder llenarlo sucesivamente de bien, “de gracias”: ¡de Sí! A los ojos de Dios, incluso el dolor (que es un mal en sí mismo) resulta un bien: es una ocasión de victoria, para hacer triunfar su Amor, su Felicidad, su Vida.  

Por tanto, la cruz con Jesús, nuestra cruz “de cada día” de dejarnos abrazar por la Voluntad del Padre,  tantas veces puede hacer sufrir, pero no hace infelíz a nadie. Puede ser vida como dice San Pablo:  “Sobreabundo de alegría en mis tribulaciones”. Es lo que dijo Madre Teresa de Calcutta: “El amor, si no hace sufrir, ¿qué amor es?”  

Desde luego, no es el sufrir lo que salva, sino el Amor de Dios en Cristo Jesús. No es la cruz la que ha santificado a Jesucristo, sino El es el que ha santificado la cruz y la ha hecho fuente de todo bien reconquistado. La confusión suele venir de confundir el sufrir con la cruz: la Cruz es, para Jesús,  abrazar la Voluntad del Padre, dejarse abrazar por ella, y entonces su yugo se vuelve suave y su  peso ligero. Entonces ya no es la criatura la que lleva la cruz, sino la cruz es la que lo lleva en sus brazos y le da la fuerza y la vida, no se la quita. Enfín, una cruz sin Cristo es una cruz pagana, es sólo dolor  que no salva a nadie, mientras que con Cristo y por tanto con su Amor y con su Voluntad, que es la  Voluntad del Padre, se vuelve salvación, vida, comunión con Dios. 

Jesús le habla a Luisa (en el vol. 14°, 6.6.1922) de la relación entre la Cruz y la Divina Voluntad,  que desea poder alimentarla, animarla y hacerla fecunda: 

La cruz da la gracia, ¿pero quién la alimenta? ¿Quién la hace crecer a su debida estatura? Mi Voluntad. [La Divina Voluntad debe ser “el alma” que vivifica todo, en este caso la Cruz, para que pueda  alcanzar su finalidad y producir su fruto]. Sólo ella completa todo y realiza mis más altos proyectos en el alma; y si no fuera por mi Voluntad, la misma cruz, por más que tenga poder y grandeza, puede dejar  a las almas a medio camino. Oh, cuántos sufren, pero como les falta el alimento continuo de mi Voluntad, no llegan a la meta, a deshacer el querer humano, y el Querer Divino no puede dar el último  paso, la última pincelada de la santidad divina. [Significa que la Cruz, dejarse abrazar por la Voluntad  Divina, debería unir al hombre con Dios, pero mientras que no realice su finalidad, que es hacer morir  el querer humano para sustituirlo con el Querer Divino, su trabajo es incompleto] 

Ves, tú dices que han desaparecido clavos y cruz. Falso, hija mía, falso. Antes tu cruz era pequeña,  incompleta; ahora, mi Voluntad, elevandote en sí misma, hace grande tu cruz y cada acto que haces  en mi Querer es un clavo que recibe tu querer; y viviendo en mi Voluntad, la tuya se extiende tanto que te hace presente en cada criatura y me da por cada una la vida que le he dado, para devolverme el  honor, la gloria, el fin por el que la he creado. Ves, tu cruz se extiende no sólo para ti, sino para cada criatura, de modo que por todas partes veo tu cruz. Antes la veía sólo en ti, ahora la veo en todo. [El  sufrir, lo que llamamos cruz, sin la vida de la Voluntad Divina puede servir sólo como purificación  personal o para la propia santificación, limitada a la persona, mientras que, vivificado por la Divina  Voluntad, abraza en Ella a todos y a todo y hace el bien a todos]. Ese fundirte en mi Voluntad sin ningún  interés personal, sino sólo para darme lo que todos deberían darme y para darles a todos todo el bien 

que mi Querer contiene, es sólo de la Vida Divina, no humana. [Esto es lo que la Divina Voluntad  hace en el alma: dar a Dios de parte de todos lo que todos Le deben, y dar a todos de parte de Dios todas  las gracias que su Amor desea darles]. Por tanto sólo mi Voluntad es la que forma esa santidad divina  en el alma. Así que tus cruces del principio eran santidad humana, y lo humano, por más que sea santo,  no sabe hacer cosas grandes, sino pequeñas, y mucho menos elevar al alma a la santidad y a la fusión con el obrar de su Creador. Queda siempre en el límite de la criatura. Pero mi Voluntad, derribando  todas las barreras humanas, la mete en la inmensidad divina y todo se hace inmenso en ella: cruz, clavos,  santidad, amor, reparaciones, todo. 

Mi intención para ti no era la santidad humana, aunque era necesario que primero hiciera las  cosas pequeñas en ti, y por eso tanto me complacía. [La santidad “humana” participa de la santidad  misma de Dios de un modo limitado, imperfecto, humano. Jesús no la desprecia al compararla con la  santidad “divina” que por gracia adquiere quien vive en su Voluntad, pero es la preparación a esta última.  Y aquí Jesús está diciendo, como en otros textos, que con Luisa no se trata de hacer otra Santa (“santidad  humana”), sino de realizar su Proyecto eterno: llevar de nuevo a la criatura “al orden, a su puesto y a la  finalidad para la que fue creada”]. Ahora, habiendote hecho pasar más allá y teniendo que hacerte que  vivas en mi Querer, al ver que tu pequeñez, tu átomo abraza la inmensidad para darme por todos y cada  uno amor y gloria, y darme mis derechos sobre toda la Creación, eso me agrada tanto que todas las otras cosas ya no me dan gusto. Así que tu cruz y tus clavos serán mi Voluntad, que teniendo crucificada  la tuya, completará en ti la verdadera crucifixión, no a intervalos, sino perpetua, semejante a la mía,  que fui concebido crucificado y morí crucificado, alimentada mi Cruz sólo con la Voluntad Eterna, y por  eso fui crucificado por todos y cada uno. Mi Cruz selló a todos con su emblema”. 

Por eso San Pablo dice –y con él todos los santos– “estoy crucificado con Cristo y ya no soy yo el  que vive, sino Cristo es el que vive en mí”, y dice también “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia”. Significa que el sufrir, mientras para muchos es sólo sentir ese vacío de un bien que sólo Dios puede llenar (y ese es el sufrimiento que Dios permite  para purificar nuestra vida y reparar las escenas de nuestra existencia dañadas por el pecado), para  otros es compartir con Jesús, al menos un poco, su misión de Redentor, para reparar en favor de los  demás, “del su Cuerpo que es la Iglesia”. Así pues, para Jesús, mientras habría deseado incluso vaciar  el infierno y evitarnos todo sufrimiento (así es su Amor), por otra parte ese mismo Amor lo lleva a querer  compartir su Amor y su Dolor con aquellos que están más unidos a El, para los cuales el sufrir voluntario  es una cuestión de amor. Y lo que nos puede unir a El es la Voluntad Divina.