Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Seguir a Jesús es seguir la Verdad
Septiembre 3, 2023
22o domingo del tiempo Ordinario
+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, no basta saber Quien es Jesús, sino pensar como El y no según el mundo. Este es el drama, la verdadera división y agonía que la Iglesia está viviendo, y debemos decidir si amamos más la Verdad o si preferimos nuestro propio “yo”. Que Jesús y María, inseparables en el Querer Divino, con su bendición nos hagan inseparables de Ellos. Amén +
P. Pablo
Queridos hermanos, el pasado domingo el Señor nos preguntaba: “¿quién decís vosotros que soy Yo?”, y le respondimos con Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». ¡Muy bien! Y sin embargo no basta saber Quien es Jesús, sino que hace falta pensar como El y no según el mundo. El Evangelio de este domingo dice:
“Desde entonces Jesús empezó a decir abiertamente a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Pero Pedro se lo llevó aparte y empezó a protestar diciendo: «Dios te libre, Señor; eso no te sucederá nunca». Pero El, volviendose, dijo a Pedro: «¡Aléjate de Mí, satanás! ¡Tú me escandalizas, porque no piensas según Dios, sino según los hombres!». Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir en pos de Mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su propia vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la hallará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su propia alma? ¿O qué podrá dar el hombre en cambio de su propia alma? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y pagará a cada uno según sus obras. En verdad os digo: hay algunos entre los presentes que no morirán hasta que no vean al Hijo del hombre venir en su Reino».” (Mt 16,21-28).
¿Cuántos que se dicen cristianos piensan según Dios? ¿Pero cuántos según el mundo? ¡La mayor parte! Es por tanto evidente que, bajo el nombre y la apariencia externa, en realidad hay dos Iglesias, cada vez más diferentes y distantes. Y no se trata de ideologías, de tradicionalistas y progresistas, sino de quien ama la Verdad y la desea (aun cuando todavía no la conoce, pero que cuando la encuentra la reconoce) y quien por el contrario, tal vez conociendola intelectualmente, se prefiere él mismo. Está llegando la hora en que Dios dirá, como al principio de la Creación: “¡Hágase la Luz!”, y Dios separó la luz de las tinieblas (Gén 1,3-4). Por eso la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ha llegado a su Viernes Santo. Lo digo así como suena. Y recordemos que hace 2000 años, en el Calvario y al pie de la Cruz junto con la Madre de Jesús habían 4 o 5 mujeres y un solo Apostol, el más pequeño… mientras que todos los demás habían desaparecido. «Debemos defender la Verdad, aunque volvieramos a ser doce otra vez» (San Juan Pablo II). Esas palabras recuerdan las del difunto Cardenal Caffarra a un sacerdote poco antes de morir: «El Señor jamás abandonará a su Iglesia. Los Apóstoles eran doce y el Señor volverá a empezar con pocos. Imaginate el sufrimiento de San Atanasio, que se quedó solo defendiendo la verdad por amor a Cristo, a la Iglesia y a los hombres. Debemos tener fe, esperanza y fortaleza».
«El que quiera venir en pos de Mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga» (y como precisa el evangelio de San Lucas, “tome su cruz de cada día”): ¿quién sabe qué sorpresa y confusión habrán sentido los discípulos al oir esas palabras? Todos habían visto lo que era la cruz, el suplicio más cruel y humillante empleado por los romanos. ¿Qué podía significar?
Pero en primer lugar vemos como el Señor es absolutamente firme en cumplir la Voluntad del Padre, en llevar a cabo su misión de Redentor, en ir adelante con decisión, aunque bien sabía lo que iba a encontrar, dispuesto incluso a quedarse solo… Como en aquella otra ocasión en que, después de haber anunciado por primera vez la Eucaristía, «muchos de sus discípulos, después de haberle escuchado, dijeron: “Este lenguaje es duro; ¿quién puede aceptarlo?”, y desde entonces muchos de ellos se retiraron y lo abandonaron, y Jesús dijo a los Doce: “¿Acaso también vosotros quereis iros?” (Jn 6,60-70). Estaba dispuesto a quedarse solo, aunque eso era su dolor más grande, con tal de no aceptar compromisos o transigir con ninguna concesión a costa de la verdad y de la fidelidad a la Voluntad del Padre. La Voluntad de Dios no es negociable.
Como más tarde, en Lourdes, la Stma. Virgen dijo a Bernadette: “No te prometo hacerte felíz en este mundo, sino en el Cielo”, así Jesús no promete triunfos o éxitos, riquezas o carreras brillantes a los que le siguen, estar en su Reino –como le pidieron los dos Apóstoles, hijos de Zebedeo– uno a su derecha y el otro a su izquierda… Juan, en el Calvario, pudo ver quienes estaban a la derecha y a la izquierda de Cristo: dos ladrones crucificados con El.
¡Seguir a Jesús! ¡Cuántos amigos tiene cuando se trata de festejar, de celebrar un triunfo, pero qué pocos cuando se trata de luchar, de sufrir! ¡Cuántos seguidores, el Domingo de Ramos; qué pocos el Viernes santo! Aquí se pone a prueba la fe de cada uno, la amistad, la fidelidad, el amor. Pero nosotros, “seguimos” de verdad a Jesús? ¿Cuántos lo siguen por inercia, por costumbre, por tradición…, por algún interés personal –como Judas–, o para pedirle cosas? ¡Pero que no sea El el que nos pida nada!
No es una broma seguir a Jesús, así como su amor no ha sido un juego. No se puede seguir a Jesús silbando, o como si fuera ir de excursión o a un congreso o a un festival... Un examen de conciencia muy importante es este: ¿estamos dispuestos a quedarnos también nosotros solos, como El, abandonados por los amigos, por las personas queridas, con tal de no ceder a compromisos con la Verdad? “Señor, ¿habría alguna cosa que si Tú me la pidieras yo te la negaría?” Porque El nos da todo y por eso nos pide todo. Basta que le digamos “no, eso no”, y todo se detiene, se interrumpe el amor. Lo que por fuerza tendremos que dejar en el momento de nuestra muerte, conviene que se lo demos desde ahora por amor. Y aquí llega enseguida el pensamiento de nosotros mismos: “¿y si me pide eso, o esa otra cosa?”, y nos asustamos por culpa de nuestra imaginación, en la cual se entromete la tentación. Por eso decimos “no nos dejes caer en la tentación”, no permitas que entremos (eso significa) en la tentación. Pero el Señor, que nos da todo, no busca nuestras cosas, lo que El quiere es a nosotros, la única cosa que nunca tendrá si nosotros no se la damos: nuestra voluntad, es decir, nuestra intención sincera, nuestros deseos, junto con nuestra confianza y abandono. ¡De lo demás, El se encarga!
Los mismos Apóstoles seguían a Jesús por afecto humano, por admiración, pero todavía con criterios y motivos humanos, como niños que se entusiasaman por su “super-héroe”… El duro corte a esa mentalidad lo dió Jesús: “¿También vosotros quereis iros?”, y Pedro respondió por todos nosotros: “Señor, ¿y a quién iríamos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos conocido y creído que Tú eres el Santo de Dios”.
¡Qué fatigoso es cambiar de mentalidad, madurar! Se necesita tiempo y perseverancia, mirar a Jesús cada vez más, no tenernos en cuenta a nosotros mismos. El Señor te dice: “pensar en tí mismo nunca será una virtud, es siempre un vicio; pero si piensas en tí, piensame contigo”. “El que quiera salvar su propia vida la perderá, (es decir, el que quiera resolver por sí solo sus problemas o salvarse en alguna cosa con sus propias fuerzas); pero el que pierda su vida por Mí, la hallará”, el que la pierda en primer lugar de vista.
Perdernos de vista a nosotros mismos, nuestra vida, nuestros intereses, nuestros proyectos, el no dar vida a nuestra voluntad, eso es “negarnos a nosotros mismos” como dice Jesús. Negarnos a nosotros para afirmarle a El, puesto que El es “el que es”, mientras que nosotros somos los que “no son”. Perdernos a nosotros para ganar Jesús, parece casi un juego de palabras: perder la vida para hallar la verdadera Vida, perder la propia vida para no perder la propia alma. ¡Ganar el mundo entero –dice Jesús– es nada comparado con perderse uno mismo, para siempre!
No tener en cuenta nuestra voluntad es para abrazar la Divina Voluntad en todo lo que cada día Ella nos presenta, bajo cualquier aspecto que se presente: eso es “tomar nuestra cruz de cada día”. ¿Qué cosa es para nosotros la Cruz, sino la Voluntad Divina que nos contradice, que se opone a la nuestra, que hace que encontremos dolor, por el dolor que siente su Amor rechazado por los hombres? ¿Qué cosa es “tomar la propia cruz” sino abrazar la Voluntad de Dios y dejarnos abrazar por Ella? También es verdad que muchos se procuran ellos solos cruces que Dios no quería, cruces sin una gracia de Dios, que El sin embargo permite por justicia y también por misericordia, como la ocasión para que abran los ojos y se conviertan a El.
Y mirar a Jesús en cada situación para hacer como El hizo o haría en nuestro lugar, eso es “seguirle”. Es más, no se trata sólo de la imitación de Cristo, sino de permitirle, pidiendole que El sea el Protagonista, que sea El el que haga todo en nosotros y por medio de nosotros, seguirle tan de cerca, que sea El quien viva en nosotros y nosotros en El, y así pueda formar en nosotros su Reino.
Y puesto que en cada momento de la vida de Jesús todos estabamos allí, por eso ha añadido: “hay algunos entre los presentes que no morirán hasta que no vean al Hijo del hombre venir en su Reino”, lo cual significa que algunos, viviendo todavía en este mundo, asistirán y participarán al triunfo glorioso de su Reino.