Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Las Venidas del Señor

Noviembre 30, 2023

+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, Nuestro Señor vino al mundo como Redentor y vivió toda su vida histórica por  nosotros; en la Eucaristía se ha quedado con nosotros, sabiendo que sin El no podemos hacer nada, y su Venida como Rey, además de su manifestación gloriosa, quiere realizarla en nosotros. En nosotros es  donde quiere tener su Reino. + 


Queridos hermanos, hemos celebrado la Fiesta litúrgica de Cristo Rey, con la cual termina el año litúrgico,  porque todas las fiestas y celebraciones tienen come meta y fin el cumplimiento de su Reino “así en la tierra como en el Cielo”. 

Y empieza un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento, una preparación de cuatro semanas a la Navidad,  un tiempo en el que sin embargo la Iglesia sigue mirando “adelante”, la Venida gloriosa del Señor. El Nacimiento de Jesús fue el comienzo del Camino ‒más aún, empezó con su Encarnación‒ pero con la mirada y el corazón dirigido a su Triunfo, al cumplimiento de la Divina Voluntad “así en la tierra como en el Cielo”, a su Reino. 

En la Misa, después del Padrenuestro y preparandose a la Comunión el Sacerdote dice: “Líbranos de todos  los males, Señor, y concédenos la Paz en nuestros días, para que ayudados por tua Misericordia, vivamos siempre  libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador  Jesucristo”. 

El Señor ha venido, está presente y vendrá, “el que era, que es y que viene”, como lo llama el Apocalipsis (1,4). Pero para hablar de su Presencia actual (que no es sólo recuerdo) y de su Venida futura y deseada, que son  dos cosas a primera vista contradictorias, es necesario tener en cuenta la relación que hay entre el tiempo ‒la  dimensión propia de la criatura‒ y la eternidad, relación que para nosotros es un misterio.  

Otro misterio que nos supera infinitamente y que nunca podremos comprender de todo, es el de las diferentes maneras como Jesucristo está presente: en primer lugar es omnipresente con su Divinidad (más aún, no sólo está  presente en todo y en todas las cosas, sino que todo y todas las cosas están presentes en El). Además estuvo su presencia física, humana, en los lugares y en el tiempo histórico de su vida en la tierra. Está presente físicamente  con su naturaleza humana glorificada en el Cielo “a la derecha del Padre”, y a la vez está aquí en la tierra con  su presencia física y real en la Eucaristía, en la cual está presente con todos los momentos de su Vida histórica y con la Redención cumplida mediante su Muerte y su Resurrección; también está presente (de otra forma) en los  otros Sacramentos. Así mismo está presente “cuando dos o tres de nosotros estamos unidos en su nombre”; está  presente cuando se lee su Palabra; presente en sus hermanos cuando les hacemos el bien o el mal; está presente  en el alma en Gracia… Son tantas formas diferentes de estar presente, excluido el pecado.  

Por lo tanto son diversas sus Venidas en el tiempo: su venida cuando se encarnó como Redentor, en la “plenitud de los tiempos”; su venida gloriosa en la Resurrección, cuando volvió de la muerte a la vida; la venida de las Tres Divinas Personas para quienes lo aman, estableciendo en ellos su Morada; su venida en la Eucaristía, para formar en nosotros su Vida y su Reino; su segunda venida gloriosa (la “Parusía”), como Rey para tener su Reino, al “fin de los tiempos”; y por último su venida en el Juício final, al fin del mundo o de la historia.  

Existe un claro paralelismo entre el modo como vino cuando se encarnó, el modo como volvió en la Resurrección y el modo como ha de ser su venida como Rey.  

- Cuando se encarnó, el Señor se hizo realmente presente y vivo en el seno de su Madre (más aún, la Stma.  Virgen lo concibió por Divino Amor en su corazón virginal desde el primer momento de su inmaculada concepción, y por eso pudo luego concebirlo en su seno en el momento de la Anunciación). Jesús vivió nueve  meses oculto en Ella: sólo Ella lo sabía. Sucesivamente lo supieron Isabel y el niño que llevaba en su seno materno  en el momento de la Visitación; San José lo supo después, cuando un ángel se lo reveló en sueños. Jesús ya estaba  en el mundo, pero el mundo no sabía nada. Cuando nació lo supieron los pobres pastores de Belén y poco más tarde el anciano Simeón y Ana de Fanuel en el Templo, y luego los Reyes magos…, pocas personas, y así todo el  tiempo de su vida oculta. A los 30 años Jesús empezó a manifestarse, a partir de su bautismo en el Jordán. Sus discípulos poco a poco acogieron su manifestación, pero no se daban cuenta de verdad de Quién es Jesús… Lo comprendieron solamente cuando Jesús resucitó y cuando se fue en su Ascensión y ya no le vieron más.  - De la misma forma, en su Resurrección, cuando Jesús regresó de la muerte y de nuevo se hizo presente y vivo,  sólo su Madre lo sabía, de nuevo estaba con Ella y vivía en Ella, pero sólo al cabo de unas horas se apareció a  María Magdalena y a las otras discípulas. Más tarde se le apareció a Pedro (para pasarle a la Iglesia la Redención  cumplida) y al atardecer de ese día se manifestó a los dos discípulos de Emaus y poco después a los Apóstoles en el Cenáculo. Por tanto, una cosa fue su regreso y otra sus apariciones o manifestaciones a los distintos discípulos,  y todos, sin excepción, en un primer momento no le reconocieron; la Resurrección debía empezar a entrar en ellos y cambiarles para que pudieran reconocer al Señor.  

- Y lo mismo ha de ser en su segunda Venida gloriosa como Rey: el Señor ha tenido que formar una Vida suya  completa (por lo tanto, como Redentor) y un nuevo modo de estar presente y vivo en una criatura, elegida y preparada por El, en Luisa, a la que ha dado el nombre de “la pequeña hija de la Divina Voluntad”. Y sólo entonces el Espíritu Santo inspiró a la Iglesia la institución de la fiesta de Cristo Rey, en 1925. Pero, igual que en las otras  dos Venidas, ¿quién lo sabía? Poco a poco se daban cuenta algunos, los pequeños: algunos “pastores” (los  Confesores de Luisa y S. Anibal M. di Francia, el primer hijo espiritual de Luisa, censor de sus Escritos, que hizo  las primeras publicaciones). Después, otros y otros más han sido iluminados por esta gracia extraordinaria y han empezado a comprender, pero sólo pocos se han dado cuenta de la nueva Presencia viva del Señor come Rey, y eso en la medida que la Divina Voluntad va siendo vida en ellos, en la medida que “se vacían” de sí, de su propio  querer humano, para llenarse de El…  

En el 2025 celebraremos cien años de la institución de la fiesta de Cristo Rey, un signo importantísimo. En el  Credo decimos “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. Y en la  Misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús”. 

“...Jesús añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos creían que el Reino de Dios se  manifestaría de un momento a otro. Y dijo: Un Hombre de noble linaje (El mismo) partió a un país lejano (el  Cielo, el día de la Ascensión) para recibir el título de Rey y después regresar. Llamó a diez siervos y les entregó diez minas (monedas), diciendo: ‘Empleadlas hasta que Yo vuelva’. Pero sus paisanos Lo odiaban y mandaron tras El una delegación diciendo: ‘No queremos que Este venga a reinar sobre nosotros. Cuando regresó, después  de haber recibido el título de Rey (la Iglesia ha establecido la fiesta de Cristo Rey, como conclusión de todo el año litúrgico, en 1925), hizo llamar a los siervos a los que había entregado el dinero, para ver cuánto hubiese  ganado cada uno (...) En cuanto a esos enemigos míos que no han querido que Yo fuera su Rey, traedlos acá y matadlos en mi Presencia” (Lc. 19,11-27). Se cumplirá la Justicia. 

En el Cielo Jesús es el Rey, pero aquí en la tierra ha recibido oficialmente de la Iglesia el título, signo de que  finalmente ha empezado a reinar en una primera criatura “de la estirpe común” de los nacidos en el pecado original,  en la que El llama “la pequeña hija de la Divina Voluntad”. Eso significa que aquí en la tierra la Iglesia le ha dado “semaforo verde” para su venida. A partir de entonces, habiendo recibido el título de Rey, ya puede volver. 

Nuestro tiempo –podemos decir, a partir de 1925– es como el tiempo de gestación de la Santa Iglesia,  representada por la Mujer gloriosa (de Apocalipsis 12) que gime por los dolores del parto. Como en las otras dos Venidas, en que una cosa fue la Encarnación y otra el Nacimiento, una cosa la Resurrección y otra las apariciones,  de igual forma ahora el Señor ya está presente de ese modo nuevo, pero todavía no se manifiesta. La manifestación gloriosa que esperamos se llama “Parusía”, pero su Venida gloriosa de verdad no es una cosa del futuro, sino  que en la humildad y en forma oculta ya empezó hace un siglo.  

Llegará el momento, como dice el profeta Isaías (25,7) en que “sobre este monte quitará el velo que tapa la  cara de todos los pueblos y el manto que cubre a todas las gentes”, y entonces se abrirán nuestros ojos y lo  reconoceremos, como los discípulos de Emaus (Lc 24,31) y diremos: “¿Pero cómo, Señor, ya has vuelto?”, y El  nos dirá: “Yo estaba siempre con vosotros, como había prometido, pero no me veíais con esa capa de vuestro  querer humano, con esa mascarilla, con esa venda que teníais delante de los ojos… Pero ahora quiero estar en  vosotros y que me veais con mis mismos ojos y me ameis con mi mismo Corazón”. 

Y entonces ¿a qué espera el Señor? ¿Hasta cuándo ha de durar este doloroso embarazo? Hasta que no esté  suficientemente formada su nueva Presencia viva en quienes debemos hacer que se vea y que reine en nosotros.  Por eso la Santa Iglesia y con ella María, Madre y figura de la Iglesia, dice con San Pablo: “Hijitos míos, que yo  de nuevo doy a luz con dolor, hasta que no esté Cristo formado en vosotros (Gál 4,19). En nosotros El ha de crecer y nosotros disminuir (Jn 3,30), y debe crecer hasta no poder seguir oculto: entonces se manifestará como Rey glorioso, Rey de reyes, Rey que hace reinar a todos con El y en El. De nosotros, de este “pequeño resto”,  depende dentro de ciertos límites anticipar o retrasar “el día y la hora”: “¿cuáles debéis ser vosotros, en la santidad de la conducta y en la piedad, esperando y apresurando la venida del Día de Dios…?” (2ª Pedro 3,11-12).  ¿Hasta cuándo…? Hasta que esté completa la cantidad de actos y de oración establecida por Dios, hasta que se llegue al nivel de respuesta al Amor Divino que pide su Justicia: “antes hay que cumplir toda Justicia” (cfr Mt  3,15). “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Ese es el significado último, la finalidad de la materna presencia de la Stma. Virgen con todas sus apariciones y manifestaciones en el mundo: no sólo para llamar a la conversión para la salvación, sino para preparar a sus hijos a la llegada del Día de Dios.  

Come dice la Reina del Cielo en su “Llamado materno”, en los escritos de Luisa Piccarreta: “¡Acoge mi visita,  mis lecciones...! Sabe que Yo recorreré el mundo entero, iré a cada individuo, a todas las familias, en las comunidades religiosas, en cada nación, a todos los pueblos, y si hace falta lo haré durante siglos enteros, hasta que haya formado como Reina a mi pueblo y como Madre a mis hijos, que conozcan y hagan reinar en todo  a la Divina Voluntad”.  

Nuestro Señor vino al mundo como Redentor y vivió toda su vida histórica por nosotros; en la Eucaristía se ha  quedado con nosotros, sabiendo que sin El no podemos hacer nada, y su Venida como Rey, además de su  manifestación gloriosa, quiere realizarla en nosotros. En nosotros es donde quiere tener su Reino.