Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

La Vida es breve pero nunca acabará


Noviembre 2, 2023

+ ¡Ave María!  

Queridos hermanos, ¡ánimo! Pasa la vida, víspera de Fiesta; muere la muerte, ¡el Paraíso nos espera!  Hemos sido creados para el Cielo. Debemos por eso tener claro el verdadero sentido de la vida, el de la  muerte y de lo que sigue después. + 

Queridos hermanos, el mes de Noviembre nos invita a mirar a lo alto, más allá del estrecho horizonte de nuestra  existencia diaria y de la vida. Estamos dentro del misterio de la relación del tiempo con la eternidad. Y ante  nosotros tenemos a los Novísimos, de los cuales ahora hablaremos: muerte, juício, Cielo o por el contrario infierno.  Debemos encuadrar bien estas realidades en el Proyecto de Dios, en el Proyecto de su Voluntad. 

Ante todo hace falta tener claro el verdadero sentido de la vida. Venimos de Dios y debemos volver a Dios.  Y el Señor le dice a Luisa Piccarreta: “Hija mía, el hombre nace primero en Mí y tiene el sello de la Divinidad.  Al salir de Mí para renacer del seno materno, le ordeno que recorra un breve camino, y al final de ese camino,  haciendome encontrar por él, lo recibo de nuevo en Mí, haciendole vivir eternamente conmigo. Ya ves cuánto  es noble el hombre, de dónde viene y adónde va, y cual es su destino. Ahora, ¿cómo debería ser la santidad de ese hombre, procedente de un Dios tan Santo? Pero el hombre, al recorrer el camino para volver otra vez a Mí,  destruye en él lo que ha recibido de divino y se corrompe, de modo que en el encuentro conmigo para recibirlo en Mí ya no lo reconozco, ya no veo en él el sello divino, nada encuentro de mío en él y, no reconociendolo ya, mi Justicia lo condena a que vaya disperso por el camino de la perdición”. (17.2.1901) Dios nos concede a cada uno un espacio de tiempo conveniente y suficiente, perfecto, en el que pueda madurar su respuesta libre a Dios. Sólo al final de ese tiempo su respuesta (sí o no) resulta definitiva, con todas las consecuencias. Pero siendo criatura, el hombre siempre pasa de poder hacer tantas cosas al acto de realizarlas; así  que siempre existirá el tiempo: un tiempo sin fin, “los siglos de los siglos”. La vida es breve pero nunca termina. Dondequiera que vamos, en todo lo que hacemos…, en el fondo, ¿qué vamos buscando? La felicidad. No es fácil notar la relación entre lo que hacemos y esta última finalidad. No nos damos cuenta.  El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El deseo de Dios (o sea, desear a Dios) está escrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no deja de atraer al hombre y solamente en Dios el hombre hallará la verdad y la felicidad que busca sin descanso”. Corresponde a una célebre frase de San Agustín: “Nos creaste, Señor, para Tí, y nuestro corazón no descansa si no descansa en Tí”.  Lo demuestra el deseo del bien, de la verdad, de la paz, de la belleza, de la felicidad, de una vida sin límites,  que poseemos por naturaleza, sin que nadie nos lo haya enseñado. Este deseo supremo, este “instinto” primordial  es “la marca de fábrica” de Dios, lo que la materia no podría dar jamás. El hombre viene de Dios y debe volver (voluntariamente) a Dios. Y no se improvisa el regreso. 

Todos queremos ser felices, ¿pero cómo lograrlo? Los esfuerzos humanos de quienes han dado origen a las diferentes religiones, no han conseguido nada. El hombre quiere de tantas formas elevarse hacia Dios, acercarse a  El, ser de algún modo como Dios, porque Dios lo creò “a Su imagen y semejanza”. El gran error, el pecado, es querer ser como Dios, pero sin Dios, más aún contra Dios. En todas las religiones de iniciativa humana, el hombre ha querido subir hasta Dios, pero sólo en la verdadera Religión, es Dios el que ha tomado la iniciativa de bajar hasta su criatura, el hombre, para mostrarle el sentido de su vida y, encarnandose, para elevarlo y llevarlo a El. 

Las preguntas ¿quién soy yo? ¿por qué existo? ¿cuál es mi destino? ¿por qué he de morir? ¿qué me espera después de la muerte? y otras parecidas, son las primeras que debemos hacernos si queremos dar sentido a nuestra  vida. La vida pasa rápida y se acerca a su fin. Todos moriremos un día. Podemos alejar el pensamiento pero no la  certeza. Ante una cosa tan no querida, tan impresionante, y sin embargo tan cierta y tan universal, nos preguntamos:  ¿pero por qué no puedo vivir para siempre? ¿Quién ha establecido que el hombre haya de morir, que yo muera? 

Este problema incluye el del mal físico. Dos cosas que no hay que confundir: el dolor y la muerte. Al problema  de la muerte se añade: “¿por qué el dolor, especialmente el de los inocentes? ¿Y las enfermedades? ¿Y las calamidades naturales? ¿Y la violencia, los abusos, las injusticias, el hambre en el mundo, las guerras?” ¿Y las desilusiones? ¿Pero cómo es posible? Todo en nosotros tiende con fuerza irresistible al bien, a la felicidad, a la  vida, mientras que la muerte nos arrancaría todo con una carcajada de burla: “estúpido, ¿qué te creías”?  

El verdadero sentido de la muerte. Por envidia del demonio entró el pecado en el mundo y por el pecado  todos los otros males y la muerte. El hombre, separandose de Dios, se separa de su prójimo y de todo lo creado,  que se le pone en contra y lo trata como enemigo, y el alma se separa del cuerpo: es la muerte. De la muerte  espiritual procede la muerte corporal. Nuestra existencia no termina, porque depende sólo de Dios: existimos para siempre, mientras que la vida cesa por culpa del pecado. Y Jesucristo ha tomado todo lo que es nuestra muerte,  corporal y espiritual, para destruirla en El y darnos en cambio la vida “y la vida en abundancia” (Jn 10,10).  Las consecuencias del pecado son dolor (la carencia de un bien, o sea un mal), disolución, muerte. Pero nunca se muere, aunque dejemos nuestro cuerpo, que volverá a la tierra, como Dios dijo a Adán, y al fin del mundo resucitará para siempre, transformado en la resurrección final. ¡Yo no moriré jamás, ni aunque me maten! En  realidad, la muerte no es para el que se va, sino para el que se queda, porque tiene que morir a tantas cosas… Dice Luisa: “Amable Jesús mío, ¿será una falta en mí no temer la muerte? Mientras veo que los demás tanto la temen, mientras que yo, si pienso sólo que la muerte me unirá para siempre contigo y terminará el martirio de mi dura separación, pensar en la muerte no sólo no me da ningún temor, sino que me consuela, me da paz y alegría, dejando a un lado todas las consecuencias que la muerte lleva consigo”. 

Y Jesús: “Hija, en verdad ese temor extravagante de morir es una tontería, teniendo cada uno todos mis méritos, virtudes y obras como pasaporte para entrar en el Cielo, habiendolos dado a todos, y mucho más si aprovechando de esto que le he dado ha añadido lo suyo; y con toda esa riqueza, ¿qué temor puede haber de la  muerte? Mientras que con este segurísimo pasaporte el alma puede entrar donde quiere, y por mérito del  pasaporte todos la respetan y la dejan pasar. Y a ti, ese no temer para nada la muerte te viene de haber tratado  conmigo y haber experimentado lo dulce y preciosa que es la unión con el sumo Bien. Sin embargo, sábe que el  homenaje más agradable que se me puede ofrecer es desear morir para unirse conmigo y es la más bella disposición del alma, para purificarse y sin ningún intervalo pasar directamente al Cielo”. (6.2.1902) ¿Y después de la muerte? “Está establecido para los hombres morir una sola vez, después de lo cual viene el  juício(Hebreos 9,27). Eso excluye la idea pagana de la reencarnación. ¿En qué consiste el giudizio? “El juício es que la Luz ha venido al mundo, pero los hombres han preferito las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que hace el mal odia la luz y no viene a la luz para que no sean reveladas sus obras. Pero el que  obra la verdad viene a la luz, para que se vea claramente que sus obras han sido hechas en Dios” (Jn 3,19-21). El juício esla confrontación entre la conciencia del hombre y la Verdad que es Dios. Es el choque de la injusticia  del hombre (el pecado) con la Justicia (o santidad) de Dios. “El que escucha mi palabra y cree en Aquel que me ha mandado, tiene la Vida eterna y no va al juício, porque ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Sólo así se evita el choque con la Justicia, cuando a tiempo se llama a la puerta de la Divina Misericordia, lo cual es fruto  de la fe en Cristo. El juício es separación de la luz de las tinieblas, de lo que es conforme a la Verdad de lo que es mentira, de lo que es un bien de lo que es un mal. 

Después de la muerte de cada persona tiene lugar su juício personal: ella misma ve a la luz de la Verdad su vida y ella sola comprende lo que ha hecho y el resultado final y definitivo, eterno. “Del lado que cae el árbol, así  se queda”. Ella sola comprende si se ha salvado, si ha de ir al Purgatorio, o si se ha condenado y va al infierno. 

Al fin del mundo será el Juício final, precedido por la resurrección universal, y cada uno, con su propio cuerpo  y alma irá al destino eterno que ya habrá estado decidido en el juício personal. 

Hemos celebrado la gran fiesta de “todos los Santos”. El regreso a Dios, el Cielo es el fin de nuestra existencia,  el estado de felicidad suprema y definitiva, el abrazo de la Stma. Trinidad. El Cielo es la visión beatífica y la posesión de Dios por amor: es la Gloria “esencial”, el goce directo del Creador, y con ella la Gloria accidental, que Dios nos dará por medio de todas sus criaturas. No se trata de un lugar especial, sino que por el hecho de estar glorificados en alma y cuerpo, es toda la Creación, transfigurada también por Dios para procurarnos una infinidad de vivísimos goces y alegrías. El Cielo es la felicidad inmensa de los bienaventurados, gozar del Amor y del Poder de Dios y de la “comunión de los Santos”, amar a todos los seres del Universo y gozar con ellos, hasta el límite del grado de gloria alcanzado en esta vida. Es la perfecta realización del Amor humano-divino, que supera  absolutamente nuestra capacidad de conocimiento en esta vida: “Las cosas que ojo no vió, ni oído oyó, ni nunca entraron en el corazón del hombre, Dios las ha preparado para aquellos que lo aman” (1a Cor 2,9). 

Y celebramos también la conmemoración de los fieles difuntos, las almas del Purgatorio. Para entrar en el  Cielo es necesario ser perfectamente conformes con lo que la Divina Voluntad quiere de nosotros, poseer la Vida  divina de Jesús (la Gracia) y haber expiado totalmente la justa pena merecida por los pecados ya perdonados. Por  eso se puede decir que sólo los mártires y los niños inocentes están listos para el Cielo; la mayor parte de quienes mueren reconciliados con Dios deben pasar un cierto tiempo de Purgatorio más o menos intenso. Es como un  hospital de dolor, del cual saldrán perfectamente purificados y en condiciones de poder ver a Dios: hacerles estar en Su presencia manchados, sería para ellos el peor sufrimiento. El fuego de su Amor convierte todo lo que toca  en fuego… o en ceniza. 

“La caridad más aceptable para Mí ‒dice Jesús a Luisa‒ es la que se tiene con quienes están más cerca de Mí,  y los más cercanos a Me son las almas del Purgatorio, porque están ya confirmadas en mi gracia, y no hay ninguna oposición entre mi Voluntad y la suya, viven continuamente en Mí, me aman ardientemente y me veo  obligado a verlas sufrir en Mí mismo, impotentes de darse ellas mismas el mínimo alivio. ¡Oh, cómo se desgarra mi Corazón por la situación de esas almas, porque no están lejos, sino cerca, y no sólo cercanas, sino dentro de Mí! Y cómo agradece mi Corazón quien se interesa de ellas. Suponte tú que una madre o una hermana tuya  vivieran en un estado de dolor contigo, incapaces de ayudarse ellas mismas, y que otro, un extraño, que viviese  fuera de tu casa, también en un estado doloroso, pero que puede ayudarse él mismo; ¿no agradecerías tú más si alguien se ocupase de aliviar a tu madre o a tu hermana, que no al extraño que puede ayudarse él mismo?”  Después ha añadido: “La segunda caridad más aceptable para mi Corazón, es con aquellos que, si bien viven en este mundo, se acercan casi a las almas del Purgatorio, o sea, que me aman, hacen siempre mi Voluntad, se  interesan de mis cosas como si fueran suyas. Por tanto, si éstos se hallan oprimidos, necesitados, sufriendo, y uno se ocupa de aliviarles y ayudarles, a mi Corazón le es más grato que si se hiciera a otros” (16.1.1901).  Y aquí nos detenemos, que es mejor…