Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

"María Reina ha formado en Ella, el Reino"


Segunda meditación
Agosto 22, 2023

+ ¡Ave María! 

Queridos hermanos, María ha formado en ella, en su vida, el Reino, pero se ha de formar en nosotros,  se tiene que poblar. Y hemos de comprender como debemos edificarlo para que llegue su fiesta, así en  la tierra como en el Cielo. + 



Queridos hermanos, hemos preguntado “¿Cuándo vendrá tu Reino?”, y la Stma. Virgen nos dice: ‒“ Hijos míos,  os toca a vosotros “esperarlo y apresurarlo” (2a Pedro 3,12). No sólo, sino formarlo, construirlo en nosotros,  como hizo Ella. “Si el Señor no construye su casa, inutilmente trabajan los constructores” (Salmo 126). 

Hacen falta tantos ladrillos para construir una casa, tantas casas para formar una ciudad, tantas ciudades para formar un reino. Y hace falta tener claro el proyecto, así como el esfuerzo y la perseverancia, el deseo y la  constancia. Los ladrillos necesitan el cemento. Y luego hay que pensar en los detalles, adornar las paredes, etc.  Pero el Señor nos lo explica diciendo a Luisa: 

“Hija mía, lo principal para que Yo entre en un alma y forme en ella mi morada, es el desapego total de todo. Sin lo cual, no sólo no puedo Yo vivir en ella, sino que tampoco puede establecerse ninguna virtud en el alma.  Después de que el alma ha hecho salir todo de ella, entonces entro Yo y unido a la voluntad del alma  construimos una casa.  

Sus cimientos se basan en la humildad y cuanto más profundos son, tanto más altos y robustos resultan los muros. Esos murosse fabrican con las piedras de la mortificación, cementadas con el oro purísimo de la caridad.  Después de haber construido las paredes, Yo, como el más excelente pintor, no con cal y agua, sino con los  méritos de mi Pasión, representada por la cal, y con los colores de mi Sangre, representada por el agua, las revoco y las cubro con las más extraordinarias pinturas, y eso sirve para protegerla bien de las lluvias, de las nieves y de cualquier temblor. Después se ponen las puertas. Para hacer que sean sólidas como madera, sin  peligro de carcoma, es necesario el silencio, que forma la muerte de los sentidos externos.  

Para custodiar esta casa es necesario un guardian que vigile por todas partes, dentro y afuera, y es el santo  temor de Dios, que la proteja de todo problema o viento o cualquier otra cosa que pueda afectarla. Ese temor será la defensa de esa casa, que hará obrar, no por temor a un castigo, sino de ofender al Dueño de la casa. Ese  temor santo no sire más que para hacer todo para agradar a Dios, sin ninguna otra intención.  

Después habrá que adornar la casa y llenarla de tesoros. Esos tesoros no han de ser mas que deseos santos y lágrimas. Eran los tesoros del Antiguo Testamento y en ellos hallaron su salvación, en cumplir sus votos u  consuelo, en los sufrimientos su fortaleza, es decir, que consideraban toda su fortuna el deseo del futuro  Redentor y con ese deseo obraban como atletas. El alma sin deseo obra casi como muerta; hasta en las mismas virtudes, todo es sentir aburrimiento, fastidio, rencor; nada le agrada, camina casi arrastrandose por el camino del bien. Todo lo contrario es el alma que desea: ninguna cosa le es de peso, todo es alegría, vuela; en las  mismas penas encuentra sus gustos, y eso es porque de ante mano tiene un deseo, y las cosas que primero se desean, después se aman y, amandolas dan los más agradables gustos. Por eso, el deseo debe preceder la edificación de esa casa.  

Los adornos de esa casa serán las piedras más preciosas, las perlas, las gemas más valiosas de mi vida,  basada siempre en el padecer, el puro padecer. Y como Aquel que vive en ella es quien da todo bien, la amuebla  con todas las virtudes, la perfuma con los más suaves olores y con la flores más encantadoras, hace resonar una  música celestial de las más agradables, hace respirar un aire de Paraiso”.  

Me olvidaba decir que hace falta ver si hay la paz doméstica, que no ha de ser sino el recogimiento y el silencio de los sentidos interiores.” (Vol. 2°, 29.10.1899) 

Es la Divina Voluntad la que, junto con la nuestra, quiere edificar en nosotros su casa, hacer de nosotros su morada. Como dice San Pedro, “uniendoos a El, piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa  ante Dios, también vosotros sois empleados como piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, un  sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios, por medio de Jesucristo” (1a Pe 2,4-5). Y un reino no se forma con pocas personas, sino con tantas, unidas por un mismo proyecto y deseo, por un único  amor.  

El Reino de la Divina Voluntad, que invocamos en el Padrenuestro, ya existe, perfecto y realizado por el  Espíritu Santo, el Divino Realizador, en Jesús y María, en espera sólo de multiplicarse en tantos hijos suyos, vestidos de Sol como Ella, que sean su corona, para coronarla como Reina en el triunfo de su Corazón Inmaculado. 

Jesucristo es el Rey de reyes (y no es sin motivo que la Iglesia ha instituido su fiesta hace ya casi un siglo), a su derecha María es la Reina; en el Cielo ya tienen el Reino, pero aún no en la tierra; se está formando a partir de  la pequeña Hija de la Divina Voluntad, Luisa Piccarreta, por consiguiente se ha de formar en nosotros, para que se cumpla la gran Fiesta de su Triunfo… y ahora sabemos cuánto depende de nosotros… Con tantos ladrillos (obras) y piedras (todo lo que nos mortifica), con el cemento del Amor divino que todo lo une, lo debemos construir… Con tantos tantitos se forma un tantote…