Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

"La familia en medio de la gran prueba"

Diciembre 28, 2023

+ ¡Ave María! Queridos hermanos, la gran guerra de “reino contra Reino” tiene su epicentro en las familias. Tantas están destruidas por no tener el verdadero Amor, cuando falta la vida espiritual y la Fe. + 

Mis queridos hermanos, vosotros sois mi “parroquia espiritual”, la sagrada familia espiritual que el Señor me ha encomendado. Este año el último día, domingo, es la fiesta de la Sagrada Familia, espejo y modelo de cada familia. Nuestro querido Papa Benedicto XVI, que hace un año nació a la verdadera Vida, interceda y asista a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Después de haber contemplado en Navidad al Hijo de Dios encarnado, a Jesús recién nacido, la Iglesia extiende la mirada para contemplar el cuadro completo en el que ha venido al mundo: en una pequeña familia, nacido de la Stma. Virgen, teniendo como padre, a los ojos del mundo, a San José, el vicario personal del Padre Divino. 

Lo que ahora deseo compartirles creo que es muy importante. El tema es la familia y la grande prueba que ahora más que nunca ha de pasar. 

En cierto sentido, la primera Sagrada Familia está formada por las tres Divinas Personas que son un único Ser, Dios, purísimo Espíritu indivisible, porque Dios es infinito Amor. Y ha querido compartir su Vida y su infinita felicidad con las criaturas, proyectandola en la tierra: ha inventado la familia al crear al hombre a su imagen y semejanza. No sólo cada ser humano, sino la familia humana. 

Al crear al hombre, Dios dijo: “no es bueno que el hombre esté solo, quiero hacerle una ayuda que le sea semejante” (Gén. 2,18), y así de uno solo hizo dos, para que sucesivamente fueran tres: así es como la Trinidad de Personas Divinas debía reflejarse en la tierra en cada familia. “Dios creó al hombre a su propia imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: «sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra»” (Gén. 1, 27-28). Por así decir, Dios “duplicó” Adán formando de él a la mujer, Eva, y se la presentó al hombre, el cual dijo: “es carne de mi carne y hueso de mis huesos”, y la Palabra de Dios concluye diciendo: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne” (Gén. 2,23), es decir, una sola vida: Dios mira a dos y ve sólo uno. Así, para que los dos sean uno sólo, han de ser tres (¡matemáticas de Dios!), el padre, la madre, el hijo… 

La finalidad del matrimonio es lo que dijo Dios: “sed fecundos y multiplicaos”. Pero si digo que han de ser tres, no pienso sólo al fruto, porque hijos pueden tener tantos o tal vez no tener, sino porque el verdadero amor nunca es sólo “bilateral” (entre dos), entre el hombre y su mujer, entre cada uno de nosotros y el prójimo, sino que entre ellos deben tener lo que los une, y el que los une es Dios. Como para unir los ladrillos al construir una casa hace falta lo que los une, el cemento, así, para estar unidos con el prójimo o para que el esposo y la esposa sean una sola cosa se necesita el Amor de Dios, no basta la arena del querer humano… ¿Quién de nosotros viviría en una casa hecha sólo con ladrillos sin el cemento que los une? De un momento a otro, al primer soplo de viento se derrumbaría. 

Como se derrumbó su verdadera unión espiritual con el primer pecado: cuando faltó el amor a Dios (el hombre pecó cuando suo amor se enfrió, y eso pasa siempre en cada pecado) cuando el hombre se separó de Dios se separó de sú prójimo y se dividió él mismo, además de sentir todas las cosas separadas de él y hostiles. El verdadero Amor, el Amor de Dios, es lo único que une, de lo contrario el egoismo se disfraza de amor. El verdadero Amor no es un simple sentimiento o una emoción, sino entrega de sí, renuncia a sí mismo, al propio “yo” para dar espacio al “nosotros”… Como el Señor ha dicho: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por quienes ama” (Jn. 15,13). 

Por eso ahora una gran parte de las familias se rompen, no se aman, están divididas aun cuando pot fuera conserva una aparente normalidad: porque no tienen un puesto para Dios en su propia vida. Ese vacío no se llena con cosasfrívolas, del mundo; esla ocasión que aprovecha el diablo (“aquel que divide”) para entrar en las familias y sembrar cizaña, poniendo a uno contra el otro, y como ha dicho el Señor, “los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (Mt. 10,36), tal vez haciendo ver lo que no es provocando las reacciones y las pasiones que alimentan los siete vicios capitales. La emotividad nunca debe ocupar el puesto del buen sentido y de la Fe. Nunca debemos perder de vista la verdadera finalidad de todo, que es responder al Amor de Dios. Por el contrario, la finalidad y la intención del enemigo infernal es destruir la obra de Dios, destruir la Iglesia, destruyendo la familia. 

Nunca se debería llegar a formar una familia, al matrimonio, por sólo un impulso emotivo y sentimental, y aún menos por interés, sino sólo después de haber orado, presentando a Dios la propia vida y pidiendole la gracia necesaria para realizar Su proyecto. Lo mismo se debería hacer antes de traer al mundo un hijo, porque los hijos pertenecer a Dios. El ejemplo lo dan Tobías y Sara, así como los padres de San Juan Bautista y los de la Stma. Virgen. No basta el impulso natural, contaminado siempre por el pecado original, sino que se necesita el Amor de Dios. 

Pero ¿cómo es que hay tantas heridas en las familias, y en primer lugar la ruptura del amor entre los esposos? Se vió desde el principio, desde el primer pecado: en presencia de Dios, Adán le echó la culpa a Eva (y así nació el primer “caballero”), Eva la dió al tentador (“yo no he sido, sino el diablo, que es muy malo”) … “Por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa…” Así es como cada uno le echa la culpa a otro, declara culpable al otro, hace el exámen de conciencia del otro, no de la propia conciencia. Se imagina ver objetivamente como son las cosas, mientras que mucho es subjetivo, por lo tanto equivocado, a causa de sus propias pasiones, del propio interés, del propio “ego”. Como siempre, se prefiere el propio “yo” a la Verdad. Se pretende tener el 100% de razón, mientras que, en todo caso, él tiene un 50% y ella el otro 50%... Y entonces la cuestión en definitiva es si ese cierto comportamiento de él o de ella que hiere al otro y los divide, ¿es la causa o es más bien la consecuencia de otro comportamiento? Ninguno de nosotros está por encima de toda sospecha, ninguno es “monedita de oro” para caer siempre bien a todos… No temamos la Verdad, que nos hará libres. Todo esto no excluye que muchas veces uno de los dos viva en un estado de violencia y de opresión por parte del otro, y las noticias de casi todos los días muestran que la mujer es frecuentemente la víctima, confirmando la palabra del Señor: “Hacia tu marido irá tu instinto, pero él te dominará” (Gén. 3,16) 

Se vive siempre y se va al matrimonio con el deseo de la felicidad, porque Dios nos ha creado para hacernos felices, pero pronto se descubre “la otra cara de la luna”, es decir, inevitablemente se encuentra algún sufrimiento, una desilusión, la cruz… “No te prometo hacerte felíz en esta vida, sino después, en el Cielo”, dijo la Stma. Virgen a Bernadette en Lourdes. Y en esta vida el Señor no deja de dar ayuda, consuelos y pequeños momentos de felicidad a las familias, para sostenerlas en el camino de regreso a Dios, pero ha de permitir los momentos de dolor y de cruz por nuestro bien, para liberarnos de nuestros apegos, causa de nuestros males… No es posible evitar la cruz tratando huir de ella. Y a todos Jesús nos dice: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga. El que quiera salvar su vida, la perderà, pero el que la pierda por Mí, la salvará” (Lc 9,23-24). 

La gran guerra de espíritus, de “reino contra Reino”, tiene su epicentro dentro de las familias. Asistimos a la destrucción de tantas familias: falta el verdadero Amor cuando falta la vida espiritual y la Fe. El que reza se salva, el que no reza se condena; y eso vale también para la familia. “Familia que reza unida permanece unida”. Se necesita la Gracia de Dios. Por eso, para dar la Redención, el Señor ha querido vincular de nuevo con El a la familia mediante un Sacramento especial, que además de ser una fuente continua de asistencia y de Gracia, es signo de la unión de Cristo con su Iglesia. Y como Jesús “crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres”, así también nosotros, así la familia. Ella debe ser el lugar insustituible de la primera evangelización, de la catequesis fundamental, además de serlo de la formación humana. En la familia es donde se debe aprender a conocer el Señor, a rezar, a amar, a sacrificarse por los demás, a descubrir el propio puesto y el propio camino en la vida. Y sabiendo bien que los distintos caminos deben convergir en uno sólo: el que lleva a Dios, porque el destino de toda verdadera familia es pasar de la tierra al Cielo. El hombre viene de Dios y debe volver a Dios. Para eso debe servir la familia, no sólo para poblar la tierra, sino también el Cielo. 

Y el modelo perfecto que el Señor nos ha dado es su familia de Nazareth: Jesús, José y María. Por tanto, queridos hermanos, repito y renuevo mi mejor deseo y felicitación: que Jesucristo viva y reine en vosotros, que con su Madre Stma. y San José hagan de vuestras casas y de vuestras familias sucursales e imágenes de su casa y santa Familia de Nazareth.