Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

El Sagrado Corazón, Corazón Divino del Padre

Junio 7, 2024

+ ¡Ave Maria! 

Carísimos, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús revela el Corazón Divino del Padre para compartir su Amor de Hijo, como lo comparte el Corazón Inmaculado de María. Del Corazón depende la Vida. +



Mis queridos hermanos, el Señor nos dice: “El que me ve a Mí ve el Padre”, por eso su Corazón es la manifestación del Corazón del Padre… Después de la fiesta de la Eucaristía, del Corpus Christi, la Iglesia celebra la gran fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Si el Corazón de la Iglesia es la Eucaristía, el Corazón de la Eucaristía –es decir, de Jesús– es el Corazón del Padre, su Voluntad. Si recibimos a Jesús en la Eucaristía, el fin, el resultado debe ser tener su mismo Corazón y, como El, tener como vida la Voluntad del Padre. 

Para hacernos una idea de como es el Corazón de Dios, imaginemos si el sol tuviera inteligencia, voluntad, sentimientos, y se viera solo: solo en el espacio vacío, en medio de la nada… Imaginemos cuál sería su dolor al no tener con quien compartir su luz, su calor, su vida: ¡qué soledad, qué dolor para su amor! Al sol no le faltaría nada, no necesitaría de nadie, pero para él serían las palabras que dijo Dios al crear al hombre, Adán:  “No es bueno que el hombre esté solo, quiero darle una compañía que le sea semejante” (Gén 2,18). Así Dios lo  duplicó y de él formó a la primera mujer, Eva, de su costado, en cuanto que Adán y Eva eran figura de Cristo y de  la Iglesia, su Esposa, nacida del costado de Cristo en la Cruz, de su Corazón traspasado. De él brotó sangre y agua,  que los Santos Padres han visto como símbolo de la Eucaristía y del Bautismo, que constituyen la Iglesia. De la  muerte de Cristo ha nacido nuestra vida. De su Corazón hemos nacido. 

Esas palabras, “No es bueno que el hombre esté solo, quiero darle una compañía que le sea semejante”, antes  Dios las dijo de su Amor: “No es bueno que mi Amor esté solo, esteril; quiero a mi Hijo, Jesucristo, multiplicado  en tantos, tantos hijos como El, a mi semejanza, con quienes poder compartir mi vida, mi gloria, mi felicidad”.  Por eso nos ha creado. 

El Corazón del Padre es infinito, es absolutamente espiritual, pero se hace representar por el Corazón  humano-divino de su Hijo. Por eso nos ha dado un corazón físico, que representa el corazón moral, espiritual,  nuestra voluntad, que no sólo es la sede de los sentimientos y de las emociones, sino la fuente de las intenciones y  de las decisiones, de lo que de nosotros depende, de la finalidad que damos a las cosas. Así que Dios tiene un  Corazón espiritual divino, a imagen del cual ha creado el nuestro, humano; Dios es Uno en su Ser, pero es Tres  Personas y ninguna podría ser sin las otras dos, ninguna podría pensar o querer algo por su cuenta sin que los Tres  lo quisieran. Dios es Tres Personas, que podrían decirse el Amante, el Amado y el Amor, con una sola Voluntad,  un único Querer, un solo Corazón. 

Pues bien, habiendonos creado con infinito Amor para que fueramos para El como otros tantos hijos, ¡cuál  será su dolor cuando tantos, la mayor parte de esos hijos no lo conocen, no lo aman como Padre, no viven como  hijos, como si no fueran criaturas suyas! Prefieren creer que son fruto de la “casualidad”, de la materia, de una evolución animal ‒¡qué absurdo, qué insulto a Dios!‒ y pretenden fabricar al hombre “transgénico”, robotizado, en vez de reconocer el testimonio que El nos ha dado y que cada ser humano lleva innato en lo profundo de su ser,  como dijo S. Agustín: “Nos creaste para Tí y nuestro corazón no halla reposo sino cuando descansa en Tí”. Y  qué dolor, para su Corazón de Padre, que con tanto amor nos ha creado uno por uno, cuando estas criaturas no lo  reconocen como Padre ni lo aman! Sería el fracaso de su Paternidad Divina, pero Dios no puede fracasar… Y  entonces, ¿cómo ha resuelto esta deuda de justicia para con su Amor? Haciendose criatura el Hijo, la segunda  Persona Divina, y así Jesucristo ha dado respuesta al Padre, respuesta como Hijo en nombre de todos nosotros. Por  tanto nosotros, para ser hijos, debemos ser incorporados a El, a Jesucristo. 

El Corazón de Jesús manifiesta el Corazón del Padre. “El que me ve a Mí ve el Padre”, ha dicho, y yo le digo:  “tienes razón, Señor, pero, si me permites…, falta algo para presentar la imagen completa del Padre”. Imagino que  Jesús sonría y diga: “Ya sé lo que quieres decir: si no estuviera mi Madre, su Inmaculado Corazón unido a mi  Corazón Divino, no sería completa la manifestación del Corazón del Padre”. Los Corazones de Jesús y de Maria,  juntos, nos revelan el Corazón del Padre. Por eso, al día siguiente de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús la  Iglesia celebra la del Inmaculado Corazón de María, el mismo prodigio, el mismo Triunfo de la Divina  Voluntad, ¡su Reino! Ahora nos toca a nosotros tomar parte en su Triunfo. Debemos, pues, solicitar con la oración  y con todos los medios divinos a disposición el Triunfo de su Reino y la total derrota del reino infernal, que el  querer de hombres sin Dios quiere imponer en el mundo. 

Queridos hermanos, la vida viene del continuo palpitar del corazón, y antes aún que de nuestro corazón físico,  viene del incesante “Te amo” del Corazón de Dios, que espera nuestra respuesta, pero cuando falta, el amor se  convierte en dolor. Por eso todo el tiempo de nuestra vida, en cada instante, ha de ser respuesta de amor a Dios:  este es el verdadero sentido de la vida, sólo así se realiza. Y el que asiste a la Misa y el que la celebra debe darse  cuenta de su finalidad: unirnos a la perfecta respuesta de amor que Jesús da por todos nosotros al Padre. Amén.