Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Es la hora de la más importante Decisión

10 de Octubre, 2024


+ ¡Ave María!  

Hermanos, estamos viviendo la hora de la Pasión del Señor en su Cuerpo Místico. Estamos al comienzo,  pero como en el Calvario: ¿con quién estamos? Tomemos las armas del Espíritu y revistámonos de Jesús +


Queridos hermanos, estamos viviendo las fases decisivas de un drama, de una lucha apocalíptica, de “Reino  contra reino”. No me refiero a las guerras y rumores de guerras que llegan del mundo, ni a las profundas grietas  que vemos en la Casa de Dios. “El juício de Dios empieza por su propia Casa” (1a Pedro 4,17), la separación del  trigo de la cizaña, la separación de la Luz de las tinieblas. Y ese juício empieza dentro de nosotros.  

Somos expectadores, actores y objeto de disputa. ¡Es la hora de la más importante Decisión! El Señor ha  dicho: “nadie puede servir a dos dueños”, a Dios y al propio yo. “Será el amor de Dios llevado hasta el desprecio  de sí, o el amor de sí llevado hasta el desprecio de Dios”, como dijo Juan Pablo II. Será la Voluntad de Dios la  que vence (si queremos) o será la nuestra la que pierde, si queremos vencer nosotros contra la Voluntad Divina.  Si hacemos que venza la Voluntad de Dios, también con El vencemos; si prevalece la nuestra, con El también  nosotros perdemos. “¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya!”.  

Jesús crucificado expresa en Sí esta oposición. Dos palos cruzados, contrapuestos, dos troncos de aquellos dos  árboles reales y a la vez simbólicos del Paraíso: el árbol “de la Vida” y el árbol “del conocimiento del bien y del  mal”, del cual el hombre no debía “comer”. Figura de la Voluntad de Dios el primero, el palo vertical, que une  Cielo y tierra; figura de la voluntad humana el segundo, el palo horizontal, que cuando se pone atravesado y se  opone diciendo “no quiero” forma la cruz, el dolor recíproco, ¡la muerte! ¡Qué tremendo Misterio! Dios ha querido  crear al hombre sólo por amor, para que fuera su hijo, su interlocutor, su heredero; ¡para hacer de él un pequeño  dios creado, otro Sí mismo! Este Misterio de amor, dice San Pablo, es “el misterio de su Voluntad” (Ef. 1,9).  

Frente a este “Misterio de Piedad” (1ª Tim. 3,16) se yergue otro contrario: el “misterio de la impiedad”: “Sí,  desde ahora el misterio de la impiedad está actuando” (2ª Tes. 2,7), el misterio de un proyecto que se opone, un  proyecto contrario, falso, malvado..., “un misterio, Babilonia la grande” (Apoc. 17). ¿De qué parte estamos?  Estamos viviendo la hora de la Pasión del Cuerpo “Místico” de Cristo.  

La Cruz de la Pasión de Cristo está formada por todas las cruces y las pruebas dolorosas de los que quieren ser  fieles a la Voluntad de Dios. Cualquier cosa que suframos, démonos cuenta de que es apenas un fragmento de su  Cruz, que por amor desea compartirnos y que acojamos en vista del bien y del fruto que contiene. 

El Señor, cuando se encarnó, no se contentó con tener sólo su santa Humanidad, el Alma y el Cuerpo que le  dio su Madre. Quiso además otro Cuerpo, un Cuerpo misterioso, “Místico”, formado por todos nosotros, su Iglesia.  De esa Iglesia El es el Esposo, de ese Cuerpo El es la Cabeza… 

San Pablo nos ha dicho que, habiendo un solo Dios Padre de todos y un solo Señor, una sola debe ser por tanto  la Fe y una sola la Esperanza. Ese Cuerpo Místico, como tiene una sola Cabeza, Jesucristo, así debe tener un solo  Corazón y una única Vida Divina, un mismo Amor… Donde está la Verdad no caben las opiniones: sólo queda  tomar o dejar. El mismo Espíritu Santo que ha creado la Stma. Humanidad de Jesucristo, que lo ha llenado de Sí  y lo ha conducido en todo momento, le da la Vida a su Cuerpo Místico, El es el Alma de la Iglesia…  

Sin embargo, este Cuerpo Místico de Cristo, su Iglesia, que es Una y Santa porque le pertenece, porque tiene  su Vida, la vemos ahora herida y llena de divisiones, de escándalos que la hacen pedazos, de miserias y  debilidades que la hacen por momentos casi irreconocible, como El mismo en su Pasión…  

¿Cómo podemos no sufrir por la Iglesia y, a veces, por parte de la Iglesia? Es la hora de su Pasión. La nuestra.  ¿Cómo vamos a escandalizarnos? ¿Serémos así de hipócritas? ¿Cómo podemos unirnos a los gritos de sus  enemigos, gritando “crucifícala”!? Como hace 2000 años, en el Calvario: ¿de qué parte estamos?  

En sus escritos Luisa Piccarreta dice: “…Esta vez lo veía en el momento en que estaba atado a la columna.  Jesús, desatandose, se ha echado en mis brazos para que yo lo compadeciera. Me lo he estrechado a mí y he  empezado a ponerle en orden los cabellos, empapados de sangre, a enjugarle los ojos y la cara, y a la vez lo  he besado y he hecho varios actos de reparación. Cuando he llegado a las manos y le he quitado la cadena,  con mi mayor asombro he visto que la cabeza era de Nuestro Señor, pero los miembros eran de tantas  otras personas, especialmente religiosas.  

¡Oh, cuántos miembros infectados, que daban más tinieblas que luz! Del lado izquierdo estaban los que más  hacían sufrir a Jesús. Se veían miembros enfermos, llenos de llagas purulentas y profundas, otros que apenas  permanecían unidos por un nervio a ese Cuerpo. ¡Oh, cuánto sufría y vacilaba esa Cabeza divina sobre esos  miembros! En el lado derecho, se veían los que eran eran más buenos, o sea, los miembros sanos, resplan 

decientes, cubiertos de flores y de rocío celestial, perfumados de fragancias, y entre esos miembros se notaba  alguno que tenía un perfume misterioso. Esa Cabeza divina mucho sufría sobre esos miembros. Es cierto  que había miembros resplandecientes, que casi se parecían a la luz de esa Cabeza, que la recreaban y  le daban grandísima gloria, pero eran mucho más numerosos los miembros infectados. 

Jesús, abriendo su dulcísima boca, me ha dicho: “Hija mía, ¡cuántos dolores me dan estos miembros!  Este Cuerpo que ves, es el Cuerpo Místico de mi Iglesia, del que me glorío de ser la Cabeza, pero qué  tormento cruel dan esos miembros en este Cuerpo! Parece que se inciten entre ellos, a quien pueda  darme más tormento”. (30.11.1899)

Por eso su Pasión aún no ha terminado. Por eso la ha perpetuado en cada Misa, en la Eucaristía. En la Sagrada  Hostia no es un recuerdo, sino una realidad presente… Ha querido que su Vida terrena continúe no sólo en su  Vida Eucarística, sino hacer vivir en los miembros de su Cuerpo Místico su misma Vida… “mística”, misteriosa,  sí, y a la vez verdadera, real… Y como lo reconocemos y adoramos en la Eucaristía, lo reconocemos y amamos  en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y le pedimos que la resucite en el triunfo de la manifestación de su Reino  

En este momento más que nunca, San Pablo nos exhorta: “Hermanos, tomad fuerza del Señor y del vigor de  su potencia. Revestíos de la armadura de Dios, para poder resistir a las insidias del diablo. Nuestra lucha no es  contra criaturas de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los dominadores de este  mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestes. 

Tomad por tanto la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malvado y quedar en pie tras haber  superado todas las pruebas. Por tanto, estad firmes, ceñidos con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia,  y teniendo como calzado en los pies el celo por propagar el evangelio de la paz. Tened siempre en la mano el  escudo de la fe, con el que podéis apagar todos los dardos encendidos del maligno; tomad también el casco de la  salvación y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios. Orad además sin cesar con toda clase de oraciones  y de súplicas en el Espíritu, vigilando para eso con perseverancia y pidiendo por todos los santos, y también  por mí, para que cuando abra la boca se me dé una palabra franca, para dar a conocer el misterio del Evangelio,  del cual soy embajador en cadenas, y pueda anunciarlo con franqueza como es mi deber.” (Efesios, 6,10-20)  

Estamos en el mes del Rosario, “el Arma”, como el Padre Pío lo llamaba. El Santo Rosario es el arma más útil  en la guerra de espíritus que, ahora más que nunca, debemos combatir. Una guerra que no se combate a golpes de  razonamientos, porque no es sólo lucha de inteligencias, sino con las armas del Espíritu: revistiendonos de Jesús… 

Esta Arma es “la armadura de Dios”, que Dios nos ofrece, es “la armadura del Rey”, la suya… Es su vida,  momento por momento, un misterio tras otro, gota a gota, que nos ofrece para cubrir con su Vida la nuestra y que  sea nuestra cada día más… Esta Arma es defensa y nos envuelve en la Paz, aunque a nuestro alrededor arrecien  las pruebas, los disgustos y las agresiones. Esta Arma es sostén y fuerza, porque es entrenamiento a la constancia,  al amor, y nos nutre de Cristo: alimenta nuestra mente, la memoria, el corazón con los episodios más significativos  de su Vida, de su Pasión y Muerte y de su Resurrección y Gloria… Es el Arma absolutamente necesaria para la  victoria, come la honda del jóven David, con la que, armado de santo celo por la Gloria de Dios y de confianza en  El, golpeó en la frente la soberbia de Goliat, el gigante enemigo, derribandolo.  

Tener el rosario en la mano es dejarnos llevar de la mano por nuestra Madre, como niños que somos, para que Ella nos conduzca por las páginas y los momentos más significativos del Evangelio… Es dejar que Ella nos cuente,  poco a poco, la historia de dolor, de amor y de victoria de Jesús y de Ella… Es repetir infinitamente su Amor,  haciendolo nuestro y repitiendoselo a Ella, al ritmo de las avemarías… Es copiar en nosotros su vida, en esta  maravillosa “fotocopiadora”, con la que cada Misterio del Rosario se imprime en la página diaria de nuestra vida…  El Espíritu Santo, más que luz y electricidad, repite diez veces –en diez avemarías– su “flash”, su destello de  contemplación y de amor… 

Esa es la finalidad y el secreto del Rosario: trasplantar en nosotros poco a poco la vida de Jesús, dejar que  nuestra Madre, encargada de hacerlo, nos plasme y nos dé la forma de hijos de Dios, nos transforme en El. Es  ponernos en sus manos para que Ella nos revista de El, como lo revistió de nuestra humanidad. Es poner en sus  manos nuestra voluntad como pincel, para que Ella pinte en nosotros su Rostro, con los colores de sus mismas  virtudes y de su amor… Por eso Ella lo pide siempre, por eso el Rosario obtiene todo… 

El Evangelio dice que María conservaba todas esas cosas meditandolas en su Corazón”. Ese era el modo  como rezaba el Rosario: ¡no podía ser un rezo de avemarías, dichas a Ella misma! Para Ella era el continuo pensar  en Jesús y en todo lo que El hacía, según sus palabras: “Donde está tu tesoro, está tu corazón”. Por eso, más que  un rezo, lo esencial del Rosario es que sea contemplación amorosa, una contemplación que no necesita un  esfuerzo de la mente ni pedir ésto o lo otro… Su finalidad ha de ser la finalidad de Dios: “Buscad ante todo el  Reino de Dios y su Justicia (o santidad), y todo lo demás se os dará por añadidura”. 

Dice Jesús a Luisa Piccarreta: “Hija mía, mi Madre querida nunca dejó de pensar en mi Pasión y a fuerza  de repetirla se llenó totalmente de Mí. Eso le pasa al alma: a fuerza de repetir lo que Yo sufrí, llega a  llenarse de Mí” (24.03.1913).  

Eso vale para todos los Misterios del Rosario, que contiene la Vida entera de Jesús y de María, para que sea  nuestro respiro y nuestro alimento, para formar en nosotros su presencia y su Vida. Y Luisa dice: «Mientras oraba estaba pensando a cuando Jesús se despidió de su Madre Stma. para ir a sufrir su Pasión,  y decía yo: “¿Cómo es posible que Jesús pudiera separarse de su Madre querida y Ella de Jesús?”  Y Jesús bendito me ha dicho: “Hija mía, desde luego que no podía haber separación entre mi dulce Madre y  Yo. La separación fue sólo aparente. Ella y Yo estabamos fundidos juntos, y era tal y tan grande la fusión, que Yo me quedé con Ella y Ella vino conmigo; así que puede decirse que fue una especie de bilocación. Eso pasa  también a las almas, cuando estan unidas de verdad conmigo; y si al rezar hacen entrar en sus almas la  oración como vida, sucede una especie de fusión o de bilocación: Yo, donde quiera que estoy, las llevo  conmigo y Yo me quedo con ellas”. (09.05.1913)