Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
¿Cuánto falta? Mejor dicho, ¿cuánto nos falta?
Septiembre 19, 2024+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, hoy debemos encuadrar lo necesario el Proyecto de Dios y nuestra parte en él, porque el Reino de Dios se ha de realizar viviendo Jesucristo en nosotros y viviendo nosotros su Vida en El, hasta identificar nuestra voluntad humana con la suya Divina. +
Queridos hermanos, hace hoy 178 años, el 19 de septiembre de 1846 se apareció la Stma. Virgen a dos pastorcillos en La Salette (Francia), con un mensaje que habla no sólo de guerras, desastres y carestías que habrían castigado el mundo, sino también de una gran apostasía futura en la Iglesia. En realidad La Salette no sacudió apenas la conciencia de la Iglesia, y acabó por ser poco a poco “redimensionada”, a pesar de la aprobación eclesiástica formal y la difusión de la familia religiosa que surgió en La Salette. Se comprende por qué, si se examina el mensaje de Ntra. Señora. La Stma. Virgen describió un mundo en el que los potentes habrían atacado cada vez más la fe cristiana y que en la misma Iglesia habría entrado el humo del demonio, hasta la apostasía de tantos curas, obispos y cardenales: “Todos los gobernantes tendrán un mismo proyecto, abolir y hacer desaparecer todos los principios religiosos para sustituirlos con el materialismo, el ateismo, el espiritismo y toda clase de vicios. (…) En los conventos las flores de la Iglesia se pudrirán y el demonio llegará a ser el rey de los corazones. (…) Quienes estén como superiores de las comunidades religiosas estén atentos a las personas que deben recibir, porque el demonio usará toda su malicia para introducir en las órdenes religiosas personas entregadas al pecado, porque los desórdenes y la afición a los placeres carnales se habrán difundido en toda la tierra.”
Parece una exacta descripción de lo que está pasando hoy día. Y hablando de la llegada del Anticristo y de la difusión de la herejía del modernismo-progresismo en la Iglesia, la Stma. Virgen dice claramente en la profecía que Roma perderá la fe y se hará la sede del anticristo. Son palabras súmamente graves ‒y ay de quien las dice‒, relacionadas con las que siguen en el mismo mensaje, en que habla de la victoria final del bien contra el mal, de la invitación a perseverar en la Fe católica apostólica romana, y de la asistencia continua a los apóstoles de los últimos tiempos.
“Centinela, ¿cuánto queda de la noche? Centinela, ¿cuánto queda de la noche?” (Isaías, 21,11). Esas palabras del profeta Isaías, de hace 2700 años, son más que nunca actuales. Son nuestras palabras, no por curiosidad, sino palabras de deseo y de esperanza, como dice San Pedro, “esperando y apresurando la venida del Día de Dios” (2a Pedro 3,12).
Los signos de los tiempos claramente dicen que estamos llegando a un límite, que está llegando una gran tribulación, una tremenda prueba: “naciones contra naciones y reino contra Reino” (Mt 24,7). “Ha llegado el momento en que empieza el juicio a partir de la Casa de Dios; y si empieza por nosotros, ¿cómo acabarán aquellos que se niegan a creer en el Evangelio de Dios?” (1a Pedro 4,17).
Hace ya más de cien años que el Señor le decía a Luisa:
“Hija mía, te lo repito, no mires la tierra, dejémosles que hagan. ¿Quieren hacer guerra? Pues que la hagan, y cuando se hayan cansado, también Yo haré mi guerra. Su cansancio en el mal, sus desilusiones, sus desengaños, las pérdidas sufridas, los prepararán a recibir mi guerra. Mi guerra será guerra de amor. Mi Querer bajará del Cielo en medio de ellos. Todos tus actos y los de los demás, hechos en mi Querer, harán guerra a las criaturas, pero no guerra de sangre: guerrearán con las armas del amor, dándoles dones, gracias, paz; darán cosas sorprendentes que asombrarán al hombre ingrato. Esta Voluntad mía, milicia de Cielo, con armas divinas confundirá al hombre, lo arrollará, le dará la luz para ver, no el mal, sino los dones y riquezas con que quiero enriquecerle. Los actos hechos en mi Querer, llevando en sí la potencia creadora, serán la nueva salvación del hombre y, bajando del Cielo, traerán todos los bienes a la tierra, traerán LA NUEVA ERA y el triunfo sobre la iniquidad humana. Por eso multiplica tus actos en mi Voluntad para formar las armas, los dones, las gracias, para poder bajar en medio de las criaturas y guerrearlas en amor”. (Vol. 12°, 26.04.1921).
“Hija mía, todo el mundo está revuelto y todos están en espera de cambios, de paz, de cosas nuevas. Ellos mismos se reunen para ponerse de acuerdo y se extrañan de que no saben concluir nada y llegar a serias decisiones, así que la verdadera paz no aparece y todo queda en palabras, pero nada en hechos, y esperan que otras conferencias puedan preducir decisiones serias, pero en vano esperan. Y entre tanto, en esa espera todos están con temor, y uno se prepara a nuevas guerras, otro espera nuevas conquistas; pero de esa forma los pueblos se reducen a la miseria, se despojan vivos, y mientras esperan, cansados de la presente era triste que los envuelve, turbia y sangrienta, aguardan y esperan una era nueva de paz y de luz. El mundo se encuentra precisamente como cuando Yo debía venir a la tierra, todos estaban en espera de un gran acontecimiento, de una era nueva, como en efecto vino. Así ahora, debiendo venir el gran acontecimiento, LA ERA NUEVA, que la Voluntad de Dios se haga en la tierra como en el Cielo, todos están en espera de una era nueva, cansados de esta, sin saber qué cosa sea esta novedad, este cambio, como no lo sabían cuando Yo vine a la tierra. Esa espera es un signo seguro de que la hora está cerca, pero el signo más seguro es que estoy manifestando lo que quiero hacer y que, dirigiendome a un alma, como me dirigí a mi Madre al bajar del Cielo a la tierra, le comunico mi Voluntad y los bienes y los efectos que Esta contiene, para darla como un don a toda la humanidad” (Vol. 15°, 14.07.1923).
Queridos hermanos, “¿cuánto falta todavía?” Me parece oportuno encuadrar de un modo suficiente el Proyecto de Dios y nuestra parte en él. Sin intención de enseñar nada que la Iglesia no enseñe, ofrezco mi reflexión, siendo cada uno libre de apreciarla o de despreciarla. Lo que Luisa ha escrito, quien lo acoge y quien lo rechaza, lo hace a su proprio beneficio o a su propio daño. No está en juego la Fe de la Iglesia, insisto, pero lo hace para él mismo...
Recordemos aquel capítulo del volumen16° (22.03.1924), ya citado otras veces, en el que Luisa debía recorrer con Jesús un largo camino y ella pregunta “¿cuánto falta todavía?”, y la misteriosa respuesta de Jesús: “otras 100 millas”, que seguramente significan años, y así llegamos a este año, al 2024. Nosotros quisieramos comprender qué significa la “llegada a la ciudad”, que dice Luisa y que sin duda se refiere a ella. Pero las profecías del Señor, siempre misteriosas, no son para satisfacer nuestra curiosidad o para nuestra erudición, sino para estimular nuestra esperanza y nuestro deseo, nuestro esfuerzo personal, porque más que preguntar cuánto falta todavía deberíamos más bien preguntarnos cuánto nos falta.
El día y la hora no podemos saberlo porque depende de nuestra respuesta a Dios, de nuestro deseo y de nuestro empeño. Hace falta completar los “actos hechos en el Querer Divino” que dice Jesús, las armas divinas de su guerra (el Rosario es “la ametralladora de 50 tiros”), o como dice San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
La Santa Iglesia está en la tierra desde hace veinte siglos; sin embargo, en la verdadera “renovación” que Dios le ha preparado, ella “desciende” del Cielo como Esposa del Cordero y Madre de los vivientes. Y así se manifestará gloriosa, cuando haya cumplido la perfecta imitación de Cristo, después de la actual purificación, después de su Pasión. Entonces se le darà “una vestidura de lino puro resplandeciente: la vestidura de lino son las obras justas de los santos” (Apoc. 19,8).
Es el Cuerpo Místico de Cristo, que después de su Pasión –una cosa misteriosa, actual– y de un profundo decaimiento (la Iglesia parecerá que ha desaparecido), al alba del tercer Día, el tercero después de la Redención, resucitará glorioso, para vivir el tiempo de su triunfo, del cumplimiento del Reino de Dios en la tierra, antes de que termine la historia y el tiempo de la prueba, de la fe y del mérito. “¡Qué bellos son en los montes los pies del mensajero de buenas noticias, que anunzia la paz, mensajero del bien que anuncia la salvación, que dice a Sión: «Reina tu Dios». ¿Oyes? Tus centinelas levantan la voz, juntos gritan de alegría, porque ven con sus ojos el Regreso del Señor a Sión” (Isaías, 52,8).
Un periodo ya prefigurado en los 40 días que Cristo Resucitado estuvo con sus discípulos, apareciendo a menudo y hablandoles del Reino de Dios (Hechos, 1,3), antes de su Ascensión al Cielo. Se realizará el Ideal de Dios, su Decreto eterno, el fin de la Creación y de la Redención, la plenitud de la Santificación: será el tiempo que el Apocalipsis llama “el Milenio”, “el siglo futuro” de Isaías.
Empezará después de “la gran tribulación” (Mt 24,21; Apoc. 7,14) o purificación del “Fin de los tiempos” y terminará con “el Fin del mundo” (entendido como el fin de la historia del hombre, “viador” o en camino en este mundo). Será enconces la resurrección universal de los cuerpos y el Juicio final.
No puede llegar el último día sin que toda la Creación haya sido restituida al Creador, bella, santa, gloriosa, transformada en homenaje perfecto de alabanza y gloria, de agradecimiento y de amor, en el orden como Dios la quiso y la creó. Es la tarea amorosa del hombre –rey y sacerdote de la Creación–, habiendo llegado a la plenitud de su edad en Cristo. La obra de la Creación será completa y acabada cuando el hombre, acogiendo el Querer Divino como vida propia, se servirá de ella para dar al Padre los homenajes que se le deben de parte de cada cosa creada y de cada criatura, de todas las generaciones; para darle la perfecta correspondencia debida a su Amor, y eso lo haga de un modo universal y divino. De esa forma, todo lo que ha salido del Padre, de su Amor, debe volver a El como respuesta de amor. Jesucristo lo ha hecho por todos, porque es “el Heredero”. A la Justicia Divina podría bastarle eso, pero el Amor quiere que “tantos otros Jesús” lo repitan de nuevo. Así será justificado el don de la Creación, por lo que depende de los destinatarios del don. Y por eso nosotros, “conforme a su promesa, esperamos Nuevos Cielos y una Tierra nueva, en los que tendrá su perpetua morada la Justicia” (2a Pedro 3,13).