Padre Pablo Martín Sanguiao
Padre Pablo Martín Sanguiao
San José, el Vicario del Padre Divino y su Primer Ministro
Las noticias sobre S. José en los Evangelios de S. Mateo y de S. Lucas:
“La concepción de Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María por obra del Espíritu Santo. José su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien podrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”. Al despertar José de su sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, la cual, sin que él la conociera, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús” (Mt 1,18-25)
Notemos que la Virgen María era “prometida esposa de José” y José es “su esposo”; además el ángel dijo a José: “María, tu esposa”. Así que eran esposos en plena regla.
Los hebreos celebraban el matrimonio en dos momentos sucesivos: el desposorio y al cabo de un año más o menos el matrimonio. Una diferencia hay entre las dos cosas, como sucedía en el pueblo de Israel en tiempos de Jesús. El desposorio no era un simple noviazgo, sino un verdadero vínculo, por el que ya eran esposos (y podían tener legítimamente un hijo, y en caso de ruptura el marido debía darle el “libelo” de repudio a la mujer, la cual, si era infiel, resultaba culpable de adulterio). Al cabo de un año más o menos se completaba con el matrimonio, en el que la esposa iba acompañada por sus amigas en fiesta a tomar posesión de la casa del esposo.
Son dos momentos que se han realizado de un modo espiritual en tantas almas santas que, en el curso de la historia, han recibido la gracia del “desposorio” y luego del “matrimonio místico” con Jesús.
En el caso de la unión de Cristo con la Iglesia, en su primera Venida se hizo el desposorio, pero la Esposa no estaba todavía preparada para poder pasar a vivir en la Morada del Esposo (la Divina Voluntad) y ser con El en todo y por todo una cosa sola. Eso –las Bodas del Cordero– se cumplirá en la segunda Venida de Cristo como Rey, cuando la Esposa vivirá plenamente la Vida del Esposo y tomará posesión de su Reino.
En el caso de José y María, la Anunciación tuvo lugar después de su desposorio y antes del matrimonio, antes de que “fueran a vivir juntos”.
En un cierto momento José se dió cuenta de que María estaba encinta, sin duda después de la Visitación a Isabel, como cuenta San Lucas: en el momento de la Anunciación Isabel estaba ya en el 6° mes de su embarazo y María, apenas lo supo, se puso en camino; 3 meses más tarde nació el Precursor, a los que se añaden 40 días para su presentación en el Templo, más algún otro día, y así resulta que María podía tener por lo menos cinco meses de gestación cuando José habrá ido a tomarla para regresar con ella a Nazaret, y fue entonces cuando él se dio cuenta.
Se le cayó literalmente el mundo encima: era perfectamente consciente de que él no podía ser el padre de la criatura. Por otra parte no podía imaginar ni admitir que su esposa fuese culpable de traición y de adulterio, por tanto era una situación absolutamente contradictoria, incomprensible; por parte de ella ni una sola palabra, porque la verdadera explicación era enorme ‒¡que ella era la Madre del Mesías, del Hijo de Dios!‒ y, aun cuando José, “hombre justo”, la habría creido por su palabra, ella no podía hablar, era un Misterio divino, debía esperar a que Dios revelase el Prodigio, y María lo esperaba con pleno abandono y en perfecta paz, aun sufriendo tanto por saber que su esposo sufría tanto sin poder ella hacer nada…
¿Cuánto tiempo habrá durado esa agonía de José? Bien podemos suponer que sólo al tercer día se haya hecho para él la luz con las palabras del Ángel del Señor (esa fue la anunciación a José). El habría podido denunciarla como infiel y adúltera o por lo menos darle el libelo de repudio ‒sólo él sabía que no era el padre del niño, y tal vez mientras tanto alguien habría podido felicitarle por ser ya padre‒ o bien, como dice el Evangelio, “repudiarla en secreto”, yendose él, como si el culpable hubiera sido él, lo cual, de todas formas, era una catástrofe para ella… y también para él. Entonces fue cuando en el último momento, como suele hacerlo, Dios intervino, y le final de la pesadilla fue para él como una resurrección.
En el pasado el arte lo ha representado “anciano”, como para hacer comprender que él no había engendrado a Jesús, como para asegurar la virginidad de María, pero así no se ha tenido en cuenta que Jesús debía aparecer como el hijo de José, “el hijo del carpintero”. Probablemente, en esos casi tres días, el pelo se le habrá vuelto blanco por el gran sufrimiento. Pero no podía tener tantos años más que María, por el motivo ya dicho: que sin dificultad fuera considerado el padre de Jesús.
¿Cuántos años podía tener? No sabemos, pero si María tenía en el momento de la Anunciación 15 años, José no podía aparecer casi como si fuera su padre (sólo entre los musulmanes se da tantas veces esa situación anormal, de hombres adultos que se casan con niñas sin su consentimiento). De alguna revelación privada resultaría ‒digamos así, tratandose de revelaciones privadas‒ que todo lo más habrá tenido el doble de la edad de María, unos 30 años.
¿Pero cómo es que se casaron? È illuminante il Vangelo di San Luca, che racconta l’Annunciazione:
“En el sexto mes, el ángel Gabriel fué enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. Entrando a ella, le dijo: «Te saludo, oh llena de gracia, el Señor es contigo». Ella se turbó al oir esas palabras y se preguntaba qué podría significar ese saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará para siempre en la casa di Jacob y su reino no tendrá fin». Entonces María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó y dijo: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el hijo engendrado será santo y llamado Hijo de Dios. Ves: también Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su vejez, y estes es ya el sexto mes de la que todos decían esteril: nada es imposible para Dios». Entonces dijo María: «He aquí a la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se fue de ella.” (Lc 1,26-38).
“No conozco varón” ‒ El Angel habría podido decirle: ¿Cómo dices, María? ¿Acaso no estás casada? ¿No tienes a tu José? ‒ Por el contrario le dijo: lo hará el Espíritu Santo... ‒ Ah, bueno…
María pregunta el “cómo”, ante la situación contradictoria: Dios le había puesto en el corazón, desde el principio, el vivo deseo y la firma decisión de consagrarle su vida y por tanto su virginidad, y ahora le pide la maternidad, pero es Dios el que une ambas cosas en el caso único de María, porque su Maternidad es Divina.
La pregunta es, en primer lugar: pero si quería vivir una vida en la virginidad consagrada, ¿por qué se había casado? Evidentemente, porque así se había manifestado la Voluntad de Dios por medio de la autoridad de los superiores del Templo, lo cual indica que ella ya no tenía a sus padres y, siendo heredera única de una familia descendiente de David, debía proveer a darle una familia.
¿Pero con quién? Ni siquiera ella lo escogió: el esposo fue elegido (providencialmente) por los mismos superiores, entre los diferentes posibles candidatos, hombres libres, de la misma descendencia davídica.
Y aquí viene la segunda pregunta: ¿habría consentido José al matrimonio, cuando (por fuerza) vino a saber (y de quién, sino de María) que ella era virgen consagrada para siempre a Dios, si NO HUBIESE TENIDO ÉL TAMBIÉN EL MISMO PROPÓSITO, es decir, si también él no hubiera estado ya desde antes (desde niño) consagrado célibe para siempre a Dios? Porque, si uno de los dos no hubiese tenido el mismo deseo, la misma intención, no se habrían casado; de lo contrario el matrimonio habría sido un engaño o una cosa forzada. Por tanto José, como María, había consagrado su virginidad a Dios por toda su vida.
¡Así es como Dios ha querido hacer de él como el ángel de la guarda de sus dos Tesoros en la tierra: Jesús y María, constituyendolo el Vicario de la Persona del Padre Divino!
A partir del II siglo fueron escritos evangelios apócrifos, probablemente secundando las sectas gnósticas. El llamado Protoevangelio de Santiago (o «Primer Evangelio» o Historia de Santiago acerca del nacimiento de María) es un texto de la segunda mitad del segundo siglo, probablemente en Egipto, con el fin de defender la virginidad de María. Ya en las primeras páginas cuenta su noviazgo con José, a los 12 años de edad. María fue sólamente “encomendada a la custodia de José”, no para vivir en el futuro relaciones matrimoniales. Pero los hijos de José son considerados como “hermanos de Jesús”. No se habla de la edad de José, presentado como anciano, pero todavía capaz de trabajar, y así deja a María en casa y se aleja “para hacer construcciones”, o sea para trabajar en la construcción de edificios. La frase dice que fue albañil. San Jerónimo desmiente la idea de un José viejo y ya con hijos, considerando que el santo no estuvo casado antes de elegir a María y que todavía era jóven.
San José en la vida y en los escritos de Luisa Piccarreta,
“la pequeña Hija de a Divina Voluntad”
Desde pequeña, el Señor inculcó a Luisa la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, la Mamá y San José:
“Hija mía, tu vida debe ser en medio de Nosotros en la casa de Nazaret. Si trabajas, si rezas, si comes, si caminas, debes darme una mano a Mí, la otra a nuestra Mamá y la mirada a S. José, para ver si tus actos corresponden a los nuestros, de forma que puedas decir: primero tomo como modelo lo que hace Jesús, la Mamá Celestial y S. José, y luego lo hago. Conforme al modelo que has tomado, quiero ser repetido por tí en mi Vida oculta; quiero hallar en tí las obras de mi Mamá, las de mi querido S. José y mis mismas obras.” (“Cuaderno de memorias de la infancia”, pág. 15-16)
Contando ella como ha visto el Nacimiento de Jesús, dice:
“¿Y San José? Me parecía que no estuviera presente en el momento del parto, sino que estaba en otro ricón de la cueva, todo absorto en aquel profundo Misterio, y si no vió con los ojos del cuerpo, vió muy bien con los del alma, porque estaba raptado en un éxtasis sublime”.
“Continuando la visión del Santo Niño, veía a la Madre Reina a un lado y a San José al otro lado, que estaban adorando profundamente al Niño divino. Estando del todo atenta a El me parecía que la continua presencia del Niñito los tenía absortos en éxtasis continuo, y si hacían algo era un prodigio que el Señor realizaba en ellos, de lo contrario habría estado inmóviles, sin poder externamente cumplir con sus deberes. Yo también lo he adorado y me he hallado en mí misma.” (Vol. 4°, 25 y 26-12-1900)
San José estuvo presente en la vida de Jesús y de María, pero no tomó parte en la obra de la Redención:
"Cuando mi Madre y Yo estabamos en la tierra, mientras entre Ella y Yo estabamos preparando el reino de la Redención, todos los remedios que hacían falta para que todos pudieran hallar la salvación; no ahorrábamos sacrificios, ni obras, ni vida, ni plegarias, y mientras estabamos atentos a pensar en todos, a dar la vida por todos, nadie pensaba en Nosotros, nadie conocía lo que estabamos haciendo. El reino de la Redención estaba depositado en mi Madre Celestial y por eso Ella participó a todos los sacrificios, a todos los dolores. Sólo San José sabía lo que estabamos haciendo, pero no tomó parte a todos nuestros dolores. Oh, cómo nos dolía el corazón el ver que, mientras Madre e Hijo nos consumíamos de penas y de amor por todos, para praparar todos los remedios posibles e imaginables para sanar a todos y ponerlos a salvo, ellos no sólo no pensaban en Nosotros, sino que nos ofendían, nos despreciaban y otros tramaban contra mi vida desde que nací." (Vol. 21°, 30-4-1927)
En Nazaret, Jesús y su Madre Stma. prepararon todo lo que hacía falta para que venga el Reino de la Divina Voluntad a la tierra; ellos eran el Rey y la Reina, pero sin un pueblo, San José el primer ministro de un Reino que todavía no estaba en la tierra:
“... Estaba yo pensando, mientras acompañaba a mi dulce Jesús en la casita de Nazaret, para seguir sus actos: Mi amado Jesús con certeza tuvo el reino de su Voluntad en su vida oculta, pues si la Soberana Señora poseía su “Fiat”, El era la misma Voluntad Divina. San José, en medio de esos mares de luz interminable, ¿cómo podía no dejarse dominar por esta Santísima Voluntad?
Pero mientras pensaba eso, mi Sumo Bien Jesús, suspirando de dolor en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, sin duda que en esta casa de Nazaret reinaba mi Voluntad Divina «así en la tierra como en el Cielo». Mi Madre Celestial y Yo no conocíamos otra voluntad, San José vivía de los reflejos de la nuestra, pero Yo era como un Rey sin pueblo, aislado, sin corte, sin ejército, y mi Madre como Reina sin hijos, porque no tenía a su alrededor otros hijos dignos de Ella, a quienes poder confiar su corona de Reina para tener la estirpe de sus hijos nobles, todos reyes y reinas. Y Yo tenía el dolor de ser un Rey sin pueblo, y si pueblo podría decirse el que me rodeaba, era un pueblo enfermo, uno ciego, otro mudo, otro sordo, otro cojo, otro cubierto de llagas; era un pueblo que me deshonraba, no me honraba, que incluso ni siquiera me conocía, ni quería conocerme. De manera que Yo era Rey sólo para Mí y mi Madre era Reina sin la larga generación de la estirpe de sus hijos reales, mientras que, para poder decir que tenía mi reino y gobernar, tenía que tener ministros, y si bien tuve a San José como primer ministro, un solo ministro no constituye un ministerio. Tenía que tener un gran ejército, todo dedicado a combatir en defensa de los derechos del reino de mi Voluntad Divina, y un pueblo fiel que tuviera como ley solamente la ley de mi Voluntad. Nada de eso tenía, hija mía; por eso no puedo decir que cuando vine al mundo tuve por entonces el reino de mi «Fiat». Por eso nuestro reino fue sólo para nosotros, porque no fue restablecido el orden de la Creación, la realeza del hombre, sino que viviendo la Madre Celestial y Yo totalmente de Voluntad Divina, fue sembrada la semilla, fue formada la levadura para hacer brotar y crecer nuestro reino en la tierra. Por tanto hicimos todos los preparativos, pedimos todas las gracias, sufrido todas las penas para que el reino de mi Querer viniera a reinar en la tierra. Así que a Nazaret se le puede llamar el punto de partida del Reino de nuestra Voluntad.” (Vol. 24°, 7-7-1928)
La presencia de San José en la vida de Luisa es por motivo de todo lo que el Señor ha puesto en ella. Por eso el Señor y San José animan a su Confesor:
“Esta mañana veía al Confesor, todo humillado, y con él a Jesús bendito y a San José, el cual le ha dicho: “Pónte manos a la obra, que el Señor está dispuesto a darte la gracia que deseas”. “Hallandome fuera de mí misma, veía al padre todo en dificultad, respecto a la gracia que quiere, y otra vez a Jesús bendito con San José, que le decían: “Si te pones a la obra, todas tus dificultades desaparecerán y caerán como escamas de pescado.” (Vol. 5°, 19 y 20-3-1903)
Jesús recompensará al Confesor de Luisa, considerando su asistencia a Luisa como la que San José y su Madre, le dieron en la tierra. Y ante el temor de Luisa, de verse privada de la asistencia del Confesor, el Señor le dice:
“Y tú, ¿qué temes? Soy Yo el que me ocuparé de todo, y cuando te asiste uno le doy la gracia a uno y cuando es otro le doy la gracia a ese otro. Y además, no te asistirán a ti, sino a Mí mismo, y en la medida que aprecien mi obra, mis palabras y mis enseñanzas, así seré generoso con ellos”
Y yo: “Jesús mío, mi Confesor apreciaba mucho lo que Tú me decías, y se interesaba tanto y ha trabajado tanto para hacerme escribir. ¿Tú qué le darás?”
Y Jesús: “Hija mía, le daré el Cielo como recompensa y lo consideraré como lo que hicieron S. José y mi Mamá, que habiendo asistido mi vida en la tierra, tuvieron que pasar apuros para alimentarme y cuidarme. Ahora, estando mi vida en tí, su asistencia y su sacrificio los considero como si de nuevo me los hicieran mi Mamá y S. José; ¿no estás contenta?” (Vol. 12°, 25-12-1918)
¿Pero San José ha tenido el Querer Divino como vida, igual que lo tuvieron Jesús (por naturaleza) y María (por gracia), y como al principio lo tuvo Adán, antes del pecado?
El Señor responde, sin nombrarlo, cuando dice:
“Los mismos Santos se unen a Mí y hacen fiesta, esperando con ardor a que una hermana suya sustituya sus mismos actos, santos en el orden humano, aunque no en el orden divino; me piden que haga entrar enseguida a la criatura en este ambiente divino...” (Vol. 12°, 13-2-1919)
En otra ocasión estaba pensando Luisa:
“¿Será posible que haya hecho pasar tantos siglos sin hacer conocer estos prodigios del Divino Querer y que no haya escogido entre tantos Santos a uno en el que dar comienzo a esta santidad toda divina? Y sin embargo estuvieron los Apóstoles y tantos otros grandes Santos, que han asombrado a todo el mundo”. (Vol. 13°, 3-12-1921)
“Amor mío y Vita mía, yo no sé convencerme todavía: ¿cómo es posible que NINGÚN SANTO haya hecho siempre tu Stma. Voluntad y que no haya vivido DE LA MANERA COMO AHORA DICES, EN TU QUERER?”
Y Jesús: “Ah, hija mía, ¿no quieres convencerte todavía, que tanto se recibe de luz, de gracia, de variedad de valores, por cuanto se conoce? Desde luego que han habido santos que han hecho siempre mi Querer, pero han tomado de mi Voluntad EN LA MEDIDA QUE HAN CONOCIDO. Ellos conocían que hacer mi Voluntad era el acto más grande, lo que más Me honraba y que llevaba a la santificación, y con esa intención la hacían y eso tomaban, porque NO HAY SANTIDAD SIN MI VOLUNTAD, y no puede haber ningún bien, santidad pequeña ni grande, sin Ella (...) Mi Voluntad ha hecho como un gran Señor que ha hecho ver un palacio suyo grandísimo y suntuoso. A los primeros ha mostrado el camino para ir a su palacio, a los segundos la puerta, a los terceros la escalinata, a los cuartos las primeras salas y a los últimos les ha abierto todas las habitaciones, haciendolos dueños y dandoles todos los bienes que hay en él. Pues bien, los primeros han tomado los bienes que hay en el camino, los segundos los bienes que hay en la puerta (superiores a los que hay en el camino), los terceros los de la escalinata, los cuartos los de las primeras salas, donde hay más bienes y están más seguros, los últimos los bienes del entero palacio. Así ha hecho mi Voluntad: debía hacer conocer el camino, la puerta, la escalinata, las primeras salas, para poder pasar a toda la inmensidad de mi Querer y mostrarles los grandes bienes que tiene, y como la criatura, actuando en esos bienes que mi Querer contiene, adquiere la variedad de sus colores, de su inmensidad, santidad y potencia, y de todo lo que hago. Yo, al dar a conocer, doy e imprimo en el alma la cualidad divina que hago conocer...” (Vol. 14°, 6-11-1922)
“Hija mía, en mi Voluntad Eterna encontrarás todos mis actos, así como los de mi Madre, que abrazan todos los actos de las criaturas, desde el primero hasta el último que existirá, come dentro de un manto, y ese manto como formado en dos partes; una se elevaba al Cielo para devolver a mi Padre, con una Voluntad Divina, todo lo que las criaturas le debían: amor, gloria, reparación y satisfacción; la otra quedaba como defensa y ayuda de las criaturas. NADIE MÁS HA ENTRADO EN MI VOLUNTAD DIVINA PARA HACER TODO LO QUE HIZO MI HUMANIDAD. Mis Santos han hecho mi Voluntad, pero no han entrado en Ella para hacer todo lo que mi Voluntad hace y tomar como con una mirada todos los actos, desde el primero hasta el último hombre, y hacerse actores, espectadores y divinizadores.
Con hacer mi Voluntad no se llega a hacer todo lo que mi Eterno Querer contiene, sino que desciende a la criatura limitado, tanto como la criatura puede contener. Sólo quien entra en El se extiende, se difunde como luz del sol en los eternos vuelos de mi Querer y, encontrando mis actos y los de mi Madre, añade el suyo. Mira en mi Voluntad: ¿acaso hay otros actos de criatura multiplicados en los míos, que lleguen hasta el último acto que se ha de cumplir en la tierra? Fíjate bien, no encontrarás ninguno. Eso significa que NADIE HA ENTRADO. Abrir las puertas de mi Eterno Querer estaba reservado sólo a la pequeña hija mía, para unificar sus actos a los míos y a los de mi Madre y hacer todos nuestros actos triples ante la Majestad Suprema para bien de las criaturas. Ahora, habiendo abierto las puertas, pueden entrar otros, con tal que se dispongan a tanto bien”. (Vol. 15°, 24-1-1923)
¿Dónde está ahora San José? Sin duda, en el Cielo. Han habido algunos Santos que han sostenido la hipótesis teológica de la asunción en cuerpo y alma al Cielo de S. José. La Asunción de la Stma. Virgen María ha sido dogmáticamente proclamada en 1950 por el Papa Pío XII, pero la de S. José nunca ha tenido un reconocimiento eclesiástico. En el momento de la muerte de Cristo “los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, resucitaron y saliendo de los sepulcros entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos” (Mt 27,52- 53).
Aunque si San Agustín y San Gregorio Magno entienden tales resurrecciones sólo en sentido terreno como la de Lázaro, que resucitó, sí, pero más tarde murió definitivamente, otros Santos, como San Ambrosio o Beda el Venerable, creen por el contrario que aquellos santos resucitaron como Cristo, liberados del “seno de Abrahám” y llevados al Cielo el día de la Ascensión del Señor. Así también San Pier Damiani (1007-1072), San Bernardino de Siena (1380-1444), el famoso jesuita Francisco Suarez (1548-1617), San Francisco de Sales (1567- 1622), San Leonardo de Porto Maurizio (1676-1751) o la Venerable María de Agreda (1602- 1665)… Pero la respuesta definitiva la da el Señor:
“En toda la historia del mundo sólo dos han vivido de Voluntad Divina sin haber hecho nunca la suya: la Reina Soberana y Yo. Y la distancia, la diferencia entre nosotros y las demás criaturas es infinita, tanto que ni siquiera nuestros cuerpos quedaron en la tierra; habían servido de morada al «Fiat» Divino, el cual se sentía inseparable de nuestros cuerpos, y por eso reclamó y con su fuerza imperante arrebató nuestros cuerpos junto con nuestras almas a su Patria Celestial. ¿Y por qué todo eso? Todo el motivo es porque nuestra voluntad humana nunca tuvo un acto de vida, sino que todo el dominio y la libertad de obrar fue sólo de mi Divina Voluntad. Su potencia es infinita, su amor es insuperable.” (Vol. 25°, 31-3-1929)
Sólo dos: Jesucristo y su Madre Stma. han sido “arrebatados” al Cielo con su cuerpo resucitado y glorioso, porque nunca se separaron de Dios y, siendo inmaculados, el Querer Divino ha podido formar en ellos el triunfo de su Reino. De los santos que resucitaron del sepulcro, incluidos Enoc y Elías, para nosotros queda el misterio, sólo el Señor puede decir lo que ha sido de sus cuerpos.
Por último, en la oración de Consagración a la Divina Voluntad, Luisa dice: “San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de mi querer en tus manos. Custodiarás celosamente mi corazón y no me lo darás nunca más, para estar yo seguro de no salirme nunca de la Voluntad de Dios.” (Se encuentra en el libro “Señor, enséñanos a orar”)
Padre Santo, que a tu amado San José le has dado la misión de ser en la tierra tu representante y tu vicario ante tu Divino Hijo y su Madre, la Santísima Virgen, como Padre y custodio amorosísimo, concede a los que has llamado a ser Sacerdotes y Pastores de tu pueblo, representantes de Jesucristo ante tu Iglesia, esas mismas virtudes que resplandecieron en San José: su fe, su esperanza, su amor y esa total entrega a tu adorable y misteriosa Voluntad, a partir de la más profunda humildad y la más perfecta obediencia; que sean como él Tu presencia viva en medio de tus hijos, para poder decir con Jesús: “el que me ve a Mí, ve al Padre”.
Amén