Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Jesús nos lleva al Padre
Agosto 7, 2025
+ ¡Ave María! Queridos hermanos, el Padre Divino ha pedido con infinita humildad una fiesta para recordarlo, indicando el 7 de Agosto. El conocimiento del Padre coincide con vivir nosotros el espíritu de hijos, más aún, el Espíritu del Hijo. Todo parte del Padre y todo ha de volver al Padre, de esta manera. +
Queridos hermanos, cuando Jesús fue bautizado, y de nuevo durante su Transfiguración en el monte Tabor, el Padre Divino hizo oir su voz: “Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco”.
Jesucristo dice “el que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir: muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo soy en el Padre y el Padre es en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las hablo de Mí mismo; el Padre que mora en Mí, hace sus obras. Creedme: Yo soy en el Padre y el Padre es en Mí; si no por otra cosa, creedlo por las mismas obras” (Jn 14,9-11).
Jesús dijo al Padre en la última Cena: “esta es la vida eterna: que te conozcan a Tí, el único Dios verdadero, y Aquel que Tú has mandado, Jesucristo” (Jn 17,3), conocerlo por experiencia íntima, personal: una gracia, una felicidad que supera cualquier otra. Pero el Padre no es amado porque no es conocido. ¡Qué dolor para su Amor! ¡Ignorado y no amado por sus mismos hijos! El es Padre, pero los hijos (que lo son por el Bautismo que los ha incorporado a Cristo) no viven como hijos, aún no tienen espíritu de hijos, más aún, del Hijo, sino un espíritu de siervos, están todavía en el Antiguo Testamento, inmaduros, con una mentalidad que los tiene a distancia de Dios, incluso “respetuosamente” a distancia. A tanta distancia su pensamiento y su corazón… En el mejor de los casos tienen temor de Dios, que no es el “santo temor” de perderlo, de disgustarle y ofenderle (lo cual es un don del Espíritu Santo), a parte el hecho de que “santo temor de Dios” es también lo que su Amor siente, de poder perder un hijo, o que simplemente se haga un daño… ¿Y dónde está el amor que se le debe a su Amor?
El conocimiento del Padre coincide con vivir nosotros el espíritu de hijos, más aún, el Espíritu del Hijo. Lo dice San Pablo: “Los que son movidos por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Y no habéis recibido un espíritu de siervos para recaer en el temor, sino que habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos por el que clamamos: «¡Abba, Padre!»” (Rom 8,14-17).
Pero ¿en qué consiste tener el espíritu de hijos y vivir como tales, de tal manera que, como decimos en el Padrenuestro, “santificado sea (por nosotros) su Nombre” de Padre? Jesús responde a Luisa:
“Hija mía, ¿cuál es la finalidad por la que quieres que mi Voluntad se cumpla en ti y sea conocida por todos?” Y yo: “Lo quiero porque Tú lo quieres, lo quiero para que se establezca el orden divino y tu Reino en la tierra, lo quiero para que la familia humana ya no viva como extraña para Ti, sino que se una de nuevo a la Familia Divina, en la que tuvo su origen”. Y Jesús, suspirando, ha añadido: “Hija mía, tu finalidad y la mía son una sola. Cuando un hijo tiene la misma finalidad del Padre, quiere lo que el Padre quiere, no vive nunca en casa de otros, trabaja en los campos de su Padre; si encontrandose con otros habla de la bondad, del ingenio, de los proyectos grandes de su Padre, de ese hijo se dice que ama, que es copia perfecta de su Padre, que se ve claramente por todas partes que pertenece a esa familia, que es hijo digno de llevar con honor en sí el descender de su Padre.” (Vol. 20°, 22.12.1926)
San Juan ya lo había anunciado en su primera carta: “Carísimos, nosotros desde ahora ya somos hijos de Dios, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Lo que sabemos es que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos así como El es” (1 a Jn 3,1-3).
Y el Padre ya se manifestó personalmente en 1932 por medio de otra gran mística de nuestro tiempo, la Madre Eugenia Elisabetta Ravasio (y fue reconocido y aprobado por la Autoridad de la Iglesia), que sus hijos se acuerden de El no sólo como Señor y Creador, sino como Padre amantísimo que es, siempre a nuestro lado; porque no basta ser hijos de Dios por el Bautismo (“y realmente lo somos”), sino que debemos vivir como tales y ser así “semejantes a El”. Debemos tener el espíritu de hijos, más aún, del Hijo, respecto al Padre del Cielo, por lo cual El mismo ha pedido con infinita humildad que le dediquemos una fiesta, una fiesta que solamente El, el Padre Divino, no tiene, indicando que le gustaría que fuera el 7 de Agosto. El Padre Divino, el primero, se ha quedado el último porque los hombres, sus criaturas, no lo conocen ni lo aman; también tantos bautizados, por tanto hijos de Dios, aún no tienen el espíritu de hijos: el conocimiento del Padre va a la par con el vivir nosotros el espíritu de hijos, el Espíritu del Hijo. En el volumen 33°, el 20.01.1935 Luisa escribe:
«Mi pobre mente se pierde en el Querer Divino, pero tanto que no sé repetir lo que comprendo, ni lo que siento en esa celestial morada del “Fiat” Divino; sólo puedo decir que siento la Paternidad Divina, que con todo amor me espera en sus brazos para decirme: “Estemos como hija y Padre; ven a gozar de
mi ternura paterna, de mis modos amorosos, de mi dulzura infinita, déjame que te sea Padre. No hay gusto más grande para Mí, que poder realizar mi Paternidad, y tú ven sin miedo, ven y dame tu filiación, dame el amor, la ternura de hija. Siendo mi Voluntad una sola con la tuya, a Mí me da la Paternidad para contigo y a ti te da el derecho a ser hija”.
¡Oh Voluntad Divina, cuán admirable y potente eres! ¡Sólo Tú tienes el poder de unir cualquier distancia y desemejanza con nuestro Padre Celestial! Me parece que eso es precisamente vivir en Ti: sentir la Paternidad Divina y sentirse hija del Ser Supremo. Pero mientras mi mente se llenaba de tantos pensamientos sobre Ella, mi dulce Jesús, haciéndome su breve visita, me ha dicho: “Hija mía bendita, eso es precisamente vivir en mi Voluntad: adquirir tú el derecho de hija y adquirir Dios la supremacía, la autoridad, el derecho de Padre. Sólo ella sabe unir Uno y otra y formar una sola vida…”»
Ya es hora que pasemos del espíritu de siervos al de hijos, del temor o del interés a la confianza y al amor. Es el tema de todo el Evangelio. Es la finalidad y la meta, la culminación del eterno Proyecto de Dios: ¡vivir para el Padre, ser gloria y triunfo del Padre!
Nuestra vida se ilumina a la luz del Padre nuestro, en el que podemos comprender el misterio del ser humano. Nuestra vida y la misma historia de la humanidad son, en efecto, un camino de regreso del hijo pródigo a la Casa del Padre. En ella ese hijo –que era Adán y es la entera humanidad– era felíz, era rico, no tenía necesidad de nada, no sabía lo que es miedo ni ignorancia, ni debilidad, ni sufrimiento, ni muerte. Esto es verdad de fe. Su ruina fue el pecado, darle la espalda a Dios su Padre al preferir su propia voluntad a la Voluntad de Dios, que le daba la vida y todo.
Entonces Dios mismo, el Padre infinitamente bueno, cuando llegó “la plenitud de los tiempos”, vino a su encuentro para abrazarlo y salvarlo, con los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. Y El nos ha enseñado a orar, nos ha enseñado Su oración, es decir, la nueva actitud del corazón para con Dios, la nueva relación de confianza y de amor al Padre. Ya no más siervos, sino hijos amados.
Jesús, enseñando “su” oración al Padre, ha querido enseñarnos no sólo una oración, palabras, conceptos, sino sobre todo un espíritu, su Espíritu filial, su relación de confianza, de intimidad, de amor al Padre, de recíproca pertenencia y mútua entrega total. Ha querido compartirlo con nosotros, quiere vivirlo por medio de nosotros y en nosotros. Ha querido darnos a cada uno el puesto que El mismo ocupa como Hijo en el Corazón del Padre. Ha querido que con esta oración pongamos en nuestro corazón todo lo que el Padre tiene en el Suyo y hagamos comunión con El. Por eso, el Padrenuestro expresa en la primera parte nuestro deseo de las cosas del Padre (“tu Nombre”, “tu Reino”, “tu Voluntad”) y en la segunda parte nuestra necesidad (“el pan nuestro”, “nuestras deudas”, “no nos dejes caer”, “líbranos”)
Dios es simple, es un solo Dios. Así las varias frases del Padrenuestro son en realidad una sola petición –que dicha por Jesús es también una promesa–, una sola cosa con consecuencias. Como El ha dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”
El Padre Divino será honrado y glorificado por sus hijos, que como tales sentirán y vivirán, cuando venga su Reino: “santificado sea (por nosotros) tu Nombre”. ¿Y en qué consiste su Reino? Que su Voluntad sea para nosotros lo que es para El: la fuente de su vida, de sus obras y de todo bien y felicidad. Que sea para nosotros lo que es para Jesús: el Pan, el alimento que aún no conocemos, como dijo a sus discípulos en el episodio de la Samaritana. Por eso, al pedir que nos dé “el pan nostro de cada día” El no sólo se refiere al pan material –que, si es capaz de alimentar, es porque en él está la Voluntad del Padre–, sino que piensa aún más al Pan Eucarístico –que aun siendo El realmente vivo y presente, no logra ser eficaz y a transformarnos, si no comemos también su Pan, que es la Voluntad del Padre. Así que son tres “panes” lo que pedimos, pero el decisivo es el de la Voluntad Divina en cuanto que ha de ser fuente y protagonista de todo en nuestra vida.
¿Debemos entonces pensar que todo eso sea para después de la muerte, en el más allá? Pero entonces, ¿por qué decimos que “venga” y no más bien “vamos”? ¿Por qué decimos que se haga “en la tierra” como se hace en el Cielo, de esa misma manera? Es decir, que pedimos que el Padre y los hijos tengan la misma y única Voluntad: eso es el resumen del Padrenuestro y de toda verdadera oración.
Ese día –que aún ha de venir– el hijo pródigo estará de nuevo en la Casa Paterna, en la Voluntad única de las tres Divinas Personas, que constituye su Vida y su felicidad. Entonces la criatura estará de nuevo “en el orden, en su puesto y en el fín para el que Dios la creó”. Entonces el hijo pródigo será de nuevo rico, felíz y santo. Será de nuevo “a semejanza” de su Creador y Padre.
¿Cuándo será finalmente la gran fiesta del Padre Divino? Empecemosla nosotros: “¡Padre mío, Padre bueno, a Ti me ofrezco, a Ti me entrego; en Ti confio, en Ti me abandono! Todo lo mío es tuyo, todo lo tuyo es mío, ¡yo soy todo tuyo y Tú eres todo mío!”