Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Venid, adoremos!
9 de Enero, 2025
+ ¡Ave María!
Hermanos, nuestro primer deber para con Dios es adorarlo, darle honor y gloria, gratitud y amor, de parte nuestra y de todas las criaturas, y así nuestra vida sea una siempre mayor comunión con El +
Queridos hermanos, el Señor nos pregunta “¿quién eres tú y Quién soy Yo?”. De nuestra respuesta depende toda nuestra vida. “¿De dónde vengo y adónde voy?” Hay siempre un principio y un final, un origen y una méta. Mi origen es en Dios, es su Amor, y mi destinación es siempre El, compartir con El su Amor, tomar parte en el recíproco Amor de las Tres Divinas Personas. Por eso, toda nuestra vida debe ser un camino de regreso a El, es para formar un puente que nos una a El y sobre el cual haya siempre un tráfico ‒digamos‒ cada vez más intenso de amor y de vida, un “me amas, Te amo”, que es el verdadero respiro del alma.
En el libro del Apocalipsis (4, 6-7) leemos: "Ante el trono (de Dios) había como un mar transparente como un cristal. En medio del trono y alrededor del trono había cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás (es decir, llenos de ocnocimiento). El primer viviente era semejante a un león, el segundo ser viviente tenía el aspecto de un ternero, el tercero tenía el aspecto de hombre, el cuarto era semejante a un águila que vuela". Lo mismo, en el profeta Ezequiel 1, 10: "Cada uno de los cuatro tenía aspecto de hombre; aspecto de león a la derecha, aspecto de toro a la izquierda y, cada uno de los cuatro, aspecto de águila".
¿Qué representan? En todas las cosas se empieza por lo externo, para luego pasar al interno. Del signo al significado. Tradicionalmente han sido asociados a los cuatro Evangelistas: “el hombre” a S. Mateo, “el león” a S. Marcos, “el toro” a S. Lucas y “el águila” a S. Juan.
Pero creo que, sobre esta interpretación, el significado sea respectivamente el de las cuatro cosas que como criaturas debemos a Dios: reconocerle y por tanto adorarlo, darle honor y gloria, acción de gracias y amor.
Adoración significa reconocer nuestra pertenencia a Dios, nuestra total dependencia de El, su pleno derecho sobre nosotros, y adherir con toda conciencia y voluntad a El, con plena complacencia. Se convierte en amor.
Los santos Reyes Magos no miraban la tierra, sino el cielo. Dejaron todo, se olvidaron de sí mismos para buscar a Jesús. Llegados a Jerusalén preguntaron: “¿Dónde está el rey de los Judíos que ha nacido? Hemos visto surgir su estrella, y hemos venido a adorarle” (Mt 2,2). Hemos nacido para encontrarlo y adorarlo, para darle todo y de El recibir el verdadero Todo.
Se adora con el cuerpo, con un gesto que lo manifiesta (como es arrodillarse o postrarse), pero sobre todo es con el espíritu con lo que se expresa a Dios nuestra adhesión a El, a su Voluntad.
Jesús dijo a la samaritana: “Ha llegado el momento, y es éste, en que los verdaderos adoradores adorarán el Padre en espíritu y en verdad; porque el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en Verdad” (Jn 4,23-24).
Al tentador que pretendía de Jesús un gesto de adoración, El le contestó: “Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás” (Lc 4,8), mientras que los hombres tantas veces adoran las cosas, las criaturas, en lugar de Dios, y la adoración se concretiza cada vez más en “el hombre que se hace dios”, en ser “más”, en poseer más, en gozar más… El demonio ha inventado un “dios” que la humanidad adora y al cual se somete como nunca, el “dios dinero” en lugar del Dios verdadero para así poder, tener, hacer, gozar.
Esa falsa adoración es también la de tantas personas creyentes y devotas, sirviendose incluso de las cosas de Dios, poniendolas en lugar de Dios, como ya denunció el profeta Isaías (1,13): “Basta con presentar ofrendas inútiles, el incenso me es abominable; novilunios, sábados, asambleas sagradas, no puedo soportar delito y solemnidad…”. Lo mismo en Jeremías 7,4: “No confiéis en las palabras falsas de quienes dicen: ¡Templo del Señor, Templo del Señor, Templo del Señor es éste!” Tantas veces puede ser tan sutil la diferencia entre la verdadera y la falsa devoción, entre la verdadera y la falsa adoración, que se necesita una constante vigilancia.
Dice Luisa en el Volumen 16° (el 13.05.1924):
«Estaba haciendo mis oraciones habituales, y mientras me abandonaba del todo en brazos de la Voluntad Suprema, quería hacer en Ella mis adoraciones a la Majestad Divina; y mi Jesús, moviéndose en mi interior, tomaba mi pobre alma en sus brazos y elevándola entre el Cielo y la tierra adoraba junto conmigo al Ser Supremo, y luego me ha dicho: “Hija mía, la verdadera y perfecta adoración está en el acuerdo completo de la unión de la Voluntad de Dios con el alma. Cuanto más el alma hace una su voluntad con la de su Creador, tanto más completa y perfecta es su adoración. Y si la voluntad humana no es una con la Divina, sobre todo si está lejos de Dios, no se puede decir que es adoración, sino sombra, o una tinta sin color que no deja siquiera huella, y si la voluntad humana no está dispuesta a recibir el beso de la unión de la Voluntad Suprema, en vez de adoración puede ser insulto y desprecio. El primer acto de adoración es reconocer la Voluntad de su Creador para cumplirla, y si falta eso, con palabras se adora, con los hechos se insulta y se ofende. Y si quieres conocer el verdadero y perfecto modelo de la adoración, ven conmigo en medio de las Tres Divinas Personas”.
Yo no sé cómo, Jesús me ha estrechado aún más y me ha elevado más alto, en medio de una luz interminable. Yo me sentía anular, pero mi anulación era sustituida por una Vida Divina, de la que brotaban tantas tonalidades de belleza, de santidad, de luz, de bondad, de paz, de amor, etcétera, de modo que mi nada quedaba tan transformada por esas tonalidades divinas, que ya no se reconocía y que enamoraba a Aquel mismo que así me había embellecido. Y mi dulce Jesús ha seguido diciendo:
“Ves, hija mía, el primer acto de las Divinas Personas es el acuerdo perfecto de nuestra Voluntad, y es tan unificada nuestra Voluntad, que no se puede distinguir cual sea la voluntad del Uno o del Otro, tanto que nuestras Personas son distintas, somos Tres, pero la Voluntad es Una. Y esta Voluntad única produce un acto continuo de perfecta adoración entre las Divinas Personas; Uno adora al Otro. Este acuerdo de Voluntad produce igualdad de santidad, de luz, de bondad, de belleza, de potencia, de amor, y establece en Nosotros el verdadero reino del orden y de la paz, dándonos alegrías y felicidades inmensas y dichas infinitas.
Por tanto, el acuerdo de la voluntad humana con la Divina es el primer eslabón de unión entre el Creador y la criatura, del cual descienden en ella, como en un canal, las virtudes divinas, y en ella produce la verdadera adoración, el perfecto amor a su Creador y, elevándose de dentro del mismo canal de unión, recibe los distintos matices de las cualidades divinas. Y cada vez que el alma se eleva para sumergirse en esta Voluntad Eterna, tantas nuevas variedades de belleza divina adquiere, que la embellecen.
Por eso digo que el alma que hace mi Voluntad es mi alegría y mi contento, y para divertirme estoy con el pincel de mi Voluntad en la mano, y cuando se sumerge en mi Querer Yo la retoco y me divierto en darle con una pincelada mía un matiz más de mi belleza, de mi amor, de mi santidad y de todas mis cualidades. Así que para Mí tanto es estar en el Cielo como estar en ella, encuentro la misma adoración de las Personas Divinas, mi Voluntad, mi Amor, y como a la criatura siempre se le puede dar, una vez Yo hago de pintor genial y pinto en ella mi imagen, otra vez de maestro y le enseño las doctrinas más altas y sublimes, o bien de amante apasionado, que doy y quiero amor…, en una palabra, empleo todas las artes para divertirme con ella. Y cuando mi amor, ofendido por las criaturas, no encuentra donde refugiarse, donde huir de aquellos que me persiguen para darme muerte, o que me obligan a emprender el camino de vuelta al cielo, Yo me refugio en el alma que contiene en sí mi Voluntad y hallo mi potencia que me defiende, mi amor que me ama, mi paz que me da reposo, hallo todo lo que quiero. Por tanto mi Voluntad reúne todo junto, Cielo y tierra y todos los bienes, de ellos hace uno solo y de ese solo brotan todos los bienes posibles e imaginables. Así que del alma que hace mi Voluntad, puedo decir que lo es todo para Mí y Yo soy todo para ella”.
En fin, la verdadera adoración produce una transformación en Dios, una cada vez mayor comunión de vida con El, cada vez más identificados con Su Voluntad, ser y sentirnos cada vez más hijos para el Padre. Jesús ha querido permanecer con nosotros en la Eucaristía, para formar su Vida en nosotros y transformarnos en El. Por eso es tan importante estar ante El, presente en el Stmo. Sacramento, ya sea en el sagrario, o bien expuesto de forma solemne, en cuyo caso lo miramos no sólo con el espíritu, sino también con los ojos. Es un modo sencillo de comunicar con El: “El me mira y yo Le miro”… ¡Cuántas cosas se pueden decir con los ojos! La mirada nos lleva adonde miramos ‒obviamente no con el cuerpo, sino con la mente y también con l’intención‒ y así se crea con El como un puente, porque es recíproca la mirada, y por ese puente pasa su Gracia, su Luz, su Amor hacia nosotros, y por parte nuestra la adoración, la alabanza, el darle gracias y el amor a El. Así nos presentamos a El, con nuestro cuadernito abierto en el que El pueda escribir libremente sus deseos, sus alegrías y sus penas, su Amor y su Vida. En la adoración debemos ser como los girasoles, que constantemente siguen el sol que los ilumina y del que reciben la vida. En la adoración a Jesús nos presentamos ante el verdadero Sol, que es El, como pequeños espejitos, creados aposta por El para que, mirandolo, pueda reflejar en nosotros su Luz, para bilocarse en nuestra pequeñez, en una especie de encarnación mística, y El se ofrece a nosotros como otro Espejo en el que podamos formar nuestra verdadera imagen. Para eso es la adoración eucarística.
Y a quien no puede ir físicamente ante Jesús en una iglesia, El dice en el primer volumen de Luisa: “Por último, en cuanto a las visitas que me harás y a los actos de reparación, he de decirte que Yo, en el Sacramento de mi Amor que he instituido por ti, sigo haciendo y sufriendo todo lo que hice y sufrí durante los treinta y tres años de vida mortal. Deseo nacer en el corazón de todos los mortales y por eso obedezco desde el Cielo a quien me llama a inmolarme sobre el altar; me humillo esperando, llamando, instruyendo, iluminando, y el que quiere puede alimentarse de Mí Sacramentado; a uno le doy consuelo, a otro fortaleza, y pido por tanto al Padre que lo perdone; estoy para enriquecer a unos, para unir conmigo a otros, velo por todos; defiendo a quien quiere que Yo lo defienda; divinizo a quien quiere que Yo lo divinice; acompaño a quien quiere ser acompañado; lloro por los incautos y por los delincuentes; me hago perpetuo adorador para reintegrar la armonía universal y cumplir el supremo decreto divino, que es la glorificación absoluta del Padre, en el perfecto homenaje que El pide, pero que no recibe de todas las criaturas, por lo cual me he sacramentado... Por eso quiero que tú, en respuesta a este infinito Amor mío hacia el género humano, me hagas cada día treinta y tres visitas, en honor de los años de mi Humanidad transcurridos por vosotros y entre todos vosotros, hijos míos, regenerados en mi preciosísima Sangre, y que, juntos, tú te unas conmigo en este Sacramento, con el fin de hacer siempre mis intenciones de expiación, de reparación, de inmolación y de adoración perpetua. Esas treinta y tres visitas las harás siempre, en todo tiempo, cada día y donde quiera que estés, y Yo las aceptaré como si las hicieras en mi Presencia sacramental... Tu primer pensamiento, por la mañana, hazlo volar a Mí, Prisionero de amor, para darme tu primer saludo de amor y la primera visita confidencial en la que nos preguntaremos mútuamente cómo hemos pasado la noche y nos animaremos recíprocamente. Y así, tu último pensamiento y tu último afecto del día será que tú vengas de nuevo a Mí, para que te bendiga y te haga descansar en Mí, conmigo y por Mí; y tú Me darás tu último beso de amor, con la promesa de unirte conmigo Sacramentado. Las otras visitas me las harás como mejor se te presente la ocasión favorable a concentrarte toda en mi Amor”.