Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Pongamos el nuevo año en el Corazón de la Stma. Virgen
1° de Enero, 2025
+ ¡Ave María!
Carísimos, el nuevo año 2025 empieza bajo el signo de la Maternidad Divina de María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Con el deseo de que pueda realizarla plenamente, formando la Vida y el Reino de su Hijo en nosotros. En la Divina Voluntad, con la benedición de Jesús y de María +
Queridos hermanos, ayer todavía era el 2024, ahora ya estamos en el 2025… “El tiempo se ha hecho breve” (1 Cor 7,29), pasa la vida como agua entre los dedos y cada momento es un escalón que nos acerque a Dios. Para eso es el tiempo que Dios nos concede, porque venimos de Dios y hemos de volver a Dios. Ese es el verdadero sentido de la vida. Ya ha pasado un minuto desde que empecé a hablar: ¡qué misterio es el tiempo! “Estoy seguro de que vista desde el más allá, toda la vida un instante parecerá. Pasa la vida, víspera de Fiesta: muere la muerte, el Paraíso nos espera”. Todo pasa, pero todo deja consecuencias, para bien o para mal. Cada cosa debería ser un gran ocasión para encontrar al Señor. Y debemos pedirle la gracia de ver cada cosa, todo, con sus ojos, como es de verdad todo ante El.
Conviene que preparemos correctamente el nuevo año, desde el primer día, para que sea “Jubilar” de verdad. Recordemos cosas que más o menos ya saben: nuestra vida, como la historia, se desarrolla como un camino con una cierta duración. Tenemos sólo a disposición el momento presente, ahora, tan fugaz. ¿Ayer adónde fue a parar? ¿Qué encontraremos mañana? Nos parece que el pasado haya desaparecido para siempre y quede sólo un recuerdo que se desvanece… Pero no: en la gran Realidad objetiva, ante Dios, el pasado y el futuro no existen: todo está presente. Cada escena de la vida, desde el primer instante al último, ahí está, ante El, con un fin preciso por su parte y con un fin bastante impreciso por parte nuestra. Nuestro fin debería coincidir cada vez más con el Suyo, de lo contrario la escena se estropea y resulta impresentable ante El. Por tanto, debemos pedirle al Señor que purifique cada instante de nuestra vida pasada, mas no destruida, lo vacíe de toda traza de nuestro querer humano y lo llene de su Voluntad, de su Luz y de su Amor: para eso nos lo ha dado.
La primera cosa para impostar correctamente la vida es la pregunta del Señor “¿quién eres tú y Quién soy Yo?”, como le preguntó a Luisa. A Santa Catalina de Siena dijo: “Yo Soy el que ES, tú eres la que no es”. Eso no es todo; a esa pregunta podría responder diciendo tantas cosas que yo no soy, pero he de decir: “Señor, yo soy un fruto de tu eterno Amor, por eso todo le debo a tu infinito Amor”. Y Jesús le dice a Luisa (y a nosotros):
“Hija mía, Yo soy Amor e hice a las criaturas todo amor. Los nervios, los huesos, la carne, son tejidos de amor y, después de haberlos tejido de amor, hice fluir en todas sus partículas la sangre, como cubriéndolas con una vestidura, para darles vida de amor. De modo que la criatura no es más que un complejo de amor y no se mueve más que por amor... Todo lo más pueden ser diferentes amores, pero siempre por amor se mueve. Puede ser Amor divino, amor a sí misma, amor a criaturas, amor malo, pero siempre amor; y no puede hacer otra cosa, porque su vida es amor, creada por el Amor eterno y por tanto movida por una fuerza irresistible al amor. Así que, aun en el mal, en el pecado, en el fondo ha de ser un amor che ha movido a la criatura a que hiciera ese mal. Ah, hija mía, ¿cuál no ha de ser mi dolor, al ver en las criaturas la posesión de mi Amor, que les he dado, profanado, contaminado con otro uso? Yo, para custodiar ese amor que procede de Mí y dado a la criatura, estoy en torno a ella como un pobre mendigo y, cuando la criatura se mueve, palpita, respira, obra, habla, camina, le voy pidiendo la limosna de todo y le ruego, le suplico, la imploro que me dé todo a Mí, diciendole: «Hija, no te pido sino lo que te he dado; es por tu bien, no me robes lo que es mío. Tu respiro es mío; respira sólo por Mí. Tu palpitar, tu movimiento es mío; palpita y muévete sólo por Mí», y así de todo lo demás... Pero con sumo dolor me toca ver que su palpitar va en una dirección, su respirar va en otra, y Yo, el pobre mendigo, me quedo en ayunas, mientras que el amor de sí misma, de las criaturas, de las mismas pasiones, se queda saciado. ¿Puede haber injusticia más grande? Hija mía, quiero desahogar mi amor y mi dolor contigo; sólo quien me ama puede compadecerme”. (26.02.1912)
“Hija mía, mi amor a la criatura es grande. ¿Ves cómo la luz del sol inunda la tierra? Si tú pudieras dividir esa luz en tantos átomos, en esos átomos de luz oirías mi voz melodiosa y te repetirían uno tras otro: «te amo, te amo, te amo»..., de forma que no te darían el tiempo de contarlos; te quedarías ahogada en el amor. Y de hecho, «te amo, te amo» te digo en la luz que llena tus ojos, «te amo» en el aire que respiras, «te amo» en el rumor del viento que te llega al oido, «te amo» en el calor y en el frío que siente tu tacto, «te amo» en la sangre que circula en tus venas, «te amo» te dice mi palpitar en el palpitar del tuyo; «te amo», te repito en cada pensamiento de tu mente; «te amo», en cada acción de tus manos; «te amo», en cada paso de tus pies; «te amo», en cada palabra..., porque nada sucede dentro y fuera de ti si no concurre un acto mío de amor a ti. De manera que un «te amo» mío no espera al otro. Y tus «te amo», ¿cuántos son para Mí?” (23.04.1912)
Por tanto, la segunda cosa que hacer este año es responder en todo al Amor del Señor: “Te amo”, dice el espejito al Sol y lo mismo la criatura al Creador. Nos da su Amor a través de todas las cosas y todas las criaturas, las cuales son como carteles de carreteras, que indican la buena dirección hacia la que debemos poner la intención y la finalidad en cada cosa que hacemos. La buena dirección es el Señor: a través de las cosas vamos hacia Dios o hacia el propio “yo”, nos acercamos a El o nos alejamos de El.
Ha pasado la fiesta de Navidad, pero en la Eucaristía Jesús está presente y vivo, con toda su Vida, desde el momento de su Encarnación y su nacimiento hasta su muerte y su Resurrección. Así como en un librito, en un Evangelio está contenida toda su Vida (aunque estén contadas sólo las cosas principales), así en la Eucaristía El hace presente cada instante de su Vida, cada pensamiento suyo, cada palabra y obra suya, sus oraciones y sus lágrimas, todo su amor y su dolor… En la Eucaristía está presente Jesús recién nacido, Jesús niño, Jesús jóven, Jesús como era durante su vida en Nazareth y después en su vida pública, Jesús cuando hablaba a la gente o cuando conversaba con sus discípulos, cuando hacía milagros o cuando instituyó los Sacramentos, Jesús en su Pasión y en el momento de su Resurrección… Por eso en la Eucaristía se cancela el tiempo y el espacio. No es recuerdo, sino Realidad viva, y su finalidad es formar su Presencia viva en nosotros.
Jesús nos tenía entonces en El a cada uno de nosotros, hacía suya nuestra vida, lo dijo a sus discípulos en la última Cena: “vosotros estáis conmigo desde el Principio” (y no lo sabíamos); pero ahora que empezamos a saberlo, debemos hacer nuestra su Vida, toda. Toda la Realidad presente en la Eucaristía debe ser Realidad viva y presente en nosotros. Así hemos de llegar a ser “Eucaristía viviente” y con Jesús abrazar todos los tiempos y todas las criaturas, a todos nuestros hermanos, para darles a todos su Amor y su Vida y darle a El la respuesta de amor y de vida que todos le deben, como hizo precisamente su Madre. Para eso Jesús nos la ha dado como Madre.
Y al comienzo del nuevo año, en la gran fiesta de su Maternidad divina, Jesús dice:
“Hija mía, escúchame y pon atención: voy a decirte una gran sorpresa de nuestro Amor y quiero que no se te escape nada, quiero hacer que conozcas hasta dónde llegó la maternidad de mi Madre Celestial, qué hizo y cuánto le costó y le cuesta todavía. Pues bien, has de saber que la gran Reina no sólo me hizo de Madre concibiéndome, dándome a luz, alimentándome con su leche y dándome todos los cuidados posibles necesarios en mi infancia; eso no era suficiente, ni a su materno amor ni a mi amor de Hijo. Por eso su amor materno corría en mi mente y, si me afligían pensamientos tristes, ella extendía su maternidad en cada pensamiento mío, los escondía en su amor, los besaba, y así me sentía la mente escondida bajo el ala materna, que nunca me dejaba solo; cada pensamiento mío tenía a mi Mamá que me amaba y me daba todos sus cuidados maternos. Su maternidad se extendía en cada uno de mis respiros, de mis latidos, y si mi respiro o mi latido se sentía sofocar por el amor y por el dolor, con su maternidad corría para que no me sofocara el amor y para poner un bálsamo en mi Corazón traspasado. Si Yo miraba, si hablaba, si obraba, si andaba, ella corría a recibir en su amor materno mis miradas, mis palabras, mis obras, mis pasos; los cubría con su amor materno, los escondía en su Corazón y me hacía de Madre. Hasta en el alimento que me preparaba ponía su materno amor, de modo que Yo, al comerlo, sentía su maternidad que me amaba. Y luego, ¿qué decirte, cuánto alarde de maternidad hizo en mis penas? No hubo pena, ni gota de sangre que derramé, en la que no sentí a mi Mamá querida. Después de hacerme de Madre, tomaba mis penas y mi sangre y se las escondía en su Corazón materno para amarlas y continuar su maternidad. ¿Quién podrá decirte cuánto me amó y cuánto la amé? Mi amor fué tan grande, que no sabía estar en todo lo que hice sin sentir su maternidad junto conmigo. Puedo decir que estaba presente, para no dejarme nunca, hasta en mi respiración, y Yo la llamaba; su maternidad era para Mí una necesidad, un alivio, un apoyo para mi vida acá abajo.
Ahora bien, hija mía, escucha otra sorpresa de amor de tu Jesús y de nuestra Madre Celestial, porque en todo lo que hacíamos mi Mamá y Yo, el amor no hallaba obstáculo, el amor de uno corría en el amor del otro para formar una sola vida. Mientras que con las criaturas, queriendo hacerlo, ¡cuántas pegas, obstáculos e ingratitudes! Pero mi amor no se detiene jamás. Pues bien, has de saber que, a medida que mi inseparable Mamá extendía su maternidad dentro y fuera de mi Humanidad, Yo la constituía y la confirmaba como Madre de cada pensamiento de las criaturas, de cada respiro, de cada latido, de cada palabra, y le hacía que extendiera su maternidad en las obras, en los pasos, en todas sus penas. Su maternidad corre en todo; corre en los peligros de caer en pecado, las cubre con su maternidad para que no caigan, y si han caído deja su maternidad como ayuda y defensa para que puedan levantarse. Su maternidad corre y se extiende sobre las almas que quieren ser buenas y santas, como si encontrara a su Jesús en ellas, hace de Madre a su inteligencia, dirige sus palabras, las cubre y esconde en su amor materno, para dar vida a otros tantos Jesús. Su maternidad se manifiesta en el lecho de los moribundos y, sirviéndose de los derechos de autoridad de Madre que Yo le he dado, me dice con una voz tan tierna que Yo no puedo negarle: «Hijo mío, soy Madre y son mis hijos; he de salvarles. Si no me lo concedes, mi maternidad pierde». Y mientras dice eso, los cubre con su amor, los esconde en su maternidad para ponerlos a salvo. Mi amor fué tan grande que le dije: «Madre mía, quiero que seas la Madre de todos y que lo que a Mí me has hecho se lo hagas a todas las criaturas. Tu maternidad se extienda en todos sus actos, de manera que los veré todos cubiertos y escondidos en tu amor materno». Mi Mamá aceptó y quedó confirmado que no sólo había de ser Madre de todos, sino que había de cubrir cada acto de ellos con su amor materno. Esa fue una de las gracias más grandes que concedí a todas las generaciones humanas. ¡Pero cuántos dolores recibe mi Mamá! Llegan a no querer recibir su maternidad, a no reconocerla, y por eso todo el Cielo pide, espera con ansia que la Divina Voluntad sea conocida y reine, y entonces la gran Reina hará a los hijos de mi Querer lo que hizo a su Jesús; su maternidad tendrá vida en sus hijos.
Yo cederé mi puesto en su Corazón materno a quienes vivan en mi Querer; Ella me los criará, guiará sus pasos, los esconderá en su maternidad y santidad. En todos los actos de ellos se verá impreso su amor materno y su santidad; serán verdaderos hijos suyos, que se me parecerán en todo, y oh, cuánto quisiera que todos supieran que el que quiera vivir en mi Querer tiene una Reina y una Madre potente,que les suplirá en todo lo que les falta, los formará en su regazo materno y en todo lo que hagan estará junto con ellos, para modelar sus actos como los de Ella, tanto que se verá que son hijos criados, custodiados, educados por el amor de la maternidad de mi Mamá, y serán los que la harán contenta y serán su honor y su gloria.”