Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
El Reino de Dios parte de la Inmaculada
Diciembre 4, 2025
+ ¡Ave María! Queridos hermanos, hoy contemplamos a la Stma. Virgen en el Proyecto de Dios y todo el Proyecto de Dios realizado en Ella. Unidos a Ella digamos como Ella a Dios: “Hágase en mí tu Voluntad” +
Queridos hermanos, después de la Fiesta de Cristo Rey entramos en el tiempo de Adviento y es significativo que la Iglesia, antes de celebrar cada año la Navidad, dirige su atención a la Venida gloriosa del Señor al fin de los tiempos, precedida por la gran guerra de “Reino contra reino” y la gran tribulación. Y aún es más significativa la presencia y la intervención de la Stma. Virgen que precede y prepara las venidas de su Divino Hijo.
Por eso, el Nacimiento de Jesús es precedido por la fiesta de la Inmaculada, porque en realidad su Encarnación ya había empezado con la inmaculada concepción de la Criatura que había de ser su Madre. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”, en primer lugar Jesús y María. El no se explica sin Ella ni Ella sin El. “El que me ve a Mí ve al Padre”, ha dicho Jesús, y por la misma razón María puede decir “el que me ve a Mí ve a mi Hijo”.
Hoy contemplamos este Prodigio del Amor de Dios, la Inmaculada. El Proyecto eterno de Dios parte de la Encarnación del Verbo y de hecho empieza con la creación de María, llamada a ser su Madre.
En el orden natural Eva fue creada después de Adán, Dios creó a la mujer después de haber creado al hombre, la mujer vino por último y completó la Creación. Por el contrario, en el orden sobrenatural la Mujer (con mayúscula) es la primera y precede al Hombre, es decir, María precede a Cristo y el verdadero motivo por el que la Creación ha sido hecha es la Encarnación del Hijo de Dios.
Tengamos presente que ante Dios, en la Realidad objetiva, en su Acto eterno, no cuenta el “antes” ni el “después” del tiempo, sino el “antes” y el “después” de la causa y de la consecuencia. Así Jesús ha podido decir: “antes de que Abrahám fuera, Yo Soy” (o que Adán fuera), y así María puede decir como su Hijo: “antes de que Eva fuera, yo soy”. Sí, porque el misterio de la concepción eterna del Alma de María (simple criatura) está en ese misterio eterno de “la competición” de Amor entre el Padre (el Amante) y el Hijo (el Amado). Como Ella dijo en su aparición en Tre Fontane (Roma, 1947): “yo soy la que es en el seno de la Divina Trinidad”.
María desciende como nosotros de Adán y Eva que pecaron, y no obstante Ella y su Hijo Jesucristo no han sido tocados por el pecado, porque si Adán y Eva son la “fuente” (por decir así) de la que procede “el río” de la humanidad, Jesús y María están “más arriba” de la fuente, son los primeros en el Proyecto eterno de Dios.
La Inmaculada tiene su origen en Dios. María, antes de ser concebida en el seno de su madre Santa Ana, ha sido concebida en el Seno de la Stma. Trinidad. Las Tres Divinas Personas le han dado lo que es propio de cada una, han concentrado todo en María: el Padre Divino un mar inmenso de Potencia, el Hijo un mar infinito de Sabiduría y belleza, el Espíritu Santo un mar eterno de Amor. Así han dado existencia a esta criatura única, que es María. Ella es de verdad “la Milagrosa”, porque es el milagro más grande de Dios. Lo dice Jesús:
“¿Pero quieres saber cuál fue el prodigio más grande hecho por Nosotros en esta Criatura tan santa y el heroísmo más grande, que nadie podrá jamás igualar, de tan hermosa criatura? Que su vida empezó con nuestra Voluntad, con Ella la siguió y le dió cumplimiento. Por lo cual se puede decir que cumplió desde que empezó y comenzó donde cumplió. Y nuestro mayor prodigio fue que en cada uno de sus pensamientos, palabras, respiros, latidos, movimientos y pasos, nuestro Querer desembocaba en Ella y Ella Nos ofrecía el heroísmo de un pensamiento, de una palabra, de un respiro, de un palpitar divino y eterno, que obraba en Ella. Eso La elevaba tanto, que lo que Nosotros somos por naturaleza Ella lo era por gracia. Todas sus otras prerrogativas, sus privilegios, su misma Inmaculada Concepción habrían sido nada en comparación de este gran prodigio, es más, eso fue lo que La confirmó y La hizo estable y fuerte toda su vida. Mi Voluntad continua, desbordándose en Ella, Le comunicaba la Naturaleza Divina, y el continuo recibirla La hizo fuerte en el amor, fuerte en el dolor, distinta entre todos. Fue nuestra Voluntad que obraba en Ella la que atrajo al Verbo a la tierra, la que formó la semilla de la Fecundidad Divina, para poder concebir a un hombre y Dios sin obra humana, y La hizo digna de ser la Madre de su mismo Creador”. (Volumen 17°, 08.12.1924)
Ella fue concebida Inmaculada en Dios para que a su vez un día pudiera concebir como Hombre al Hijo de Dios. Jesús ha sido concebido por María porque antes Ella, su alma, ha sido concebida y creada en Jesús, por motivo de Jesús, como dice el gran poeta Dante: “Virgen Madre, hija de tu Hijo, humilde y alta más que criatura, término fijo de eterno Consejo”. Y dice Jesús:
“Todo lo que Yo, Verbo Eterno, había de hacer en mi Humanidad asumida, formaba un solo acto con aquel Acto único que contiene mi Divinidad. Así que antes que esta noble criatura fuese concebida, ya existía todo lo que tenía que hacer en la tierra el Verbo Eterno. Por tanto, en el acto en que esta Virgen fue concebida, se desplegaron en torno a su concepción todos mis méritos, mis penas, mi sangre, todo lo que contenía la vida de un Hombre y Dios, y quedó concebida en los interminables abismos de mis méritos, de mi sangre divina, en el mar inmenso de mis penas. En virtud de todo ello quedó inmaculada, bella y pura. Al enemigo le quedó cerrado el paso por mis méritos incalculables, y no pudo causarle ningún daño. Era justo que Aquella que debía concebir al Hijo de Dios debiera ser antes Ella misma concebida en las obras de este Dios, para poder ser capaz de concebir a ese Verbo que tenía que venir a redimir al género humano. Así que primero Ella quedó concebida en Mí y Yo quedé luego concebido en Ella. No faltaba más que darlo a conocer a su debido tempo a las criaturas, pero en la Divinidad era como ya hecho. Por eso, esta excelsa criatura fue la que más recogió los frutos de la Redención, más aún, en Ella produjo su fruto completo, pues habiendo sido concebida en ella, amó, estimó y conservó como cosa suya todo lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra”. (Volumen 16°, 08.12.1923)
Y dice Ella: “Yo he salido de la boca del Altísimo y he recubierto como nube la tierra. He puesto mi morada en lo alto, mi trono era una columna de nube. El extremo del cielo yo sola he recorrido, he paseado en lo profundo del abismo. Antes de los siglos, desde el Principio, El me creó; por toda la Eternidad no faltaré” (Eclesiastés 24,9). “El Señor me creó al principio de su actividad, antes de sus obras más antiguas. Desde la eternidad he sido constituida, desde el principio, antes que existiera la tierra” (Proverbios 8,22-23).
El 8 de diciembre de 1854 fue solemnemente proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Stma. Virgen, condición necesaria para poder ser la Madre de Jesús, para tener la Maternidad Divina, y era necesario que fuese no sólo Inmaculada, sino que poseyera el Reino en el que pudiera descender el Verbo Divino.
¿Qué significa “inmaculada”? “Sin mancha”, perfectamente pura, limpia, sin defecto, perfecta, como debía ser. Así es es María, entre todas las criaturas, entre todas las mujeres. Pensemos en un recipiente, una copa, un cáliz de cristal precioso, puro, sin defecto ni mancha: se dice que es “inmaculado”. ¿Pero de qué sirve vacío? Estar vacío no es la finalidad para la que fue hecho. Así, Dios ha creado a María para que fuera su Morada, para llenarla de Sí y que un día fuera la Madre de Dios, del Verbo Encarnado. Dios la ha creado inmaculada y eso dependió sólo de Dios; la quiso así, para que el pecado original, que nos ha contaminado a todos nosotros, no la tocara.
El Padre Divino “se ha inventado” a María para poder amar el doble - digamos – al Hijo encarnado: con su Amor desde el Cielo y con el Corazón de María en la tierra: por eso su Maternidad no es simplemente biológica (un “seno alquilado”) ni humana, sino “Divina” (dogma de Fe). Maternidad Divina no sólo porque su Hijo es Dios, sino porque es la misma Fecundidad virginal eterna del Padre, que en Ella se llama Maternidad.
Dios ha querido que todo, empezando por la Encarnación, dependiera del “Fiat” de María, que no es como decir “ok, está bien”, sino que es el mismo “Fiat Lux” del Padre. Y María era perfectamente libre y consciente de lo que iba a encontrar: ser la Madre del Varón de Dolores, porque Jesús, al encarnarse, nos ha concebido con su Humanidad personal a todos nosotros, a todas las almas, a todas las criaturas, y ha tomado sobre El desde el principio todos los pecados del mundo y sus consecuencias... Todas las almas, en primer lugar la de María (“Hija de su Hijo”), la única que en vez de darle muerte le ha dado vida, más aún, la Vida.
Cuando decimos que María es “la primera redimida” hay que precisar que no es redimida como nosotros del pecado original, sino para que las consecuencias del pecado original no la tocaran, por tanto cubierta y enriquecida desde la eternidad con los méritos infinitos de su Hijo. “Redimida”, sí, pero no “salvada”.
Dios la creó Inmaculada. Pero también Adán y Eva habían sido creados inmaculados y santos (lo que la Iglesia llama “el estado de justicia original”), pero no fueron fieles a Dios en la prueba, desobedecieron haciendo su propia voluntad en vez de la Voluntad de Dios: el pecado con todas sus tremendas consecuencias. Por tanto María, en aquel momento inicial de su existencia, no teniendo las consecuencias del pecado sino perfecto uso de razón y capacidad de decidir, perfectamente consciente, debía tener su prueba y responder a Dios. Dios le hizo ver en un instante la verdad: “¿quién eres tú y Quién soy Yo? Mira mi Amor por ti ¿y tú, qué haces? Ves, también Adán y Eva eran inmaculados cuando los creé, pero mira qué desgracia han causado, qué dolor para Mí y qué tragedia para todos mis hijos, sus descendientes, que se pierden si no interviene el Redentor…” María, cuando vió eso, sin dejar pasar ni un instante, le entregó su corazón, o sea, su voluntad, a Dios, sin querer conocerla, sin querer probar qué se siente al hacerla. La entregó a Dios para siempre. Pero Dios no sabe ser menos, no esperaba otra cosa para darle El también la Suya, y así fue ese maravilloso intercambio:
Dios le dió su Voluntad Divina, Omnipotente, Santa, que contiene todo lo que es Dios y todo lo que hace Dios. Desde aquel momento María, aun siendo criatura limitada, fue la Llena de Gracia y por pura Gracia llena de todo lo que es de Dios por naturaleza. Es como dice San Pedro: “partícipe de la Naturaleza Divina”. (2 a Pe 1,4). Ser la Inmaculada dependió sólo de Dios, pero ser la Llena de Gracia dependió también de Ella. Es como dice San Agustín: “El que te ha creado sin ti no te salvará sin ti”.
Y notemos que Dios habría podido enviar a su Hijo al mundo y El se habría encarnado sin depender de nosotros, como sin necesidad de nosotros habría podido redimirnos, pero no sin su Madre. Dios ha querido que todo su Proyecto dependiera de Ella, a partir de su “Sí”, de su respuesta “Hágase en mí según tu Palabra”. María ha dado a Dios la posibilidad de realizar su sueño de amor. Por eso cada don, cada gracia que Dios quiere conceder, cada asistencia suya, todo pasa a través de María, porque Ella posee todo lo que es de Dios, la plenitud de la Gracia. y de nuevo cito a Dante: “Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien quiere gracia y a ti no recurre, su deseo quiere volar sin alas”. La Inmaculada es la Llena de Gracia y por lo tanto es la Medianera de toda gracia. Renovemos hoy por tanto nuestra consagración a María y como Ella y con Ella a la Divina Voluntad:
Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, yo te entrego y te consagro mi vida, como hizo tu Hijo Jesús. Me abandono a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la Sabiduría y al Amor con que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, y entrego a Tí mi voluntad humana, para que Tú la conserves en tu Corazón Materno y la ofrezcas al Señor junto con il sacrificio que Tú has hecho de Ti misma y de tu voluntad. En cambio enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. ¡Amén!