Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
El Nacimiento de Jesús se ha de cumplir en nosotros
19 de diciembre, 2024
+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, como al encarnarse hace 2000 años Jesús preparó nuestro Nacimiento y nuestra vida en El, así hemos de preparar ahora su Nacimiento viviente en nosotros: ¡para que Jesús se vea! +
Queridos hermanos, ya llega la celebración de la Navidad de Nuestro Señor: una precisación importante, porque parece que para la mayor parte de la gente la que llaman “Navidad” no tenga nada que ver o en común con El. En el mejor de los casos, se sirven de El por intereses personales, humanos. El Niño Jesús ha sido suplantado por un personaje imaginario, “Papá Noel” o “santa Claus”, consumismo, folklore, ruido. Y Jesús sigue siendo el gran Desconocido, desamparado, abandonado, al frío, fuera del poblado, fuera de la vida. “Vino a los suyos, pero los suyos no Lo recibieron”, dice San Juan en su Evangelio, y dos mil años después es aún peor y más doloroso.
Todavía resiste más o menos la bella tradición de los belenes: en general son sencillos, en otros se desata la fantasía artística de quien los hace, pero otros, últimamente, son auténticas monstruosidades, incluso blasfemias, inmensamente lejos del simple y humilde realismo del corazón di San Francisco, que hizo el primero, con el deseo de viajar de algún modo en el tiempo y asistir al evento histórico más grande del Amor Divino.
Sin embargo, aquel Evento no le bastó al Amor Divino: no se acontenta con ser el Emanuel, “el Dios con nosotros”, sino que quiere ser “en nosotros”: ¡compartir con nosotros todo, su nacimiento, su vida entera, su misma muerte y Resurrección, su Reino, su Gloria! Quiere hacer con nosotros y en nosotros su belén viviente, una reproducción viviente de toda su Vida, de cómo es El, un Evangelio vivo, porque antes nos ha concebido en El. Estos son los excesos inmensos de su Amor y a la vez de su Dolor, puesto que todos nosotros, todas las almas, toda la humanidad, hemos sido queridos y creados por Dios por motivo de Jesucristo, el Primogénito entre todas las criaturas, y por tanto hemos sido concebidos con El y en El para formar su Cuerpo Místico.
Como lo hizo con su Madre, de una forma semejante desea hacerlo en nosotros. La Stma. Virgen preparó en Ella su venida, sin sospechar que precisamente Ella había de ser la Madre del Mesías. Ella lo atrajo del Cielo con su deseo, con su amor, desde el primer instante en que su alma fue concebida inmaculada en el Seno de las tres Divinas Personas… Cada vez que su espíritu subía a Dios ‒Ella lo cuenta‒ contemplaba en el Corazón del Padre al Hijo, la Imagen, el Autoretrato del Padre, y se enamoró y, como si fuera un mosaico viviente, cada vez Ella tomaba ‒digamos‒ un fragmento del mosaico, una perfección suya, y lo colocaba en su Corazón… Así formó en Ella la imagen del Hijo de Dios, de manera que cuando llegó el momento de la Anunciación del Angel y Ella
pronunció su “Fiat”, “hágase en mí”, fue como si entonces hubiera completado el mosaico, y el Hijo de Dios, viendo su retrato, hubiera dicho: “¡Pero si ese soy Yo! ¡Sólo falta que vaya en Persona a tomar posesión de él!” ¡Así fue la Encarnación del Verbo!
Por eso es que su Venida Gloriosa no se improvisa, como no fue una improvisación la Encarnación y la primera Venida como Redentor. En su Amor, en su Sabiduría, en su Justicia Dios ha querido la colaboración activa de una criatura para realizar su Proyecto, su Decreto eterno, que preveía en primer lugar su Encarnación. Era necesario que, representando a toda la humanidad, hubiera un pueblo que durante 2000 años deseara, invocara la venida del Mesías, del Salvador, y se preparase a recibirlo… Pero todavía no era suficiente: se necesitaba la Criatura Inmaculada, toda y siempre del Señor, que hiciera suya la súplica de todo aquel pueblo, más aún, de todas las criaturas, que diera a todo una forma divina y lo presentara a Dios, que “hiciese contacto” con Dios: y así es como
María obtuvo el gran Milagro de la Encarnación del Verbo. Si el Hijo de Dios se ha encarnado, si nos ha creado y redimido, se lo debemos a María. Ella no ha sido “un útero alquilado”. Y como ha dicho Jesús “sin Mí no podéis hacer nada”, así dice con hechos: “sin Ella no quiero hacer nada”.
Por Ella y por amor suyo el Verbo se encarnó y cumplió la Redención; así por Ella cumplirá su Venida gloriosa y su Reino. Pero también esta vez, María no puede ni quiere estar sola: quiere la participación activa de sus hijos. Debemos preparar con Ella, en nosotros, el nuevo Nacimiento de Jesús, la Venida de Cristo Rey.
Esta vez no nacerá en Belén, sino en nosotros; no nacerá de María, sino que lo dará a luz aquella “Parturienta” gloriosa (como la describe el Apocalipsis, 12) que es la Iglesia. Por eso ahora gime con los dolores del parto, son los sufrimientos de la Iglesia en este momento, de los que los nuestros personales forman parte.
Preparemos Su Nacimiento en nosotros, igual que antes, hace dos mil años, Jesús preparó nuestro nacimiento y nuestra vida en El. Esa preparación la estamos haciendo con una particular Novena, a partir del 16 de diciembre, con las palabras de Nuestro Señor a su “pequeña Hija de la Divina Voluntad”, Luisa Piccarreta. En ella su Corazón le habla al corazón de quien con sencillez lo escucha, para llevarnos del simple hecho histórico de su Nacimiento, contado en el Evangelio de San Lucas, a un nuevo Nacimiento suyo en nosotros, en nuestra vida.
En esta Novena, como Luisa la escribió en su primer volumen, el Señor pasa del narrar los nueve “excesos” de su Amor y de su dolor durante los nueve meses en que formó su Humanidad en el seno de su Madre, a pedirnos que preparemos nuestro corazón para acogerlo y así El pueda darnos todo su Amor y formar en nosotros su Vida y su Reino en su nueva Venida.
Jesús, habiendo concebido en El a todas las almas como su propia vida, desde que fue concebido en realidad moría por cada uno y sufría las penas de todos. Y dice a Luisa en el volumen 12°, el 18 de marzo 1919:
«“Hija de mi Querer, ven a tomar parte en las primeras muertes y en las penas que sufrió mi pequeña Humanidad de parte de mi Divinidad en el acto de mi Encarnación. En el acto de ser concebido concebí conmigo todas las almas pasadas, presentes y futuras como mi propia vida. Concebí a la vez las penas y las muertes que por cada una Yo tenía que sufrir. Debía incorporar todo en Mí: almas, penas y muerte que cada una debía sufrir, para decirle al Padre: «Padre mío, ya no mirarás a la criatura, sino a Mí solo; en Mí hallarás a todos y Yo pagaré por todos. Cuantas penas quieres, Te las daré. ¿Quieres que sufra una muerte por cada uno? La sufriré. Acepto todo, con tal de dar vida a todos». Por eso era necesario un querer y un poder divino, para darme tantas muertes y tantas penas, y un poder y un querer divino para hacerme sufrir. Y como en mi Querer están en acto todas las almas y todas las cosas, no de un modo abstracto o con solo la intención, como alguien puede pensar, sino que en realidad tenía a todos en Mí, como identificandose conmigo y formando mi misma vida, en realidad moría por cada uno y sufría las penas de todos. Es verdad que intervenía un milagro de mi omnipotencia, el prodigio de mi inmenso Querer. Sin mi Voluntad mi Humanidad no habría podido hallar y abrazar a todas las almas, ni habría podido morir tantas veces. Por eso mi pequeña Humanidad, desde que fue concebida, empezó a sufrir un sucederse de penas y de muertes; todas las almas nadaban en Mí, como dentro de un inmenso mar, y eran como miembros de mis miembros, sangre de mi sangre y corazón de mi Corazón. ¡Cuántas veces mi Mamá, tomando el primer puesto en mi Humanidad, sentía mis penas y mis muertes y moría junto conmigo! ¡Qué dulce era para Mí encontrar en el amor de mi Mamá el eco del Mío! Son misterios profundos, en los que la mente humana, no comprendiendo bien, parece que se pierde. Por eso, ven en mi Querer y toma parte en las muertes y en las penas que sufrí, apenas tuvo lugar mi Encarnación. Así podrás comprender mejor lo que te digo”.
No sé decir cómo, me he hallado en el seno de mi Mamá y Reina, en el que veía al Niño Jesús tan pequeño, pero aunque pequeño contenía todo. De su Corazón ha brotado un dardo de luz al mío, y al penetrarme me sentía la muerte y al salirme volvía la vida. Cada toque de ese dardo producía un dolor agudísimo, con el que sentía deshacerme y en realidad morir, y despues, con su mismo toque, me sentía revivir; pero yo no tengo palabras capaces de expresarlo y por tanto pongo punto final.»
Y en el volumen 20°, el 30 de enero 2027, el Señor dice:
“Yo vine al mundo a expiar, a redimir, a salvar al hombre. Para eso, me tocaba cargar con las penas de las criaturas sobre Mí, como si fueran mías. Mi Mamá Divina, que había de ser Corredentora, no debía ser diferente de Mí; es más, las cinco gotas de sangre que me dió de su purísimo Corazón para formar mi pequeña Humanidad, salieron de su Corazón crucificado. Para Nosotros las penas eran tareas que vinimos a cumplir: por eso todas eran penas voluntarias, no imposiciones de la frágil naturaleza.”
Hermanos míos, en este último periodo se han multiplicado las pruebas y las dificultades de tantos, y no son voluntarias. Que al menos sean aceptadas de la mano del Señor con fe y con amor. Levantemos el corazón: miremos a Jesús, Redentor desde el primer momento de su vida, y con El a nuestra Madre, que El llama “la Corredentora”, y a la luz de la Fede démonos cuenta de que cuando sufrimos es que Jesús nos pide que tomemos parte en su dolor y su Amor. San Pablo nos lo explica: “por eso me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24), pero“los sufrimientos del momento presente no se pueden comparar con la gloria futura que habrá de ser revelada en nosotros” (Rom. 8,18).
Para alejarnos de la falsa “Navidad” mundana, el Señor permite estas tribulaciones, la actual situación mundial de peligros, confusión y temores que nos privan de nuestras costumbres, hasta en el modo tradicional de nuestra religiosidad. ¡Basta con tantas farsas, con celebraciones vacías de espiritualidad, de sólo apariencia!
Hemos llegado al final del Adviento, tiempo de preparación a la Navidad, no sólo como celebración anual litúrgica, sino como el tiempo tan esperado en el que quiere celebrar su Nacimiento en nosotros, formar en nosotros su Vida, compartirla plenamente con nosotros, tener su Reino en nosotros.
Aquella cueva o portal de Belén en que Jesús nació representaba lo que somos: nosotros somos el frío, nosotros somos la oscuridad, nosotros somos la paja húmeda y el estiercol por el suelo, el abandono y la miseria… En un sitio así Jesús ha nacido y no es que haya cambiado exteriormente con eso, las telarañas en las paredes no se han convertido en finísimas telas de seda, ni la paja en hilos de oro, ni los murciélagos colgados del techo se han vuelto lámparas de ónix…, ha quedado todo igual. Bueno, igual no: allí dentro estaba el Rey de reyes, todos los Angeles en adoración, de allí partían las órdenes, de allí salía el orden y el gobierno de toda la Creación. Allí estaba la Stma. Virgen Madre, sin la cual no habríamos tenido a Jesús. Esa es la imagen de lo que somos y de lo que debe suceder en nosotros. ¡Jesús quiere ahora su belén viviente!
Hemos llegado al “Fin de los tiempos” de espera, de preparación, como lo dice San Pablo en su carta a los Gálatas (4, 1-7): “mientras el heredero es menor, no es en nada diferente de un siervo, aun siendo dueño de todo, sino que depende de tutores y cuidadores, hasta el tiempo establecido por el Padre. Así nosotros, mientras fuimos niños, vivíamos sometidos a los elementos del mundo. Mas al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de la Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibieramos la adopción como hijos. Y que sois hijos lo prueba el que Dios ha mandado en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abbà, Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero por Voluntad de Dios.”