"Cuando extravié
a mi Jesús"
"Cuando extravié
a mi Jesús"
"Cuando extravié a mi Jesús"
Visita de la reina del Cielo
Día 25
Lc. 2, 45
“Pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca”
Visita de la Reina del Cielo
Día 25
"cuando extravié a mi Jesús, el dolor que sentí fue muy intenso"
"Después de haber cumplido nuestro deber en el templo y de haber celebrado la Pascua, nos dispusimos a regresar a Nazaret. En la confusión de la multitud nos perdimos; Yo quedé con las mujeres y José se unió a los hombres. Miré a mi alrededor para asegurarme si mi querido Jesús se había venido conmigo, pero no habiéndolo visto pensé que Él habría permanecido con su padre san José. Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos:
“¡Ah! díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él” Y llorando lo describíamos: “Él es todo amable, sus bellos ojos azules resplandecen de luz y hablan al corazón; su mirada golpea, rapta, encadena; su frente es majestuosa, su rostro es bello, de una belleza encantadora; su voz dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; sus cabellos rizados, y como de oro finísimo lo hacen hermoso, gracioso; todo es majestad, dignidad, santidad en Él; Él es el más bello entre los hijos de los hombres.”
Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el dolor que Yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi alma heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte.
Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi dolor fue todo en el orden divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que Yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con su fuerza divina, Yo habría muerto de espanto.
Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿donde está mi querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah! díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús.”
En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío.
Y ahora una palabrita a ti, hija queridísima: En este misterio mi Hijo quiere darnos a Mí y a ti una enseñanza sublime. ¿Podrías acaso suponer que Él ignorase lo que Yo sufría? Todo lo contrario, porque mis lágrimas, mi búsqueda, mi crudo e intenso dolor se repercutían en su corazón, sin embargo, durante aquellas horas tan penosas, Él sacrificaba a su Divina Voluntad a su propia Mamá, a Aquella que Él amaba tanto, para demostrarme cómo también Yo, un día debía sacrificar su misma Vida al Querer Supremo.
En esta pena indecible no te olvidé querida mía; pensando que ella te habría servido de ejemplo, la puse a tu disposición, a fin de que también tú pudieras tener, en el momento oportuno, la fuerza de sacrificar toda cosa a la Divina Voluntad.
En cuanto Jesús terminó de hablar nos acercamos reverentes a Él, y le dirigimos un dulce reproche: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” Y Él, con dignidad divina nos respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No saben que Yo he venido al mundo para glorificar a mi Padre?” Habiendo comprendido el alto significado de tal respuesta y habiendo adorado en ella al Querer Divino, regresamos a Nazaret.
Hija de mi materno corazón, escucha, cuando extravié a mi Jesús, el dolor que sentí fue muy intenso, sin embargo a éste se agrega todavía un segundo, el de tu mismo extravío. En efecto, previendo que tú te habrías alejado de la Voluntad Divina, Yo me sentí por un tiempo privar del Hijo y de la hija, y por eso mi maternidad sufrió un doble golpe.
Hija mía, cuando estés a punto de hacer tu voluntad en vez de la de Dios, reflexiona que abandonando al Fiat Divino, estás por extraviar a Jesús y a Mí, y por precipitarte en el reino de las miserias y de los vicios.
Mantén entonces la palabra que me diste de permanecer indisolublemente unida a Mí, y Yo te concederé la gracia de no dejarte jamás dominar por tu querer, sino exclusivamente por el Divino".
Fiat Divina Voluntad