Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Creados a Imagen de Dios para ser a Su Semejanza
27 de Febrero, 2025
+ ¡Ave María!
Queridos hermanos, el Señor dice: “sed como Yo”, nos lo dice con palabras de San Pablo (Gál 4,12). En nuestra naturaleza ya somos a su imagen, pero en nuestra vida debemos ser a su semejanza +
Queridos hermanos, el Señor, con el retrato suyo que son las Bienaventuranzas, nos invita a ser como El. La Sgda. Escritura nos dice desde el pincipio: “Dios dijo: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza» (…) Dios creò al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”. En estas palabras está todo el Proyecto de Dios. ¿De dónde procede ser imagen de Dios? ¿Cuál habrá sido la finalidad de Dios al crear al hombre a su semejanza? En la carta a los Colosenses, San Pablo dice: “el Padre nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo amado, por obra del cual tenemos la redención, la remisión de los pecados. El es la Imagen de Dios invisible, engendrado antes de toda criatura; pues por medio de El han sido creadas todas las cosas”. “Engendrado, no creado, consustancial al Padre”, decimos en el Credo. Por eso Jesús dijo en la última Cena: “El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir: muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo soy en el Padre y el Padre es en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las hablo de Mí mismo; pero el Padre que mora en Mí hace sus obras. Creedme: Yo soy en el Padre y el Padre en Mí; al menos, creedlo por las obras” (Jn 14,9-11). Por tanto, el Hijo es la Imagen del Padre, un único Ser con El. A la luz de la Fe contemplemos un poco este infinito Misterio de Dios a partir de nosotros mismos, porque somos “a su imagen”. Si me miro en un espejo veo mi imagen (de mí al menos veo mi cara). Si me muevo, la imagen se mueve, si yo saludo la imagen saluda, la imagen hace lo yo hago. Esa imagen no es otra persona, no puedo hablar o dialogar con ella. Pero si un día viera en el espejo mi imagen que me saluda: “Hola, buenos días, ¿has dormido bien?”, me daría un infarto, porque esa imagen sería otra persona…
Para nosotros eso no es posible, pero en Dios es así: la primera Persona se conoce perfectamente, contempla en Sí mismo su propia Imagen, la segunda Persona, Jesucristo, y entre ellos dos hay un diálogo, una relación de infinito Amor que no es “una cosa”, sino “Alguien”, el Espíritu Santo, una tercera Persona. Por eso Dios es un único Ser, en tres Personas distintas y ‒podemos decir‒ “recíprocas”. Su Vida es como una competición de Amor y, por eso, “Jesucristo, aun siendo de naturaleza divina, no consideró un tesoro codiciable su igualdad con Dios; antes se anonadó, tomando la condición de siervo y haciendose semejante a los hombres; viniendo en forma humana, se humilló haciendose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,6-11).
Dios se ha hecho como nosotros para hacernos como El, pero se ha hecho como nosotros porque antes nos ha creado a su imagen. No somos nosotros su modelo, sino el Hijo hecho Hombre es el Modelo conforme al cual nos ha creado. El ha dicho: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahám fuera, Yo Soy» (Jn 8,58), antes de que Adán fuese creado, antes de que fuera creado nada, Jesucristo es “el Primogénito” entre todas las criaturas.
Dios hizo al hombre a su imagen, para que el hombre viviera y obrara a su semejanza, como un pequeño dios creado, para poder amarlo y ser por El amado, y así “ser partícipe de la Naturaleza Divina” (2a Pedro 1,4). Dios, como Creador, ha querido reproducir su imagen en la criatura, y como Padre quiere que sus hijos vivan como El, a su semejanza. La imagen es en nuestro ser, en nuestra naturaleza humana, y la semejanza había de ser en nuestra vida.
“Sólo en mi Querer puede haber verdadera imitación; siento que resuena en el oido mi voz dulcísima y creadora: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza », y digo con alegría interminable: he aquí mis imágenes, los derechos de la Creación me son restituidos, la finalidad para la que he creado al hombre está completada. ¡Qué contento estoy y llamo a todo el Cielo a hacer fiesta!” (28.11.1921)
“¿Cómo pueden explicarse las palabras que dije al crear al hombre: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»? ¿Cómo la criatura, tan incapaz, podía asemejarse a Mí y ser mi imagen? Sólo en mi Voluntad podía llegar a eso, porque haciendola suya obra de un modo divino y con la repetición de esos actos divinos llega a asemejarse a Mí, a ser mi perfecta imagen” (24.8.1915)
El pecado original ha herido la imagen de Dios en nosotros, privandonos del don sobrenatural de su Vita (la Gracia) y de los dones “preternaturales” (la inmortalidad, la impasibilidad, la integridad, la ciencia infusa, etc.), y ha hecho perder al hombre su semejanza con Dios, no teniendo ya la Divina Voluntad. Dice el Señor:
“Sólo la voluntad humana produce la desarmonía entre la criatura y el Creador. Un solo acto de voluntad humana crea el desorden entre el Cielo y la tierra, forma desemejanza entre el Creador y la criatura. Mientras que para quien vive en mi Querer todo es armonía, sus cosas y las mías armonizan juntas, Yo estoy con ella en la tierra y ella está conmigo en el Cielo; uno es el interés, una es la vida, una es la voluntad.” (1.5.1921)
San Juan escribió en su primera carta (3,2): “Carísimos, desde ahora somos hijos de Dios (por el Bautismo), pero lo que seremos no ha sido todavía revelado. Pero sabemos que cuando El se manifieste (en su venida gloriosa como Rey), nosotros seremos semejantes a El (o sea, tendremos de nuevo equella semejanza perdida con el pecado), porque le veremos así como El es”.
“Cuantas veces el alma entra en el Querer Divino para orar, obrar, amar y demás, tantas vías abre entre el Creador y las criaturas, y la Divinidad, viendo que la criatura se hace camino para ir a El, abre sus caminos para encontrarse con su criatura. En ese encuentro ella copia las virtudes de su Creador, absorbe en ella siempre nueva Vida Divina, se adentra más en los eternos secretos del Querer Supremo y todo lo que hace ya no es más humano en ella, sino divino, y ese obrar divino forma en ella un cielo de oro, en el que la Divinidad, complaciendose de hallar su obra en la criatura, pasea esperandola para recibir sus actos divinos y así abrirle otras vías en su Divinidad, y va repitiendo con tanto amor: ¡Así, así es como la criatura en mi Querer se acerca a mi semejanza, como realiza mis proyectos, come cumple el fin de la Creación!” (5.5.1923)
El hombre es espíritu (como Dios y como sus Angeles) y materia: “Que todo lo que es vuestro, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1a Tes 5,23). Nuestra alma espiritual tienes tres facultades o potencias: inteligencia, memoria y voluntad, imagen de la Santísima Trinidad, para unirnos a las tres Divinas Personas. Jesús le dice a Luisa:
“Hija mía, mi dolor fue grande e incomprensible a una mente creada, sobre todo cuando vi la inteligencia humana deformada, mi bella imagen que hice reproducir en ella, no más bella, sino fea, horrible. Yo la doté de voluntad, inteligencia y memoria. En la primera refulgía mi Padre Celestial, que como Acto primero le comunicaba su potencia, su santidad, su alteza, por lo cual elevaba la voluntad humana, invistiendola con su misma santidad, potencia y nobleza, dejando abiertas todas las corrientes entre El y la voluntad humana, para que se enriqueciera cada vez más con los tesoros de mi Divinidad. Entre la voluntad humana y la Divina no había tuyo ni mío, sino que todo era en común, con recíproco acuerdo. Era imagen nuestra, cosa nuestra, y así ella Nos representaba; nuestra Vida debía ser la suya y por eso constituía como acto primero su voluntad libre, indipendiente, como era, como acto primero, la Voluntad de mi Padre Celestial. Pero esta voluntad, ¡cuánto se ha profanado! De libre se ha hecho esclava de vilísimas pasiones. ¡Ah, ella es el principio de todos los males del hombre, ya no se reconoce! ¡Cómo ha perdido su nobleza! Repugna mirarla. Ahora, como Acto segundo, intervine Yo, el Hijo de Dios, dotandola de inteligencia, comunicandole mi sabiduría, la ciencia de todas las cosas, para que conociendolas pudiera gustar y ser felíz en el bien. ¡Pero, ay, qué sentina de vicios es la inteligencia de la criatura! De la ciencia se ha servido para desconocer a su Creador. Y luego, como Acto tercero, intervino el Espíritu Santo, dotandola de memoria, para que, recordando tantos beneficios, pudiera estar en continuas corirentes de amor, en continuas relaciones. El amor debía coronarla, abrazarla y dar forma a toda su vida; ¡pero cómo queda contristado el Eterno Amor! Esta memoria se acuerda de los placeres, de las riquezas y hasta de pecar, y la Trinidad Sacrosanta es excluida de los dones dados a su criatura. Mi dolor fue indescriptible al ver la deformidad de las tres potenciase del hombre. ¡Habíamos formado nuestra residencia real en él, y él Nos había echado afuera!”. (8.4.1922)
Es admirable que la obra creadora de Dios haya tenido como último acto la creación de la mujer (el hombre fue su penúltimo acto creador), casi como diciendo: “ahora está completa mi imagen en la criatura”. Y la creó con la vocación o misión de ser madre, de ser cuna de la vida, primero en el corazón y luego en el seno. La mujer es la que forma al hombre, lo educa, lo debe conducir a Dios. Por eso supera al hombre, tanto en el bien como en el mal. Su origen está en el eterno misterio del Amor de Dios. Si el Padre es el Principio, es suya la Fecundidad Divina y su imagen personal es el hombre, llamado a ser padre (tanto espiritualmente como físicamente), el Hijo es el fruto de esa Fecundidad (es el otro Yo del Padre) y su imagen personal es cada hijo, y el Espíritu Santo es el Divino Realizador de esa Fecundidad, es el Amor, cuya imagen personal es la Mujer. Y como Cristo es “el prototipo” del hombre, así María es “el prototipo” de la mujer: el valor de una mujer es en la medida que imita o se asemeja a la Stma. Virgen en cada etapa de su vida.
¿Y cuál es la finalidad de la imagen y de la semejanza divina que Dios dio al hombre al crearlo? Es tenerlo en su compañía para hacerle partícipe de todo lo que Dios es, de todo lo que posee y de todo lo que hace, para vivir una perfecta comunión de Amor.
“Hija mía, ¡si supieras cuánto deseo, suspiro y amo la compañía de la criatura! Es tanto que, si al crear al hombre, dije: «No es bueno que el hombre esté solo; hagamos otra criatura que le sea semejante y le haga compañía (Gen 2,18), para que uno sea la delicia del otro», esas mismas palabras, antes de crear al hombre, dije a mi Amor: «No quiero estar solo, sino que quiero a la criatura en mi compañía; quiero crearla para ser felíz con ella, para compartir con ella todos mis contentos; con su compañía desahogaré mi amor». Por eso lo hice a mi semejanza y, si su inteligencia piensa en Mí y se ocupa de Mí, así hace compañía a mi sabiduría, y mis pensamientos, haciendo compañía a los suyos, se complacen juntos. Si me mira a Mí y a las cosas creadas para amarme, siento la compañía de su mirada; si la lengua reza o enseña el bien, siento la compañía de su voz; si el corazón me ama, siento la compañía en mi amor, y así todo lo demás. Pero si hace lo contrario, Yo me siento solo y como un rey abandonado. ¡Pero, ay, cuántos me dejan solo y me desconocen!” (24.1.1920)
Dios, Uno y Trino, refleja en cada cosa el misterio de la Trinidad de Personas como imagen suya: En sus obras (la Creación, la Redención y la Santificación; todo lo ha hecho con número, peso y medida; con orden, armonía y belleza; en las tres dimensiones: el espacio, el tiempo y la eternidad creada; en el espacio: longitud, anchura y altura, y en el tiempo: el pasado, el presente y el futuro). En la Creación (el cielo, la tierra y el mar; en el sol, que es fuego, luz y calor; los dos primeros números unidos dan el tercero; el polígono más simple es el triángulo, etc). En el hombre: el espíritu, el alma y el cuerpo. En el espíritu sus tres facultades: inteligencia, memoria y voluntad. En el desarrollo de la vida: primero como hijo (que recibe la vida), luego como esposo o bien como hermano (que comparte la vida), y por último como padre o madre (que da la vida); niño, adulto, anciano. Y como comportamiento en la vida: pensamientos, palabras y obras… Que las nuestras correspondan a las suyas, que sean el reflejo de las suyas para una comunión de amor y de vida con las suyas. Amén.