Epístola de Télgolo/
Epístola de Calbanurspabi
Hodie iam duobus vicibus aetatem Domini nostri Iesu Christi habeo et hominem ultimum video qui parvulus mecum fuit, Eldinum baptizatum in Asthaea, in cuius aquis Dolbarcideus Matrem nostram vidit. Mater mea ante quartum diem mortua est, quae usque ad horam ultimam suam fidem nostram a Domino recipere declinavit. Nomen suum Atharhaecygria fuit et in suo lecto iconem[1] Stigis falsi dei Symbaianorum tenens, spiritum suum dedit Celbalo, Ergo[2], Patri nostri. Theophilus[3] iuvenis hodie sedecim annos natus, ab aetate, qua intelligere potuit ad nostram pervenit curiam ut nos doctores eum instrueremus, et hodie loquitur lingua Ciceronis et lingua Homerica et iam paucos annos ei linguam Merinianorum doceo, si in voluntate Dei ut pugnent nobiscum. Telgolus, qui Christianus bonus est, licet superbia sua Christiana non sit. Quot Ulixes a domo sua aberat, tot annos in Cipto, in Egbarilae terris habitat cum duobus Christianis Tharcaeanis, Galidecio Mobaraepeoque. Ultimo mense misit ad me litteras, dicens mihi, quod iudex Tharcaeanus unum eum ad interrogandum vocavit, quod suspicaretur se esse Christianum, sed ille, qui intelligens est, fabulam de ortu falsorum deorum Tharcaeanorum recitavit. Et littera sua sic legitur.
Scriptum a Lympicyrge.
A ti, el más querido por el Señor[1], que educas a todos nuestros hermanos en los reinos de los simbaínos, Esquelbónaspal, te hablo[2] hoy para contarte los días de tus hermanos en la otra orilla del Bittulma, en Quiptó. Sabe que, bajo la primera luz, hemos caminado por el mercado, buscando entre las etes[3] de sal. Pero antes de que Lospidomo[4] subiese a lo más alto del cielo, propagó el gelcondo[5] y entramos en la casa de uno de los mercaderes, que nos recibió con amor, al cual llamaban con el nombre de Coratabura y era un hombre anciano, con la piel arrugada y los cabellos blancos, y sus fuerzas no le permitían abrir la tierra y buscar la sal, sino que iba a buscarla dentro de los pozos que estaban cerca de las orillas del mar, como hacemos tú y yo, aunque él había aprendido esta maniobra tarde[6]. El frío no dejó el mercado por dos o tres días y el buen anciano pasaba las tardes contándonos un relato de los hombres del cielo[7], que describía a ellos el cómo y el por qué del pasar de los días.
Según Coratabura, en muchos siglos antes, cuando no existía el sol ni la luna, había un joven rey de Pascranda, con el nombre de Iliobncón[8], y su hermano, con el nombre de Ilcascón[9]. Caminando por la eterna noche llegaron hasta el Colo y de la madera de unos fresnos allí hicieron una barca y, cuando podían ver la orilla de Quendaloronea, se toparon con un pequeño castillo sobre las aguas, hecho de hielo punzante. Y subiéndose al suelo de este se encontraron con Imbidmo[10], quien los recibió en su morada para comer. Pero a Iliobncón le gustaron los cubiertos de oro que adornaban la mesa del hombre del cielo y los guardó en su ropa, pensando que este no lo notaría. Mas los hombres, a los que los zarqueanos adoran, lo ven todo y convirtió el gaciort de Iliobncón en fuego, que quemó sus manos, haciendo que lo soltase. Entonces Imbidmo dijo a Ilcascón que él sabía que siempre había deseado reinar sobre Pascranda y que, como hombre del cielo, se lo otorgaba todo si alzaba el gaciort del suelo antes de que su hermano pudiese. Entonces el joven, sin pensarlo, tomó el gaciort de fuego y corrió hacia la barca. Imbidmo dijo a Iliobncón, con las manos ardiendo, que, si quería recuperar su reino, debía recuperarlo de las manos de su hermano. Entonces este corrió detrás de su hermano e Imbidmo los llevó hasta el cielo y los hizo estrellas. Y hasta hoy los zarqueanos ven a Iliobncón, a quien llaman Ginit, perseguir día tras día a su hermano, Ilcascón, a quien llaman Lospidomo, para recuperar su luz.
Entonces el anciano encendió el fuego y Galidecio[11] partió un pan y dio a cada uno un trozo para comer mientras se cocinaba una parte el ciervo, el cual habíamos cazado el día anterior y llevábamos al mercado para venderlo[12]. Y en este momento del día, Coratabura nos contó otra historia, en la cual una mujer fue con sus dos hijos a cazar renos en los alrededores de Inamamale. Y mientras el niño dormía y la madre armaba los garciorts[13], el hermano fue a cazar liebres en la tundra, pero cuando estaba tan lejos que su madre no lo veía, se acercaron unos lobos que, sin miramientos, devoraron al niño. Al escuchar los gritos, su hermano despertó y su madre fue hasta los lobos, dejando al niño y las armas y, al llegar al lugar en donde estaban los lobos con su hijo, estos se abalanzaron sobre la mujer y la devoraron también. Entonces el niño fue hasta los lobos, pero estos se habían ido y dejado los restos de los cuerpos de su hermano y su madre. Y el niño, lleno de dolor y furia, fue a buscar a los lobos con las armas de su madre. Y Nergmo le dio al niño la fuerza para que los lobos no le hiciesen lo mismo y este mató a los animales con los garciorts. Pero la furia del niño era grande y, sin hacer caso a la voluntad del hombre del cielo, fue hasta la jauría de la que habían venido y mató a todos los lobos de esta. Y así hizo, hasta que mató a todos los lobos de la tundra del Colo. Pero Nergmo vio esto y no podía permitir que no hubiese lobos, porque sino ningún animal mataría a las liebres, que nacerían de diez en diez. Entonces cambió la piel del niño por la carne muerta de los lobos y cambió sus dientes por los colmillos de los animales que yacían en el suelo. Cambió los dedos del niño por las puntas de las armas y quiso el hombre del cielo que el niño viviese allí y cazase las liebres para que no tengan más hijos de los que Imbidmo quería. Esta es la bestia que devora a los inamamalecios de la tundra.
Luego de contarnos esto, el anciano retiró la carne del fuego y, cortándola en partes, la repartió entre nosotros: le dio el primer trozo a Mobarepe[14], el segundo a mí, el tercero a Galidecio y el cuarto lo tomó para sí. Comimos allí mismo y, después de comer, nos sentamos en el suelo y Coratabura comenzó otro relato diciendo que habían tres serpientes que surcaban las aguas del mar: Identi[15], la que recuerda los sucesos pasados, Elga[16], la que dirige las cosas que ocurren, y Jeri[17], la que va antes que nosotros en las cosas que nos ocurrirán a nosotros. A ellas los zarqueanos rezan cuando necesitan saber las cosas que les vienen o las cosas que pasaron. A ellas fue un día Calgmo, porque quería saber qué razas debían comer a cuáles. Identi le dijo que los que caminan sobre dos pies eran comidos por los lobos y los osos. Elga le dijo que los que caminan sobre dos pies mataban liebres y ciervos con piedras afiladas y palos. Y Jeri le dijo que los que caminan sobre dos pies matarían a los lobos y a los osos y que en algún día que viene dejarían de ser comidos por estos. Pero Calgmo temía que estos se multiplicasen y se comiesen al resto de los animales, por lo que hizo que los lobos les arrancasen parte de las carnes, para que fuesen más pequeños. Hizo que los cuervos les arrancasen los colmillos y las garras, hasta que no pudiesen cortar. Y les arrancó todos los pelos del cuerpo, para que los vientos pudiesen aplacarlos y hacer que necesitasen de techo y refugio, para que no estuviesen todo el día afuera cazando.
Después de contar esto, Coratabura preparó camas para nosotros, pero todavía no estábamos exhaustos, por lo que al volver le pedí que nos contase otro relato y el anciano, con gran afabilidad, prosiguió con el último relato de un dalguiáquib[18] que habitaba en Farinta. Estos son animales cuya carne no tiene una imagen, como el agua, y, como el agua, pueden cambiar, asemejando al cuerpo de los hombres. Este solía robar los pescados de los mercaderes que volvían del mar a la ciudad y un día, durante un robo, asesinó a uno de estos. Entonces varios farintocios lo siguieron y la bestia entró en la casa de una mujer que vivía con sus dos hijos mellizos. Al entrar, los pobladores vieron que el animal había convertido su piel en la misma que la de los niños y, no sabiendo qué hacer, decidieron matar a los tres niños. Y lo habrían hecho, pero la madre, la cual era inteligente, les dijo que podía saber cuáles eran sus hijos y cuál era el suplantador. Así, la mujer les dijo a los tres niños que tocasen una gasíbier[19]. El primero tocó una bella melodía, el segundo tocó otra distinta, pero al llegar al tercero, este repitió la misma melodía que el primero. Entonces la mujer les dijo a los tres niños que cantasen. El primero no hizo nada, el segundo cantó una bella melodía, pero al llegar al tercero, este repitió la misma melodía que el segundo. Entonces la madre le dijo a los farintocios que el asesino del mercader era el tercer niño, pues en el primer momento este copió la melodía que era tocada con la gasíbier pensando que la madre le había enseñado una melodía al hijo, pero el niño que canta era sordo, por lo que este tercer niño no podía ser este hijo y, en segundo momento copió la melodía que cantaba el otro niño pensando que la madre le había enseñado otra melodía, pero el niño que tocaba la gasíbier era mudo, por lo que este tercer niño no podía ser este hijo.
Esta fue la última historia que nos contó Coratabura y, aunque habíamos pasado varios días en su casa sin que nos pasase nada, en el cuarto día llegó un hombre que quería comprar de la carne de nuestro ciervo, porque había escuchado en el mercado que yo hablaba de cuán buena era nuestra sal; y me fui con él hasta su carro y allí me hizo encontrar con su padre. Entonces el hombre dijo «Algunos de la ciudad nos dijeron que te habían escuchado hablar de tu sal y por ello fuimos al mercado, en donde nos dijeron que es verdad, que era la mejor sal de entre toda la que vendían allí; por esto te he traído hasta aquí, para que nos hablases y nos demostrases qué tan buena es». Pero yo sabía que quería engañarnos y por esto le dije «Esta sal es la mejor, porque la trajeron los hombres del cielo[20], es la que que adorna las olas y la misma que nos trajo a este suelo. De esta sal cayó sobre las aguas antes que hubiese todos los seres. Esta se juntó con los siglos hasta que nacieron montes, que se alzaban sobre las aguas. Poco a poco la sal se enfrió y se hizo blanca, como los cabellos de los animales. Esta se convirtió en los suelos bajo nosotros. Pero la sal que caía sobre la sal que se había vuelto nieve cortaba esta, separaba la una de la otra y de estos trozos salieron los primeros osos, los primeros búhos, los primeros lobos, las primeras liebres. Y de entre la espuma y la sal del mar nacieron dos bellos hombres, Gelgmo y Nergmo, los dos de cabellos dorados y ojos brillantes. Estos rasparon con sus dedos su piel y de la sal que caía en las aguas nació otro hombre, de cabellos negros, Rospomo, el que tocó con sus manos las nieves sobre el suelo y de esta nació una mujer, de cabellos blancos, Etaste[21]. Esta se puso de pie, cayéndose partes de su carne sobre la nieve, de las cuales nacieron dos hermanos mellizos, un hombre y una mujer, Imbidmo y Calgmo. Entonces, estos dos tomaron trozos de nieve del suelo y con estos moldearon una cierva, cuyo tamaño era como el de los árboles. De su leche se alimentaron todos los hombres del cielo, que la llamaron con el nombre de Tasacalba[22] y todas las criaturas sobre la nieve, hasta que un día un grupo de lobos se acercó a la cierva y, en una lluvia de dientes y mordidas, la mataron y despedazaron sus carnes. Su carne calló sobre la nieve y fue bañada por las aguas del mar, esta se fue dividiendo en trozos más pequeños y estos se conviertieron en los primeros de los zarqueanos.»
Este escrito se dirige hacia Esquelbónaspal[23], en Tárgaza, de Kalbanurmspabi.
[a] Un asquía (avskíαs), antigua estatuilla religiosa que representaba a una deidad simbaína .
[b] Celbalus, latinización de Kelbáloys, palabra que los simbaínos utilizaban para traducir Dominus. Ergus, por su parte, es la latinización de Ergôys, el masculino determinado de érga (“dios”), la palabra que los simbaínos utilizaban para traducir Deus.
[c] Zêiφals en simbaíno. Era el hijo de Slatiel de Telmízer.
[1] Para referirse a Dios, Télgolo usa la palabra Inama, “Rey”, siguiendo la tradición cristiana simbaína en la que se utiliza Kelbáloys (“rey”, “señor”) como sinónimo de Dominus.
[2] En el original: gogad. Debido al constante contacto de siglos, entre guerras e intercambios, el zarqueano ya se encontraba en ese momento lleno de simbainismos, como el verbo gogatis; no obstante, la Epístola de Télgolo tiene una cantidad de estos préstamos (tales como gogatis, pariktis, dar, fal, isu, sgureg) que no era tan común entre los zarqueanos nativos, sobre todo durante ese período de aislacionismo, salvo entre los zarqueanos cristianizados, que venían manteniendo un contacto constante con los simbaínos desde hacía tiempo.
[3] oitæ, ánfora de barro de origen zárquico-meríñico.
[4] Dios zarqueano del sol.
[5] gelkondo, viento frío en zarquea que venía del norte.
[6] Todo este relato en realidad se encuentra en clave, para que los censores zarqueanos no comprendieran lo que Télgolo quería comunicarle a Lumpicurgo. Cuando este dice que habían estado caminando por el mercado “entre los etes de sal” se refiere a que estuvieron caminando por la comunidad de cristianos, pasando revista de estos. La “sal” es la metáfora para referirse a estos, acorte a la metáfora evangélica de la luz y la sal. El gelcondo es una metáfora para referirse a los generales zarqueanos, que se encontraban patrullando Quiptó. Es por esto que Télgolo y sus compañeros entraron en la casa de un “mercader de sal”, es decir, que se refugiaron de los generales en la casa de un cristiano de Quiptó. Este cristiano, Coratabura, es un hombre de origen pagano que se ha convertido al cristianismo siendo viejo, de acuerdo a lo que dice Télgolo. Él no abría la tierra para buscabar la sal, sino que la buscaba en los yacimientos cerca del mar, “como nosotros”. Esto quiere decir que él no había aprendido la fe desde su crianza, desde la tierra, sino que la había aprendido de mayor, como Télgolo y Lumpicurgo, mediante otros (por las aguas del mar dejaban la sal en la tierra).
[7] Con “hombres de los cielos”, krilasi udæs, Télgolo hacía referencia a las deidades zarqueanas. Esta expresión tenía sentido para lo censores porque los zarqueanos precisamente concebían a sus dioses como “hombres” que vivían en el cielo. La propia palabra udmu ("dios") provenía del zárquico-meríñicas *ud(a)-mu, compuesto por las raíces *ud(a), “cielo”, y *mu, “persona”. Télgolo además utilizaba esta expresión para evitar utilizar udmu, debido a su carga pagana y para evitar caer en el reconocimiento del politeísmo.
[8] Illøbnkom, “el que busca la luz”.
[9] Ilkaskom, “el que roba la luz”.
[10] Imbidmo, dios zarqueano de la vida y la muerte.
[11] Uno de los acompañantes de Télgolo.
[12] El ciervo era claramente alimento que Télgolo y sus acompañantes llevaban a los cristianos de la comunidad, el cual comenzaron a comer antes de que se pudriese. Sin embargo, esta parte contiene una incoherencia para los censores, pues es extraño que comiesen un ciervo que tenían destinado al comercio, teniendo a disposición sal para conservarlo.
[13] gartjort, lanza de caza zarqueana.
[14] El otro de los acompañantes de Télgolo.
[15] Identi, "la que sabe".
[16] Elga, "la que corre".
[17] Jeri,"la que va".
[18] dalgjakib, “piel de agua”. Son criaturas mitológicas capaces de cambiar de forma. Cometían delitos como el robo, el asesinato y el secuestro de niños. Estos seres eran usados por los zarqueanos para explicar las desapariciones de niños que nunca llegaban a ser explicadas. De la misma forma, también servían para explicar aquellos casos en los que se descubría que un inocente era condenado por un crimen que no había cometido, entendiendo que el verdadero perpetrador era un dalguiáquib, que había tomado la forma del condenado. La descripción a continuación, como las otras descripciones de la epístola, se deben a que Télgolo buscaba también informar a Lumpicurgo de los mitos de los zarqueanos, los cuales no eran conocidos por los simbaínos.
[19] gapsidbjer, flauta zarquana de madera.
[20] Este fragmento también está escrito en clave, lo cual se entiende a partir del hecho de que esté introducida por una conjunción adversativa, dar, que desentona con el ambiente calmado que se venía tratando. El hombre que viene a comprar carne es un general zarqueano, que venía a buscar a Télgelo porque lo había escuchado hablar en simbaíno y lo llevaba hasta un juez, al cual se refería con “su padre”. Con “había escuchado en el mercado” quiere decir que alguien de la comunidad de cristianos de Quiptó lo había delatado. Con “el hombre dijo que quería escucharme hablar de nuestra sal” Télgolo quiere decir que el juez le había dicho que hablase en simbaíno, para poder condenarlo. Pero Télgolo, en lugar de esto, decide contarle el mito cosmogónico zarqueano, con el objetivo de hacerle creer que era zarqueano y pagano. Si bien para el censor es algo inverosímil que Télgolo-Kalbanurmspabi le hubiese descrito tan detalladamente el mito de la creación al cliente, entendiendo que omitiría detalles porque es algo conocido por todos los zarqueanos, la función de esta descripción es, nuevamente, informar a Lumpicurgo de este mito. La carta acaba con este mito porque Télgolo no lo veía necesario al dar por hecho que Lumpicurgo entendería que el juez le había creído, pues de no ser así, el epistolista no estaría con vida para poder redactar la carta.
[21] Etaste, diosa zarqueana de la tierra.
[22] Tasakalba, “la que da a todos”.
[23] Skelbonaspal, “ojos de lobo”. Es el nombre zarqueano con el que Télgolo se dirige de incógnito a Lumpicurgo. Es la traducción literal de "Lumpicurgo", que significa "ojos de lobo" en simbaíno.