Y  SIN  EMBARGO  SE  MUEVE

 

          

          Galileo Galilei (Pisa, 1564- Florencia, 1642) fue no uno, sino quizá el hombre del Renacimiento. Descendiente de la baja nobleza toscana (su padre tenía una gran formación en matemáticas y música) revolucionó la ciencia moderna. Cultivó las matemáticas, la astronomía, la física, creó el método científico, la música, la literatura. En fin, él era algo así como el google de la época.

           Cierto día, aburrido en misa, observó que todas las lámparas colgadas del techo oscilaban por igual en un movimiento pendular. Esto le llevó a desarrollar el pulsómetro. Gracias a él, los médicos pudieron medir con precisión el ritmo cardiaco de sus pacientes. Antes no existía modo de medir el tiempo en pequeñas unidades. De hecho, sus primeros experimentos sobre la velocidad fueron medidos en una unidad de medida sorprendente: puntos/tempo. Es decir, cantidad de notas musicales tocadas con un laúd en un plazo determinado. ¡Qué lío!  También desarrolló el telescopio y fue el primer hombre que avistó los satélites de Saturno, los de Júpiter, las montañas de la luna, y las fases de Venus, entre otras cosas. No obstante, lo que causó verdadera impresión en su época fueron sus experimentos arrojando bolas desde lo alto de la torre de Pisa al suelo para demostrar que caen igual de rápido dos bolas de igual tamaño sin importar su peso. Arrojaba a sendos cubos de agua colocados al pie de la torre sendas bolas simultáneamente, una de cañón y otra de madera. El chapoteo del agua era casi simultáneo. En la ciudad había expectación social por ver aquel “milagro” que todavía hoy maravilla a los escolares. La velocidad de caída de un cuerpo no depende de su peso.

            Y bien, ¿Qué tiene eso que ver con el ajedrez? Tanta ciencia acabó produciendo un conflicto con la inquisición. Fue juzgado por haber publicado que sus observaciones le permitían confirmar que la Tierra giraba alrededor del sol. Eso contradecía las tesis de Roma y fue, bajo amenaza de muerte, obligado a abjurar. Según una tradición posiblemente apócrifa, Galileo se retractó arrodillado ante el tribual, y al erguirse dijo: Y sin embargo se mueve.

           En ocasiones, en el planeta ajedrez, ambos jugadores renuncian a mover, esto es, acuerdan tablas, sin que ninguno de ellos, y a veces ninguno de los que les rodean, sean capaces de ver que uno de ellos puede y debe seguir moviendo. Veamos el siguiente ejemplo. A la siguiente posición llegaron en la partida Romi vs Grau, en San Remo, 1930. En ella correspondía el turno a las negras, lógicamente pues están en jaque, que ofrecieron tablas por entender que, pese a que podían dar mate al menor respiro de la dama blanca, jamás lograrían salvaguardarse de sus jaques.

 

 

            Sin embargo, las negras debieron aplicar el principio de Galileo: Y sin embargo se mueve. Omitieron el plan elemental de refugiar al rey tras los peones blancos del flanco de dama. La secuencia exacta hubiese sido: 1. …, Rd6  2. Db6+  Rd5  3. Db5+  Re4  4. De5+  Rd3  5. Df5+  Rd2 y no hay forma de evitar que el rey blanco llegue a c1, donde quedará a salvo de los jaques. Medio punto que se le escapó al segundo jugador.

 

            Un caso similar se produjo en mi reciente práctica ajedrecística. En la pasada edición del Torneo de Almonte. Mi nivel fue desastroso en aquella oportunidad. Conduje las piezas blancas y llegamos a la siguiente posición después del movimiento 32. …,  Dg7 de las negras.

 

 

            En aquel día aciago para mi, mi posición era básicamente una ruina. Ideé, a la desesperada, lo que creí que era una combinación de tablas.  33. Dxe8+  Rxe8  Ahora las negras amenazan mate.  34. Ta8+  Re7  35. Ta7+  (el peón obviamente no puede coronar por el mate)  Rf8 y tanto mi oponente como yo acordamos tablas por jaque continuo. Lo sorprendente es que esa combinación era, para variar, otro error mío. Incomprensiblemente ninguno de los allí presentes así como ninguno de los contendientes nos dimos cuenta de que la simple 34. …, Rf7  35. Ta7+ Rg6 ganaba para las negras. 

            Cuando los caminos de la victoria parezcan agotados para ambos, no es mal asunto pensar en Galileo. Tratar de ver más lejos que nadie y decirse a uno mismo ¡Y sin embargo, se mueve!  La principal ventaja es que en esto no hay Inquisición.