Breve reseña de la Hora 8
De las 12 a las 1 de la mañana
La captura de Jesús
Es en este paso de tus últimas horas de vida en que te ves traicionado con el beso de Judas, y recibes las cadenas de la obstinación de nuestras culpas.
Amor mío, Judas llega con los soldados, te besa, y Tú reparas: “…por todas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, sobre todo en los sacerdotes, con tu beso además confirmabas que jamás le habrías rehusado el perdón a ningún pecador, con tal de que humillado volviera a ti”.
De la misma manera nos muestras con tu misericordioso Amor que: “…Al primero que encuentras es al pérfido Judas, que acercándose a ti y echándote los brazos al cuello, te saluda y besa; y tú, Amor sin confines, no desdeñas el beso de esos labios infernales; es más, lo abrazas y te lo estrechas al Corazón, dándole muestras de renovado amor, queriéndoselo arrancar al infierno.”
Y con tus cadenas de Amor: “…reparas las ofensas de los que, a pesar de los milagros no se rinden, sino que cada vez se vuelven más obstinados. Con tus sogas y tus cadenas suplicas que se rompan las cadenas de nuestras culpas y nos atas con la dulce cadena de tu amor.”
Encadenado Jesús, Dolor, Perdón por la ignorancia y brutalidad que cometemos: “…te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te tiran al suelo, te pisotean, te jalan de los cabellos y tú, con paciencia inaudita, callas, sufres…”
Unidos a Jesús Reparemos con su Divina Voluntad
Las Horas de la Pasión
de Nuestro Señor Jesucristo
S. D. Luisa Piccarreta,
La Pequeña Hija de la Divina Voluntad
Oración de preparación para antes de cada hora
"Oh, Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina Presencia, imploro a tu amoroso corazón que me admita a la dolorosa meditación de las 24 horas en que por amor a nosotros quisiste sufrir tanto en tu adorable cuerpo y en tu alma santa, hasta llegar a la muerte en la cruz. Oh, por favor, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y comprensión de tus sufrimientos, mientras medito ahora la _______ Hora.
Y por aquellas horas en las que no puedo meditar, te ofrezco mi voluntad de meditar en ellas, y voluntariamente tengo la intención de meditar en todas las horas en que tengo que dedicarme a mis deberes, o dormir.
Acepta, oh Señor misericordioso, mi amorosa intención, y que sea beneficioso para mí y para todos, como si de manera efectiva y santa logré todo lo que deseo practicar.
Te doy gracias, oh Jesús mío, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración; y para complacerte más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu corazón, y con ellos mi cabeza en Tu Corazón, y empiezo..."
Hora 8
De las 12 a la 1 de la mañana
La captura de Jesús
¡Oh Jesús mío!, es ya medianoche y sientes que tus enemigos se aproximan; y tú, limpiándote la sangre y reanimado por los consuelos recibidos, vas de nuevo en busca de tus discípulos, los llamas, los reprendes y te los llevas contigo; sales al encuentro de tus enemigos, queriendo reparar con tu prontitud, mi lentitud, mi malagana y mi pereza en el obrar y en el sufrir por amor a ti.
Mas, ¡oh Jesús mío!, ¡qué escena tan conmovedora veo! al primero que encuentras es al pérfido Judas, que acercándose a ti y echándote los brazos al cuello, te saluda y te besa; y tú, Amor sin confines, no desdeñas el beso de esos labios infernales; es más, lo abrazas y te lo estrechas al Corazón, dándole muestras de renovado amor, queriendo arrancárselo al infierno.
Jesús mío, ¿cómo puede ser posible no amarte? La ternura de tu amor es tanta, que todo corazón debería sentirse obligado a amarte, mas sin embargo no eres amado. Pero, ¡oh Jesús mío!, mientras que en este beso de Judas tú reparas por todas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, sobre todo en los sacerdotes, con tu beso además confirmabas que jamás le habrías rehusado el perdón a ningún pecador, con tal de que humillado volviera a ti.
Tiernísimo Jesús mío, ya que te entregas a merced de tus enemigos, dándoles la potestad de hacerte sufrir todo lo que quieran, yo también me entrego en tus manos, para que con toda libertad puedas hacer de mí lo que más te plazca; y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones, quiero sufrir tus penas, quiero estar siempre cerca de ti, para que no haya ofensa por la que yo no te ofrezca una reparación; amargura que no endulce, salivazos y bofetadas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mías; cuando caigas, mis manos estarán siempre dispuestas para ayudarte a que te levantes. Quiero estar siempre contigo, oh Jesús mío, y ni siquiera por un instante quiero dejarte solo; y para estar más seguro, introdúceme dentro de ti, y así yo me encontraré en tu mente, en tus miradas, en tu Corazón y en todo tu ser, para que todo lo que tú hagas pueda hacerlo también yo; de este modo podré hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, para que seas correspondido por todo con mi amor. Dulce Bien mío, yo estaré a tu lado para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para enumerar una por una todas tus palabras...
¡Ah!, con qué dulzura penetra en mi corazón esa palabra que le dirigiste a Judas: « Amico, ad quid venisti? ».
« Amigo, ¿a qué has venido? »
Y me parece que también a mí me diriges esas mismas palabras, pero no llamándome amigo, sino con el dulce nombre de hijo, [diciéndome]: « ¿Ad quid venisti? »; para que así tu puedas escuchar mi respuesta: « Jesús, he venido para amarte ».
« ¿A qué has venido? ». Me preguntas cuando hago oración. « ¿A qué has venido? ». Me lo vuelves a preguntar desde la Eucaristía o cuando trabajo, cuando estoy cómodo o sufriendo, o cuando estoy durmiendo... ¡Qué modo tan bello de llamarnos la atención a todos!
Pero cuántos, cuando les preguntas « ¿A qué has venido? », te responden: « ¡Vengo a ofenderte! ». Otros, fingiendo que no te oyen, se entregan a toda clase de pecados y cuando les preguntas « ¿A qué has venido?», responden yéndose al infierno... ¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Quisiera tomar esas mismas sogas con las que tus enemigos te van a atar, para atar a estas almas y evitarte este dolor.
Y mientras sales al encuentro de tus enemigos, oigo de nuevo tu voz llena de ternura que les dice:
« ¿A quién buscan? ».
Y ellos responden: « A Jesús Nazareno ».
Y tú les dices: « Ego Sum » . « Soy Yo »
Con esta sola palabra tú dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos caen por tierra como si estuvieran muertos. Y tú, Amor sin par, diciendo de nuevo « Ego Sum », los llamas a vida y te entregas tú mismo en manos de tus enemigos.
Jesús es atado y encadenado
Ellos, pérfidos e ingratos, en vez de humillarse y de echarse a tus pies para pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios, te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te tiran al suelo, te pisotean, te jalan de los cabellos y tú, con paciencia inaudita, callas, sufres y reparas las ofensas de los que, a pesar de los milagros no se rinden, sino que cada vez se vuelven más obstinados. Con tus sogas y tus cadenas suplicas que se rompan las cadenas de nuestras culpas y nos atas con la dulce cadena de tu amor.
Y a Pedro, que quiere defenderte y llega hasta cortarle una oreja a Malco, lo corriges amorosamente; de este modo quieres reparar las obras buenas que no son hechas con santa prudencia y por quienes a causa de su excesivo celo caen en la culpa.
Pacientísimo Jesús mío, estas cuerdas y estas cadenas parecen añadirle algo aún más hermoso a tu divina persona. Tu frente se llena de majestad como nunca, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen de más luz; tu divino rostro manifiesta una paz y una dulzura suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con el tono de tu voz suave y penetrante, aunque sólo con pocas palabras, los haces temblar, tanto que si tienen la osadía de ofenderte es porque tú mismo se los permites.
¡Oh Amor encadenado y atado!, ¿es que vas a permitir que estando tú atado por mí para darme pruebas aún más grandes de tu amor, yo, que soy tu pequeño hijo, me voy a quedar sin cadenas? ¡No, no! Átame con tus mismas santísimas manos, con tus mismas sogas y tus mismas cadenas. Por eso, te suplico que mientras beso tu frente divina, ates todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y también que juntamente ates a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas, jamás vuelvan a tener la osadía de ofenderte.
¡Oh, dulce Bien mío!, ya es la una de la madrugada y mi mente está cargada de sueño; voy a poner todo lo que está de mi parte para mantenerme despierto, pero si el sueño me sorprende, me quedo en ti para seguirte en todo lo que haces, es más, tú mismo lo harás por mí; así que, ¡oh Jesús mío!, pongo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos, mi respiración para hacerte compañía, los latidos de mi corazón para que en todo momento te digan que te amo y para amarte por quienes no te aman, las gotas de mi sangre para repararte y restituirte todo el honor y la estima que te quitarán con los insultos, los salivazos y las bofetadas que recibirás.
¡Ah, Jesús mío!, dame un beso, abrázame y bendíceme, y si tú quieres que duerma, haz que duerma en tu Corazón adorable, para que tus latidos acelerados por el amor y por el sufrimiento me despierten frecuentemente y así no se interrumpa jamás nuestra compañía; de modo que quedamos en este acuerdo, oh Jesús.
Acción de gracias para después de cada hora
"Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracia” y “Te bendigo”.
Sí, oh Jesús, Gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y Te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”.
Ah Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de tus gracias... Ah Jesús, estréchame a tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te bendigo” tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en tu Corazón. Temo salir de El, pero Tú me mantendrás en El, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que, sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión contigo. Oh Jesús mío, mantente en guardia para que no me aleje de TI. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer".