Breve reseña de la Hora 5


De las 9 a las 10 de la noche

La Primera Hora de Agonía en el Huerto de Getsemaní



En este paso, entramos en el Huerto de Getsemaní para encontrarnos Contigo Jesús, que ya agonizas, donde estás en total abandono y falta de compañía de todos; nos dejas conocer cómo está el lugar del Huerto y ver interna y externamente Tu Sagrado Cuerpo: como Tu Divino Cuerpo se desfigura, y al contacto con Tu Corazón, se siente la Corona de Espinas, los latigazos, los clavos en tus manos, Tu sangre es como un fuego que hierve y quiere salir a través de Tus venas y nos enseñas cómo es el Mismo Amor Eterno, Quien te hace sufrir todas las penas, más mortales que las que sufrirás en tu Pasión y con las que nos prepara un baño de amor para lavarnos de nuestras manchas.


Ahora como parte de la Breve Reseña, iniciemos este paso de su Pasión,


En este paso entramos en el Huerto de Getsemaní:

"me siento aterrorizado al entrar en este huerto. La oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el movimiento lento de las hojas, que como voces de lamento anuncian penas, tristezas y muerte para mi afligido Jesús. Las estrellas, con su dulce centelleo como ojos llorosos, están atentas a mirarlo,... Todo es terror; todo es espanto y silencio profundo...  

apoyando mi cabeza sobre tu Corazón, siento clavadas en tu cabeza terribles espinas, flagelos despiadados que no dejan a salvo ni una sola parte ni dentro ni fuera de tu divina persona, y tus manos retorcidas y desfiguradas peor que si estuvieran clavadas..."  


Me quieres para que repare Contigo esta amargura, y me dices: 

«Hijo, ¿estás aquí? Te estaba esperando y ésta era la tristeza que más me oprimía: el completo abandono de todos; y te estaba esperando a ti para hacer que fueras espectador de mis penas y que bebieras junto conmigo el cáliz de las amarguras que mi Padre Celestial me enviará dentro de poco por medio del Ángel; lo tomaremos juntos, poco a poco, porque no será un cáliz de consuelo sino de intensa amargura, y siento la necesidad de que algún alma que verdaderamente me ame beba de él por lo menos alguna gota... Es por eso que te he llamado, para que tú la aceptes y compartas conmigo mis penas y para que me asegures que no me vas a dejar solo en tanto abandono»...


Luego, nos permites conocer Tu adintra, es decir todo lo que el mismo Amor Eterno le da en su interior de penas, penas más mortales que las que vivirá en su Pasión y con las que nos prepara un baño de amor para lavarnos de nuestras manchas.

Amor mío, en tus excesos de amor reparas, diciéndonos: 

« Hijo mío, ¿quieres saber quién es el que me atormenta mucho más que los mismos verdugos? Es más, ¡ellos no harán nada en comparación con lo que ahora sufro! Es el Amor Eterno, que queriendo tener la supremacía sobre todo, me está haciendo sufrir todo junto y hasta en lo más íntimo de mi ser, lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco. ¡Ah, hijo mío! Es el amor que prevalece totalmente sobre mí y en mí: el amor es para mí clavo, flagelo y corona de espinas; el amor es para mí todo; el amor es mi pasión perenne, mientras que la de los hombres será temporal... Hijo mío, entra en mi Corazón, ven y piérdete en los abismos de mi amor: solamente en mi amor llegarás a comprender cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor ». 

"¡Oh Jesús mío!, puesto que me llamas a entrar en tu Corazón para ver todo lo que el amor te hizo sufrir, yo entro, y entrando veo las maravillas del amor, el cual te corona la cabeza no con espinas materiales, sino con espinas de fuego; te flagela no con cuerdas, sino con flagelos de fuego; te crucifica no con clavos de hierro, sino de fuego... Todo es fuego que penetra hasta en la médula de tus huesos y que convirtiendo toda tu santísima humanidad en fuego, te causa penas mortales, ciertamente más que durante toda tu pasión y, al mismo tiempo, prepara un baño de amor para todas las almas que quieran lavarse de cualquier mancha y obtener el derecho de ser hijos del amor"

Unidos a Jesús Reparemos con su Divina Voluntad


Iniciamos el Texto del LIBRO:


Las Horas de la Pasión 

de Nuestro Señor Jesucristo


S. D.  Luisa Piccarreta, 

La Pequeña Hija de la Divina Voluntad

Oración de preparación para antes de cada hora


"Oh, Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina Presencia, imploro a tu amoroso corazón que me admita a la dolorosa meditación de las 24 horas en que por amor a nosotros quisiste sufrir tanto en tu adorable cuerpo y en tu alma santa, hasta llegar a la muerte en la cruz. Oh, por favor, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y comprensión de tus sufrimientos, mientras medito ahora la _______ Hora. 

Y por aquellas horas en las que no puedo meditar, te ofrezco mi voluntad de meditar en ellas, y voluntariamente tengo la intención de meditar en todas las horas en que tengo que dedicarme a mis deberes, o dormir. 

Acepta, oh Señor misericordioso, mi amorosa intención, y que sea beneficioso para mí y para todos, como si de manera efectiva y santa logré todo lo que deseo practicar. 

Te doy gracias, oh Jesús mío, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración; y para complacerte más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu corazón, y con ellos mi cabeza en Tu Corazón, y empiezo..." 

Hora 5

De las 9 a las 10 de la noche

La Primera Hora de Agonía en el Huerto de Getsemaní

 


Afligido Jesús mío, me siento atraído como por una corriente eléctrica a este huerto... Comprendo que tú me llamas, cual potente imán sobre mi corazón herido y yo corro, pensando dentro de mí: 

¿Qué es lo que siento en mí que me atrae con tanto amor? Ah, tal vez mi perseguido Jesús se halla en tal estado de amargura, que siente necesidad de mi compañía. 

Y yo vuelo. Mas... me siento aterrorizado al entrar en este huerto. La oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el movimiento lento de las hojas, que como voces de lamento anuncian penas, tristezas y muerte para mi afligido Jesús. Las estrellas, con su dulce centelleo como ojos llorosos, están atentas a mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús, me reprocha mis ingratitudes. Y yo tiemblo y a tientas lo busco y lo llamo: 

Jesús, ¿dónde estás? Me llamas, ¿y no te dejas ver? Me llamas, ¿y te escondes?

Todo es terror; todo es espanto y silencio profundo... Pero poniendo atención para ver qué oigo, puedo percibir un respiro afanoso, y es precisamente a Jesús a quien encuentro. Pero, ¡qué cambio tan terrible! Ya no es el dulce Jesús de la cena Eucarística, cuyo rostro resplandecía con una hermosura arrebatadora y deslumbrante, sino que ahora se encuentra triste y de una tristeza mortal que desfigura su belleza natural.  Ya agoniza y yo me siento turbado al pensar que tal vez no vuelva a escuchar su voz, porque parece que muere.  Por eso me abrazo a sus pies y haciéndome más audaz, me acerco a sus brazos, le pongo una mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo: « Jesús, Jesús! ».

Y él, sacudido por mi voz, me mira y me dice:

Te estaba esperando y ésta era la tristeza que más me oprimía: el completo abandono de todos; y te estaba esperando a ti para hacer que fueras espectador de mis penas y que bebieras junto conmigo el cáliz de las amarguras que mi Padre Celestial me enviará dentro de poco por medio del Ángel; lo tomaremos juntos, poco a poco, porque no será un cáliz de consuelo sino de intensa amargura, y siento la necesidad de que algún alma que verdaderamente me ame beba de él por lo menos alguna gota... Es por eso que te he llamado, para que tú la aceptes y compartas conmigo mis penas y para que me asegures que no me vas a dejar solo en tanto abandono ».

¡Ah, sí, mi afligido Jesús, beberemos juntos el cáliz de tus amarguras, sufriremos tus penas y jamás me separaré de tu lado!

Y mi afligido Jesús, ya seguro de mí, entra en agonía mortal y sufre penas jamás vistas u oídas.  Y yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y darle un alivio, le digo: ¡Oh Jesús mío, amor mío!, dime, ¿por qué estás tan triste, tan afligido y solo en este huerto y en esta noche? Es la última noche de tu vida sobre la tierra; pocas horas te quedan para dar inicio a tu pasión... Pensaba encontrar por lo menos a tu Madre Celestial, a la apasionada Magdalena, a tus fieles apóstoles, mas por el contrario, te encuentro solo, solo, agobiado por una tristeza que te hace morir despiadadamente, sin hacerte morir. ¡Oh, Bien mío y Todo mío!, ¿no me respondes? ¡Háblame! Pero parece que te falta la palabra, tanta es la tristeza que te oprime... ¡Oh, Jesús mío!, esa mirada tuya, llena de luz, sí, pero afligida e indagadora, que tal parece que busque ayuda, tu rostro tan pálido, tus labios abrasados por el amor, tu divina persona que tiembla de pies a cabeza, tu Corazón que late fuertemente, y cada uno de estos latidos tuyos que busca almas con tanto afán que parece que de un momento a otro vas a expirar, todo, todo me dice que tú estás solo y que quieres mi compañía... 

Aquí me tienes, oh Jesús, junto a ti, soy todo tuyo. Pero mi corazón no resiste al verte tirado por tierra; te tomo en mis brazos y te abrazo a mi corazón; quiero contar uno por uno todos tus afanes; una por una todas las ofensas que se presentan ante ti, para ofrecerte por cada una un alivio, una reparación y por lo menos para ofrecerte mi compañía. 

Pero, ¡oh Jesús mío!, mientras te tengo entre mis brazos tus sufrimientos aumentan. Siento que corre por tus venas un fuego, siento cómo hierve tu sangre queriendo romper las venas para salir. Dime, Amor mío, ¿qué tienes? No veo azotes, ni espinas, ni clavos, ni cruz y sin embargo, apoyando mi cabeza sobre tu Corazón, siento clavadas en tu cabeza terribles espinas, flagelos despiadados que no dejan a salvo ni una sola parte ni dentro ni fuera de tu divina persona, y tus manos retorcidas y desfiguradas peor que si estuvieran clavadas... Dime, dulce Bien mío, ¿quién es el que tiene tanto poder, incluso en tu interior, para poder atormentarte tanto y hacerte sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te hace sufrir? 

Ah, me parece que el bendito Jesús, abriendo sus labios débiles y moribundos, me dice: 

«Hijo mío, ¿quieres saber quién es el que me atormenta mucho más que los mismos verdugos? Es más, ¡ellos no harán nada en comparación con lo que ahora sufro! Es el Amor Eterno, que queriendo tener la supremacía sobre todo, me está haciendo sufrir todo junto y hasta en lo más íntimo de mi ser, lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco. ¡Ah, hijo mío! Es el amor que prevalece totalmente sobre mí y en mí: el amor es para mí clavo, flagelo y corona de espinas; el amor es para mí todo; el amor es mi pasión perenne, mientras que la de los hombres será temporal... Hijo mío, entra en mi Corazón, ven y piérdete en los abismos de mi amor: solamente en mi amor llegarás a comprender cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor». 

¡Oh Jesús mío!, puesto que me llamas a entrar en tu Corazón para ver todo lo que el amor te hizo sufrir, yo entro, y entrando veo las maravillas del amor, el cual te corona la cabeza no con espinas materiales, sino con espinas de fuego; te flagela no con cuerdas, sino con flagelos de fuego; te crucifica no con clavos de hierro, sino de fuego... Todo es fuego que penetra hasta en la médula de tus huesos y que convirtiendo toda tu santísima humanidad en fuego, te causa penas mortales, ciertamente más que durante toda tu pasión y, al mismo tiempo, prepara un baño de amor para todas las almas que quieran lavarse de cualquier mancha y obtener el derecho de ser hijos del amor. 

¡Oh Amor infinito, me siento retroceder ante tal inmensidad de amor y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo, debería ser todo amor; mas no lo soy, oh Jesús mío! Pero como de todas maneras quieres mi compañía y quieres que entre en ti, te suplico que me transformes totalmente en amor. 

Por eso, te suplico que corones mi cabeza y cada uno de mis pensamientos con la corona del amor. Te pido, oh Jesús, que con el flagelo del amor flageles mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en fin, que todo en mí quede flagelado y marcado por tu amor. Haz, oh Amor interminable, que no haya cosa alguna en mí que no tome vida del amor... ¡Oh Jesús!, centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos y mis pies con los clavos del amor, para que clavado del todo en el amor, en amor me convierta, el amor comprenda, de amor me vista, de amor me alimente y el amor me tenga clavado en ti totalmente, para que ninguna cosa, dentro y fuera de mí, se atreva a desviarme o a apartarme del amor, oh Jesús. 

Acción de gracias para después de cada hora


"Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracia” y “Te bendigo”. 

Sí, oh Jesús, Gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y Te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

Ah Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de tus gracias... Ah Jesús, estréchame a tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te bendigo” tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en tu Corazón. Temo salir de El, pero Tú me mantendrás en El, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que, sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión contigo. Oh Jesús mío, mantente en guardia para que no me aleje de TI. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer".