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Son las 5.11 de la mañana de Almería, una ciudad pequeña, o una aldea grande como le digo yo, besada por el Mediterráneo en el sur este de España.
No pensé estar escribiendo a esta hora pero me parece la mejor ya que acabo de entrar de mi balcón, emocionada ante la belleza de esta lluvia de estrellas.
No me importa si alguien le da explicación científica al espectáculo que aún tengo en las retinas, para mi es solo un milagro más que nos ofrece ese Ser, llámesele como quiera llamársele, Dios, Alá, Buda, o simplemente fuerza metafísica; me refiero a ese Ser que llevamos en nosotros mismos cada vez que enfrentamos el nuevo día dispuestos a dar lo mejor de de cada uno para hacerlo poco mejor que el de ayer.
No me importa si dos aviones vuelan por el cielo en estos momentos procurando capturar algo de ese polvo estelar, allá quién solo trata de desentrañar misterios, yo prefiero quedarme con ellos y solo lamento que deberán pasar 89 años más para que otros hombres y mujeres como nosotros podamos disfrutar de tanta belleza y lamento que yo no lo veré, que mis hijos no lo verán y que quizás mis nietos tampoco pero la emoción que sentí cuando vi la primera de esas partículas brillantes cruzar sobre mi cabeza, eso no lo olvidaré en mucho tiempo.
Disculpen, yo, Graciela, solo quería compartirlo con ustedes.
®Graciela A. Vera Cotto