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Sé que no todos, no lo pretendo ni mucho menos, pensarán como yo y estoy segura que muchos me dirán que a ellos les agradó la ceremonia, pero quiero compartir mi opinión, mi desilusión y si se quiere mi bronca.
Los Juegos Olímpicos de París 2024 eran esperados con expectativas, personalmente siempre los espero así por los magníficos espectáculos que estaba acostumbrada a ver y que, hasta el día de hoy nunca me habían decepcionado. Algunos países con más recursos, otros más humildemente pero todos ofrecían representaciones que exaltaban especialmente al deporte.
Porque eso son los Juegos Olímpicos, deporte en su más efusiva esencia.
Hoy Francia me ha ofrecido una excepcional puesta en escena, no lo niego, pero lo ha hecho mezclada con lo que yo considero absurdo, y no por su presentación sino por la oportunidad, o la falta de ella.
Hoy los organizadores de la Olimpiada 2024 no se acordaron del deporte como tal y lo que hicieron fue una exaltación a la historia de Francia, olvidaron que los diez mil quinientos atletas participantes en diversas disciplinas son ciudadanos del mundo, representan a 204 países de los que sólo 600 competirán por Francia, pero éstos y aquellos, todos son representantes del deporte mundial y precisamente el deporte en sí, estuvo ausente de la ceremonia inaugural hasta casi el final
Como ausente durante toda la ceremonia estuvo el público, quizás el tiempo quiso sustituirlo y lo hizo por lluvia o quizás el cielo demostró dolor llorando sobre Paris porque hoy durante buena parte del espectáculo faltó el espíritu olímpico.
Sí, Francia era la anfitriona, sin embargo yo opino que no tenía derecho a utilizar los Juegos Olímpicos para mostrarse al mundo. Primero porque no lo necesita, segundo porque en este caso raya con el mal gusto.
Se realizó un espectáculo para enseñar, ni siquiera Paris, porque más que en las bellezas de la ciudad, en su oferta para el visitante, se hizo hincapié en su historia, los principios de la revolución de 1789, no, no me gustó, y no por la temática (o sí porque en momentos rayó con la ofensa y el mal gusto) que no considero la más apropiada, sino porque me faltó ver la ilusión en los ojos de los atletas cuando entran a un estadio y reciben el aplauso cercano de la gente, me faltó verlos saltar, bailar, saludar a éste o a aquel que han reconocido quizás sólo como compatriota, gestos que no estuvieron presentes, lejanía de un público que estaba pero parecía eso, público y no partícipe porque se encontraba demasiado alejado para involucrarse con la fiesta más allá de la opción de mero observador.
Considero que todo el espectáculo montado hubiera estado perfecto para ser retrasmitido al mundo en otro momento, tal vez para conmemorar un 14 de julio, pero hoy, al menos yo esperaba otra cosa, tal vez menos sensacionalista, no me importaba si más humilde, pero sí más cercana, esa es la palabra que le faltó a esta ceremonia, cercanía.
Como dije al principio, es mi humilde opinión, habrá muchas discrepancias, estoy segura de ello pero me acojo a esa libertad de expresión tan valiosa y escribo lo que he sentido.
(Quizás una de las partes más crítica fue esta irreverente recreación de la Última Cena)
No me gustó la figura “sin rostro”, recojo la opinión de alguien que
estaba cerca y señaló que aquello le parecía “siniestro”. No quise decirlo en ese momento pero cuando la vi sobre la barca, cuando llegaron los niños estuve a punto de gritarles que no subieran a la embarcación porque “ese era Caronte”,
cada vez que lo mostraban en la televisión, incluso después de bajarse de la barca, me hacía acordar a esa figura mitológica, el barquero que pasaba las almas de los fallecidos al Hades.
Al leer semejante apreciación habrá quién estará riéndose o tomándome por paranoica, pero lo siento, no suelo acordarme de tan tétrica criatura y ahora me doy cuenta que realmente para que al momento de verlo lo hubiera asociado con ella se debe a una indiscutible similitud con el mito que, estoy segura, quienes lo pusieron en el espectáculo no quisieron darle pero, algo que no pensaron los organizadores fue que no todas las culturas están dispuestas a ver, entre otras cosas, a una María Antonieta con la cabeza lejos de su cuello, en sus manos, o a soportar durante un tiempo más que prudencial un guiño demasiado explícito a un gusto que no todos compartimos.
Cuando me enteré que Francia iba a usar las aguas del Sena para realizar el desfile de los participantes pensé que podía ser interesante. Y lo fue, pero ¡que lejos pasaban de la gente!, quienes los vimos por televisión tenemos la ventaja de que las cámaras los acercaban pero el público, ese estaba demasiado “allá” y ellos demasiado, “allí”, en una embarcación que los constreñía y les impedía hacer lo que todos los atletas han hecho al inicio de unos juegos... ya lo dije... saltar, bailar, incluso gritar. En ningún momento vimos la expresión de sus rostros.
No me gustó esa parte, pero menos aún me gustó el recorrido de la llama olímpica en estas últimas tres horas. Los techos de Paris, el museo del Louvre, los personajes de cuadros que supuestamente cobraban vida, que suponemos hicieron algo que no vimos, porque como buena parte de las presentaciones, quedaban en el aire ya que no estaban supeditadas a un lugar.
Y el portador de la llama, no quiero llamarlo Caronte pero se me va la mente hacia ese nombre, saltando por los techos de la ciudad.... exhibición sí, buena exhibición tal vez para alguien lo sea, pero yo, quizás estoy demasiado aferrada a lo que hasta ahora era tradicional, siento que faltó calidez, no estaba la gente, el recorrido carecía del calor humano, del aplauso cercano.
Nos mostraron un escenario de seis kilómetros, simplemente quiero decir que espero, deseo con el alma, que este experimento de París 2024 no se repita en el futuro y que en el 28 podamos nuevamente ver esa luz mezcla de asombro, orgullo, incluso miedo, que asoma a los ojos de los deportistas cuando cruzan la puerta de entrada al campo de un estadio. La verdad, no me gustaría sufrir otro chasco, que es lo que siento que hoy he recibido.
No, no todo es criticable, al final, después de los discursos la iluminación de la Torre Eiffel, el traslado de la antorcha por diversos deportistas olímpicos y paralímpicos y el encendido de la llama estuvieron muy bien, tampoco le doy un diez, me quedo en un ocho y medio, porque vuelve a fallar el escenario, ese largo trecho por el río, demasiado recorrido para llegar a otro sitio también alejado de la gente y... sí, estaban las pantallas gigantes pero.... no, no me gustó y espero que a nadie más se le ocurra sacar la inauguración de los Juegos Olímpicos de un estadio donde los participantes puedan sentirse rodeados por público y oir resonar muy cerca los aplausos y sobre todo, espero que nadie más se olvide del espíritu olímpico.
@Graciela Vera Cotto