ESAS COSAS DE DIÓGENES

"Diógenes" obra de J.W. Waterhouse

   Nunca entendí como alguien podía vivir en un apartamento de un solo ambiente y tener las paredes libres de estantes, bibliotecas y toda clase de muebles donde guardar recuerdos.

   Claro que los recuerdos que se guardan, no siempre son ‘recuerdos’ porque en la caja donde está el primer chupete de nuestro hijo, también encontramos una juguera sin tapa, un grabador con el ‘play’ inutilizado, unos lentes con una sola patilla  y dos medias pelotas de ping-pong que alguna vez pensamos, podían volver a sernos de utilidad.

Confieso que soy de esas personas a las que gusta guardar, no tanto por el hecho de ‘guardar’ sino porque me cuesta horrores eso de pensar en ‘tirar’. Y por supuesto, que quede claro que  no es lo mismo tirar que dejar de guardar. 

   Guardar para mí es un verbo que significa precisamente eso: ‘guardar’.

   ¿Qué, cuánto, dónde y para qué?, esas ya son preguntas que darían lugar a una extensa explicación que una vez terminada no tendría otra alternativa que guardar en algún sitio. Por eso prefiero apartarla a un lado, pero de ninguna manera desecharla. 

   ¿Acaso ustedes nunca se enfrentaron al  dilema de tirar, o no,  a la basura esa lata que quedó vacía y sin utilidad  luego de utilizar su contenido en el aperitivo de la noche pasada?; ¿No pensaron alguna vez que una bandeja de plástico, levantada de la sección de fríos del supermercado, con dos muslos de pollo en su interior, una vez utilizados éstos, podía recuperar a su calidad de servible?

   ¿Y quién se atreve a ‘arrojar la primera piedra’ si hablamos de aquella lámpara de pie que lucía en casa de nuestra íntima amiga y de la que ésta, en un gesto incomprensible, pensó deshacerse. Bueno, lo cierto es que hasta que ella comentó que iba a ‘tirar’ esa dichosa lámpara, ni siquiera nos habíamos fijado en la misma… pero la palabra tirar tiene ese repelús que actúa como detonante de…. ¿será una manía?

   Lo acabo de pensar y comienzo a preocuparme… ¡Bah!... ¿manía por una repisa, una mesita ratona, tres floreros y un pisapapeles?... si cuando llegué a casa con cada cosa y comprobé que no tenían ni sitio, ni utilidad, los saqué para que se los llevara el camión ese… que recorre las calles,  insensible, como un traga recuerdos carente de sentimientos.

   Manía se puede considerar la de la mujer que recogió durante tantos años, todo lo que sus vecinos tiraban, que los mismos vecinos  tuvieron que llamar al Ayuntamiento para que le limpiara su apartamento y los municipales llamar a los bomberos para poder abrir la puerta, tan alto era el montón de basura que se había acumulado detrás de ésta; porque eso sí, hay que diferenciar lo que son recuerdos de lo que es basura. 

   Un libro, aunque le falten la mitad de las páginas, puede que sea parte de la primera edición de El Quijote..., al menos hasta no comprobar que no lo es debemos considerar la posibilidad…  ¿y cuánto podría llegar a valer algo así?... ¡pero las cáscaras de las patatas y la lata de refresco, vacía, achatada y sucia…! eso sí reconozco que es una manía de la que, gracias a Dios, me considero libre. 

  

   Lo cierto es que tampoco entiendo mucho porqué, a la manía de juntar cosas se la conoce como ‘síndrome de Diógenes’ ¿qué culpa tuvo Diógenes de que en este siglo XXI y su antecesor, el XX, hubieran contenedores de basura donde la gente –algunos- pueden arrojar lo que consideran son desperdicios y la gente –otros- pueden retirar lo que consideran puede servirles. 

   Sobre este tema hay mucho para hablar porque está también  quién se lleva las cáscaras de papas para prepararse una comida y eso no está bien.

   ¡No!, no crean que digo que no está bien que se lleve lo que encuentre para saciar su hambre… digo que no está bien que deba buscar su comida en un contendor de basuras. 

   ¿Saben?, yo tengo la costumbre de saltar. Pero no en tierra sino entre las ramas de algún árbol y en cada salto subo un poco más. Y esta vez tanto ascendí que ya dejé atrás el tema del que estábamos hablando y el pobre Diógenes se ha quedado sin saber a colación de qué, lo mandé llamar. 

   Retomemos pues el asunto a la altura de las manías… El Síndrome de Diógenes es una de ellas y transforma a la persona que lo sufre en una acaparadora de cosas inútiles y lo que es más grave, de  lo que lisa y llanamente conocemos como basura.  

   A esta altura mi interés es saber si esta alusión refiere a algún acto fuera de lo normal del filósofo, del que, salvo porque caminaba, a plena luz del día con su linterna encendida, no muchas más excentricidades puedo contactar en aquel hombre,  que no hayan heredados los hombres de hoy. 

   Después de todo lo que buscaba Diógenes era difícil de encontrar y por lo que tengo entendido, ni con su linterna lo halló nunca: un hombre honesto, ¡como si fuera algo que aparece a la vuelta de cualquier esquina! Quizás si nos afanáramos en su misma  pesquisa, todos andaríamos con una linterna en la mano pero….

   … pero entonces se agotarían las pilas, porque las linternas de ahora funcionan a base de pilas… y tendríamos que tirarlas –las pilas, no las linternas- y eso sí que no está bien, salvo que lo hagamos en los lugares destinados para ello porque entre la basura normal las pilas resultan un atentado al medio ambiente ya que contaminan… pero ya salté a otra rama… esperen que bajo a la anterior y seguimos…

   Retornando a lo que decía sobre eso de ‘guardar recuerdos’ generalmente en las viviendas  de hoy, que carecen de buhardillas, galpones o sótanos, nuestro ‘hobby’ ¿no creen que queda mejor darle a nuestra afición este nombre que el de manía?, como decía, nuestro hobby (porque lo compartimos ¿verdad?) está limitado a cierto número de cajas y luego, cansados de que cada vez que abrimos la puerta de un mueble algo caiga sobre nuestra cabeza o de que en los cajones ya sea imposible ubicar nada…un día que llamamos ‘de limpieza general’ nuestros recuerdos quedan  a disposición de cualquiera de esos seres con Síndrome de Diógenes.

   ¿Y acaso, en lo profundo de nuestro corazón no es eso lo que deseamos? Ya que no podemos conservarlos nosotros por más tiempo, siempre resulta preferible que lo recojan ellos a que la estilográfica que utilizamos para escribir la primera carta de amor, hace ya tanto que ni siquiera recordamos de quién estábamos enamorados; o el abrelatas que compramos en aquel inolvidable viaje que ya olvidamos a dónde lo hicimos, pero que precisamente para no olvidarlo guardamos el dichoso abrelatas cuando ya dejó de ser de utilidad  para abrir latas… bueno, yo me entiendo y ustedes, que sufren de la misma aprehensión por los recuerdos también me entienden…. nosotros preferimos ésto, a que esos recuerdos tan preciados queden sepultados por toneladas de basura en algún vertedero de dudosa fama.

 

   Porque en un mundo donde todo se tira, hasta los recuerdos que quisiéramos guardar, muchas cosas llegan a los vertederos y ahora acabo de recordar un chiste. Mal chiste dirán algunos, pero que viene al caso y no estamos en situación de tirar también las ideas.

   Cierta persona de muy baja estatura estaba asomado a un contenedor buscando, ¿tendría el síndrome?,  y tanto se asomó que cayó dentro de la basura desde donde comenzó a proferir gritos pidiendo ayuda.

   -- ¡¡Auxilio, socorro. sáquenme de aquí!!

   Una gitana que pasaba por allí en ese momento lo vio  y moviendo la cabeza dijo:

 

   --“hay que ver lo bien que viven estos payos, ahora tiran los muñecos con pilas y todo”  


                          ®Graciela A. Vera Cotto