...SEIS DE JUNIO... SIETE DE JULIO... SAN FERMÍN

Cartel de las Fiestas de San Fermín 1909

Como siempre que llega julio, en los tres últimos años desde que vine a España, durante siete días esperaré cada mañana los encierros de los ‘Sanfermines’.

A las 7:45 suena el despertador. Sin poder abrir aún los ojos me tiro de la cama y en forma casi maquinal sigo lo que ya parece haberse convertido en un ritual: de pasada hacia el baño enciendo en televisor; mucha agua fría en la cara para despabilarme bien y no perderme detalle de lo que viene, todavía me queda tiempo para sacar la leche del frigo, agregarle el café y ponerla a calentar en el microondas; la pantalla ya trae el bullicio contagioso que atrapa cuando estoy colocando las rebanadas de pan en la tostadora.

Aún no sé porqué hago ésto cuando podría desayunar tranquilamente unos minutos más tarde después de finalizado el espectáculo del día. Pienso que lo que sucede es que los San Fermines contagian su ritmo y es imposible utilizar el don de la sensatez.

Me pregunto: ‘¿Si se fuera sensato, habría alguien que se colocara voluntariamente delante de los pitones de un toro en carrera?’, y la respuesta es siempre la misma: ‘No, pero ¡Bendita insensatez que nos permite gozar y cometer locuras porque de momentos locos se escribe la historia!’.

La fiesta de San Fermín comienza el día 6 de julio a mediodía con el ‘txupinazo’ el lanzamiento de un gran cohete desde el balcón principal del Ayuntamiento ante la expectativa primero y la euforia después de miles de personas que visten la plaza, las calles y la vida toda de Pamplona de blanco, rojo y negro. El calor arrecia bajo el sol y el brindis se hace indispensable y bienvenido. Por 204 horas ininterrumpidas, hasta el 14 de julio, se vivirá la gran fiesta, bailes, corridas, encierros, beber y comer como consigna...

Recuerdo que siendo pequeña, en mi querido Uruguay la tonadilla formaba parte de nuestros juegos ‘... uno de enero...dos de febrero...tres de marzo... cuatro de abril.... cinco de mayo...seis de junio.... siete de julio, San Fermín... a Pamplona hemos de ir....’ por entones no tenía siquiera idea de a qué nos estábamos refiriendo, con la canción que había dado vuelta al mundo.

Muchas personas consideran, como lo hacía yo no hace más de tres años, que ésta es una salvajada, una tradición bárbara. Difícilmente quién no está dispuesto a abrirse para entender las costumbres del pueblo navarro, pueda comprender el espíritu de los sanfermines.

España toda es así, insólita, exótica, una mezcla permanente de lo religioso y lo pagano, de dolor y alegría, de valientes sensatos y de inconscientes que sueñan con ser valientes. No es fácil de entender y posiblemente sean muchos los que nunca lo harán.

Seguro que los mozos que van a correr el encierro ya estaban en pie cuando se hicieron oír las dianas del día. Al menos yo no dormiría mucho si mi intención fuera ponerme pocas horas después delante de los cuernos de varios toros.

‘Vestidos de pamplonica’ los hombres, y últimamente también alguna mujer van llenando las calles por donde las bestias serán conducidos en una desenfrenada carrera hacia la Plaza de Toros. Las camisas y pantalones blancos, las fajas y pañuelos rojos, zapatillas deportivas que cada vez más van suplantando a las alpargatas, el elenco de esta puesta en escena está ya pronto; los únicos que no se preocupan mucho porque no saben que serán primeras figuras son los toros.

Aunque la fiesta tiene más de quinientos años de historia, se puede decir que se puso traje largo cuando el escritor norteamericano Ernest Hemingway escribió sobre ella, narrándola, recreándola, viviéndola, porque se había enamorado de ella y la hizo su predilecta por muchos años.

Fue entonces, cuando ya conocida por el mundo, el turismo comenzó a llegar hasta convertirse en la gran masificación actual con sus pros y sus contras, sus defensores y sus detractores.

Desde que estoy en España he aprendido mucho sobre los Sanfermines, tanto como que el turista es el gran enemigo de la seguridad durante los encierros porque llega a ellos generalmente más alegre de lo que sería deseable y sin dormir, ya que la juerga de la noche suele finalizar cuando comienzan las actividades de la mañana. Pero incluso su presencia podría obviarse de no ser que por pura imprudencia puede sufrir un accidente o provocar que un corredor lo sufra.

He aprendido viendo, oyendo y leyendo sobre los encierros. La fiesta de San Fermín es variada, con espectáculos para todos, desde ofrendas infantiles hasta la procesión en honor al Santo. Hay verbenas, recitales de rock, de música regional, deportes, cabezudos, fuegos artificiales, bandas, desfiles e, imposible de obviar, los recitales de Jotas con su gracia y colorido, pero la televisión me trae en directo ésto que llamo ‘exótico’, agregaría que único, tan especial que desde el sur andaluz me transporta y me lleva a participar inmaterialmente de la ceremonia.

¿Los mozos aún no han cantado a San Fermín?.... ya están prontos... van a empezar; es el primer canto, de cara a la imagen del Santo, las manos, con el periódico hecho un rollo, en alto: ‘...a San Fermín pedimos, por ser nuestro Patrón,, nos guíe en este encierro y nos dé su bendición...’, lo repetirán tres veces antes de que se de la señal de largada. Volvemos a tropezar con esa fe de los españoles, que escapa de lo convencional.

Las calles, angostas, que sigue un tortuoso trazado medieval están mojadas por la humedad de la mañana y por las bebidas que se han derramado durante la celebración de la noche anterior. No es el piso más seguro para lo que va a desarrollarse en ellas. El público se amontona sobre paredones, en balcones, detrás de las altas vallas dobles que cada mañana se colocan para protección.

Ocho menos tres minutos de la mañana. Sentada en el borde del sofá siento los músculos tensos. Soy una más entre los corredores. O soy a la vez muchos de ellos, ubicada en distintas posiciones, participo desde distintos ángulos, tantos como me lo permiten las cámaras de la televisión que trasmiten en directo para toda España y el extranjero.

Cuando vi los primeros encierros creía que lo que había que hacer era correr delante de los toros y ganarles. Esa es la errónea impresión que tenemos los ignorantes.

Los toros son mucho más veloces que los seres humanos y éstos solo podrían mantenerse delante o a la par que ellos durante unos poquísimos segundos. Los más deportistas quizás le aguanten de igual a igual unos cuarenta o cincuenta metros pero el recorrido del encierro es de 850 metros los cuales serán completados en unos tres minutos.

Me he ubicado, en la Cuesta de Santo Domingo, muy cerca de los corrales. Se oye el primer cohete, el que anuncia la apertura de los portones. Un segundo cohete avisa que ya están los quince toros en la calle, son seis toros bravos y nueve mansos.

Salen muy rápido, asustados, tanto o más de lo que yo lo estoy y eso que no estoy ni más ni menos asustada que los muchos cientos de corredores que se extienden a lo largo de la ruta. Es un tramo difícil. Los toros resbalan a causa de la velocidad que traen; caen en las curvas, algunas veces varios, unos sobre otros o sobre los participantes. Son imprevisibles y en muchas ocasiones han arremetido contra algún corredor o turista que en su interés por obtener una buena instantánea se ubica en un sitio prohibido por lo peligroso. Los cuernos atemorizan pero sentirse pisoteado por quinientos kilos tampoco es una sensación agradable.

Al ver venir la manada siento todo el vértigo del peligro, ese que creo es lo que lleva a que tanta gente esté ya corriendo hacia la Plaza. Dos animales caen pero se levantan rápidamente.

Ahora estoy ocupando mi segundo lugar. Ésto es un privilegio de quien participa de la emoción sin dejar la comodidad de su casa. Me encuentro en la calle de la Estafeta, lo cierto es que en mi anterior ubicación los animales pasaron a mi lado formando un bloque compacto y sin ofrecer mayores problemas. Los pastores con sus largos palos no tuvieron trabajo alguno para dirigir, ni a la manada ni a los imprudentes de siempre pero ya aquí dos toros se han separado y según dicen, un toro que se ve aislado puede comenzar a cornear a diestra y siniestra.

Estoy junto a uno que intenta darse la vuelta. Los mozos que venían corriendo detrás y al costado suyo se detienen, el animal arremete contra un hombre que apenas tiene tiempo de deslizarse bajo las vallas. No me considero muy valiente en estas circunstancias y decido que lo mejor es guarecerme del otro lado. Hay tensión, algunos corredores se acercan al toro golpeándolo con diarios. Los pastores tratan de disuadirlos a ellos de su actitud y también disuadir al toro de la suya.

Recuerdo que el año pasado uno de los toros encontró abierta la puerta de una casa y se introdujo en ella, porque en algunos trechos del recorrido por esta ruta estrecha las fachadas de las casas son las barreras naturales del encierro. No fue la primera vez que sucedía algo semejante, pude ver imágenes de otro toro, subiendo una escalera e intentado salir por el balcón de otra casa.

La magia del papel me permite elegir una tercera ubicación para participar de este encierro. Estoy delante de las puertas de la Plaza de Toros. El bullicio es impresionante. Ya han entrado todos los animales menos uno. Viene rezagado, la carrera se ha extendido en más de un minuto y parece ser que el toro empitonó a un chaval. Los partes de personas heridas se darán al finalizar el encierro.

Ya está cerca. Lo sé porque se acerca una marea humana que corre delante, a los lados y detrás del animal. Todos quieren llegar para entrar a la Plaza. El toro está asustado, yo diría que aterrado y no es para menos. Aquí la calle se estrecha y se forma un montón compacto entre toro y corredores que parecen unificarse en una sola, enorme masa en movimiento. Algunos mozos caen en el callejón de la entrada de la plaza y los que los siguen tratan de saltarlos o simplemente y sin otra opción, los pisan. El toro, por suerte, pasa sobre ellos. Un tercer cohete anuncia que toda la manada está en el ruedo.

Los pastores tratan de guiarlos hacia los corrales pero los mozos se han convertido en improvisados toreros. Al final se logra la tarea y el cuarto cohete avisa que el encierro de hoy ha terminado.

Mi corazón late más agitado que de costumbre. ¿Corrí en el encierro o lo vi por televisión?, no importa si fue lo uno o lo otro, porque de lo que estoy segura es de que viví este encierro con el mismo fervor que los mozos que pedían, antes de empezar, la protección del Santo

Mañana habrá otro encierro. Son siete días más en los que trato de comprender un poco más a ese pueblo y a este país.

®Graciela A. Vera Cotto