CAMILÍN, MÁS ALLÁ DE SU TRÁNSITO

          RECORDANDO A NUESTRO INOLVIDABLE MIRLO


Para muchos Camilo es sólo un nombre, para nosotros Camilo es sinónimo de alegría, de compañía, de fidelidad y también de trabajo, incluso de suciedad.


Parecen expresiones que no coinciden entre ellas, pero no es así, porque Camilo era todo eso y mucho más.


Pero antes de continuar debo decirles quién fué, o es, porque ya verán porqué hablo de él en presente, nuestro Camilo.


Camilo el mirlo, un pájaro tan especial que hasta tiene su propio grupo en Facebook y contra todo pronóstico, ese grupo prorroga su permanencia en la red social incluso aumentando sus amigos a pesar de que tanto quién lo creó, Santos, como yo, que mucho tiempo después, al conocer a nuestro amigo alado me enamoré de él, quizás porque su pérdida nos afectó demasiado aunque leemos su contenido intervenimos muy poco en el grupo, pero agradecemos siempre a los amigos que lo mantienen con vida.


Como con vida sabemos que está Camilo, más allá de que no gozamos ya con su presencia material, pero cada tanto, a Santos y a mi nos hace decir…. “Allí está Camilo”.


La historia de Camilo fue siempre digna de conservarse en letras. Alguna vez intenté hacer algo pero hoy voy a extenderme en todo lo que pueda recordar sobre este amigo que bien se las traía.


A Camilo lo encontró Santos hace ya más de década y media cuando era un pichoncito, difícil aún de reconocer su especie, tanto que alguien que conoce bien de pájaros como Santos, al principio lo confundió con un estornino, pero para un experto esa confusión no se extendió más de un par de días, casi el mismo tiempo que le llevó encontrarle el nombre con el que el pájaro negro se haría famoso en Internet, porque no podemos negar que son muchísimos quienes con sólo escuchar su nombre saben a quién nos referimos.


Camilo no fue nunca un mirlo como cualquier otro, fue “nuestro mirlo” pero también el mirlo de muchos amigos, algunos lo conocieron personalmente, otros sólo por fotos o videos, pero todos estuvieron mucho tiempo pendientes de sus…. ¿podemos llamarle hazañas?, tal vez sí, porque el que este pájaro se haya hecho nuestro leal compañero y haya, por su propia voluntad preferido la amistad y seguridad que le daban los humanos a la libertad del campo….


En la casa Camilo tenía una pajarera grande, lo suficiente para que pudiera correr de un lado a otro, saltar de palo en palo o probar aleteos que completaba cuando le abríamos la puerta y salía revoloteando por toda la casa. Los cuadros que adornaban las paredes eran sus posaderos preferidos, especialmente uno de ellos y si he dicho al principio que tuvimos que acostumbrarnos a la suciedad que nos “regalaba” Camilo es porque todos quienes conocen de aves saben que las defecaciones de esta clase de pájaros es más bien líquida y por supuesto, cada vez que se posaba sobre un cuadro, el sentía necesidad de dejar su firma…. y el trozo de pared detrás del cuadro de marras solía requerir un tratamiento especial de limpieza cada vez que nuestro amigo hacía uso de su “posadero preferido”.


Camilo hubiera muerto si no se le hubiera encontrado cuando era pequeñito… seguro que había caído de un nido y aún no comía solo, daba saltitos y eso lo llevó tal vez a la calle donde Santos lo encontró. Digamos que estaban predestinados a encontrarse y eso es lo que pasó: Santos y Camilo, Camilo y Santos fueron inseparables durante años.


Una tarde, de esas en los que él disfrutaba de sus vuelos en la casa, la ventana había quedado abierta y él la encontró sin problemas y salió por ella volando hacia el azul que seguro le ha de haber parecido un irresistible atractivo.

Se le dio por perdido. Un pájaro que no deja una casa y sale volando rumbo a lo desconocido difícilmente regrese y lo único que entonces deseaba Santos era que Camilo supiera como sobrevivir a esa libertad con la que acababa de encontrarse.


La jaula quedó esa noche sobre el cañizo que servía de techo a la entrada de la cochera. Por suerte no era pleno invierno pero tampoco verano y bueno…. lo cierto es que había pocas esperanzas de volver a verlo.


Temprano al día siguiente Santos se asomó a la ventana y allí lo vió….. inmóvil en el posadero de la jaula estaba Camilo. Con hambre, con sed (aunque había llovido el día anterior el no encontró agua porque para él el agua estaba en el bebedero y no en los charcos) No dejaba de beber y comer y cuando Santos se acercó para cerrar las cuatro puertas que esa noche había dejado abiertas como una predicción, Camilo ni se movió. Lo miró como diciéndolo…. “¿que esperas para dejarme aquí adentro en la seguridad de mi jaula?”.


Siguió disfrutando de sus vuelos, pero dentro de la casa, nunca más intentó siquiera acercarse a una libertad que no había dejado nada positivo, tampoco nos imaginamos como encontró la casa y su jaula desde la inmensidad del cielo, seguro que fue casi pura causalidad que volviera a pasar volando por encima y la viera y reconociera…. no es nada fácil lo que ocurrió pero es la vida de Camilo y ella sí, fue y es especial.


Sabíamos que los mirlos comen lombrices e insectos pero éste no estaba acostumbrado, hasta que un día en el que estábamos alimentando uno de los camaleones que solíamos llevar durante algún tiempo a la casa, se dió cuenta que a él también le gustaba ese tipo de comida.


Santos y yo solíamos tener en la casa camaleones durante varios días, generalmente los encontrábamos cruzando la carretera, donde buena parte terminaban bajo las ruedas de los coches; los llevábamos a casa, donde disfrutábamos de verlos unos días y luego, en uno de nuestros viajes por las sierras los llevábamos y los dejábamos libres, lejos de lugares de circulación de vehículos.


Durante ese tiempo lo alimentábamos con grillos que íbamos a comprar a la pajarería…. Un día Santos estaba alimentando a Dino (nombre genérico que tuvieron casi todos los camaleones que tuvimos durante esos años) y que estaba, al igual que Camilín, sobre el techo de la jaula de este último. Camilo observó que Dino comía un grillo, miró con más curiosidad que se comía el segundo y cuando fué a tragarse el tercero, él resultó más rápido y se o quitó prácticamente de la boca. Desde entonces a la pajarería no íbamos sólo a buscar grillos cuando teníamos un camaleón en casa, sino también semanalmente para alimentar a Camilo que comenzó a completar su dieta como si estuviera en libertad, con estos insectos. Si algo podemos decir, es que estaba bien alimentado, su papilla con alimento especial y yema de huevo duro, siempre agua fresca y agua para bañarse y ahora las proteínas de los insectos…. Por algo sus plumas negras como el azabache brillaban relucientes.


Pero más hermoso que el propio camilo, que ya lo era, resultaba la noche, ponernos en silencio y oír un trino suave, muy suave pero bellísimo. Los mirlos son de la familia de los ruiseñores y como éstos saben cantar maravillosamente. Durante el día Camilo solía dar grititos poco agradables pero llegada la noche se convertía en un “Pavarotti” o u “Plácido Domingo” alado que nos deleitaba con unos trinos maravillosos.


¿Anécdotas?, muchísimas, pero quizás la que no olvidaremos fué cuando nos demostró lo celoso que podía ser. Camilo era el centro de la atención de todos en la casa hasta que un día llegó Piti, un diamante mandarín, que era mío y llevé a vivir a la casa.


La jaula de Piti, como avecilla pequeña que es un diamante mandarín , era mucho más chica que la de Camilo y la solíamos colocar junto a la de éste. Camilo salía de su jaula y andaba por todos lados, Piti, aunque el también eligió vivir conmigo (y esa es otra historia) no solía salir de la jaula, lo hizo muy pocas veces y tiempo después (cuando ya no estaba Camilo), en compañía de sus nuevo amigos los chamarices.


Como estaba diciendo, Camilo se consideraba, y era, el centro de la atención en la casa; por eso tener compañía alada no estaba en sus planes y Piti, además solía ser bastante escandaloso, como buen diamante mandarín que era.


Un día Camilo, disimuladamente caminaba sobre el techo de su jaula gozando de su semi libertad mientras, con un ojo, como solía mirar cuando algo no le agradaba, observaba la jaula de Piti. Se asomaba a la orilla de la jaula y Piti, que parecía querer hacerse notar, no sé si para hacer amistad o simplemente para molestar a su compañero, no dejaba de pegar sus grititos, como el “beep” de cuando se hace sonar un patito de goma que a Camilo parecían no agradarle. Por eso se colocó en posición de ataque y con las dos patas juntas cayó sobre el techo de la jaula de Piti tratando de aplastarla.


Piti se escondía en la parte baja de la jaula y quedaba callado pero en cuanto Camilo regresaba a su propia jaula volvía al posadero y desde allí comenzaba nuevamente con sus grititos y Camilo regresaba al ataque y así estuvieron buen rato.


A Camilo le encantaba la pantalla del ordenador y, o se posab delante o sobre ella.


En la casa recibíamos muy seguido la visita de uno de esos personajes típicos de Agua Amarga del que nos sentimos orgullosos de ser sus amigos. Bernardo, pero todos le conocían como “el mudo”.

Por señas se hacía entender y entre las cosas nos preguntaba con el clásico ademán de comer, era si a Camilín lo teníamos para, precisamente, comérnoslo y creo que se iba desilusionado de que le demostráramos que esa no era la finalidad de nuestro amigo, pero se conformaba con tomar una cervecita en la terraza junto a la jaula del pájaro negro.


Mucho más se podría hablar de Camilo, pero no es ésto una monografia, sólo la historia resumida de un buen amigo.


Un día Camilo comenzó a cambiar, sus plumas de un negro azabache se fueron deteriorando y comenzaron a aparecer algunas de color blanco, y su agilidad se transformó en un deterioro de facultades que prácticamente le impedían mantenerse en pie y menos subirse a sus posaderos.


Sufrimos con su agonía, pero decidimos que él no merecía vivir esa ignomía. Murió en la veterinaria, en manos de Santos y mirándolo a los ojos, como agradeciéndole la ayuda que le daba.


Fue de esos momentos muy tristes en la vida pero que sirven para darnos cuenta de que los amigos no se olvidan.


A Camilo no podíamos dejarlo en la tierra así como así, donde cualquier rapiñero pudiera hacerle daño a su cuerpo ya inerte pero nunca muerto.


Y no lo digo como palabrería, Camilo nos demostró que no había muerto, Santos y yo lo sabemos, hasta hoy había sido un secreto nuestro, pero ya queremos compartirlo. Camilo vive y nos lo demostró en el momento mismo que nos despedimos de él.


Su cuerpo envuelto en papel aluminio quedó en una caja de latón totalmente cerrada, imposible que ningún animal pudiera abrir ni recibir olores que le llamaran la atención. En una cueva en las cercanías del Cargadero de Mineral de Agua Amarga lo dejamos enterrado y con una gran cantidad de piedras de todo tamaño encima.


Nos despedimos de él diciéndole que no lo olvidaríamos…. Y ¡vaya si se enteró de ello!, no habíamos llegado a la carretera, en un camino por donde habíamos pasado infinidad de veces sin encontrarnos con ningún mirlo, allí, sobre el firme del camino estaba ¿Camilo?.


No lo sé, yo digo que sí; Santos dice que sí… ambos al mismo tiempo exclamamos al verlos….¡Camilo!. Acabábamos de dejar su cuerpo bajo un cúmulo de piedras pero él nos decía que después de los últimos meses en que su cuerpo le negaba la agilidad a la que estaba acostumbrado volvía a ser libre y el infinito era su casa.


No fue la única vez que hemos visto un mirlo esperándonos en las cercanías. Ya era algo tan común que extrañábamos si alguna vez no lo veíamos.


Nunca quisimos decir nada a nadie porque, después de todo, algo así es para que te miren, hagan una seña de esas que quieren decir…. estás chiflado y piensen que has “perdido la chaveta”. Pero nosotros sabemos que quién nos esperaba para despedirse, no por última vez, era nuestro Camilo, el mismo que durante años nos regaló sus melodías nocturnas o nos hizo reír o rezongar, pero nunca estar indiferentes.


Hoy, en su grupo, ese que le ha sido contra cualquier pronóstico, totalmente fiel, queremos decir que Camilo está siempre por donde vamos. Nunca hemos visto tantas veces mirlos como desde que él nos dejó y ahora, que estamos viviendo en Almería, donde parecería que no es el sitio ideal para encontrar estas aves… pues no pasa semana que no nos encontremos con uno, dos o más mirlos y todos nos recuerdan que en algún sitio volando libre en la inmensidad del espacio/tiempo está él recordándonos la suavidad del arrullo de su canto nocturno.



                                                                                                             ®Graciela A. Vera Cotto





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