Si necesitas contactarme, escribe a graciela.vera@gmail.com
"Un mar de lágrimas" pintura de Luz Montava Díaz
“La amistad es lo más valioso que uno puede recibir y te aseguro que tengo buenos amigos en la red desde hace más de una década”.
Seguramente esos amigos, buenos amigos a los que te referías, estamos hoy llorando tu pérdida pero felices de haberte conocido y de haber sentido ese espíritu de lucha, emprendedor que siempre tuviste.
“Al contar sobre el síndrome, no busco por supuesto que me compadezcan, es más, me costó mucho decirlo. Pero claro, eran horas muertas que pasaba en cama y a la vez me sentía culpable de estar enferma o limitada -mejor dicho- a edad tan temprana. Entonces lo comenté con médicos, sicólogos, amigos y me alentaron a contarlo, porque demuestra que siempre podemos hacer algo y luchar y salir adelante”.
Nos quedó pendiente una entrevista. Al principio quería hablar contigo solamente sobre las cámaras web, esas que algunos uruguayos han colocado en sitios estratégicos de Montevideo para que quienes estamos lejos podamos ver, en el mismo instante que sucede, lo que ocurre allí, cosas tan sencillas como un “Cutcsa” que pasa frente a “El Gaucho” o un día de lluvia en Pocitos.
Tú entendías, ¡y vaya si lo hacías! lo que sentimos quienes estamos lejos cuando nos abren un agujerito que nos permite mirar, aunque más no sea, un pedacito pequeño de ese recordado Montevideo.
“Cuando tenga tiempo, planeo hacer un sitio o sección para tratar el tema de ésta y otras enfermedades inhabilitantes.
Mi experiencia puede ayudar a los que estén como yo y a quienes estén sin diagnóstico o mal diagnosticados, como me pasó durante años. Siempre me quedará la duda si hubiese podido detener el proceso a tiempo, si es que hay un tiempo.”
A los 50 años, la vida te había jugado una muy mala pasada. Yo nunca había oído hablar del síndrome de “Guillian-Barre” e hiciste bien en enviarme la dirección web de una página donde pude aprender sobre su terrible sintomatología: http://www.guillain-barre.com, y te confieso que en un principio sentí pena por ti, pero muy pronto descubrí tu fortaleza, tus deseos de tener una vida útil, activa a pesar de esos fortísimos calambres, de esa sensación que llegaba a asustarte por las noches cuando, no ya sólo el cuerpo, también la lengua y los ojos perdían sensibilidad.
Y puedes estar tranquila Liset. En esta casa no te compadecimos. Muy por el contrario, simple y sencillamente te admiramos y nos sentimos orgullosos de contar con tu amistad.
Amabas, perdona, me corrijo: amas las artes, porque estoy segura que donde estés, disfrutas ahora plenamente de la música, la pintura, la literatura, el cine y más que nunca te sientes obligada con la ecología.
Y si las agujas, las de cocer y las de tejer, no te resultaban extrañas, menos aún todo lo que tuviera que ver con un ordenador. Te apasionaba. Tus días pasaban entre la computadora y la cama desde donde también trabajabas con una compu portátil, como tú le llamabas.
¿Sabes Liset?, antes de iniciar esta carta estuve dudando. Me preguntaba si tenía derecho a decirle a otros cosas que nos habíamos contado entre nosotras. Y pensé que si, que si quizás hasta ahora habían sido cosas íntimas, ya no lo son y sé que tú lo apruebas y creo no equivocarme si afirmo que desde alguna parte me estás guiando los dedos sobre el teclado.
Tu ejemplo no debe quedar escondido entre unos pocos privilegiados. Debe conocerse para que otras personas crean y, a partir de su fe, superen sus dificultades. Si un solo ser humano se beneficia con ello, estaremos justificadas.
“No puedo estirarme ni agacharme para desperezarme, tardo media hora en vestirme, pero soy afortunada. Tengo una profesión maravillosa, tengo el estudio en mi casa, tengo familia y amigos que me apoyan”
Estabas equivocada. Somos nosotros quienes nos apoyábamos en ti, en tu entereza, en la grandeza de tu alma.
Sentíamos ese cariño que tenias por tu hijo y ese amor de pareja que te trasmitía el mismo sol, del que hablabas con tanta ilusión y hubiéramos querido que ese síndrome tan poco común que te atenazaba se hubiera esfumado devolviéndote la salud.
No nos engañemos. No tenías salud. Eras tan consciente de tus limitaciones, del tiempo que se agotaba, que no dejabas de proyectar. ¿Utopías? Tú no pensabas que lo fueran, sabías que los mañanas eran cada vez menos pero confiabas en que había un mañana en alguna parte.
Diseñar sitios web, colaborar con obras sociales para niños carenciados, luchar contra el síndrome de Guillian-Barre y todavía encontrar tiempo para los amigos y para disculparte si demorabas en escribirnos “Amiga, estoy a cuatro manos con el trabajo. Este viernes me mató, son más de las 10 y me dispongo a cenar para tragar las pastillas”.
No eras una mujer común. ¿Por qué será que los seres especiales suelen ser los que se van primero?
¿Sabes que hubieras sido una muy buena líder? No aceptabas las injusticias y sabías muy bien lo que querías para el mundo, ¿podremos algún día los que quedamos en él, ver como se producen esos cambios que tú sabías como lograrlos?
”Mis temas: el deseo de una sociedad más justa a nivel mundial, y no hablo de utopías, sino de cubrir las necesidades básicas: salud, alimentación, vivienda, educación. Creo que eso se soluciona haciendo un acuerdo mundial: no pagar la deuda externa y volcarlo íntegramente al desarrollo de los ítems anteriores. No dudo que si se hace, al cabo de una década, la situación mundial habría cambiado radicalmente. Qué opinas?”
Sigo opinando lo mismo que aquel día Liset, sólo que hoy en mi casa hemos rezado y encendimos una luz por ti, Liset Corbo. ¿La alcanzas a ver?
Con el cariño de siempre, Graciela
desde Almería, noviembre de 2003
Liset combatía la enfermedad escribiendo "La acompañante"