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Jornalero, temporero, peón o bracero son denominaciones genéricas para designar a las personas que trabajan por cuenta ajena a cambio de un jornal o pago por día de trabajo. A pesar del origen etimológico de su denominación, para su condición es indiferente o poco relevante que cobren un jornal fijo o un destajo en relación con su producción o el cumplimiento de una tarea determinada; mientras lo que sí supone una diferencia es que el trabajador aporte o no las herramientas o animales de trabajo necesarios (como el yuntero1). Todas esas denominaciones suelen aplicarse específicamente a los trabajadores manuales agrícolas que no tienen posesión de tierras (ni en propiedad ni en arrendamiento), o que no la tienen en cantidad suficiente (minifundio); por ello se ven obligados a ser contratados temporalmente en faenas agrícolas2 estacionales (siembra, cosecha —siega de los cereales, recogida de los distintos frutos, como el verdeo, el ordeño y el vareo de la aceituna3 o la vendimia de la uva—, poda, escarda, etc.) por los agricultores que poseen más tierras de las que por sí mismos pueden cultivar. Suelen agruparse en cuadrillas, y es muy frecuente que se desplacen en migraciones periódicas en los momentos de mayor demanda de mano de obra a los lugares donde son requeridos (emigración golondrina).
Aunque a veces se utilizan las mismas denominaciones para designarlos, suelen reservarse otras para los trabajadores de la industria o la construcción, llamados obreros (o trabajadores de cuello azul diferenciados de los trabajadores de cuello blanco); mientras que para los trabajadores de otras artes mecánicas o manuales, tradicionalmente consideradas de mayor especialización, se utilizaban otros términos, como artesanos o menestrales, y para los de los servicios existen múltiples denominaciones atendiendo a su función y cualificación, siendo la más humilde la de criado. También hay una diferencia de matiz, marcada en el Diccionario de la Lengua Española, que especifica que peones y braceros son trabajadores no cualificados, cuyas tareas "no requieren arte ni habilidad".4
Índice
1.1 Figuras similares en otras culturas
2 Problemática social - Interpretación marxista
5 Los movimientos jornaleros en Andalucía
6 Jornaleros en la cultura y el arte
La figura del jornalero está profundamente vinculada a los grandes latifundios del sur de España, y especialmente de Andalucía. En algunas comarcas andaluzas, a los jornaleros de la temporada de siembra o gañanía,5 se les denomina gañanes.
De la denominación "gañanes" para los jornaleros andaluces (cuya etimología es árabe) se deriva la de gañanía para el conjunto de los gañanes y para el tipo de vivienda rural que les alojaba, que en otras zonas de España (concretamente en Salamanca, según el Diccionario de la Lengua) es sinónimo de alquería ("casa de labor" o "caserío", definiciones similares a la de ""cortijo" -"finca rústica con vivienda y dependencias adecuadas, típica de amplias zonas de la España meridional"-).6 En todo caso, las fuentes describen las gañanías como estructuras donde la vida de los gañanes se hacía aún más penosa por el aislamiento, el hacinamiento y las malas condiciones de habitabilidad.7
1.1 Figuras similares en otras culturas
La palabra "gañán" tiene uso en Chile para denominar al huaso contratado por un patrón. Se asocia a labores del campo, tanto ganaderas como agrícolas. Es homólogo a otras figuras más identificadas específicamente con la ganadería y la doma de caballos, como el chagra ecuatoriano, el chalán peruano, el charro mexicano, el gaucho rioplatense, el llanero colombiano y venezolano y el vaquero del oeste norteamericano.
2 Problemática social - Interpretación marxista
Hasta la extensión de los derechos sociales del Estado del bienestar (lo que se produjo en distintos momentos en cada uno de los países a lo largo del siglo xx), los jornaleros no podían mejorar su condición ni progresar en la escala social. No contaban con libertad sindical, derecho a la educación o formación profesional, prestaciones médicas, subsidios de paro ni seguridad social o pensión de jubilación; y todo ello también provocaba entre ellos una escasa esperanza de vida. Según la teoría marxista, les era imposible acumular capital dado que alquilaban su fuerza de trabajo en las épocas de las faenas agrícolas estacionales a cambio de un jornal que solo les servía para saldar las deudas contraídas anteriormente en los periodos de inactividad agrícola. Con frecuencia tenían que emigrar a otras tierras en busca de trabajo, lo que les generaba más gasto. Vivían siempre endeudados y esto les producía una alienación que les impedía romper este círculo vicioso, sobre todo si debían mantener hijos, esposa, enfermos o abuelos. En periodos críticos (malas cosechas, carestías, hambrunas, epidemias, guerras), la conflictividad social estallaba en revueltas campesinas prerrevolucionarias (o en motines de subsistencia o antifiscales de más amplia composición social en entornos urbanos). La extensión de las organizaciones políticas y sociales del movimiento obrero desde el siglo xix pretendía que el jornalero se hiciera consciente de su situación y tuviera voluntad de cambiarla, adquiriendo la conciencia de clase que le convertiría en un obrero agrícola identificado en sus intereses con el proletariado industrial (que debería ser el protagonista de la lucha de clases contra el capitalismo); en el caso contrario, pertenecía al lumpemproletariado. En todo caso, la función histórica de los trabajadores del campo y de la ciudad fue objeto de debate entre los teóricos y prácticos de la revolución proletaria (bakuninismo, marxismo, leninismo, maoísmo, etc.)
Aunque en la España medieval ya existían campesinos que labraban tierras de señorío por jornal, esto era una excepción dentro del sistema generalizado de colonato o pechería.8 La crisis del siglo XIV, que causó una considerable escasez de mano de obra y mayores oportunidades de trabajo tanto en el campo como en la ciudad, significó un aumento salarial para los jornaleros agrícolas, mayor que el de los precios, lo que significó un aumento considerable de su poder adquisitivo. Las autoridades intentaron medidas de contención salarial, con poca efectividad, e incluso se recurrió a la compra de esclavos en algunas circunstancias.9 No obstante, la situación de los jornaleros no era envidiable: en el siglo xv se registra en la documentación numerosos créditos a los que tienen que recurrir los jornaleros en los meses de inactividad, y que devuelven con días de trabajo gratuito en los meses en que son requeridos.10
Sería a partir de 1500, al producirse una concentración de propiedades por la aristocracia nobiliaria y la Iglesia, unida a la adquisición de fincas por la alta burguesía urbana y los propietarios rurales, que paralelamente acaparaban cargos municipales y exenciones fiscales, cuando un gran número de colonos vieron degradada su condición, empobreciéndose y quedando desplazados incluso del uso de los bienes comunales.11 Los colonos que no podían hacer frente a sus obligaciones se convertían en jornaleros.
La revolución de los precios del siglo xvi da lugar a una situación en que los jornaleros, como ofertantes de mano de obra, presionan por subidas salariales. Los altos salarios en España hacen que se produzca emigración de franceses, que en su país cobran menos. La frase que se repite en varias de las Cortes de la primera mitad del siglo xvi es clara: "antes faltan jornaleros que jornales". En 1565, en un informe del concejo de Horcajo de Santiago se llega a decir que los jornaleros "han venido a pedir tan inmoderados jornales que no se puede por ninguna vía sufrir tan gran desorden [...] y son amigos de holgar muchos días y trabajar muy pocos y ganar en un día para holgar cuatro." La percepción social entre la oligarquía representada en Cortes y ayuntamientos, por mucho que sea opuesta al análisis serio que comienzan a hacer los arbitristas, es la misma que se refleja en la literatura picaresca: las clases bajas quieren trabajar lo menos posible: "por haber tantos vagabundos, no hallan los labradores quien los ayude a cultivar las tierras, ni otros oficiales de la república a quien enseñen sus oficios, que por esta razón es cierto que valen tan caras las hechuras de las cosas, y todo lo que se vende de mercadería y mantenimiento" (Cristóbal Pérez de Herrera, Amparo de pobres -1558-, donde también aconseja: "tengan los labradores peones a buen precio").12
Aunque algunos documentos preestadísticos permiten hacer estimaciones con anterioridad (se dice que en época de Felipe II en Castilla la Nueva "más de la mitad de la población era bracera",13 no es hasta el Catastro de Ensenada (1749) que se puede determinar la proporción de la presencia de jornaleros del campo en la Corona de Castilla (2,4 jornaleros por cada labrador), así como localizar su distribución marcadamente desigual por zonas geográficas: minoritaria en el norte (4,5% de la población agraria activa en León, 12,6% en Burgos) y muy mayoritaria en el sur (58,4% en Extremadura, 85,9% en Córdoba), siendo intermedia en la zona entre el Duero y el Tajo (31% en Segovia, 40% en Cuenca).14 La aportación de Pablo de Olavide a la infructuosa tramitación del Expediente de la Ley Agraria (1768) da una propia descripción de su situación:
... braceros y jornaleros. Estos hombres no tienen nada más que sus brazos, y con ellos han de ganar su sustento. Algunos, pero pocos, se destinan a arrendar pequeñas hazas de tierra de dos o tres fanegas cada una, de las que están inmediatas a los lugares, porque, en estando un poco lejos, es imposible que puedan atenderlas. Estas tierras son pocas: su misma inmediación las hace más estimables, porque pueden estercolarse, y los colonos no pierden tiempo en ir y venir. Los braceros son muchos, y toda su ambición está circunscrita a la tierra situada a menos de media legua de distancia. Los propietarios, abusando de estas circunstancias, se la hace pagar a precios exorbitantes, causando dolor que un infeliz bracero pague diez pesos por el arriendo de una fanega de tierra, cuando a media legua de allí se ven millares de fanegas abandonadas, porque ya su distancia y desamparo imposibilita su cultivo. La mayor parte de estos, que es lo que forma la muchedumbre, son jornaleros, hombres los más infelices que yo conozco en Europa. Se ejercitan en ir a trabajar a los cortijos y olivares, pero no van sino cuando los llaman el administrador de la heredad, esto es, en los tiempos propios del trabajo. Entonces, aunque casi desnudos y durmiendo siempre en el suelo, viven a lo menos con el pan y el gazpacho que les dan; pero en llegando el tiempo muerto, aquel en que por la intemperie no se puede trabajar, como, por ejemplo, la sobra o falta de lluvias, perecen de hambre, no tienen asilo ni esperanza, y se ven obligados a mendigar. Estos hombres la mitad del año son jornaleros, y la otra mitad mendigos.15
5 Los movimientos jornaleros en Andalucía
6 Jornaleros en la cultura y el arte