Doña Geroma, la Yuyera, cuando le rindió más el día, tuvo tiempo para regalar su simpatía al que la visitara, porque los hijos se hicieron grandes y la edad le fue achicando sus recorridas diarias, las de canasta de mimbre en el brazo derecho y la "chismosa" de nylon colgando de la mano izquierda; entonces podía charlar más largo y hasta coquetear con su otro nombre, que pocos conocían: Sofía.
Fue por 1992 que dejó de andar la ciudad, porque había cambiado tanto que se perdía en sus calles. Después alardeaba conque si hubiese tenido un nieto que la guiara, habría continuado "vendiendo salud en las veredas" al decir de F. Magnotta, CVADERNOS 35.
Con su trabajo, que comenzó de adolescente, vendiendo berro de las limpias lagunas y fue enriqueciendo con las hierbas, raíces y cortezas medicinales que elegía la "sabiduría" de su padre, Doña Geroma fue prestigiando su oficio y, si se le requería, adornaba la entrega del atadito de yuyos, con una austera y acertada enumeración de sus propiedades.
La conocí, en sus charlas con "la niña Mechita" como llamaba a María de las Mercedes Chaparro de Sameghini, a la que había visto desde los cinco años, cuando de la mano de su tía Zoraida Echazarreta "Minero", visitaba las casas del Barrio Franco. Con ella mantenía charlas en voz baja y sonrisas plenas. Con ella encontraba la mirada celeste y el cutis claro y suave que tanto gustaban a las mujeres como la Yuyera, de tez aindiada y mirada oscura.
Ha muerto Sofía Gerónima Alegre de Díaz, cuya vida transcurrió sobre tres siglos. Geroma, la Yuyera, es una parte de nuestro folklore que asomará en la tisana, o en las hojitas agregadas al mate, con el aroma imperdible del huaco, la lusera, la marcela, la albahaca, la menta, el cedrón, el poleo, etc. cuando, apretándolos entre la yema de los dedos queremos apoderarnos de su esencia.