Estudios sobre Lucrecio: Cyril Bailey

Fecha de publicación: 26-may-2011 18:51:54

El estudio del De rerum natura de Lucrecio fue sin duda la obra capital de Cyril Bailey (1871-1957) que también escribió varios estudios como The Religion of ancient Rome, The Mind of Rome, Greek Atomist and Epicurus. La edición que aquí manejamos de su Lucretius, On the Nature of Things está estructurado con una introducción, traducción (sin texto latino), y notas. De esa obra traducimos aquí su Introducción, en la que repasa las principales ideas del epicureísmo. Al final adjunto esta misma traducción en formato PDF.

Entre corchetes [] indico los número de página para una fácil consulta con el texto inglés, el cual es un texto de libre dominio y que se puede consultar en Internet Archive en este enlace:

http://www.archive.org/details/lucretiusonthena00lucruoft

LUCRETIUS ON THE NATURE OF THINGS

Traducción e introducción de Cyril Bailey

At the Clarendon Press, Oxford 1921, reimpr. 1950

Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua


PREFACIO [p.3]

Nadie puede emprender una traducción de Lucrecio en inglés sin encontrar su cabeza llena de la gran obra de H. A. J. Munro. No es solamente el hecho de ciertas frases llamativas que suenan en nuestros oídos : vitai claustra, "los refugios de la vida", alte terminus haerens, "los límites puestos profundamente", etc., sino que uno es poseído del fuerte sentimiento que él finalmente ha puesto el tono o color que Lucrecio debe asumir en inglés. En verdad se podría pensar que existiendo un modelo tan bueno es innecesario e inútil asumir la tarea de nuevo. Pero yo pienso que hay buenas razones que justifican el intento. En primer lugar, el estudio de Lucrecio ha hecho considerables avances desde la edición de Munro: en gran parte gracias al Dr. Brieger y todavía más al Profesor Giussani,1 la filosofía de Lucrecio es mucho mejor comprendida que antes, y en consecuencia, se ha echado mucha luz sobre varios pasajes oscuros en el poema, y se comprende mucho más claramente su agrupación y conexión general. En segundo lugar, aunque Munro puso el tono, no siempre lo mantuvo: en las partes más técnicas del poema él es propenso a caer casi en un lenguaje de texto científico, y frases, e incluso pasajes de escarpada prosa dan [p.4] al lector la idea que la musa de Lucrecio solo le concedía una inspiración intermitente. Entonces aunque reconociendo mi deuda a Munro por el espíritu general de la traducción y a menudo por palabras y frases que me parecieron inevitables, he tratado a la vez de incorporar los resultados de los más recientes estudios lucrecianos, y preservar un nivel más uniforme de estilo, el cual, yo espero, dejará la impresión que el De rerum natura, incluso en sus discusiones más científicas, todavía es poesía.

He traducido de mi propio texto publicado en la Bibliotheca Oxoniensis en 1898, pero en, me temo, los numerosos lugares, donde he alterado mi opinión, he adoptado lo que yo ahora creo que es la mejor lectura o la mejor indicación y he agregado la advertencia a pie de página. He agregado algunas notas para el lector general, las cuales intentan explicar alusiones o aclarar a la luz de la teoría general epicúrea lo que me parece un pasaje oscuro o difícil.

Deseo agradecer al Rector del Lincoln por muchas valiosas sugerencias, y al profesor H. H. Turner por su gran ayuda en la clarificación de los problemas astronómicos surgidos en el Libro V.

Cyril Bailey

1910

En la presente reimpresión la traducción ha sido adaptada a la segunda edición del texto en la Bibliotheca Oxoniensis (1921).

Cyril Bailey

Marzo, 1921.


INTRODUCCIÓN [p.5]

De los tres grandes poetas latinos Lucrecio parece ser el más atractivo para nuestra época. Catulo y Virgilio son para todos los tiempos; la apasionada historia de amor de un alma genuina y un poeta de maravilloso largo alcance, la todo abarcante pero finamente pesimista simpatía de una mente que podía enfocar pasado y futuro en la conciencia de la crisis presente, encontrará reacciones en todas las generaciones. Pero Lucrecio, posiblemente porque desde el punto de vista de la universalidad está un poco más abajo que los otros dos, parece exigir un especial temperamento para su completa apreciación. Sus intereses no son lo del hombre cualquiera, ni la suya es una actitud común hacia la vida. Un intenso odio hacia las supersticiones convencionales y un anhelo de libertad intelectual unido con un sentido de sobrecogimiento -profundamente religioso en realidad- en presencia de la naturaleza, un fuerte deseo de método científico y precisión en la observación combinada con un profundo sentimiento de la belleza del mundo y sus palabras, una obediencia consciente de la ley natural y la secuencia de causa y efecto contrarrestada por una tenacidad igual en defensa de la libertad moral del hombre : éstas son las cualidades que podrían captar la atención pero no pueden en todas las épocas despertar una simpatía vital. El antagonismo de religión y ciencia, la relación de la investigación [p.6] con el amor a la naturaleza, la oposición de ley natural y voluntad libre son temas que nos parecen muy cercanos.

Únicamente debemos ser cuidadosos de no interpretar el pasado por el presente. A cada generación sus problemas se les presentan de una manera peculiar, y nosotros debemos esforzarnos por comprender a Lucrecio no como un contemporáneo, sino como un epicúreo del último siglo A.C.

Decadencia moral y religiosa en tiempos de Lucrecio

Éste fue eminentemente un período de disturbios y disolución, tanto intelectual como social y política. El régimen republicano estaba desmoronándose, y con él el sistema de moral y creencias sobre el cual se fundaba. La genuina religión romana, la creencia en los numina, los incontables pequeños impersonales ‘espíritus’, siempre ‘cerca del camino de un hombre y cerca de su cama’, mayoritariamente hostiles por instinto, pero susceptibles de ser pacificados por sencillos dones y fáciles actos de adoración, hace tiempo que habían perdido su control sobre la vida de la ciudad, o a lo más subsistieron aquí y allá en la anticuada piedad del culto familiar. La imponente estructura del culto estatal, surgido cuando la primitiva comunidad agrícola se convirtió en una ciudad comercial, y consolidada cuando la gran ola de la cultura griega antropomorfizó los numina en dei, les dio templos y estatuas, organizó ceremoniales y sacerdocio, permaneció casi intacta en la forma, pero era una forma vacía. Magistrados y sacerdotes sacrificaban debidamente las víctimas apropiadas, los augures escrutaban los presagios y los procedimientos bendecidos o establecidos, el populacho mantenía los festivos en los festivales, pero quedaba poco de real sentimiento religioso, excepto un vago sentido de inseguridad de la vida debido a la malévola interferencia de los seres divinos, y un permanente miedo a la muerte y al castigo en una vida futura. La reciente introducción [p.7] de cultos orientales, los cuales habían obtenido una gran influencia sobre la mente popular, habían aumentado esos terrores, agregando una forma extática y orgiástica de culto, el cual a través del entusiasmo y la reacción dio un carácter innatural e intermitente a la religión, esencialmente extranjera, para el sobrio y recto temperamento de los romanos.

Escepticismo, religiosidad estoica y atomismo epicúreo

En consecuencia entre las clases educadas prevaleció un profundo escepticismo. Cuando Q. Mucius Scaevola2 abogó por el mantenimiento de la religión entre la plebe como un valor político, él estaba expresando lo que había sido durante generaciones la práctica de las clases dominantes. Cicerón, el augur, podía discutir3 la suposición fundamental de su arte y llegar a una conclusión muy desfavorable; César, reconocido escéptico, fue elegido para dirigir todo el sistema del culto religiosos como pontifex maximus. Pero un escepticismo puro no puede satisfacer las mentes, al menos de todos los romanos, y la cultura griega, que había introducido la enfermedad, también ofreció el antídoto en la filosofía. La filosofía afirmó colocar a los hombres por encima del conflicto de las religiones y darles lo que la religión no afirmaba ofrecer: una guía de la conducta moral. Parece extraño a primera vista que las dos más grandes filosofías de Grecia -aquellas de Platón y Aristóteles- hayan causado tan poca impresión en la mente romana, atrayendo solo a pocos intelectos poderosos como el de Cicerón, e incluso entonces sólo para un estudio muy ecléctico y casi aficionado. Pero la razón no se debe buscar lejos: el idealismo de Platón y el intelectualismo de Aristóteles no solo fueron ajenos a la sencilla mente romana, sino que moralmente ambos sistemas descansaron esencialmente sobre la concepción del estado, sobre la identificación del hombre bueno y el buen ciudadano. [p.8] Precisamente esa fue la concepción que se derrumbó con la caída de la República, y la filosofía, si debía ayudar a los escépticos romanos, debía ser individualista: él quería saber acerca de sí mismo y su conducta como ser humano singular. En el período equivalente de la historia de Atenas, cuando la ciudad-estado fue reemplazada por la monarquía de Macedonia, y ésta a su vez interrumpió la regla de los ‘sucesores’, dos credos surgieron para cubrir la necesidad. El estoicismo con su afirmación de un elemento divino en el mundo y en el espíritu humano había apelado a la naturaleza más directamente religiosa; la doctrina de Epicuro, fundado sobre el materialismo atómico de Demócrito se abrió paso entre aquéllos más inclinados a una perspectiva objetiva y científica de la vida. Y del mismo modo ahora en Roma estas dos filosofías responden a la demanda, y ya que los hombres se alejan de la religión, ellos se dividen casi inconscientemente en los campos rivales de estoicos y epicúreos.

Vida de Lucrecio

En esta atmósfera creció Lucrecio. De su historia personal somos totalmente ignorantes. De la comparación entre una cita en los Fasti 4 de Jerónimo y una nota casual en la Vida de Donatus de Virgilio5 y tratando de conciliar su desacuerdo por medio de consideraciones de probabilidad, podemos llegar a la conclusión que él nació el 94 a.C. y murió el 55 a.C. Tenemos una historia romántica,6 que ha sido interpretada de diferentes maneras, que él fue “envenenado con un filtro de amor, escribió algunos poemas en sus intervalos de lucidez y finalmente se suicidó". Se nos ha dicho que Cicerón "editó" el poema, una afirmación cuyo significado es muy controvertido, y una recientemente descubierta [p.9] “Vida” renacentista7 nos ofrece lo que pretenden ser detalles de su crítica:8 nosotros sabemos con certeza que hacia el 54 AC Cicerón y su hermano leyeron el poema e intercambiaron opiniones al respecto. Sabemos que los Lucretii era una familia de buena posición en Roma, y la amistad de Lucrecio con Memmio sugiere que él también lo era -o podría haberlo sido, si lo hubiese deseado- en la sociedad de su época: la “Vida de los Borgia” nos da los nombres de otros, filósofos prominentes y hombres públicos, con quienes él tuvo trato. Pero más allá de esto debemos de estar contentos de no saber más, y en verdad no podríamos agregar ningún detalle externo al inconfundible retrato de su personalidad que el mismo poema nos presenta. Una mente activa y penetrante, ansiosa en su búsqueda de la verdad y que no rehuye las dificultades en el logro de su fin, ni el esfuerzo intelectual en su intento de exponerlo a los demás; y una profunda sensibilidad poética, atenta a la vez a la grandeza y belleza de la naturaleza, y un instinto con sensibilidad para el cuidado en la expresión y la conciencia de un poder revelador del lenguaje en sus “destellos improvisos”:9 éstas son características que nos impactan a la vez. Y un estudio más detallado del poema parece revelar otro rasgo casi igualmente marcado. Aceptemos o no la leyenda del filtro de amor y la idea de la locura, no podemos rechazar el testimonio del poema mismo respecto a un nerviosismo anormal e incluso enfermizo en el carácter de su autor.

Desprecio a la religión y admiración por Epicuro

La fiereza de su incesante ataque contra el punto de vista religioso, incluso sobre su sombra en una [p. 10] interpretación teleológica de la naturaleza;10 la innatural virulencia de su ataque al amor;11 el casi rumiar pesimista con el que anticipa la próxima destrucción del mundo;12 tales signos llevan a pensar que Lucrecio tuvo una personalidad no muy normal, quizás incluso no muy sana.

Entonces Lucrecio se aproxima al problema de su época con un temperamento fuertemente marcado y un prejuicio muy definido. No fue suficiente para él tomar, como muchos de sus contemporáneos, una posición de indiferencia escéptica hacia la religión. Él no podía intentar, como los estoicos, deshacerse de los groseros elementos de superstición y retener una purificada creencia en el control divino del mundo, reconciliando los conflictos de la religión en una especie de filosofía religiosa. La religión era su enemiga y no podía darle tregua, pues él vio en ella la causa de la mayor parte de las penas e incluso crímenes13 de la vida humana. Toda la visión teológica debe ser erradicada de la mente de los hombres después ellos podrían comenzar a vivir una vida "digna de dioses".14 Es bastante natural entonces que él se gire hacia la filosofía de Epicuro: él había luchado la misma batalla, fue él quien "cuando la vida humana yacía viciada y postrada sobre la tierra aplastada por el peso de la religión … fue el primero que osó levantar sus ojos mortales para encontrarla … y en mente y espíritu atravesó el todo ilimitado",15 él fue el verdadero "dios",16 quien había pensado que el poder de los dioses sobre el mundo era nulo. En la filosofía de Epicuro Lucrecio ha encontrado su propio descanso, y el propósito de su vida17 fue [p. 11] poner esa filosofía al servicio de sus compatriotas y así liberarlos también de la tiranía de la religión.

Pero sería un grandísimo error pensar de Lucrecio o su maestro como el autor simplemente de una polémica contra la religión. Todavía menos justamente es representado Epicuro, como ha sido muchas veces el caso, como parchando desde varias fuentes una cruda y desordenada visión del mundo para combatir la superstición y permitir unas bases plausibles para una teoría moral de dudosa tendencia moral. Si hay un punto que la investigación moderna tiende a revelar sobre el epicureísmo, es que fue una filosofía seria, un todo consistente derivado de un solo punto de partida seguido paso a paso con precisión lógica. Tal como Lucrecio lo había aprendido, y tal como él intentó presentarlo, y muchas de las dificultades que los críticos modernos han encontrado en sus minucias, muchas de las puerilidades de las cuales ellos se han burlado, deben ser explicadas por la perfectamente consistente e implacable aplicación de sus principios fundamentales. Si él ha sido considerado trivial, inconsistente u oscuro por sus críticos, es porque ellos no quisieron tomarle bastante en serio.

Relación entre la doctrina de Epicuro y Demócrito

No será posible aquí ocuparnos de todos los detalles del sistema epicúreo, y en verdad, la mayoría de sus aspectos será gradualmente desarrollado en el De rerum natura, pero será útil llamar la atención sobre ciertos puntos fundamentales en relación con aquello que Lucrecio había más asumido que establecido, pero que son de vital importancia para la interpretación del poema y la comprensión de su unidad esencial. Sin embargo primero debemos considerar el origen del sistema. Comúnmente se dice que Lucrecio adoptó la teoría atómica de Demócrito que actuó como una base física para su teoría moral que [p.12] el fin de la vida era el ‘placer’. Esto es verdad en un sentido muy limitado. El largo debate de los filósofos físicos presocráticos sobre la constitución última del universo había llevado a la hipótesis, primero propuesta por Leucipo y muy consolidada y elaborada por Demócrito de Abdera (hacia 430 a.C.), que las bases físicas del mundo eran átomos infinitos, minúsculos, eternos, partículas indivisibles de materia, que poseen y difieren en tamaño, forma y peso,18 y que se mueven en el espacio infinito. Epicuro aceptó esta conclusión con muchas de las deducciones que de allí salen y muchas de las elaboraciones detalladas de Demócrito, y la combinó con la teoría que el placer era el bien más alto, pero no en un simple espíritu casual de eclecticismo. Él creyó que el placer era el fin moral, porque eso, tal como veremos, era una deducción inmediata de su único principio fundamental; él aceptó el atomismo de Demócrito, porque solo éste, de entre todas las teorías del mundo conocidas por él, concordaba con su principio fundamental, e incluso en su simple mantenimiento de ese principio él difirió muy llamativamente de Demócrito.

Clave del conocimiento en Epicuro: la sensación es verdadera

El principio concernía al problema básico de la metafísica: ¿Cómo conseguimos nuestro conocimiento? ¿Debemos confiar en nuestros sentidos o en nuestra razón, o ambos, o ninguno? La cuestión había sido suscitada en un estadio relativamente temprano en la especulación presocrática, y se había forzado más y más su importancia de modo que las teorías del mundo se convirtieron más y más remotas de la experiencia de la conciencia diaria, hasta que Parménides, el cual creía [p.13] que el mundo era un plenum corporal, se declaró de todo corazón a favor de la razón e identificó el “camino de los sentidos” con el “camino del error”. Demócrito empujaría el escepticismo un paso más adelante: la razón se apoyaba sobre los sentidos, y si los sentidos eran indignos de confianza, entonces todavía lo debería ser más la razón: "alma despreciable", él representa los sentidos como diciendo "de nosotros tú recibes tus creencias, incluso si nos destronas, tu victoria es tu derrota".19 Epicuro encara el problema como el hombre corriente: se debe tener una base segura para la estructura del sistema, y no el escepticismo en su raíz. La piedra clave de la entera filosofía de Epicuro es la simple aserción: "la sensación es verdadera", "yo sé lo que yo siento". Sobre esta única base se construye todo. En cualquier parte los sentidos nos ofrecen una evidencia, debemos aceptar esas evidencias como verdad final y certera: donde ellas no lo hacen, como por ejemplo, al considerar la constitución fundamental del mundo,20 ellas todavía son supremas; debemos rechazar cualquier hipótesis contradictoria con la evidencia de los sentidos, y aceptar como igualmente probable todas las explicaciones que son compatibles con ellas. Lucrecio no comienza con este principio fundamental, ni siquiera aborda su discusión hasta el libro IV.21 Pero por otro lado él siempre está asumiéndolo y siguiéndolo, y para comprender su línea de pensamiento siempre debemos tenerlo presente. El sol y la luna, por ejemplo tienen el mismo tamaño que nosotros les vemos que tienen:22 los sentidos [p. 14] nos dan una evidencia y nosotros no debemos intentar refutarla. La secuencia de noche y día,23 las órbitas de los cuerpos celestes,24 los eclipses,25 podrían ser explicados de muchas maneras, algunas de las cuales parecerían triviales a nuestro parecer; pero estos son casos en los que los sentidos no proveen evidencia directa, y entonces debemos aceptar como igualmente dignos de consideración todas las hipótesis que no les contradicen. Sobre todo, está este principio que le impulsa una y otra vez a apelar a la analogía de lo perceptible para apoyar su teoría de las cosas imperceptibles: la confianza en los sentidos es la causa última de aquellas ilustraciones tomadas de la experiencia común, las cuales son en gran parte responsables de la belleza y valor poético de todo el poema.

Clave de la física de Epicuro: sólo hay materia y vacío

Vamos a seguir esta línea de pensamiento un poco más. ¿De qué nos dan evidencia los sentidos? De nada más que de un mundo material: entonces la materia es la única realidad. Pero ¿la sola existencia de materia puede darnos el mundo tal como lo conocemos?. No, pues nuestros sentidos nos hablan de un mundo de materia en movimiento,26 y las cosas no pueden moverse sin un espacio en el que moverse: entonces debe existir espacio vacío. Y ¿en qué forma existe esta materia? La sección, a mitad del primer Libro,27 en la que Lucrecio critica las teorías rivales del mundo, nos muestra cómo Epicuro aplicaba su principio: algunas escuelas niegan la existencia del vacío, lo cual hace imposible el movimiento;28 otras permiten la división infinita, lo cual excluye la permanencia;29 algunos proponen una materia fundamental que es inestable, pues se convierte en otras cosas,30 otros una materia que es perecible, pues [p.15] es de la misma naturaleza que las cosas perceptibles.31 La única teoría que se encuentra que no es contradictoria, sino más bien apoyada por la evidencia de los sentidos, es la teoría atómica. Finalmente, para que las reservas de materia no se agoten, los átomos deben ser infinitos en número,32 y, para que no se congreguen todos "en el fondo", el espacio debe ser infinito en extensión.33 Entonces Epicuro ha llegado al atomismo de Demócrito, sin embargo no como una elección arbitraria, sino como una deducción dirigida a partir de la primaria aserción de la infalibilidad de la percepción sensorial.

El conocimiento de la naturaleza elimina el miedo a la religión

Y en este sistema atómico Epicuro y Lucrecio encuentran su refutación a las pretensiones de la religión, la liberación de los dos grandes terrores que acucian la mente humana, el miedo a la intervención arbitraria de los dioses en la vida, y el miedo al castigo del alma inmortal después de la muerte. Por medio del sistema atómico, capaz de ser utilizado en detalles a través de todos los campos del universo, podía mostrar cómo cada fenómeno es el resultado de causas naturales. Los átomos en el vacío, obedeciendo las leyes de su propia naturaleza, cayendo hacia abajo debido a su peso,34 uniéndose y chocándose,35 formando primero pequeñas moléculas, luego masas más grandes, y finalmente construyendo el entero universo de mundos, colocados aquí y allá en el espacio infinito, y todas las cosas, bajando hasta las más pequeñas, contenidos en ellos. La naturaleza actuando por leyes pero incluso también sin propósito : "pues no por designio ocurrió el primer inicio de las cosas ni ellas mismas se colocaron cada una en su orden con mente previsora … sino intentando movimientos y uniones de toda clase, finalmente ellas cayeron en ciertas disposiciones como aquellas, en la cual nuestro mundo [p. 16] de cosas está creado",36 actuando en verdad ciega y ocasionalmente con una especie de espontaneidad que parece el azar,37 la naturaleza hizo todos los mundos y "todo lo que hay en ellos". No hay necesidad de la ayuda de los dioses, incluso no hay espacio para sus interferencias. Ellos son más bien una parte de la creación de la naturaleza, criaturas inmortales,38 de un cuerpo de infinitamente sutil formación,39 morando aparte en los "interespacios entre los mundos",40 en regiones "donde no cae granizo, ni lluvia ni nieve, ni siquiera el viento sopla fuerte",41 un ejemplo y un ideal en su imperturbable calma para los hombres, pero completamente desconectados de los movimientos del mundo y los asuntos humanos. En cuanto al alma, como todas las otras cosas, es un conjunto corporal de átomos,42 el cual debe sus sensaciones a la forma y movimientos de sus constituyentes,43 y su unión con el cuerpo:44 uno no puede existir sin el otro, a la muerte el alma se disuelve igual que el cuerpo,45 y no tiene nada que temer del futuro.46 Entonces la naturaleza ha liberado al hombre de la tiranía de los dioses y el miedo a la muerte, y en el conocimiento de la naturaleza él encontrará no solo la garantía de su libertad, sino el máximo placer de su vida libre.

Epicuro explica la libertad humana por el “desvío” de los átomos

Pero ¿el hombre es "libre"? La exclusión de los dioses del funcionamiento del universo ha sido conseguida por el establecimiento de la ley, la demostración de la natural secuencia de causa y efecto desde el primer movimiento hacia debajo de los átomos hasta la formación de las últimas "cosas" en el mundo más remoto. Entonces ¿el hombre es [p.17] el único exento de esta cadena de causas? ¿tiene él poder para dirigir sus propias acciones, o también está regido por este inexorable destino, de modo que su más pequeño acto es el inevitable resultado de todo aquello que le ha precedido? Demócrito ya se había enfrentado a este problema y audazmente lo había resuelto con un absoluto determinismo: las acciones del hombre no son una excepción a la ley universal, la libre voluntad solo es una ilusión. Pero para Epicuro esa no sería la respuesta: la conducta del hombre era su primer interés, y no se suele, él pensaba, decirle a un hombre lo que debe de hacer, a menos que él sea libre para hacerlo. Incluso la tiranía de la religión es mejor que la tiranía del destino.47 Además, Epicuro en sus propios principios fundamentales tenía una buena razón para luchar por la voluntad libre, pues ésta es una cosa de conciencia inmediata: "nosotros sabemos"48 que de vez en cuando afirmamos nuestra independencia de la gran cadena de la causalidad, "nosotros sentimos" nuestra libertad y entonces no puede ser denegada. ¿Pero cómo puede ser preservada? ¿el hombre está para ser una excepción a la ley universal, o puede ser explicado de otro modo? La respuesta de Epicuro, el "desvío"49 de los átomos, siempre ha sido ridiculizado, pero sea lo que sea que se piense de ella, no debe ser vista como una débil admisión, sino como un punto cardinal en el sistema, segundo solo en importancia a la infalibilidad de los sentidos, y también alcanzada por medio de una estricta deducción lógica. Pues si la voluntad del hombre es libre, eso no puede ser una excepción especial concedida a él, sino a causa de algunos principios inherentes en los primeros principios: el hombre puede hacer lo que quiere porque existe un elemento de espontaneidad -por supuesto, no de espontaneidad consciente- en los átomos. Entonces el "desvío" es el que capacita a los átomos a reunirse en su caída hacia abajo, [p.18] es el "desvío" el que preserva en la naturaleza inorgánica ese curioso elemento de espontaneidad que nosotros llamamos azar,50 y es el "desvío", convertido en consciente en el conjunto sensitivo de los átomos de la mente, el que asegura la libertad de acción del hombre y hace posible exhortarle una teoría de conducta.

Clave de la ética de Epicuro: buscamos el placer y evitamos el dolor

Finalmente entonces -pues aunque Lucrecio nunca se ocupa de ella, ésta emerge a la superficie una y otra vez en el poema- debemos muy brevemente considerar la teoría moral de Epicuro. Vamos a retroceder una vez más a los principios fundamentales. En la esfera de la conducta, de la acción y la pasión, ¿tiene la sensación inmediatamente alguna evidencia para darnos comparable a la evidencia de percepción sensorial en el campo del conocimiento? Claramente esto se tiene en la inmediata percepción de placer y dolor: todos los sentimos, todos instintivamente buscamos el placer y evitamos el sufrimiento. Entonces Epicuro obtiene su respuesta inmediatamente: el placer es el bien moral; así lo dicen las sensaciones, y no podemos intentar rechazarlo. Pero ¿qué significa "placer" ? ¿Hacia qué conducta práctica nos conducirá su adopción como objetivo de la vida? Dos puntos de la teoría física son importantes aquí: primero, que el hombre, en opinión de Epicuro, es siempre esencialmente un compuesto de cuerpo y alma; segundo, que el dolor es la dislocación de movimientos y disposiciones atómicas, el placer su recolocación y equilibrio. Entonces el placer debe ser del cuerpo y alma, y se demostrará en la calma que denota el equilibrio atómico. Inmediatamente aparece que la doctrina de Epicuro no es una recomendación de solo los vulgares placeres de la sensualidad, tal como algunas veces se le ha representado. El cuerpo debe tener su placer, pero [p. 19] el verdadero placer no es como el que ofrece un dolor atendido en forma de anticipación o reacción: más bien nosotros debemos asegurar su mejor placer manteniendo su salud y restringiendo sus deseos en los límites más estrechos posibles. Lucrecio nos ha dado una agradable imagen del "pícnic" epicúreo, una completa satisfacción de las necesidades corporales: "los hombres yacen en grupos amigables sobre el suave césped cerca de un arroyo bajo las ramas de un alto árbol y sin gran coste deliciosamente refrescan sus cuerpos, sobre todo cuando el clima les sonríe y la estación del año esparce el verde césped con flores".51 Y con los placeres del alma el principio es el mismo. Primero debe ser aliviado de sus penas peculiares, el miedo de los dioses y el miedo de la muerte: entonces ella podrá entregarse a sus propios placeres particulares, el estudio, no de retórica,52 pues no tiene cabida en la vida privada de los individuos, no de matemáticas53 o literatura,54 pues tratan de meras palabras, no de cosas, sino de la naturaleza: y así el más alto placer de la mente está en la adquisición de ese conocimiento que directamente le liberará de sus penas. En verdad el placer epicúreo es simple de adquirir, y los hombres están extrañamente ciegos pues no lo reconocen: ‘pensar que todavía no ven que la naturaleza grita alto sólo para mantener bien alejadas las penas del cuerpo, y que, apartada de las preocupaciones y penas, la mente pueda disfrutar el sentido del placer’.55

El individualismo determina las relaciones: justicia, libertad, amistad, amor

El ideal para el individuo entonces no se debe buscar lejos, y Epicuro es sobre todo un individualista. Pero un hombre no puede vivir su vida completamente solo y debe tener relaciones con sus semejantes: ¿cómo deben ser reguladas esas relaciones? [p. 20] Como se podía esperar, Epicuro trata las virtudes "referidas a los otros" con escaso respeto: ellos son de importancia secundaria y necesarios solo tanto en cuanto ellos aseguran al individuo contra la interrupción de la búsqueda de su propio placer. La justicia, la cúspide de las relaciones entre hombre y hombre, es una convención. Lucrecio nos describe cómo, cuando el hombre primitivo se unió en vida común, "los vecinos comenzaron ávidamente a formar amistad unos con otros, no para dañar ni para ser perjudicado".56 El individuo retiene su libertad por un pacto, y por su propio bien respeta a sus vecinos. Pero más allá de esto él se preocupa poco de ellos. Él no entrará en la vida pública o tratará de conseguir un cargo, pues la ambición y las preocupaciones del poder están entre las más molestas influencias que pueden acuciar el alma: "es mucho mejor obedecer en paz que estar deseando gobernar el mundo con poder regio y dominar reinos".57 Incluso en la vida privada él aprenderá a no confiar demasiado en los otros, pues su vida debe ser independiente. Él cultivará amistades, pues la amistad basada en el común estudio de la filosofía es uno de las más grandes bendiciones de la vida: tal amistad anhela Lucrecio con Memmius.58 Pero del amor -el entregarse a la afección de otro y la completa dependencia a otra voluntad- el filósofo debe abstenerse por encima de todo. La denuncia de Lucrecio en el libro IV59 es inequívoca. Quizás no es una muy atractiva imagen del filósofo en soledad, buscando su propio placer y despreciando a los otros, pero de nuevo es una implacable deducción de sus primeros principios, y explica muchos detalles ocasionales en Lucrecio.

Actualidad de la teoría epicúrea

Estas pistas podrían servir para clarificar algunos de los más [p.21] sobresalientes puntos en la teoría epicúrea que en el escrito de Lucrecio están algo oscurecidos, y para mostrar cómo el entero sistema está realmente mantenido unido por el solo principio de la certeza de la sensación. Para aquellos que quieren encontrar en la Antigüedad la anticipación de las ideas e hipótesis modernas,60 Lucrecio es visto sin duda con interés. Los físicos encontrarán en él los gérmenes de la moderna teoría atómica, la cual en su más reciente desarrollo parece más cerca que nunca volver a la noción de "primer comienzo" uniformemente homogéneo; los biólogos encontrarán notables anticipaciones de la hipótesis de la formación de las especies por experimentos evolutivos y la supervivencia del más apto,61 y en la idea del espontáneo "desvío" de los átomos una suposición no muy alejada de las modernas especulaciones de W. K. Clifford y Haeckel: el antropólogo verá una imagen del hombre primitivo sorprendentemente parecida a aquella que ha llegado la investigación moderna,62 y lo más notable de todo la habitual noción del tiempo de Lucrecio miraba hacia atrás a una primitiva “Edad dorada”: allí los filósofos morales descubrirán las bases tanto del Hedonismo como del Utilitarismo, y los estudiosos de las ciencias políticas reconocerán la familiar descripción del Contrato Social.63 Pero para el lector común le será más familiar el espíritu de conjunto, los problemas con los que Lucrecio se enfrenta y la actitud general con la que él va a su encuentro. Y si se debe apreciar esto completamente, sobre todo es necesario tener una clara concepción de los principios fundamentales y su intrépida aplicación. [p.22]

Defensa del valor poético y científico de la obra de Lucrecio

A menudo se pregunta si un trabajo didáctico puede ser auténtica poesía, y ciertamente la poesía didáctica debe mantenerse o caer por la respuesta dada en el caso de Lucrecio, pues ni incluso Hesíodo ni las Geórgicas pueden postular una más alta reivindicación. Es fácil por supuesto apuntar a largos tramos de discusión científica, para llamarlos "áridos", o caracterizarlos como "prosa métrica": es justo insistir que unos pocos o incluso muchos excelentes pasajes de verdadera belleza poética no pueden por sí mismos salvar un poema, si ellos están fragmentados en un gran desierto. No es difícil replicar señalando, como hizo Cicerón,64 los "destellos de genio" en el poema, sean ellos la maravillosa descripción como aquella de la vaca que ha perdido su ternero,65 o la vista lejana del rebaño en las colinas,66 o aquellos suaves ‘destellos’ de pintura poética, la "flor de flama",67 "el hielo de bronce",68 o las conchas que "pintan el regazo de la tierra",69 que en un momento transforman el argumento con imaginación. Más bien se podría mantener muy sutilmente que hay una alta calidad poética en la gran exactitud de la expresión de teorías intrincadas y argumentos abstrusos, una calidad que cuanto es más apreciada, tanto más nos damos cuenta de la genialidad con la cual casi cada palabra en el poema está elegida para cumplir su función específica y no más. Pero seguramente un poema didáctico, más que ningún otro, no debe ser juzgado de ese modo fragmentario por frases aisladas o incluso por pasajes continuados de imaginación poética. Su pretensión de clasificarse como auténtica poesía descansará más bien sobre el espíritu de conjunto, la intención profunda que subyace a la obra y que da vida a las partes. Y ésta es la suprema pretensión del De rerum natura; puede haber secciones [p. 23] de ella, que juzgadas separadamente por estudiantes superficiales parecerá caer por debajo de la dignidad de la poesía, pero está entretejido en un todo y vivificado en todas sus partes por el valeroso anhelo de la verdad, la conciencia de un gran propósito, y una profunda reverencia por la naturaleza -sentida casi como una presencia personal- lo cual ha provocado esta enconada oposición de la religión a que se le reconozca universalmente como uno de los poetas más auténticamente religiosos de la historia.

Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua

Valencia, Junio 2011

Traducción de la Introducción de C. Bailey al On the Nature of Things por Pedro E. León Mescua se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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1 En nuestro propio país, el Dr. Masson (Lucretius: Epicurean and Poet) recientemente ha escrito un muy sugestivo, aunque no siempre exacto, esbozo de las relaciones de Lucrecio con sus predecesores y las modernas ideas científicas, y ha expuesto con mucho éxito el espíritu del poema.

2 San Agustín, De civitate Dei, IV, 27.

3 Cicero, De divinatione.

4 Eusebio de Cesarea, Chronicon. [N.T.: San Jerónimo la tradujo al latín y le hizo algunos añadidos. De hecho la segunda parte de la obra solo se conserva en la traducción de san Jerónimo. Cf. MIGNE, PL 27, col. 425-426]

5 Reifferscheid, Suetoni reliquiae, p. 55. [N.T.: "Initia aetatis Cremonae egit usque ad uirilem togam, quam XV anno natali suo accepit isdem illis consulibus iterum duobus quibus erat natus, euenitque ut eo ipso die Lucretius poeta decederet."]

6 Jerónimo, loc. cit. [N.T.: "Titus Lucretius poeta nascitur, qui postea amatorio poculo in furorem versus, cum aliquot libros per intervalla insaniae conscripsisset, quos postea Cicero emendavit, propria se manu interfecit anno aetatis quadragesimo quarto.]

7 Véase Masson, Lucretius, Epicurean and Poet, vol. I, p. 38 ss y vol. II, p. 1-13.

8 Cicero, Epistula ad Quintum fratrem, II, 11.

9 Cicero, loc. cit.: "lumina ingenii".

10 IV, 823; V, 110, etc.

11 IV, 1058 ss.

12 V, 104 ss.

13 IV, 82 ss; III, 59 ss.

14 III, 322

15 I, 62 ss.

16 V, 8.

17 I, 931.

18 De hecho, existen grandes dudas sobre si Demócrito atribuyó peso a los átomos, pero yo estoy inclinado a creerlo.

19 Galeno, De medicis empiricis, 1259, 8; Diels B. 125; es muy difícil descifrar la postura exacta de Demócrito, pero parece que él aceptaba la evidencia de los sentidos para la propiedades primarias, tamaño, forma y peso, pero lo veía con desconfianza para todas las otras cualidades: en otras palabras él sostuvo que solo el tacto entre todos los sentidos era digno de confianza. [N.T.: Hermann Schöne, "Eine Streitschrift Galen's gegen die empirischen Ärzten" en Sitzungberichte der König. Preussischen Akademie der Wiss. zu Berlin, 1901/2, p. 1255 ss. En esta obra (conservada incompleta) atribuida a Galeno se halla esta cita de Demócrito].

20 Diogenes Laertius, X, 50, etc.

21 IV, 469 ss.

22 V, 564 ss.

23 V, 650 ss.

24 V, 614 ss.

25 V, 751 ss.

26 Sextus Empiricus, Adversus mathematicos, I, 213; cf. Lucretius, I, 329 ss.

27 I, 635-920.

28 I, 655, 742, 843.

29 I, 746, 844.

30 I, 665, 763.

31 I, 753, 847.

32 I, 1008.

33 I, 988.

34 II, 184.

35 II, 216.

36 I, 1021 ss.

37 “Existe por azar o por la fuerza de la naturaleza”, VI, 31.

38 V, 1175.

39 V, 146 ss.

40 Cicero, De natura deorum, I, 8, 18.

41 III, 19.

42 III, 161.

43 II, 894.

44 III, 323.

45 III, 417-829.

46 III, 838.

47 Diogenes Laertius, X, 134-546.

48 II, 261.

49 II, 216 ss.

50 Este punto es muy discutido, pero véase Guyau, La Morale d`Épicure, p. 70 ss.

51 II, 29 ss.

52 Quintilianus, Institutio oratoria, II, 17, 15.

53 Proclus, In Euclidis elementa, 322.

54 Plutarchus, Contra Epicuri beatitudinem, 13. 1095.

55 II, 16 ss.

56 V, 1019.

57 V, 1129.

58 I, 140.

59 IV, 1058 ss.

60 Varios capítulos interesantes y sugerentes sobre este asunto se hallan en Lucretius: Epicurean and Poet de Masson.

61 V, 837-877.

62 V, 925-1104.

63 V, 1019.

64 Ad Quintum fratrem, II, 11.

65 II, 352 ss.

66 II, 317 ss.

67 I, 900.

68 I, 493.

69 II, 375.