Estudios sobre Lucrecio: Andrew Munro

Fecha de publicación: 16-jun-2011 6:58:47

El De rerum natura de Lucrecio recibió su primera gran edición crítica y traducción en inglés de manos de Andrew Munro (1819-1885). Después del estudio crítico de Karl Lachmann sobre el texto de Lucrecio, el camino quedó abierto para los posteriores estudios decisivos de la segunda mitad del s. XIX, cuando filología y filosofía unieron sus fuerzas para despejar las últimas sombras de la obra. Munro era consciente del vacío que estaba llenando y escribió un erudito estudio histórico-textual y un detallado aparato crítico (Notas I), publicó el texto latino corregido, una traducción al inglés y amplias notas explicativas (Notas II).

Aquí presento la traducción de las Notas I (Sobre la formación del texto) en la que repasa a fondo las vicisitudes de la transmisión del texto de Lucrecio. He introducido notas para clarificar algunos datos que podían quedar oscuros, pensando especialmente en los principiantes. También he introducido diversas secciones con encabezados para mayor comodidad en la lectura y consulta. Coloco entre corchetes [] los números de página de la edición en inglés para que sea fácil la confrontación. Al final incluyo el archivo en formato PDF.

Traducción de Notas de A. Munro al De rerum Natura por Pedro E. León Mescua se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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Titi Lucreti Cari

DE RERUM NATURA

libri sex

With a translation and notes by H. Andrew J. Munro

volume I, George Bell and sons, London 1900

4a edición, revisada por J. Duff


https://archive.org/stream/lucreticariderer01lucruoft#page/n5/mode/2up


Traducción al castellano y notas: Pedro E. León Mescua

Prefacio a la Cuarta Edición

La presente edición está dividida en tres volúmenes, el primero contiene el texto y las notas críticas, el segundo el comentario y el índice general, el tercero la traducción.

El texto es prácticamente el mismo de la última edición: sólo en un lugar (I, 442) se imprime una nueva lectura, y que anteriormente sólo fue omitida por accidente tal como se explica al final del índice. Hay unas pocas adiciones, no más de media docena, a las notas críticas; ellas han sido agregadas entre corchetes. La traducción tampoco ha sufrido cambios.

En el comentario hay pocas alteraciones pero se han hecho grandes adiciones que en total son más de veinte páginas. Estas notas suplementarias y ejemplos han sido tomados de una notas intercaladas de la última edición que fueron halladas entre los libros del Sr. Munro después de su muerte en la primavera del año pasado. También en la p. 333 del Comentario se hallarán algunos extractos de cartas dirigidas por él al profesor Palmer del Trinity College de Dublín, analizando la lectura del v. 1010; el profesor Palmer fue muy amable enviándome esas cartas. Ya que los extractos van mejor con la crítica textual que con la explicación del pasaje, ellos debían haber sido insertados en el primer volumen; pero por un descuido fueron aplazados hasta después que ese volumen fue impreso. Nada más ha sido agregado de ninguna otra fuente en ninguna parte. Aquí también todo lo que es nuevo ha sido incorporado entre corchetes. En los nuevos ejemplos las referencias han sido verificadas. Yo mismo he hecho varias adiciones al índice.

Falta expresar mi agradecimiento al Dr. Forbes, pariente y albacea del Sr. Munro, por la benevolencia que le llevó a confiarme la preparación de esta edición, y también por la generosa consideración que ha mostrado en todo momento.

J. D. Duff.

NOTAS I: SOBRE LA FORMACIÓN DEL TEXTO

[p. 1]

[1. Los manuscritos más antiguos]

Si Lucrecio hubiese llegado hasta nosotros con un texto tan ileso como el de Virgilio y pocos otros escritores antiguos, casi no hubiese sido contado entre los poetas latinos más difíciles. Ciertamente hubiese sido más fácil de explicar que Virgilio, por ejemplo, o Horacio; pues él dice lo que tiene que decir de modo simple y directo, y entre sus méritos poéticos no se incluye el de dejar a su lector preguntándose cuál de los muchos posibles significados era el que intentaba expresar. Sin embargo la fortuna no ha sido muy amable con él. No es que gran parte de su poema no esté en un estado sano y satisfactorio: en este aspecto él está mejor que muchos otros; pero debido al modo en el cual ha sido transmitido, su texto ha sufrido perdidas irreparables en algunas partes. Actualmente se admite universalmente que todas las copias existentes del poema proceden de un solo original, que desapareció hace mucho tiempo.

Una explicación más detallada de los manuscritos existentes se dará más adelante: por el momento basta con decir que aquellos dos que Karl Lachmann principalmente ha seguido y que todo futuro editor debe seguir, ahora están en la biblioteca de Leyden.1 Uno está escrito a folio en el siglo IX, el otro a cuarto ciertamente no más tarde del siglo X. Largos fragmentos de uno, quizás de otros dos, de la misma época que el de a cuarto y muy parecido, están preservados una parte en Copenhagen2 y otra en Viena.3 Estos manuscritos y al menos uno más debieron yacer durante siglos en monasterios de Francia o Alemania, donde se puede presumir que encontraron algunos lectores, aunque pocos pues ningún rastro de ellos se encuentra en la voluminosa literatura de la Edad Media.

Mi amigo el bibliotecario de nuestra universidad con su habitual prontitud a compartir los resultados de sus amplias lecturas me envió hace algún tiempo una cita de Honorio de Autun en la Bibliotheca maxima patrum, XX, p. 1001, el cual hizo allí una cita de II, 888 en este modo: “ex insensilibus me credas sensili gigni”;4 pero el contexto prueba que él quiere decir “ne”, no “me”. ¿Este escritor, que floreció [p.2] en la primera mitad del siglo XII, tomó esa frase del poema mismo? Priscianus,5 Institutiones gramaticae, IV, 27, lo cita con “nasci” en lugar de “gigni”. No parecería entonces que lo tomó prestado de éste, a menos que el editor de la Bibliotheca haya pensado ajustarlo tácitamente sustituyéndolo por el “gigni” de Lucrecio. Yo he ojeado por la no muy voluminosa obra de este padre, pero no encontré otras alusiones a nuestro poeta; ni es citado siquiera una vez por Juan de Salisbury6 el más importante profesor clásico de esa época. Hace años leyendo el bien acabado poema de Joseph of Exeter “De Bello Troiano”,7 que vivió en el mismo siglo, yo advertí varias expresiones que en aquel momento me parecieron de Lucrecio; pero una posterior consideración mostró que eso era más que dudoso.

[2. Redescubrimiento en el s. XV]

En Italia él fue aún más desconocido. Un catálogo, el cual Muratori (Antiquitates italicae III, p. 820)8 asigna al siglo X, prueba que la famosa biblioteca de Bobbio contenía en esa época el “librum Lucretii I”; pero antes del siglo XV ningún poeta o escritor italiano muestra conocerlo en absoluto.

El año 1414 el célebre Poggio Bracciolini9 fue al concilio de Constanza como secretario apostólico y permaneció en diferentes países de ese lado de los Alpes, Suiza, Alemania, Francia e Inglaterra hasta 1420. Durante esos años él consiguió de varios monasterios muchos de las más importantes obras en latín hasta entonces totalmente desconocidas en Italia (véase el prefacio de Laurentius Mehus a su vida de Ambrosius Traversarius, p. xxxiii ss.).10 Entre ellas había un manuscrito de Lucrecio, aparentemente obtenido de algún monasterio alemán o por él o por su compañero Bartolomé de Montepulciano en 1417 tal como sus cartas parecen indicar, y lo envió ese mismo año a su íntimo amigo el florentino Niccolò Nìccoli,11 el más celoso estudioso y promotor de los revividos estudios clásicos.

Este manuscrito, que Poggio erróneamente supuso que era solo una parte del poema, ha desaparecido, pero fue el padre de muchas copias escritas durante el siglo XV, esto se debe decir de todos los actualmente existentes con excepción de aquellos especificados arriba: deben ser muy parecidos al folio de Leyden. “Y tú tenías que devolver a Lucrecio, después de largo tiempo, a su patria y a sus compatriotas” dice Cristophorus Landinus12 en su poema en elogio de Poggio.

Nìccoli teniendo tal tesoro en sus manos no tuvo prisa en separarse de él. Encontramos a Poggio escribiéndole muchos años después para recordarle que ha conservado su Lucrecio por doce años. Más tarde le escribe “tú has tenido el Lucrecio ahora por catorce años; yo quiero leerlo, [p.3] pero no puedo conseguirlo; ¿tú quieres conservarlo otros diez años?” Luego trata de persuadirlo : “Si tú me envías el Lucrecio, yo te estaré muy agradecido; y prometo no tenerlo más de un mes”.

Aunque Nìccoli estimó mucho a Poggio, mucho más deseó tener la sola posesión de un redescubierto poeta latino, y yo dudo si Poggio vio su Lucrecio en algún modo antes de su retorno de Roma a Florencia en 1434. Nìccoli murió en 1437 y dejó un manuscrito escrito por su propia mano y actualmente en la Biblioteca Laurenciana,13 la más auténtica y representativa del original perdido de Poggio, tal como es abundantemente probado por las notas criticas de la presente edición.

Entre esta fecha y aquella de las primeras ediciones impresas el conocimiento del poema fue difundiéndose por Italia a través de muchas copias incorrectas. Ocho de éstas, incluyendo la de Nìccoli están preservadas en la Biblioteca Laurenciana, todas ellas las he examinado, dos con cuidado, siendo de no poca importancia para el texto; seis están en el Vaticano, todas las revisé durante el otoño de 1849. De las copias en Inglaterra yo he tenido en mis manos al menos siete; una de éstas perteneciente a nuestra biblioteca de Cambridge14 ha estado abierta ante mí todo el tiempo que he estado escribiendo mis notas críticas. En la Biblioteca Imperial15 de París he puesto los ojos sobre muchas copias no importantes. Sobre aquellos manuscritos que han sido de alguna importancia en la formación del texto se hablará más completamente después de haber discutido las ediciones impresas.

[3. Las primeras ediciones impresas]

La editio princeps, de la cual solo se conocen tres copias, fue impresa hacia 1473 por Ferandus de Brescia.16 Esa es la única de las primeras ediciones que no poseo; entonces he tenido que confiar en la muy poco diestra colación17 de Gerard al final de la edición de Glasgow de Wakefield. Ya que éste fue impreso a partir de un manuscrito muy corregido, pero incluso inferior a copias corregidas como el Manuscrito Cambridge por ejemplo o a aquél que yo llamo el Flor. 31, es de poca importancia en la historia del texto; mucho menos que las dos siguientes ediciones, puesto que ellas por casualidad se convirtieron en el texto básico. La primera de ellas fue publicada por Paulus Fridenperger18 en Verona en 1486 “die vigesimu octavo septembris calen. Octobris” (sic). Fue impreso a partir de un manuscrito muy parecido a aquel escrito por Nìccoli, tal como podrá verse con una somera inspección de mis notas críticas. Entonces es muy tosco y descuidado, pero estando menos interpolado que la editio princeps o la mayoría de los manuscritos existentes representa al arquetipo de modo más fidedigno que aquéllas, aunque difícilmente hay alguna línea sin un error garrafal.

La siguiente edición fue publicada en Venecia “per Theodorum de Ragazonibus19 de Asula dictum Bresanum” el 4 de septiembre de 1495. De algunos versos elegíacos al final un C. Lycinius parecería ser su editor, si él puede ser llamado editor, pues reproduce exactamente en gran medida la edición de Verona incluso en los mínimos detalles de su perversa puntuación. Sin embargo a lo largo del poema existen no pocas diferencias en las dos ediciones, [p.4] algunas de poca y otras de mucha importancia; por ejemplo IV, 124-191 (190) se encuentran en el de Verona, pero no en el de Venecia. La razón por la que me detengo en este hecho aparecerá enseguida.

[4. La edición aldina de Avancius]

En diciembre del año 1500 Aldus20 publicó su primera edición de nuestro poema, el primer esfuerzo sistemático por hacerlo completamente inteligible. El editor fue Hieronymus Avancius21 de Verona, quien fecha su dedicatoria “kalendis martii MID”, supongo que según el viejo estilo,22 y entonces en realidad el año 1500: un intervalo de veintidós meses entre las dos fechas no sería fácil de comprender. Avancius también es conocido por otras obras, especialmente la edición aldina de Catulo. Una breve inspección mostrará que él usó la edición de Verona o la de Venecia, sobre las cuales formó su texto; un examen más cuidadoso demostrará que debe haber sido el segundo. Nuestras notas críticas aportarán muchos otros ejemplos; se me permita aquí solo mencionar que en III, 904 él y Venecia tienen torpedine por cuppedine, mientras Verona lee turpidine; en1011 él toma de Venecia su notable lectura egenus, la cual Lachmann adopta y erróneamente atribuye a Marullus: Verona sigue a Leyden y todos los otros manuscritos conocidos leyendo egestas; en el v.1015 él y Venecia tienen la absurda lectura numela por luella, donde Verona tiene el igualmente incomprensible biela. Entonces Venecia es el “ante impressum” mencionado por Aldus.

El prefacio de Avancius muestra que para su época era un buen erudito latino y había estudiado a Prisciano, Nonnius y Macrobius por la ilustración de su autor. Aldus en su carta-prefacio a Albertus Pius lo confirma, y dice que aquél conocía a Lucrecio de memoria, “ut digitos unguesque suos”. Avancius en su prefacio reafirma lo mismo; y las pocas notas críticas que él insertó allí, muestran que eso fue verdad al menos hasta cierto punto. Al mismo tiempo él admite con evidente candor que debido a la inmensa dificultad de la obra él ha dejado mucho por hacer. En verdad él dejo mucho por hacer; y hubiese sido una tarea hercúlea para un solo hombre corregir completamente la desesperante corrupta edición de Venecia, especialmente en aquellos días cuando eran pocas las ayudas externas y el arte de la crítica sistemática aún estaba en su infancia, dos generaciones todavía tenían que pasar, antes que alcanzara su pleno desarrollo en las manos de la ilustre escuela de críticos franceses. Sin embargo lo que él hizo es muy importante y lo hace merecedor de un gran elogio, si es que realmente es suyo. Pero eso será considerado dentro de un momento.

[5. La edición de I. B. Pius]

La siguiente edición es aquella del bien conocido erudito Ioannes Baptista Pius,23 publicado el año 1511 en las “kal. Maii” en su nativa Bolonia. El texto de Lucrecio está incrustado en un enorme comentario que expone en medio de un demasiado voluminoso estudio no poco relacionado con los poetas latinos, varios de los cuales él editó antes y después de su Lucrecio.

Así describe él lo que ha hecho: “reunimos, no sin penosas vigilias y largos días, el códice del veneciano Hermolaus, y del romano Pomponius, y el códice no completamente malo que se conserva en la biblioteca suburbana de Mantua, que perteneció a un varón no indocto de la ilustrísima familia de los Strotii. No faltó el texto de Philippus Beroaldus, [p.5] un tiempo mi preceptor: ahora colega, impreso y concienzudamente examinado. También el de Codrus, gramático de Bolonia, una copia del cual fue hecha para mí por Bartholomeus Blanchinus, varón de elocuencia cultivadísima. No faltó un ejemplar del poeta Marullus, corregido con maravillosa diligencia, ofrecido sin dificultad por Severus Monacus Placentinus docto atleta de las musas griegas y latinas”.

Él no hace mención alguna del hombre con el que está más en deuda, Avancius; aunque su texto es una reimpresión de la primera edición aldina, sin embargo con no pocos cambios de palabras o frases, a veces para bien, a veces para mal, o insertados en el texto o propuestos en las notas, y se podría suponer que derivados de una u otra de las fuentes antes mencionadas. Pero aunque parezca mentira, cuando él hace un cambio en el texto, el lema de su nota casi siempre contiene no esta lectura, sino aquella de Avancius como si él hubiese querido decir que siguen en pie: así en I, 9 él correctamente lee diffuso lumine, pero su lema tiene diffuso numine igual que Avancius, el cual sin embargo corrige la segunda al final de su Catulo y agrega “hay algunos que leen lumine”. En I, 15 en lugar de capta, él erróneamente inserta en el texto quodque; pero su lema tiene capta, y su nota explica correctamente la construcción y no hace mención de quodque. En el v. 34 su texto acertadamente tiene reiicit, su lema refficit igual que Avancius; en el v.35 su texto erróneamente coloca suspirans mientras que el lema dice suspiciens; y así a lo largo de todo el poema. Esta peculiar circunstancia yo la explico de la siguiente manera: él estaba viviendo en Roma cuando se imprimió su edición y parece que el texto y el comentario se enviaron por separado, pues el librero imprime al final una larga página de errores encabezada con este aviso : “Hieronymus Platonicus, librero de Bolonia al lector: recibí de Pius un ejemplar con la edición de Lucrecio, y señalé algunos fallos.” La edición de Pius fue reimpresa por Ascensius el año 1514, con no pocos cambios en el texto, algunos de ellos tomados de las notas.

[6. La edición Juntina de P. Candidus]

La siguiente edición que debe ser memorable en la historia de Lucrecio, es aquella publicada por Filippo Giunta24 “anno salutis MDXII mense martio”. Si esto significa el año 1513 en nuestro calendario actual no se decirlo, pero yo sé que él fecha un Gellius y un Romualdi Vita como publicados en enero de 1513 “Leone pontifice maximo christianam rem publicam moderante” y “Leonis X anno primo”. Ahora bien, León X sólo llegó a ser papa en marzo de aquel año; así que allí él debe estar hablando de 1514; y en Florencia este modo de fechar los acontecimientos parece haber sido de uso común.

El editor fue Petrus Candidus25 quien, grande e importante igual que lo son las correcciones que él introdujo, todavía ha usado una copia de la primera edición aldina para hacerlas, aunque él nunca menciona el nombre de Avancius. Parece haber sido práctica habitual de aquellos tiempos coger por lo menos todo lo que estaba impreso sin reconocerlo: así Giunta normalmente hace botín de Aldus, y a su vez Aldus de Giunta. Lo que se dice en este caso está basado en una detallada inspección de los dos volúmenes. Candidus, donde intencionadamente no se aparta, [p. 6] sigue a Avancius en los más mínimos detalles de ortografía y puntuación. Por ejemplo este último dice en su prefacio que él escribe “sustituyendo los antiguos repertumst, itemst, necessest” etc. Candidus en su prefacio dice que “en un poeta tan culto, tan elegante, tan medido en todas partes” él no admite arcaísmos como volgum, volnera, o nullast, haudquaquamst, etc. Y así en su texto mientras rechaza el palefactast, volnere, etc de Avancius, él mantiene su frugiferenteis, rapaceis y un millar de formas parecidas que no tienen autoridad a su favor, mientras que aquéllas que descarta tienen mucha a su favor.

Lachmann siempre tan severo respecto a Avancius dice: “su ineptísimo modo de escribir fue imitado celosamente por Eichstadius”. Pero no tiene ni una palabra de reproche para Candidus.

Pero ¿de dónde obtiene este último sus muchas y brillantes correcciones? Pues pocas o ninguna parecen venir de él mismo. Él dice en su escrito a Thomas Sotherinus que lo que él hizo fue hacer una colación de todos los vetusta exemplaria que había en Florencia y suprimir todos los textos marcados como espúreos por Pontanus y Marullus “los poetas más eminentes de nuestra época”. Él se refiere por supuesto a Joannes Jovianus Pontanus26 y su amigo y discípulo Michael Marullus, después de Angelus Politianus27 entre los primeros eruditos y poetas latinos del período más floreciente del saber florentino, la segunda mitad del siglo XV: “Marullo ed il Pontan” tienen el honor de ser mencionados juntos por Ariosto en el Orlando, XXXVII, 8. Pero Candidus continúa más adelante refiriéndose solo a Marullus “cuya crítica en esta obra principalmente hemos seguido”, y en una nota al final él dice que al cambiar el orden de los versos allí y en la mayoría de lugares él ha seguido la disposición de Marullus. Entonces a Marullus normalmente ha sido asignado todo lo que es peculiar a la edición Juntina, a modo de elogio, o de deshonra como para Victorius y Joseph Scaliger, que heredó entre otras muchas antipatías de su padre su disgusto por Marullus. Pero Lachmann ha ido mucho más allá y le ha atribuido, no sólo por descuido, como podrá verse en las Notas I,28 muchas cosas que pertenecen a autoridades más antiguas, sino también todo aquello que apareció antes de la edición de Avancius, llamándole a éste “ladrón perverso” y otros epítetos oprobiosos. Es cierto que él se apoya bastante en la obra de Marullo; pero atribuirle a este último todo lo que está en la edición Juntina, es darle en algunos aspectos más y en otros menos crédito de lo que él se merece. Ya que puedo arrojar algo de luz sobre esta interesante cuestión, lo examinaré con cierto detenimiento aquí y en varias partes de las Notas I.

[7. El impulso de Marullus]

Al erudito, poeta y soldado, Michael Tarchianota Marullus Constantinopolitanus,29 como él mismo se llama en la edición de su poema impreso durante su vida, lo reconocemos por su título y su epitafio en San Domenico en Ancona, donde él y muchos de sus ancestros están encerrados, así como del epíteto de Bizantinus dado a él por su amigo Petrus Crinitus,30 por haber nacido en Constantinopla. Ya que difícilmente [p.7] habría pasado la mitad de su vida cuando murió en el río Cecina, cerca de Volterra, el 10 de abril del año 1500, él debía ser apenas un niño cuando a causa de la captura de su ciudad nativa fue llevado a Italia, probablemente a Ancona. Sin embargo debe haber recibido su formación en Florencia, y encontró un Mecenas en Lorenzo de’ Medici. Aunque él nunca imprimió nada sobre Lucrecio, su manuscrito de correcciones parece haber sido bien conocido durante su vida, y un ejemplar del poeta se le encontró en el momento de su muerte: “de aquella deplorable pérdida e insigne derrota de las musas latinas en medio de la olas del Cecina se recobró un ejemplar de Lucrecio” dice Candidus en su prefacio; y su amigo Petrus Crinitus en su De honesta disciplina, XV, 4, publicado el año 1504, aunque parecería escrito en gran parte antes de la muerte de Marullus, después de refutar una alteración de aquél, a la cual me referiré en un momento, añade: “aquellas también son aceptadas como totalmente verdaderas por sus seguidores”.

Este intenso amor hacia Lucrecio parece haberlo concebido sólo en los últimos años de su vida. Candidus, cuyo prefacio lleno de emoción muestra que estimó mucho a Marullus y deploró profundamente su prematuro fin, se esfuerza por hacer casi todo lo que hizo aquél: él dice “hasta tal punto estuvo toda su vida prendado de la Venus lucreciana que etc”. Pero esto parece ser una exageración: la primera edición de su poema, publicado sin fecha, que contiene solo dos libros de epigramas, no muestra, hasta donde yo puedo ver, ningún rastro de relación con Lucrecio. Catulo es el más imitado incluso en las Elegiacas, le siguen Tibulo y Horacio. A seis páginas desde el inicio hay un pobre poema de ocho líneas “De poetis latnis” [sic] en el cual dice que Tibulo, Marón, Terencio, Horacio y Catulo, cada uno en su categoría, son los únicos poetas latinos buenos: “si alguien los coloca entre el resto de vates, verdaderamente más afrentaría que honraría”. En diciembre de 1947, entonces apenas más de dos años antes de su muerte, él publicó en Florencia una edición más amplia. Se añadió un tercer y cuarto libro de epigramas. En ellos tampoco encuentro rastro de Lucrecio. Luego siguen cuatro libros de Hymni naturales. En éstas, especialmente las que están escritas en estilo heroico, la melodía es “de una mejor disposición” y nos encontramos con frecuentes imitaciones de Lucrecio, incluso en las líricas, como “opibusque late pollens tuis” la cual evoca “ipsa suis pollens opibus” (I, 48). Pero en aquellos versos heroicos se debe advertir que el ritmo es virgiliano, de ningún modo lucreciano ni siquiera donde él sigue de cerca el lenguaje de este último, como en el himno a la tierra: “ante repentino caeli quam territus haustu / vagiat aetheriam in lucem novus editus infans./ Cum proiectus humi nudus iacet, indigus, exsors / auxilii, infirmusque pedum infirmusque palati”. Luego imitando y a la vez contradiciendo el “ut aecumst, /cui tantum in vita restet” (V, 226-7) de Lucrecio, él continua “atque uno non tantum infelix, quod sua damna /non capit et quantum superat perferre laborum”. Este último poema publicado durante su vida está lleno de principio a fin de fraseología lucreciana. En esta edición [p. 8] él también inserta dos nuevos versos en el poema “De poetis latinis” mencionado antes: “natura magni versibus Lucretii/ lepore musaeo illitis”, lo mejor del poema y evocando el “musaeo contingens cuncta lepore” (I, 934).

Crinitus en De honesta disciplina, XXIII, 7 cita este poema y menciona una conversación que él tuvo con Marullus en la cual “hace poco se hizo una crítica perfecta y prudente por nuestro egregio Marullus de los poetas latinos”, y Ovidio y otros poetas son condenados; y luego se agrega “y por consiguiente todos deben ser leídos -dijo [Marullus]- pero principalmente éstos deben ser apreciados, cada uno en su propio genero, Tibulo, Horacio, Catulo, y en comedia Terencio. Y afirmaba que se debía estudiar a Virgilio y también a Lucrecio”.

[8. Debate sobre la contribución de Marullus]

Dejemos que lo que se acaba de decir sea aplicado enseguida a una llamativa interpolación. Después de I, 15 la edición Juntina primero insertaba el verso “Illecebrisque tuis omnis natura animantum”, el cual durante mucho tiempo ocupó su lugar en las ediciones comunes. Lachmann por supuesto lo atribuyó a Marullus, tal como hicieron la mayoría de editores. Lambinus dice al respecto: “Ni Naugerius ni Pontanus lo tuvieron. Solo Marullus, varón docto, a partir de la autoridad de algún antiguo códice, nos lo devolvió, así me lo atestiguó fielmente Donatus Ianottus. Cierto amigo mío, eminente en ingenio y doctrina, piensa que fue hecho por el mismo Marullus”.

Cuál es su autoridad para lo que él dice de Pontanus yo no lo sé, pero Naugerius,31 editor de la edición Aldina de 1515, acertadamente omite la línea, aunque en general copia minuciosamente la Juntina. Ahora bien esta línea fue escrita por la mano de Angelus Politianus en el margen de un manuscrito que le perteneció y forma parte del XXXV, 29 de la Biblioteca Laurenciana. Politianus murió en septiembre de 1494, cuando Marullus difícilmente podía aún haber hecho mucho por Lucrecio; y además de esto ya que él había sido largo tiempo el enemigo mortal de Politianus, no es probable que este último hubiese insertado en su manuscrito uno de sus versos. Entonces yo concluyo que pertenece a Politianus; y como Candidus dice en su prefacio que hizo una colación de todos los vetusta exemplaria de Florencia, él no podía haber pasado por alto este manuscrito que estaba entonces en la famosa biblioteca conventual de San Marcos.

Entonces yo concluyo que el que Candidus lo cogió del margen del manuscrito de Politianus es la correcta interpretación de la afirmación de Ianottus que Marullus lo cogió de un antiguo códice. En verdad es bastante posible que el mismo Marullus lo copió de este manuscrito que pasó a San Marcos inmediatamente después de la muerte de Politianus, y así le robó su verso después de su muerte así como le había robado su novia en vida. Andreas Naugerius tiene en su primera página otra variación respecto a la edición Juntina, pero una errónea, en I, 7, él lee “adventuque tuo” y lo une con lo que sigue.

Esta corrupción yo creo que viene de Marullus; pues su himno al sol contiene un pasaje que evidentemente proviene de Lucrecio: “cum primum tepidi sub tempora verna favonio / aura suum terris genitales exuscitat auctum: / adventuque dei gemmantia prata colorat: / at pecudum genus omne viget, genus omne virorum / perculsi teneras anni dulcedine mentes”.

Yo puedo mostrar otros casos en que Marullus corrompió el Lucrecio, [p. 9] donde no siguió a Avancius o Candidus: VI, 650-652 están bastante correctamente dados por Avancius, y en su erudito prefacio él dice respecto al v. 652 “nec tota pars”: “totus, la primera sílaba es breve, porque está referida a quoti”. Crinitus, l.c., XV, 4, cita 650-651 correctamente, y agrega: “en este asunto nos apoya la autoridad de los gramáticos, ya que correctamente se dice centesimus y millesimus; partem multesimam -dice Nonnius- fue puesta novedosamente por Lucrecio en lugar de minima, y para que nadie quizás un poco incauto o audaz se aparte de los antiguos, los he anotado y también por este motivo: pues en nuestro tiempo Marullus Bizantius, varón en otros aspectos diligente, intentó borrar éstas y substituirlas por otras de su ingenio; las cuales han sido recibidas por sus seguidores como completamente verdaderas”. Candidus ofrece estos dos versos correctamente y dice en una nota al final de la Juntina: “pasaje citado por Nonnius”: obviamente él ha cogido esto de Critinus, quien en el mismo capítulo correctamente cita e ilustra I, 640 “quamde gravis”, que los manuscritos y ediciones italianos habían corrompido: también Candidus toma esto de él; pues Marullus ha leído “quam gravior Graios inter” como hace Pius en sus notas y Gryphius de Lyon. De nuevo en VI, 332 Avancius ofrece correctamente “per rara viarum”; Candidus siguiendo equivocadamente a Marullus lee “per operta”: véase la nota respectiva. Pero podrían citarse cincuenta ejemplos como este último.

Candidus también ha perdido algunas de las mejores conjeturas de Marullus: véase por ejemplo en Notas I la nota a I, 1013 donde he tomado del margen de uno de los manuscritos florentinos quizás el más brillante ejemplo de su perspicacia crítica. Entonces, a menos que me equivoque gravemente, he demostrado en mis notas que Hubertus Gifanius32 al preparar su edición tenía ante él una copia de la edición de Venecia de 1495, cedido a él por el ferviente erudito Iohannes Sambucus,33 tal como él testifica tanto en su prefacio a Sambucus como en su saludo al lector. En el primero él dice: “un ejemplar del Lucrecio nos entregaste, uno en verdad no estropeado por la pluma, sino antiguo pero idóneo, para que hiciese la vez de un óptimo manuscrito, pues en éste vi los orígenes de casi todos los errores, que en gran parte fueron engendrados primero por Michael Marullus, del cual eran las alteraciones inscritas allí, y luego los florentinos admitieron etc.” En el saludo él habla del “libro de Sambucus que, anotado por la mano del mismo Marullus, aquel varón eminente proporcionó a un alto precio”. Entonces yo no puedo entender porqué Lachmann p.6 escribiría “en verdad no puedo creer fácilmente a Gifanius cuando escribió que estuviese anotado por la mano del mismo Marullus aquel ejemplar impreso que él recibió de Iohannes Sambucus para utilizarlo”. Gifanius era un deshonesto plagiario, pero al mismo tiempo un hombre muy astuto. ¿Por qué él diría una falsedad gratuita que Sambucus hubiese detectado inmediatamente? Él estaba escribiendo solo dos generaciones después de la muerte de Marullus; e incluso si Sambucus pagó de su bolsillo por algo que no era un escrito de la misma mano de Marullus, por lo menos era una copia genuina de sus anotaciones. Pero las Notas I proveen abundante prueba de lo que yo digo: véase por ejemplo aquéllas a I,806, II,9, V,44 y especialmente III,944: y yo podría dar otros cincuenta ejemplos si fuese necesario.

Se evidencia entonces que Avancius cogió de Marullus mucho de lo que la Juntina no registra, [p. 10] y por otro lado que Candidus tomó de Avancius, sin citar la fuente, mucho de lo cual Lachmann y otros asignan a Marullus. Candidus, como ya he dicho antes, formó su texto a partir de una copia de la primera Aldina: al hacer esto él debe haber tenido ante sí otra edición con el manuscrito anotado de Marullus, quizás aquél mismo ejemplar que nos dice fue hallado junto a él a su muerte.

Ahora bien, si todo lo que es común a la primera Aldina y a la Juntina proviene de Marullus, tal como sostiene Lachmann, seguramente Candidus debería haberse impresionado con las coincidencias, y lo hubiese hecho constar contra Avancius, el editor de la casa editorial rival. Incluso Avancius tomó prestado mucho, muchísimo de Marullus, especialmente en el caso de los versos interpolados hechos por este último. ¿Cómo se tiene que explicar esto? Evidentemente incluso antes de su muerte, los trabajos de Marullus sobre Lucrecio fueron conocidos; y probablemente hubo más de una copia de ellos, unos no siempre concordantes con otros. Al respecto comparar las Notas I a I, 551-628, donde Candidus hace algunas erróneas transposiciones de versos, apoyándose en la autoridad de Marullus, dice en su nota al final; pero el erudito anotador de uno de los manuscritos laurencianos afirma que algunos ponen los v. 551-564 después del v. 576, y añade “sin embargo apenas parece estar referido o en algún modo legado por Marullus”. Este anotador, Avancius, Pius, Candidus y Gifanius difícilmente pueden haber tenido todos la misma copia: quizás todas eran diferentes. Entonces Avancius podría haber obtenido sus notas de la misma copia del manuscrito de Venecia sobre el cual aquél formó su texto: difícilmente él podría haber sabido a quién pertenecían; y podría haberlas considerado como propiedad pública que él podía usar sin citar la fuente, de acuerdo con la práctica de aquella época; pues ni Pius ni Candidus reconocen a su vez lo que ellos cogen de Avancius; ni Naugerius el editor de la Aldina 2 dice una sílaba de Candidus cuya edición copió con pocas variaciones.

Pero Lachmann en III, 98 cita, como prueba de su acusación que Avancius era un plagiario deshonesto, tres versos interpolados que dudosamente fueron compuestos por Marullus y estaban puestos corruptos en la Aldina 1. En Notas I, en III, 98 he intentado mostrar a partir de Gifanius que Marullus probablemente escribió putarit, y que Avancius creyó leer lo mismo: Avancius probablemente era un buen erudito latino como Marullus, quizás menos versado en Lucrecio. En la línea insertada después de IV, 102 multae en lugar de multas podría ser un error del impresor o un descuido de Avancius. En el insertado después de IV, 532 puede haber pocas dudas que él haya escrito a propósito suis, imaginando que oris era un plural. La corrección de los textos entonces estaba en su infancia, y Avancius tenía una tarea tan penosa ante él en dar sentido a la monstruosamente corrupta edición de Venecia, que honestamente mucho se le debe de perdonar: nosotros no podemos decir cuáles eran las relaciones exactas entre él, Aldus y sus impresores. Al final de su Catulo, publicado dos años más tarde, él había aprovechado la ocasión para ofrecernos cuatro páginas de crítica lucreciana, en las que propuso varias excelentes alteraciones de su texto original, aunque yo no encuentro que ningún editor antes de mí [p.11] se haya dado cuenta que son muy importantes para su reputación: véase Notas I a II, 422 y muchos otros pasajes.

Entonces la conclusión que yo extraigo de todo esto es que tanto Avancius como Marullus hicieron mucho por Lucrecio, Marullus sin duda más que Avancius; mucho que es peculiar a la Juntina no proviene de Marullus, y mucho de lo que Marullus hizo, no está en la Juntina. Entre los dos mejoraron ampliamente un texto gravemente corrupto; y aunque ellos introdujeron muchos errores, nosotros debemos en simple justicia tomar en consideración sólo lo que es bueno. En mis notas por razones obvias, cuando la Aldina 1 y la Juntina concuerdan en la lectura, yo menciono ambas; cuando una lectura es peculiar a la Aldina 1, yo la asigno a Avancius por su nombre; cuando aparece en la Juntina, yo digo Juntina, aunque siempre debe inferirse que las mejores lecturas se deben muy probablemente a Marullus. Asignar a él todas ellas por igual sería a menudo hacerle menos, a veces más, que justicia.

[9. La contribución de Pontanus y Marullus a la luz de las notas de Victorius]

[Sin embargo en mi segunda edición fui capaz de arrojar nueva luz sobre la historia y la crítica textual del Lucrecio por medio de las fidedignas correcciones de Pontanus y Marullus, todavía existentes entre los libros y manuscritos de Petrus Victorius34 que han formado durante siglos una valiosa parte de la biblioteca de Munich. Yo los examiné y copié el verano de 1865, habiendo sido llamada mi atención hacia ellos por un programa del Prof. Sauppe de la universidad de Göttingen. El erudito escritor nos informó que había examinado los manuscritos de Munich de Lucrecio y que se hallaban corregidos por todas partes por algunos eruditos italianos. Donde Candidus el editor de la Juntina menciona en sus notas una lectura de Marullus, esta lectura invariablemente aparece entre estas correcciones. A partir de ésta y otras indicaciones él ha concluido, y la conclusión parece muy razonable, que éstas fueron las auténticas correcciones de Marullus que Candidus usó para su edición. Prof. Sauppe plantea una probable explicación: que la estrecha conexión de Victorius con las Juntinas se explicaría fácilmente su posesión de un manuscrito que se ha asociado a ese grupo.

En Munich gracias a la cortesía del bibliotecario tuve a total disposición los siguientes importantes documentos: 1. El manuscrito antes mencionado; 2. Una copia de la edición de Venecia de 1495 con correcciones de Pontanus con la caligrafía de Victorius el cual las describe como “emendationes ex Pontani codice testantis ipsum ingenio eas exprompsisse”; 3. Otra copia de la misma edición también corregida completamente por la mano de Victorius que dice al final “contuli cum duobus codicis, altero Iovani Pontani, altero vero Marulli poetae Bizantii, impressis quidem, sed ab ipsis non incuriose, ut patet, emendatis, quos commodum accepi ab Andrea Cambano patritio Florentino MDXX Idibus Martiis. Petrus Victorius”.

Yo no sé cuál era la edición impresa de la cual él copió esta correcciones de Marullus: muy probablemente fue esta misma edición de Venecia la cual debe haber tenido una amplia circulación y era la auténtica edición que contenía las notas de Marullus [p. 12] de las cuales hizo uso Gifanius, tal como ya se ha dicho. Victorius dice de grando en v. 1192 “glando in Pont. libro”: ahora bien ya que no sólo la edición de Venecia, sino también la de Verona y la Aldina primera tienen grando, y también la Bresciana tal como me informé del bibliotecario de Earl Spencer, por lo tanto Pontanus debe haber usado alguna edición impresa que ahora desconocemos. La molestia que un erudito tan eminente como Victorius se tomó en copiar dos veces las correcciones de Pontanus y una vez las de Marullus probarían la alta estima que tenía hacia aquellos dos estudiosos cuando él era un joven de veinte años. Ya que él también completó una copia de la Juntina con largos pasajes paralelos del griego, él debe haber considerado en determinado momento realizar una edición elaborada del poeta y tiene que ser agregado a la larga lista de estudiosos en quienes eso quedó en un proyecto inacabado.

Entonces tenemos una copia fidedigna de lo que el mismo Pontanus afirmó que eran sus propias correcciones originales; y ya que ellas son repetidas cuidadosamente por Victorius en su segunda copia, si las substraemos tenemos en lo que resta la verdaderas correcciones de Marullus. Ahora bien, éste último con unas pocas variaciones, que fácilmente se explican como reflexiones tempranas o de otros modos, reaparece completo entre las alteraciones del manuscrito de Munich, que sin embargo son mucho más numerosos.

Cuando consideramos todo esto, y recordamos que en todas los lugares donde Candidus menciona en sus notas el nombre de Marullus, las lecturas que él le asigna se hallan aquí; que él nos dice en su prefacio que su texto está basado principalmente en las revisiones de Pontanus y Marullus, especialmente el último; que, tal como la presente edición demostrará, las numerosas lecturas que primero aparecen en la Juntina, buenas, malas o indiferentes, donde no se cogen de las que nosotros ahora sabemos que son las de Pontanus, casi siempre coinciden con las correcciones de este manuscrito; y finalmente que Candidus no raramente ofrece una nueva lectura peculiar a éste de entre todos los manuscritos que conozco, como en su nota a V, 826 donde él menciona pariendo como una variación, entonces podemos honestamente concluir que Candidus al preparar su texto usó este manuscrito corregido, y que el corrector fue Marullus. Sería natural concluir también que éste es su misma copia corregida por su propia mano; y en general yo no dudo que esto sea así. Sin embargo ellos no pudieron ser escritos todos al mismo tiempo, ya que la tinta es diferente en diversos lugares; y ya que muchas de las correcciones coinciden con las de Pontanus, no parece improbable que el manuscrito estuviese en su posesión antes que cayese en manos de Marullus. Ya que las caligrafías italianas de esa época se parecen mucho entre sí, al menos a nuestros ojos, la escritura del pupilo no habría diferido mucho de la del maestro.

Aunque eso pueda ser así, nosotros debemos concluir que las correcciones comunes a ambos pertenecen a Pontanus, ya que fue el más antiguo y hemos visto antes que él las reivindicó como propias, y el discípulo naturalmente las tomaría prestadas de su maestro. Las correcciones de Pontanus, valiosas como muchas de ellas lo son, [p. 13] tienen la apariencia de ser más tempranas y más rudimentarias que las del otro: no pocas veces él parece que está buscando algo y dice “fragmentum”, donde aquél suministra un verso completo con más o menos éxito. Entonces el discípulo completó lo que el maestro comenzó; y las correcciones de Lucrecio enlazan sus nombres no menos honorablemente que los versos que hemos citado de Ariosto. Sobre toda esta nueva información ha crecido mi estima hacia ambos, especialmente hacia Marullus. Su esfuerzo es tan sobresaliente como su sagacidad: con evidente cuidado él ha hecho colaciones de manuscritos y ediciones y reunido materiales de todas las fuentes accesibles. A lo largo del poema los muchos versos omitidos en el manuscrito de Munich son suministrados con infalible diligencia. Evidentemente él estuvo familiarizado con varios de los existentes manuscritos florentinos; entre otros aquél de Nìccoli, yo creo, así como el de su enemigo Politianus, y el Flor. 31, cuyas lecturas Lachmann extrañamente asigna al notario Antonius Marii.35 Por encima de todos él debe ser colocado como un corrector de Lucrecio, inmediatamente después de Lambinus y Lachmann, o incluso en el mismo rango, si tomamos en cuenta las circunstancias de su época y la imperfección de sus materiales; y Pontanus quizás podría ir detrás de él. Lambinus, así como Avancius y Naugerius editor de la segunda Aldina, debe haber tenido acceso a alguna copia de las correcciones de Pontanus.

Lo que yo dije en mi primera edición con materiales mucho más imperfectos de los cuales sacar conclusiones, yo ahora lo confirmo en los puntos esenciales. Hubo en circulación diferentes copias de las correcciones de Marullus; Gifanius tuvo acceso a uno de ellas: véase Notas I a I, 274; IV, 1005, así como II, 16, 125, 465; III, 994; V, 201, 1151; VI, 25: lo que infiero de sus propios poemas proviene de II, 719 y 749 y algunos otros pasajes. La afirmación de Crinitus citada antes que Marullus había corrompido VI, 651-652 está completamente confirmada aquí: Marullus en lugar del correcto multesima muy torpemente propone multa extima; y en lugar de tota lee sit : Candidus adoptó la última. En otros casos su juicio más maduro tal como se ve en el manuscrito de Munich indudablemente difiere de sus primeras nociones. Alguién que estudió Lucrecio tanto tiempo y tan provechosamente no puede evitar cambiar su opinión en reflexiones posteriores y con nuevas fuentes de información. Candidus de ningún modo sigue la ortografía de Pontanus o Marullus, la cual se formó tal como demuestro en mi primera edición principalmente sobre Avancius. En muchos casos aquéllos podrían haberle enseñado mejor; para evitar por ejemplo adornos como sus amneis virenteis. Sin embargo correctamente evita barbarismos tales como hymbres y sylva de Marullus. A partir de succus, littus, arctus, etc, que este último introdujo, podríamos inferir que él y Pontanus han participado en introducir tales corrupciones en el uso común.

La cuidadosa colación que yo he hecho en esta edición de las correcciones de Pontanus y Marullus demostrarán su importancia, y se verá cuán precipitado [p. 14] e infundado es el comportamiento de Lachmann al asignar todo lo que es nuevo en la Juntina a Marullus: incluso en los muchos casos en los que él y yo estamos de acuerdo, se debe recordar que él habla sin autoridad, mientras que yo poseo el testimonio del mismo Marullus].

[10. El gran aporte de Lambinus]

La Juntina cierra la primera gran época de mejora del texto de Lucrecio: la segunda Aldina editada por el bien conocido erudito Andreas Naugerius y fechada “mense ianuario MDXV” es en gran parte una simple reimpresión de aquélla sin embargo sin una palabra de reconocimiento según la costumbre de la época. Los cambios no son pocos, la mayoría para bien, pero no siempre: dos ejemplos se dan arriba de la primera página, la primera una grave corrupción, la otra un acertado rechazo de una interpolación. Para los siguientes cincuenta años la Aldina 2 parece haber sido la edición modelo. Gryphius de Lyon publicó varios textos, tres de los cuales yo tengo ante mí: ellos generalmente siguen a Naugerius, pero no siempre, a menudo recurriendo a Avancius. Aquellas de los años 1534 y 1540 tienen muchas lecturas marginales, la mayoría de ellas tomadas de Avancius o las notas de Pius, unas pocas provenientes de fuentes que desconosco: véase Notas I a I, 977 officiatque. Pero incluso estas dos ediciones no siempre coinciden entre sí.

Sin embargo poco se progresó sobre la Juntina antes de Dionysius Lambinus.36 Él data su saludo a Carlos IX el 1 de noviembre de 1563 y más tarde habla de su primera edición como publicada en ese año; aunque la primera página de mi copia tiene 1564. Lambinus estaba entre los más ilustres de los grandes eruditos latinos que estudiaron y enseñaron en París en el siglo XVI. Su conocimiento de Cicerón y los más antiguos poetas latinos así como los poetas de la era de Augusto nunca ha sido sobrepasado y raramente igualado.

Cualquiera que dude si las más finas cuestiones críticas y gramáticas pueden ser expresadas en latín ciceroniano sin esfuerzo ni afectación que estudie los comentarios de Lambinus. Con toda razón dice Scaliger de él: “hablaba y escribía perfectamente en latín e italiano”: su claridad y orden son asombrosos.Él nos dice que usó cinco manuscritos: cuatro de ellos parecen haber sido manuscritos italianos del s. XV, el quinto, del cual él usó una colación hecha por Adrianus Turnebus y que él llama el Bertiniano, fue el mismo que el Leyden cuarto. En su prefacio y a lo largo de la obra él reconoce su deuda con Turnebus y Johannes Auratus. Su Lucrecio es quizás la más grande de sus obras: allí había más por hacer, y entonces él hizo más. Además él tenía una peculiar admiración por su autor, del cual en el prefacio de su tercera edición dice: “de todos los poetas latinos que hoy subsisten y que hasta nuestro tiempo llegaron Lucrecio es el más elegante y puro, el más importante y bello”. Aunque su alarde que él ha restaurado el texto en 800 lugares va más allá de la verdad, sin embargo la superioridad de su texto sobre todos los textos precedentes apenas puede ser exagerado, pues la agilidad de su intelecto unido con su exquisito conocimiento del lenguaje le dio gran poder [p. 15] en el campo de las conjeturas, y por casi tres siglos el suyo permaneció como el texto estándar.

Lachmann dice que él hizo mucho menos que Marullus. Pero lo más que puede haber de verdad en esto, es simplemente decir que uno vivió antes que el otro: nueve décimas de lo que Marullus hizo, Lambinus podría haberlo hecho currente calamo; pero yo dudo si Marullus podría haber conseguido una décima de lo que Lambinus hizo exitosamente. Lachmann le acusa de una extraña ligereza y precipitación. Pero se debe recordar que en una breve vida él concluyó una asombrosa cantidad de trabajo considerando las carencias de su época. Él dedicó solo dos años y medio a su brillante edición de la obra completa de Cicerón; y probablemente no gastó muchos más meses en su Lucrecio que los años que gastó Lachmann. Y no era posible en aquella época, ni siquiera para un Lambinus, captar la verdadera relación de los manuscritos de Lucrecio entre sí. Sin embargo su copioso, explicativo e ilustrativo comentario es digno de elogios sin reserva y ha permanecido oculto hasta el día de hoy el tan original almacén, del cual han tomado prestado todos los que han hecho algo de valor por la clarificación de su autor. Scaliger dice “Lambinus tuvo muy pocos libros”: si es así, él hizo buen uso de ellos, ya que su lectura es tan vasta como cuidadosa, y su resultado fue un estilo de insuperable claridad y belleza. Sus notas respetan el medio entre demasiado y poco: él mismo las llama breves, mientras sus desagradecidos compatriotas, pensando quizás más en su Horacio que en Lucrecio, han hecho de lambin y lambiner términos clásicos para expresar algo que es difuso y tedioso. Una segunda y mucho más pequeña edición fue publicada en 1565 con solo unas pocas páginas de notas, pero con muchas variaciones del primero.

[11. El plagio de Gifanius]

Apenas podía haber salido esta primera edición de la imprenta, cuando el bien conocido erudito y jurisconsulto Hubertus Gifanius37 de Buren comenzó con una sistemática e inescrupulosa astucia a saquearla y usarla para sus propios propósitos. Su Lucrecio fue impreso por Plantin de Antwep en 1566 tal como constaba al final, aunque de las dos copias ante mí la primera página de una aparece 1566, la otra 1565, que es la fecha de su propio saludo a Sambucus y de los dos privilegia al final; puesto que el marzo de 1564 del primero debe ser según el cómputo anthubertus gifaniusiguo, entonces es posterior que el febrero de 1565 del segundo. Él no ofrecía nada nuevo a su obra, excepto el manuscrito de notas de Marullus en la antigua edición de Venecia de la cual se ha hablado exhaustivamente anteriormente; puesto que las correcciones e interpretación de Antonius Goldingamus, homo Anglus, que él menciona en su prefacio y los veteres libri y otros semejantes que se encuentran a lo largo de su libro son meras pantallas para ocultar sus robos a Lambinus. El modo en que él consigue a la vez dar elogios vacíos a este erudito y atenuar sus méritos y colocarle como un comentador de Lucrecio al mismo nivel que otros estudiosos, Turnebus por ejemplo, es una maravilla de astucia. En el prefacio a su tercera edición Lambinus establece la verdad con gran concisión: [p. 16] “casi todo lo que en aquel Lucrecio es correcto, es mío; sin embargo aquél o las pasa en silencio o las alaba mezquinamente o se las atribuye impúdicamente”. Tan grande fue la habilidad con la que todo esto fue hecho que Gifanius engañó a muchos y lo consideraron un digno rival de Lambinus.

Contrariamente a lo que muchos creen, aquella época prefería las notas breves; y las suyas eran breves, las del otro copiosas. Incluso el gran crítico de esa generación Joseph Scaliger, que conocía bien el carácter de Gifanius y le acusó de haberle engañado burdamente, dice “Gifanius, era docto, su Lucrecio es muy bueno”. Sin embargo Lambinus sabía la verdad y su cólera fue tan notable como la provocación. En 1570 él publicó una tercera edición muy mejorada y aumentada; sin embargo gran parte del material adicional consistía en invectivas conthubertus gifaniusra el agresor. En un largo prefacio de gran fuerza y belleza de estilo él expone sus errores. Allí y a lo largo de su comentario toda la lengua latina, rica en este departamento, es registrada en busca de términos de desprecio e injuria. Los mismos cargos son repetidos en un millar de diferentes formas con curiosa abundancia y variedad de expresión. Gifanius con lógica astucia no intentó una réplica pública a todo esto.

Muchos años más tarde, cuando hacía mucho que Lambinus había muerto, se publicó una nueva edición del libro de aquél en Leyden el año 1595, en el cual se hicieron muchas adiciones a las breves notas, pero no se decía ni una sola palabra de las acusaciones hechas por Lambinus contra él. Fue recompensado por su reticencia y durante un siglo o más la opinión estuvo dividida si él o Lambinus hicieron más por Lucrecio. En privado él se carteaba con el ulceroso y desgraciado Muretus: los dos intercambian triviales acusaciones de deshonestidad contra el crítico muerto, el cual fue un erudito demasiado genuino como para ser capaz de ser un plagiario. Lachmann tan severo con Avancius nada tiene que decir de este caso mucho más flagrante: “no he investigado quién o con que derecho” él observa “haya dicho que o plagió Lambinus o plagiaron otros”. A Gifanius no le correspondía en absoluto editar un poeta: él no tenía gusto poético y era burdamente ignorante de métrica.

[12. Años de estancamiento en la reconstrucción del texto]

Durante un siglo después de Lambinus nada se hizo por Lucrecio: las ediciones comunes seguían o la de Lambinus o la de Gifanius. En 1658 el singular trabajo de Gassendi38 fue hecho público. Profundamente versado en las obras de los Padres y la filosofía de todas las épocas anteriores a los últimos descubrimientos de Descartes él se consagró con el celo de un discípulo a los dogmas de Epicuro. Los dos primeros de sus colosales libros estan dedicados a esta filosofía, y una gran parte de ellos a la exposición de Lucrecio. Muchas cosas curiosas podrían reunirse de entre ellas y yo las he examinado con atención; pero la verdad es que no he encontrado mucho para mi propósito en ellas. El autor estaba completamente desprovisto de facultad crítica, y todo lo que es de valor en él en este tópico es prestado de Lambinus, así como los más útiles de sus ejemplos: sus correcciones del texto sin excepción carecen de valor.

En el siglo XVII varios distinguidos eruditos, Salmasius,39 J. F. Gronovius,40 [p. 17] Nicolas Heinsius,41 Isaac Vossius,42 volvieron su atención hacia Lucrecio; pero sus trabajos fueron poco sistemáticos. De los manuscritos anotados por los dos últimos que están en mi posesión yo hablaré más adelante.

En 1662 Tanaquillus Faber o Tanneguy Lefebvre43 publicó en Saumur un texto de Lucrecio seguido por emendationes y notulae. Él era un hombre inteligente pero vanidoso, el cual parecía pensar que esa tarea más bien le era indigna; sin embargo tuvo cuidado en informar a su lector que gastó poco tiempo y esfuerzo en ello, y que solo tuvo a Lambinus y Gifanius ante sí, aunque no debía nada a ninguno. La verdad es que sin Lambinus no hubiese avanzado ni un paso: un hombre inteligente como es él, proporciona una buena prueba de cuán gravemente se había deteriorado la enseñanza del latín en Francia durante el siglo entre él y Lambinus. De Pareus, Nardius y Fayus no se necesita decir nada.

Si Bentley44 en 1689 o 1690 hubiese tenido éxito en sus esfuerzos por obtener la famosa biblioteca de Isaac Vossius para la biblioteca Bodleian,45 él podría haber anticipado en siglo y medio lo que Lachmann hizo, pues él estuvo este tiempo trabajando duro en Lucrecio, si él hubiese tenido alguna vez en sus manos los dos manuscritos ahora en Leyden, de un vistazo él hubiese visto su importancia y difícilmente hubiese fracasado en completar la edición que estaba meditando. El gran conocimiento del sistema de Epicuro que él demostró dos años más tarde en sus Boyle Lectures 46y su entusiasmo por los recientemente publicados Principia de Newton le hubiesen ayudado al exponer los principios del poeta.

Sin embargo esto no ocurrió; pero sus notas marginales publicadas en la edición de Glasgow de Wakefield prueban lo que hubiese hecho de haber seguido con su proyecto. No tengo dudas que Lucrecio se le hubiese dado mejor que Horacio y le hubiese ofrecido un campo más apto para el ejercicio de su iluminación crítica.

En 1695 salió de la Oxford Press un Lucrecio editado no por Bentley, sino por Thomas Creech,47 profesor de All Souls, un hombre sensato y de buen gusto, pero a juzgar por su libro de temperamento algo arrogante y desdeñoso. El texto es casi siempre una reproducción de una u otra de las ediciones de Lambinus: una tarea que en su prefacio parece considerarla indigna de él. En la mayoría de casos sus notas son meras abreviaciones de aquellas de Lambinus o copiadas de Faber, y sus ejemplos usualmente son prestados del primero. Todo esto lo hace como si fuese algo normal, sin pensar si es necesario reconocer o ocultar sus obligaciones. Su Interpretatio es propia: cuánto pueda ser de ayuda a un estudiante dependerá de lo que busque en él. Sin embargo su Lucrecio, debido a su claridad y brevedad de sus notas, ha continuado a ser popular desde entonces hasta el presente.

[13. Havercamp: la ocasión desperdiciada]

El ilustre librero londinense Jacob Tonson48 publicó en 1712 un texto finamente impreso con varias lecturas al final recogidas de diferentes partes con una gran cantidad de problemas, algunos de valor, la mayoría bastante insignificantes. Yo principalmente menciono esto a cuenta de lo que sigue. En 1725 Sigebert Havercamp49 profesor en Leyden publicó su edición [p. 18] de Variorum en dos colosales volúmenes. Aunque su reputación nunca ha sido grande, mis lectores quizás difícilmente estarán preparados para lo que voy a decir.

Como profesor en Leyden él tuvo a su total disposición los dos manuscritos Vossian,50 la base principal de un texto genuino: ¿cómo usó esta ventaja? ¿en qué afirmación hace uso de ella? La característica principal de su edición es un vasto y engorroso apparatus de varias lecturas derivadas de casi treintaiun fuentes declaradamente distintas. Veintidos de esas treintaiuno son simplemente las diferentes lecturas de la edición de Londres apenas mencionada, la cual Havercamp ha cogido y volcado en la suya sin cambiar la notación. La mayoría de ella son de naturaleza trivial, tomadas de ediciones sin valor que reimprimen o neciamente se apartan de aquellas de Giunta, Aldus, Lambinus o Gifanius, tales como esa de Pareus Gryphius, Fayus, Nardius y la traducción francesa del Barón de Coutures: parece que ofrece completamente las autoridades más indignas.También hay algunas colaciones de los manuscritos de Vossius y del manuscrito de la Biblioteca Bodleian lo cual hizo creer al librero londinense que iban juntos. Las nueve restantes autoridades son éstas: una edición de Basilea de 1531, sus lecturas marginales, una colación de la edición de Verona de 1486, también anotaciones al margen de tres manuscritos desconocidos, una segunda colación del Bodleian, y finalmente los dos importantísimos manuscritos de Leyden. Las dos últimas son las únicas autoridades que ha hecho la colación él mismo. ¿Cómo ha realizado esta tarea? Él no ha anotado ni una lectura de seis; las más importantes variaciones generalmente las omite; y las lecturas que da son más a menudo erróneas que correctas. Lo que ha tomado prestado de otros y lanza revuelto en su edición es en gran parte tan sin valor como los garabatos de un colegial. Es tan increíblemente negligente que las colaciones Vossian que toma prestado de Tonson son o deberían ser aquéllos de sus manuscritos de Leyden: véase Notas I a V, 471 para un ejemplo evidente de una falsa lectura que él servilmente copia de Tonson y atribuye a su Leyden cuarto. Y además el Bm de la edición de Londres y su propio X son uno y el mismo manuscrito Bodleian; de modo que tenemos este ridículo resultado: que los mismos manuscritos son citados uno junto al otro como autoridades independientes. Entonces sus diferentes lecturas no solamente son engorrosamente vacuos sino también son una trampa y una ilusión y han extraviado a quienes como Wakefield han confiado en él.

De este modo en sus manos los dos magníficos manuscritos de Leyden han sido menos que inútiles. Lo que él hizo por sí mismo está siempre peor hecho que aquello que cogió de otros, pobre como por lo general es: no ha hecho la colación de ninguna de las antiguas ediciones excepto la de Verona, y eso fue hecho para él, y mejor hecho que si lo hubiese hecho él mismo. Sus notas explicativas no son mucho mejor: él ha acumulado en una masa cruda todas las de sus editores principales; pero, excepto en el caso de Virgilio y Horacio y uno o dos más de los poetas más conocidos, índices de los cuales están en mano de cualquiera, él ni siquiera provee las referencias a las eruditas notas de Lambinus, el cual [p. 19] por las circunstancias de su época no podía proveerse; y además en un caso él ha dado las palabras de Lambinus como si fuesen de Cicerón. En sus dos abultados volúmenes no hay ni una semana de genuino trabajo más allá del que podían hacer tijeras y pegamento. Pocas veces un comportamiento ha estado tan por debajo de la profesión y de la ocasión.

[14. La negligente edición de Wakefield]

No hay nada en que detenernos entre Havercamp y Wakefield quien en 1796 y 1797 publicó sus tres volúmenes, rivalizando cada uno en tamaño. Pero la obra, si es tal, es propia y no una mera recopilación perezosa de otros.

Gilbert Wakefield51 poseía una cualidad de la que un crítico difícilmente puede ser dispensado: aquélla de descartar cualquier autoridad que no se apoye en una base real, y rehusar admitir que, porque una lectura ha aparecido edición tras edición por siglos, solo por esto podría reclamar validez. Entonces él plantea una nueva revisión que estaría basada solo en la autoridad de los manuscritos; pero ni su conocimiento ni su esfuerzo ni su habilidad ni su gusto eran suficientes para tal obra. Él afirma haber hecho la colación de cinco manuscritos ingleses, entre ellos nuestro Cambridge uno, y la mayoría de antiguas ediciones. Esta tarea la ejecutó con increible negligencia. Ya que tenía uso pleno del manuscrito Cambridge, uno se habría esperado que su colación de éste fuese hecha con algo de cuidado; pero no es nada fidedigna. A partir de esto así como de la evidencia de sus propias notas y la naturaleza del asunto yo infiero que no se puede confiar en sus otras colaciones. Incluso si su trabajo se hubiese hecho debidamente, hubiese sido de poca utilidad, pues no tenía ninguna noción de la verdadera relación de estos manuscritos antiguos entre sí. Él consideraba cada uno como una autoridad independiente y pensaba que no podía equivocarse si las palabras que colocaba en su texto se hallaban en alguna de ellas. Así él ha asumido de Havercamp las lecturas de los manuscritos de Leyden, y entonces no podía conseguir una verdadera visión de su naturaleza. Ya que él no tenía conocimiento ni del lenguaje ni de la filosofía de su autor intentó explicar cualquier palabra que colocaba en su texto en largas notas ampulosas de verborrea sin sentido. Su obra fue realizada con una extraña precipitación: cuando se ocupó de la primera parte, él nunca había leído las otras partes del poema; cuando llegó a ellos, había olvidado lo que había antes. Vanidoso enfermizo y totalmente inconsciente de la inmensa distancia entre Lambinus y él, atacó las más brillantes y certeras correcciones del erudito sin par con una jerga horrible y con insultos que eran demasiado fuertes incluso para sus propios errores.

De este modo por una fatalidad u otra, por caer en manos de un Gifanius, Havercamp, Wakefield en lugar de las de Salmasius, Gronovius, Heinsius, Bentley, la crítica de Lucrecio permaneció por siglos donde la había dejado Lambinus o incluso retrocedido. Y aunque Wakefield muestra ocasionales destellos de auténtico genio, y nuestras notas mostrarán que no pocas certeras correcciones se deben a él; sin embargo desde el primero [p. 20] al último de sus 1200 colosales páginas de a cuarto no hay una sola explicación de las palabras o la filosofía de su autor por la cual un estudiante pudiese agradecerle: tan irremediablemente descuidada e ilógica era su mente. Pero debido a la audacia con la que afirmaba sus pretensiones se le consideró incluso entre los estudiosos que había hecho algo grande por su autor: él recibió cartas de felicitación de Heyne y Jacobs, “hombrecillos modestos y que aborrecen toda sutileza del pensamiento”; y más de treinta años después Forbiger al preparar su compilación para uso del público general lo tomó como autoridad suprema. Incluso posterior a esto un gran erudito como Ph. Wagner52 a menudo apela a él en sus notas a Virgilio. Pero aunque tardaba en venir, el vengador llegaría.

[15. Contribución decisiva de Lachmann]

Ya en 1832 Madvig53 en un breve curso académico, después republicado entre sus opúsculos, expuso la futilidad del criticismo de Wakefield y dio algunos indicios de la dirección correcta a seguir. Estimulados por su ejemplo más de un estudioso continuó el ataque. La más importante contribución de esta clase fue hecha por Jacob Bernays54 en un artículo impreso en la Rheinisches Museum de 1847. Este hábil escrito hubiese producido un efecto más grande del que hizo, si no hubiese sido reemplazado por el más completo y sistemático trabajo de Karl Lachmann.55

Este ilustre estudioso, destacado en varios departamentos de filología sacra, clásica y teutónica, parece haber considerado la poesía latina como su feudo personal. Lucrecio, su obra más importante, fue la principal ocupación de los últimos cinco años de su vida, desde el otoño de 1845 a noviembre de 1850. Afortunadamente él tuvo durante varios meses a su entera disposición los dos manuscritos de Leyden. Su gran sagacidad, guiada y afilada por una larga y variada experiencia, vio de un vistazo sus mutuas relaciones y el original del que ellos habían derivado, y clarificó el modo arbitrario en que los textos comunes habían sido construidos. Su fervor crecía a medida que avanzaba, una verdad tras otra se le revelaba, de modo que al final obtuvo por sucesivos pasos una clara visión sobre la condición en la que el poema dejó las manos de su autor en los puntos más esenciales. Como muchos otros grandes estudiosos él parece haber consultado pocos libros o no comunes. Resuelto a enseñorearse de este tema él examinó los gramáticos y poetas y casi todos los escritores antiguos para ilustrar a Lucrecio por medio de ellos y a ellos por medio de Lucrecio, y la lengua latina por todos ellos. Él tuvo un poder casi inigualable para abarcar una materia en su más amplia extensión y completar los detalles más pequeños. Un rasgo de gran crítico original, que eminentemente poseía Lachmann, es éste: incluso cuando se equivoca, él pone en tus manos las mejores armas para refutarle, y extraviándose hace más fácil a otros encontrar el camino correcto. Otra prueba es ésta: cuando su influencia se extiende mucho más allá de la época del autor. Ahora bien, desde el Lucrecio de Lachmann difícilmente ha aparecido en Alemania un trabajo de mérito en cualquier rama de la literatura latina sin llevar en cada página el sello de su ejemplo. [p. 21] Cuando él sea mejor conocido en Inglaterra se seguirá el mismo resultado aquí. Aunque su estilo latino es muy vivamente claro y apropiado, de su intención de no malgastar palabras, así como de su peculiaridad mental, que sólo se preocupa de ser entendido por aquellos que él piensa importante que le comprendan, a menudo es oscuro y enigmático en una primera lectura. Cuando se lee dos veces todo el comentario, se hace más fácil dominarlo. Y una vez se entienden plenamente sus palabras no se olvidan pronto.

Su amor por la excelencia en todos los campos le incitó a hacer justicia a todos los estudiosos que habían hecho algo por su autor; mientras su honesto desdén y odio a la ignorancia fanfarrona y la indigna pereza lo empujó a denunciar a aquéllos que halló culpables de estos delitos. En un caso, el de Forbiger,56 esta severidad se convirtió en ferocidad: difícilmente ese estudioso pudo evitar la mayoría de sus errores, en las circunstancias en las que él estuvo colocado.

[16. Limitaciones de Lachmann]

El viejo Hermann57 nos advirtió que si estamos en desacuerdo con Lachmann, lo pensáramos dos veces, no sea que nosotros, no él, estemos equivocados. Sus defectos, sin embargo, no deben ser pasados por alto. Mientras la parte más esencial de su obra, la colación de los dos manuscritos de Leyden, ha sido realizado con admirable habilidad y tesón, él no ha sido muy afortunado en el uso de la evidencia secundaria, la de los manuscritos italianos y las ediciones más antiguas. Mucho ha aceptado como cierto sobre evidencia insuficiente, y mucho de lo que tenía antes de él no siempre lo ha usado cuidadosamente. Algunas pruebas de esto ya han sido dadas, otras más se verán más abajo. Pero hay un defecto todavía más serio: él pretende que su libro sea una revisión crítica del texto, y deja a otros la tarea de explicar e ilustrar el significado. Hasta aquí bien, pero puesto que el texto de un autor en las condiciones de aquel de Lucrecio no siempre puede ser correctamente construido sin un conocimiento suficiente de su sistema y su literatura, él no pocas veces ha tropezado extrañamente y corrompido gravemente las palabras del poeta: como ejemplo de esto véase I, 599-634, II, 522-529, 1010 s, V, 513-516. Su consumado conocimiento de la lengua latina así como del estilo de Lucrecio en particular le habilita a menudo a enmendar su autor con gran éxito. Ya que él también desea producir, donde es posible, un texto inteligible, muchas de sus correcciones debe haberlas considerado como meramente provisionales. Incluso sus más grandes admiradores deben admitir que él no ha corregido la “curiosa felicitas” de Madvig. Sin embargo él ha logrado una obra que será un hito para los estudiosos mientras la lengua latina continúe siendo estudiada, una obra perfidiae quod post nulla arguet aetas.58

Jacob Bernays en 1852 editó un texto de Lucrecio para la colección Teubner. Hay pocas dudas que arrastrado por la fuerza de su admiración por Lachmann él le siguió demasiado fielmente; pero no raramente difiere de aquél. Donde él retira la antigua lectura generalmente está en lo correcto; donde le abandona por una conjetura propia, a menudo es muy acertado. Si él hubiese preparado una edición más elaborada, [p. 22] pues parece que alguna vez pensó hacerla, no hay duda que Lucrecio le hubiese debido mucho.

El impulso dado por Lachmann al estudio de nuestro poeta ha provocado numerosos artículos insertados en las revistas filológicas alemanas o publicados independientemente. Algunas de más importancia, otras de menos: mis notas muestran donde yo he estado en deuda con ellos. Una publicación inglesa de eminente mérito, pero ya que critica no el texto del poema sino su temática y su belleza poética, debería ser mencionada en otro lugar.

[17. Revisión sistemática de los manuscritos]

Retornemos ahora a los manuscritos cuya historia hemos esbozado anteriormente.

Aunque yo examiné los dos manuscritos de Leyden por algunos días durante el otoño de 1849, lo que se dirá de ellos está tomado de Lachmann quien los tuvo en sus manos por seis meses y durante ese tiempo aplicó toda la fuerza de su penetrante y consumado intelecto para desenredar todas sus dificultades y obscuridades, Ambos, como ya se ha dicho, pertenecían a la magnífica colección de Isaac Vossius.

El más antiguo y mejor de los dos fue escrito en el siglo IX con una clara y hermosa letra: yo lo llamo A. Éste ha sido corregido por dos amanuenses por el mismo tiempo que los manuscritos fueron escritos, tal como Lachmann nos dice. Uno de ellos es de gran importancia: en los puntos más esenciales concuerda minuciosamente con el manuscrito de Nìccoli, el más antiguo de los manuscritos italianos; y entonces indudablemente ofrece la lectura del arquetipo. Se verá en las Notas I cuán a menudo yo hago valer más el testimonio conjunto de A y Nìccoli que todos los demás.

El otro manuscrito de Leyden que yo llamo B es de casi igual importancia: es de tamaño de quarto, escrito bien apretado en doble columna, aparentemente del siglo X. Es probable que éste y los manuscritos que a continuación se mencionarán fueron copiados a partir de una copia del arquetipo, no como A que fue copiado del arquetipo mismo. Cuatro porciones del poema están omitidos en sus lugares, pero vienen juntos al final en este orden, II, 757-806, V, 928-979, I, 734-785, II, 253-304.

Lachmann ha demostrado que cada una de estas secciones formaban una hoja entera del arquetipo perdido: 16, 29, 39, 115 son los números de esas hojas. Está claro que después que A fue copiado, estas hojas del arquetipo cayeron de su sitio y fueron puestas juntas sin orden al final, antes que B, o el original de B fuese copiado de él. Enseguida se dirá más sobre este punto. B ha tenido varios correctores, pero todos del s. XV; uno de ellos un brillante crítico para su época, al cual se deben muchas de las más finas correcciones en el poema, tal como se verá en las Notas I. Este manuscrito estuvo una vez en el gran monasterio de San Bertin, cerca de St. Omer. Turnebus lo estudió en París y su colación tal como vimos fue usada muy eficazmente por Lambinus: posteriormente cayó en posesión de Gerard John Vossius, el padre de Isaac.

Un largo fragmento de otro manuscrito muy parecido a B en todo, a doble columna, excepto en la forma pues no es a cuarto sino un folio pequeño, ahora se encuentra en Copenhagen: contiene el Libro I y II hasta el v. 456, omitiendo sin embargo las mismas secciones que B, es decir, I, 734-785 y II, 253-304, [p. 23] y sin duda por las mismas razones, pues fue copiado del mismo manuscrito del cual B fue tomado. Usualmente es conocido por el nombre de fragmento Gottorp por el lugar donde otrora estuvo. Yo tengo tres colaciones de éste, uno publicado por Henrichsen en 1846, otro con la letra de Nic. Heinsius, otro con la de Isaac Vossius. Antiguamente tuvo mucha reputación: lo cierto es que le semeja mucho, aunque está menos cuidadosamente escrito que B, y raramente es de mucha utilidad, excepto una o dos veces para confirmar A contra B.

Extrañamente existen en la biblioteca de Viena fragmentos de un manuscrito exactamente similar conteniendo largas porciones de los libros siguientes, es decir, desde II, 642 hasta III, 621 incluido, omitiendo sin embargo en los sitios adecuados II, 757-806 exactamente como hace B; luego de VI, 743 hasta el final; luego sigue, exactamente como en B, las cuatro porciones omitidas mencionadas antes, lo cual prueba que fue copiado del manuscrito del cual B fue tomado. Naturalmente se asumió que estos fragmentos vieneses pertenecían a un único y mismo manuscrito así como el Gottorp; pero el Dr. Ed. Goebel, del cual yo he tomado prestada la descripción de ellos, parece probar en el Rhenish Mus., n.s. XII, p. 449 ss, que las dos porciones ahora ligadas juntas son de diferentes tamaños y pertenecieron a diferentes manuscritos. Aunque esto pueda ser así, la primera parte parece ser el mismo manuscrito que el Gottorp, y la otra si no la misma, es exactamente la misma en carácter interno; y en cualquier caso proviene del mismo, lo cual es de muy poco valor. Entonces una más cuidadosa colación probablemente no valdría el esfuerzo.

Todos los otros manuscritos conocidos existentes fueron, como ya se ha dicho, copiados directa o indirectamente del manuscrito perdido de Poggio, el cual debe haberse semejado a A casi tan estrechamente como el Gottorp se parece a B. Los más importantes están entre los ocho preservados en Florencia en el Laurenciano, numerados 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32 de la sección XXXV. El 30 fue escrito por el mismo Niccolò Nìccoli, quien tuvo el manuscrito de Poggio mucho tiempo en su posesión: esto se nos dice en el erudito prefacio de Mehus a su vida de Traversarius, p. 1. Ya que él fue el primero en publicar muchas de las cartas manuscritas de Nìccoli, él debe haber conocido su escritura mejor que nadie. Hay varias correcciones de una mano mucho más tardía, pero Nìccoli mismo parece que en conjunto copió fielmente el manuscrito de Poggio, y no hizo muchos cambios. Por lo tanto su manuscrito, tal como se verá en Notas I, es de gran importancia para decidir entre A y B.

Es un infortunio que Lachmann no pudiese hacer uso de éste: yo le hice una cuidadosa colación el verano de 1851: la edición del antiguo Verona y la de Venecia tienen un texto muy parecido al de Nìccoli. El 31 sigue en importancia al 30, pero es de un carácter ampliamente diferente, teniendo un texto mucho más corregido que el de Nìccoli o incluso que el de Verona y Venecia. Está escrito con claridad y excelentemente preservado, y se parece mucho en el carácter general al manuscrito de nuestra biblioteca pública, el cual yo he tenido abierto ante mí todo el tiempo que estuve escribiendo las Notas I, y el cual está tan bien preservado y con tan clara escritura como el otro. El Cambridge destaca sobre el conjunto, aunque el último tiene muy buenas correcciones [p. 24] que no están en el otro. Entonces yo he utilizado estos dos como buenos ejemplos de manuscritos corregidos.

[18. Las anotaciones en los manuscritos]

De quién proviene las muchas y excelentes correcciones contenidas en estos manuscritos es bastante desconocido. Lachmann usó una colación no muy completa de Flor. 31, y a éste le atribuye las correcciones las cuales tiene en gran parte en común con el Cambridge y sin duda con otros manuscritos. Habiéndose afirmado por H. Keil, de quien Lachmann tomó la colación, que ésta fue escrita por Antonius Marii, hijo, él llena su comentario de principio a fin con el nombre de este ilustre notario florentino. Yo sólo puedo decir que lo he comparado con diez o más voluminosos manuscritos escritos en magnífico estilo y firmados por este hombre entre el año 1420 y 1451 todos muy parecidos entre sí; y ni en la apariencia general ni en la forma de cada letra ni en sus abreviaturas tienen ningún parecido a los manuscritos de Lucrecio. Por lo tanto yo he excluido el nombre de este amanuense de mis notas.

De los otros manuscritos florentinos el 29 debe ser resaltado por las anotaciones marginales de Angelus Politianus mencionado arriba y a menudo citado en mis Notas I: éste tiene esta nota “libro del convento de San Marcos de Florencia del Orden de los Predicadores”. El 32 tiene algunas eruditas notas marginales en el primer libro del cual yo he obtenido alguna información sobre Marullus.

A los seis manuscritos del Vaticano les hice una colación durante el otoño de 1849, pero no con mucho cuidado ni destreza; pero se verá de mis Notas I que me han sido de considerable ayuda: sus señas son como sigue: Vatic. 3275 y 3276, Urbin. 640, Othobon. 1136 y 1954 y Regin. 1706,59 al final de la primera página de ellas están las palabras “Nicolai Heinsii”.

Como una ayuda adicional he tenido la edición de 1595 de Gifanius con las notas manuscritas de Nicolás Heinsius, que recibí de H. G. Bohn hace varios años: se verá que he obtenido de allí algunas valiosas correcciones, pero no en las Adversaria de Heinsius,60 ni en ninguna otra parte hasta donde yo sé. También tiene una completa colación de A de principio a fin, de B en los primeros cuatro libros y del fragmento Gottorp.61 También contiene una completa colación del codex Modii,62 el cual Heinsius indica con s: él dice de éste “distintas lecturas se han extraído del texto editado en París el año 1565, el cual Franciscus Modius63 confrontó con su manuscrito, tal como él mismo atestigua al final del libro I diciendo: “collatus cum ms. meo 26 Junii 1579 Coloniae”: éste le fue prestado a Heinsius por Liraeus; Liraeus lo obtuvo de Gruter, Gruter de Nansius, Nansius del mismo Modius. Heinsius dice “el código de Modius no es el igual que el vossianus B, pues en la página 8 [I, 227] donde Modiano anota ad lumina, vossianus pone in”. Yo supongo que Heinsius habla de la pequeña segunda edición de Lambinus, pues fue el único que Modius usó: éste tiene como otros in lumina: si entonces el código de Modius es B, ni él ni Heinsius han cometido una grave equivocación. Yo me he dado cuenta de muchos otros casos, donde la s está puesta para distinguirla de B; pero en estos casos la segunda edición de Lambinus tiene la lectura que Heinsius da a s, [p. 25] de modo que Heinsius aquí habría sido extraviado por la negligencia de Modius. Entonces parecería que s y B son lo mismo: pero si son dos, entonces su concordancia es muy extraordinaria, más cercana que entre B y el fragmento Gottorp.

[19. Debate sobre el valor del Codex Victorianus]

También poseo una copia del Lucrecio de Faber64 con una pobre colación de A, B y el Gottorp, así como muchas otras notas y ejemplos con la escritura de Isaac Vossius. Havercamp tuvo una copia de las mismas notas pero las usó con su habitual negligencia. Notas I mostrará qué importante uso he hecho yo de ellas: ellas me han permitido despojarle de muchas de las más extravagantes plumas con la que él mismo se había cubierto por negligencia o mediocridad.

Spengel, Christ, Goebel65 y algunos otros han hecho en varias revistas y publicaciones mucho alboroto acerca de un Codex Victorianus,66 como ellos lo llaman, otrora perteneciente a P. Victorius,67 actualmente en la biblioteca de Munich, como si fuese un rival, o casi, de A y B. A partir de las lecturas citadas veo claramente que es un ordinario manuscrito italiano del siglo XV, ni mejor ni peor que otros veinte, muy parecido a las ediciones de Verona y Venecia y sin mayor valor.

[Tal como ya se ha dicho al lector, yo mismo examiné este manuscrito en Munich durante el verano de 1865 y puedo afirmar con toda seguridad que lo que dije es la verdad. Está muy interpolado: sus correcciones no son tan valiosas como las de Flor. 31 o de nuestro manuscrito Cambridge. He registrado algunas de sus lecturas en mis notas críticas bajo el término “Mon.”, y ocasionalmente me he referido a él como el “Codex Victorii”. Extraña que esos estudiosos se hayan tomado tantas molestias con sus lecturas y no hayan dicho una sola palabra acerca de las importantísimas correcciones de Marullus que contiene ese manuscrito.

Ese no es el caso del Prof. Sauppe68 en el escrito mencionado arriba; pero no puedo evitar citar de su primera página unas pocas líneas que leo con no poca sorpresa: “Unum addo, quod ab aliis nondum quod sciam animadversum coniecturam de Victoriani Codicis origene propositam valde confirmet. Post l. 3 enim v. 360 versus novem scripti sunt, quos delendos esse homo quidam doctissimus in margine monuit, qui versus 403-411 per errorem hic illatos esse vidisset. Ratione autem subducta inter v. 360 et 403 versus bis vicenos senos interpositos esse invenimus, ut facile intelligamus in singulis archetypi paginis versus vicenos senos scriptos fuisse eiusque inter scribendum cum unum vellet scriptorem victoriani duo folia vertisse. In archetypo vero oblongi C. Lachmannus ostendit p. 3, 49, 233, aliis locis eandem versuum rationem fuisse”.

Probablemente el erudito escritor ya ha descubierto que su aritmética está equivocada y que él ha contado 42 como 52; y así su teoría está completamente desbaratada. Pero no es por una bagatela como esa que he citado sus palabras. ¿Realmente pretende afirmar que el manuscrito de Munich no es como otros manuscritos del s. XV un descendiente de aquél llevado a Italia por Poggio? ¿Qué el arquetipo tanto tiempo perdido estaba preservado por alguna misteriosa intervención [p. 26] para el uso exclusivo del copista de ese codex? Yo me pregunto si él considera los laboriosos y sagaces cálculos, por los cuales Lachmann demostró el número de páginas en el arquetipo perdido y el número de versos en cada página, como un mero juguete con el cual entretenerse; y no más bien como una llave para descubrir muchos secretos de la crítica textual y no para ser entendido sin siquiera un ligero esfuerzo mental. Yo siento decirle que el número de líneas en el arquetipo entre III, 360 y 403 no es ni 52 ni 42, sino 44; es decir 42 versos del poema + dos cabeceras; y que ni III, 360 comienza una hoja ni III, 402 la termina, sino que III, 360 era la quinta línea de la página 108 del arquetipo, y III, 402 era la cuarta línea desde debajo de la página 109. Estudios posteriores quizás le hagan arrepentirse de haber expuesto el desafortunado parágrafo entre I, 503 y 634 a una nueva tortura, y le permita ver que en ninguna parte del poema ni el argumento ni el texto se hallan en un estado más sano.

Pero incluso mientras revisaba la segunda edición para la imprenta he encontrado en un reciente artículo por Th. Bergk,69 con el nombre de Ed. Heine70 en la portada, un nuevo intento por magnificar este tan maltratado código victoriano: en la p. xiv se dice que “solus iusto ordine exhibet libro IV locus antiquitus archetypi schedae paginis inversis perturbatum: nam post V, 298 Atque ea continuo sequuntur v. 323 Servet ... 347 Ac resilire, tum v. 299 Splendida ... 322 Quae sita sunt, denique v. 348 Quod contra. Hoc igitur insigne est virtutis documentum, atque possit aliquis inde colligere librum Poggianum ex archetypo descriptum esse, antequam illae paginae inversae sunt ...” ¿No es extraño que una afirmación tan categórica deba ser impresa, cuando en realidad este manuscrito tiene los versos precisamente en el mismo orden invertido, en el que aparecen en el Leyden y otros manuscritos conocidos? Y además el corrector (Marullus sin duda) acomodó las líneas desordenadas, antes de Politianus o no, exactamente como Candidus hizo en la Juntina, quien sin duda alguna adoptó su ordenamiento a partir de este manuscrito. ¡Y el principal propósito del mencionado artículo es demostrar que Marullus no fue el corrector de este código victoriano, y demostrarlo a partir de este pasaje!]

Se verá por los materiales que he reunido y acabo de describir que en casos muy importantes yo me he aproximado más de lo que se había hecho antes a las lecturas del manuscrito de Poggio el cual era un digno rival del Leyden dos.

[20. Reconstrucción del arquetipo]

Pero la larga experiencia y disciplinada agudeza de Lachmann le permitieron ir más allá de los manuscritos existentes y decirnos mucho del original perdido o arquetipo, tal como yo le llamo, de todos los manuscritos existentes. Notas I mostrará que muchas dificultades son aclaradas por este conocimiento. Entonces este arquetipo, aunque ni siquiera es seguro que A fue directamente copiado de él, fue escrito en finas letras capitales, como los manuscritos Medici de Virgilio; las palabras no estaban separadas, pero en el medio de los versos se colocaron puntos al final de las oraciones. Los antiguos manuscritos como regla mantienen con singular cuidado [p. 27] el mismo número de líneas en una página: el nuestro tiene 26 líneas en una página, exceptuando solo aquéllas que concluían un libro. Pero se debe recordar que había una cabecera o título al principio de cada sección; y cada una de estas cabeceras ocupaba una línea. Lachmann ofrece muchas pruebas que ese era el número.

Cuando este manuscrito fue copiado, estaba muy rasgado y mutilado. Se ha establecido anteriormente que cuatro porciones, omitidas en su puesto por B, iban juntas al final, y que cada una formaba una hoja del arquetipo las cuales habían caído de su sitio y puestas al final. Cada una de ellas solas o con sus cabeceras contaban con 52 líneas. Entonces volvemos a Notas I a IV, 299-347 (323-347; 299-322) donde esta inversión es explicada del mismo modo, por un accidente, o sea una hoja perdida que es colocada de modo equivocado: véase también Notas I para I, 1068-1075 y 1094-1101, donde la mutilación es explicada del mismo modo. Así obtenemos seis hitos seguros en diferentes partes del poema. Por tanto el arquetipo contaba con 300 páginas, o admitiendo, ya que parece ser un hecho indudable, que una hoja entera se perdió entre VI, 839 y 840, con 302 páginas; de las cuales la primera no estaba escrita, así como una hoja por alguna razón entre I, 785, la cual finaliza una de las hojas perdidas al final de B, y 1068 la cual, tal como mostraremos en Notas I, comienza una nueva hoja. La página 190, que seguía el final del libro IV, fue dejada en blanco. También podría anotar que la p.137 y la 191 contenían un índice de las cabeceras de los libros IV y V respectivamente, aunque los diferentes títulos también aparecen en sus sitios en aquellos libros, igual que en los otros que no han antepuesto tales índices. Habiendo hecho por mí mismo una lista de estas páginas según las reglas establecidas en varios lugares por Lachmann, yo las he hallado muy útiles; ya que en todo el libro el final de las líneas hacia la parte baja de varias páginas de la mano derecha han sido especialmente expuestas a la mutilación en el dañado arquetipo. También los versos omitidos en sus lugares apropiados tuvieron la tendencia en este manuscrito como en otros a ser colocados después al final de la página. Aparte los daños que habría recibido por accidente o mal uso, nuestro arquetipo en muchos aspectos debe haber estado escrito muy descuidadamente, aunque A y B prueban que retuvo muchos valiosos vestigios de gran antigüedad, especialmente en la ortografía de las palabras, y aunque podría haber habido pocas etapas entre éste y la época de su autor.

Hay un punto, la naturaleza de la interrupción después de IV, 126, respecto al cual no es fácil aceptar la teoría de Lachmann. Que allí hay una interrupción, es indiscutible y las cuestiones específicas conectadas con ella son examinadas detalladamente en Notas I a ese pasaje. Ya que la pérdida accidental de una hoja entera no concuerda con su sistema de páginas, él declara audazmente que veinticinco versos y una cabecera han desaparecido, es decir una sola página de nuestro arquetipo. Ahora bien, es bastante fácil, tal como hemos visto, explicar la pérdida accidental de una hoja, por lo cual cada subsiguiente copia necesariamente debe carecer del contenido de esa hoja; [p. 28] también es bastante fácil concebir algún manuscrito, A o B o de Poggio, pasando por alto una página entera por error. Pero es completamente imposible que diferentes copias, A, B y las de Poggio, ninguna de las cuales tal como Lachmann admite fue copiada de las otras, todas hayan pasado por alto una única página de su original; o que esta sola página fuese completamente ilegible, mientras que la que le precedía y la otra cara de la misma hoja estuviesen completamente ilesas. Entonces a mí me parece mucho más natural asumir que nuestro arquetipo o uno de sus predecesores accidentalmente omitió un incierto número de versos; o mejor dicho: que una hoja entera del arquetipo se ha perdido, igual que después de VI, 839. Entonces el sistema de paginación de Lachmann estaría en lo correcto en este aspecto: solo los libros IV y V tienen antepuesto un index capitum llenando una página: antes de este índice en el Libro V Lachmann ha demostrado que el arquetipo tenía una página en blanco. Asumamos ahora que una página fue igualmente dejada en blanco antes del índice del Libro IV y todo estará en orden.

Pero nosotros somos capaces de avanzar incluso más allá del arquetipo: en muchas partes del poema hay interpolaciones indudablemente manifiestas, las cuales deben haber sido insertadas por algún lector que deseaba en alguna época confirmar lo que dice y en otra época convencer de su inconsistencia, etc. Generalmente, no siempre, estos pasajes son repeticiones de pasajes genuinos; a veces ellos tienen varios versos a veces uno solo: I, 44- 49 y III, 806-818 son buenos e incontrovertibles ejemplos. Pero bastante se dice al respecto a lo largo de nuestras notas. Sin embargo Lachmann, todavía insatisfecho, no se ha detenido ni siquiera aquí, sino que se ha remontado a la misma época del poeta. Ningún lector atento se negará a admitir que él ha probado que no unos pocos pasajes, algunos de ellos entre los más hermosos del poema, han sido adiciones posteriores hechas por el mismo autor, adiciones que él no vivió para incorporarlas adecuadamente al resto de su obra. Ahí Lachmann se ha excedido, [p. 29] y a menos que me equivoque, he demostrado que en no pocas secciones, así marcadas por él, están adecuadamente conectadas con lo que precede y lo que sigue. Sin embargo es cierto que su teoría se aplica a II, 165-183, y más de un largo parágrafo de los libros IV, V y VI. Se ha demostrado suficientemente en las notas a estos pasajes que los más importantes de ellos tienen una conexión cercana en fondo y forma con los otros. Igual que Lachmann, yo los he marcado por []. A lo largo de todo el poema muchos versos y pasajes de cierta extensión son repetidos a propósito por el poeta, algunos de ellos una y otra vez. Es probable que él hubiese eliminado muchos de ellos, si hubiese vivido para revisar su obra: por ejemplo difícilmente puede haber tenido intención de mantener el exordium del libro IV.

Algunos lectores podrían sorprenderse por el número de versos que han sido traspuestos en el poema; pero ellos deberían recordar que cualquier texto antiguo que depende al final de un solo manuscrito está en un trance similar. Cuando un amanuense omitía accidentalmente un verso, para no arruinar la presentación de su libro, lo escribía inmediatamente después del siguiente verso, si descubría inmediatamente su error; si no, él lo omitía completamente, o lo agregaba en otro lugar, a menudo al final de una página; luego él pondría un a, b, para marcar el orden correcto; el siguiente amanuense quizás no reparaba en ellas o a propósito las omitía etc: véase R. Bentley en Horacio, Ars Poetica, 46. Cada uno de estos errores han sido cometidos una y otra vez por los copistas de nuestro poema. Muchas de estas trasposiciones han sido clarificadas y fueron hechas hace tiempo por Lambinus, Marullus, Avancius y otros; muchas fueron hechas por primera vez por Lachmann. Algunas de éstas yo no las he seguido: no pocas he aventurado por primera vez por mí mismo.

Pero en relación a esta cuestión debo llamar la atención sobre un punto que parece de importancia. Se podría esperar, como regla general, que versos sueltos sean traspuestos así; y éste es el caso en los manuscritos de Lucrecio así como en los de otros autores: pero a veces también uno o más versos están repetidos después de versos mal colocados los cuales deberían seguirle en su lugar correcto como si indicase al lector adónde debe ser colocado: comparar IV, 991 es decir 999 de los manuscritos, seguidos en ellos por 1000-1003, los cuales son los únicos versos que siguen en su lugar correcto, repetidos después en su lugar incorrecto: véase también V, 570 (573) y lo que viene después. Pero aparte de estos habituales ejemplos de transposición hay a lo largo del poema varios pequeños grupos de versos, generalmente formando sentencias completas en sí mismas, las cuales están bastante fuera de su posición correcta: comparar I, 984-987 (998 - 1001), II, 652.657 (655-659, 689) y IV, 1227-1228 (1225-1226), tres pasajes transpuestos por primera vez por mí; también II, 1139-1142, 1168-1170, III, 686-690, IV, 50-52, V, 170, 171, 1127, 1128. Ahora bien que un copista a menudo haya transpuesto varios versos consecutivos formando siempre una entera e independiente sentencia por simple descuido casual, para mí es altamente improbable. Además la mayoría de estos pasajes me parecen posibles adiciones que no son necesarias por el contexto, aunque ellas lo mejoran. Entonces yo considero que son adiciones marginales del poeta, [p. 30] agregadas con el mismo principio que las secciones más largas discutidas antes. También a ellas el primer editor, preservando fielmente todo en su copia pero sin preocuparse siempre de encontrar el lugar correcto para lo que el autor dejó ambiguo, las ha insertado fuera de su orden. Agreguemos a éstas V, 437-442 el cual puede prescindir del contexto : estos versos se hayan fuera de lugar en Macrobius así como en nuestros manuscritos. Esto aumenta la probabilidad que ellos estuviesen fuera de su orden correcto desde el principio, ya que lo citan del mismo modo dos autoridades independientes, Macrobius71 y nuestro arquetipo. Quizás estos versos sueltos podrían ser agregados a la lista, I, 1085 o 1086, IV, 189, 205, VI, 957, 1225, 1237, pues se puede prescindir de todos ellos. Véase también IV, 129-142, tan extrañamente desordenado en los manuscritos: 133-135 podrían ser anotaciones marginales hechas por el autor y posteriormente colocadas erróneamente por el editor. La disposición de IV, 299-348 en el manuscrito ya ha sido explicado. Si se resta todos estos pasajes, entonces quedará una no muy inusual cantidad de versos sueltos traspuestos por la ordinaria negligencia de un copista. Los números ocasionalmente dados a la izquierda de la página representa por supuesto el orden de las líneas en los manuscritos, que Lachmann sigue en su edición: donde se omiten del texto versos espúreos de los manuscritos, de todos modos él los sigue contando. Por razones obvias le he seguido en esto, ya que él será el futuro estándar de comparación, y hay una gran ventaja en una numeración uniforme de los versos.

[21. Algunas cuestiones de ortografía latina]

Puesto que muchas cuestiones específicas de ortografía son advertidas en las notas cuando ellas aparecen, yo había pensado que no era necesario decir en este lugar nada más que aquellos puntos esenciales donde sigo a Lachmann, si no fuese por la aparente indisposición de los estudiosos de este país a aceptar incluso los más mínimos cambios en lo que ellos consideran como las usuales o convencionales reglas de ortografía.

La noción de una ortografía convencional uniforme es una completa quimera: yo nunca he hallado dos editores ingleses siguiendo un sistema uniforme; incluso el mismo editor a menudo diferirá en diferentes partes del mismo libro. Pero entonces ¿de dónde proviene este sistema “convencional”, en la medida que tal cosa exista? De los meritorios y, considerando su situación, muy exitosos esfuerzos de los eruditos italianos del s. XV para librarse de la aterradora masa de barbarismos que los cuatro o cinco siglos precedentes habían acumulado. En verdad ellos intentaron introducir una rigurosa uniformidad en casos donde la variedad era la regla de los antiguos; y aunque estos casos abarcaban solo unos pocos items generales, sin embargo ellos abarcaron una gran multiplicidad de casos particulares, porque involucraban las terminaciones de los casos, la asimilación de preposiciones en componentes verbales etc. Pero donde hubo un solo camino correcto, ellos generalmente lo eligen; incluso desde la total confusión en el que el uso de las aspiradas había caído, ya que su propia lengua las había perdido completamente en el sonido, aunque las conservaba en esta época en la ortografía; desde la casi completa identidad tanto en sonido como en escritura de la c y la t, y otras similares, ellos nunca pudieron decir si era correcto humor o umor, humeros o umerus, spatium o spacium, [p. 31] species o speties; y por consiguiente tampoco pudieron determinar como regla general la errónea.

Sin embargo sus principios generales no fueron aceptados por los estudiosos más serios en ninguna época, al menos en lo que concierne al texto de los autores antiguos, a menos que lo sea durante una parte del siglo actual; ni por un Avancius en el s. XV ni por un Lambinus o Scaliger en el s. XVI ni por un Gronovius en el s. XVII ni por un Bentley en el s. XVIII. Pero este sistema se autoestableció gradualmente, porque fue usado por los estudiosos en sus propios escritos, siendo eliminados gradualmente algunos de los barbarismos; sin embargo introduciendo unos nuevos, tales como coelum, coena, moereo, sylva, caetera en lugar de caelum, cena, maereo, silva, cetera para derivarlos absurdamente de palabras griegas.

Muchos esfuerzos se hicieron en varias direcciones para cambiar este estado de cosas: el mejor y más sistemático fue el de Philipp Wagner en su Orthographia vergiliana publicada en 1841. Con admirable tesón él reunió todas las evidencias proporcionadas por los manuscritos Medici y, en cuanto le fueron accesibles, por los otros antiguos manuscritos de Virgilio. Ya que éstos, al igual que otros antiguos manuscritos, por lo general retienen muy bien la verdadera ortografía en aquellos casos donde hay solo un modo correcto, él realizó esta parte de su obra con gran éxito y todavía permanece como uno de las mejores autoridades sobre este tema. Sin embargo en todos aquellos otros casos mencionados arriba, en los cuales la variedad es la regla de los antiguos y que incluye una gran multitud de casos, él eligió abandonar la segura base de la evidencia y la experiencia e hizo a Virgilio escribir lo que él decidió sobre principios a priori que aquél debía haber escrito. Esto me parece a mí que es la razón por la cual sus sistema no fue seguido de modo más generalizado.

Todavía menos satisfactoria fue la ortografía de Madvig en su De finibus publicado en 1839: era completamente distinta a la de los manuscritos e incluso en muchos puntos no era la que usó Cicerón; ni siquiera se puede estar seguro si fue la que usó o no.

Aquí Lachmann también pone en juego su extraordinario “poder de plantear la pregunta correcta” y uniéndolo a un minuciosos conocimiento de toda la evidencia sobre el tema, vio a la vez lo que podía ser alcanzado y lo que no, y según esto determinó su curso. Los manuscritos Leyden de Lucrecio, imperfectos en muchos aspectos, son completamente admirables en su ortografía, al menos igual que cualquier manuscrito de Virgilio, confirmándolos en lo que es verdadero y confirmado por ellos a su vez: incluso en algunos puntos sutiles, tales como la frecuente retención de la enclítica st, ellos lo sobrepasan de lejos. Con su ayuda Lachmann fue capaz de confirmar aquellas mejoras en la ortografía que Wagner había establecido tan bien en oposición al sistema en uso común. Pero respecto a la otra clase de palabras en las que el uso de los antiguos variaba en las diferentes épocas o incluso en la misma época, Lachmann no determinó dogmáticamente lo que su autor escribió y así cerrar la puerta a todos los futuros cambios; sino que sabiendo que esa certeza aquí no era alcanzable, él cuidadosamente tamizó la evidencia ofrecida por sus manuscritos [p. 32] e hizo la mejor aproximación que pudo a lo que su autor podría haber escrito, tomando siempre la forma más antigua para la cual sus autoridades suplían algún testimonio directo o indirecto. Así la cuestión no era excluida; ni nos quedábamos en vagas generalidades, sino que se ganaba una firme base histórica sobre la cual se podrían construir mejoras futuras, si en adelante mejores evidencias se ofrecían.

Entonces Lachmann en éste, como en muchos otros departamentos de la filología, parece haber producido una convicción en la mente de la mayoría de los estudiosos más serios, me refiero a Alemania, pues en nuestro país la mayoría parece observar la cuestión como indigna de una seria atención: un gran error; pues la ortografía latina es un estudio muy interesante y valioso para aquéllos que se interesan en examinarlo, y toca en un millar de puntos la gramática histórica y la pronunciación de la lengua. Permitidme dar dos ejemplos del efecto inmediato producido por Lachmann. Otto Jahn en 1843 publicó su elaborada edición de Persius72 en el cual él adoptó completamente la ortografía entonces en uso común, aunque él tuvo excelentes manuscritos para guiarle por un camino mejor: en 1851, al año siguiente que se publicó la obra de Lachmann, él publicó su Juvenal73 y siguió hasta en lo más mínimo los principios de Lachmann; y afortunadamente tuvo una excelente autoridad en el Codex Pithoeanus; de modo que la ortografía probablemente no estaba extraída muy lejos de la propia del autor. Justo en el año anterior a Lachmann, Halm publicó varias oraciones de Cicerón con unas elaboradas notas críticas; y, aunque su ortografía era algo mejor que la del Persius de Jahn, todavía es esencialmente “convencional” y arbitraria: en los años siguientes a Lachmann él publicó una serie de ediciones escolares de las oraciones de Cicerón con breves notas en alemán,74 e incluso en éstas la ortografía fue completamente modelada sobre el sistema reivindicado por Lachmann. Él también ha seguido el mismo sistema en los volúmenes de la elaborada edición de Cicerón editada por él y Baiter, que se publicaron después del Lucrecio de Lachmann. Estimulados por el ejemplo de Madvig, Ritschl75 y Lachmann la siguiente generación de estudiosos alemanes han perseguido el estudio crítico del latín con gran éxito; y casi todos ellos siguen en ortografía la orientación de Lachmann.

Entonces este sistema -pienso yo- bien podría ser considerado ahora como el verdadero sistema “convencional”; pues seguramente la escuela de Lachmann y Ritschl en el s. XIX tiene más derecho a dictarnos actualmente lo que debería ser aceptado como “convencional” más que los Poggios y Vallas76 del s. XV. Otto Ribbeck en su edición de Virgilio se muestra como el más devoto discípulo de Lachmann, y generalmente él toma la dirección correcta; aunque algunos defectos de gusto y juicio le hacen frecuentemente malversar sus gloriosas oportunidades y llevar el tema al borde de la caricatura. [p. 33] Entonces cuando sigo a Lachmann estoy seguro que tengo autoridad a mi favor; y creo que yo también tengo razón.

En verdad en aquellos casos a los cuales ya he aludido, donde el testimonio universal de las inscripciones y de los manuscritos más allá de una cierta época prueba que solo hay un camino correcto y acerca del cual los mejores estudiosos están todos actualmente de acuerdo, no puede haber ninguna duda acerca de que dirección se debe seguir: debemos escribir querella, luella, sollers, sollemnis, sollicito, Iuppiter, littera, quattuor, stuppa, lammina, bracchium; por otro lado milia, conecto, conexus, coniti, conixus, coniveo, conubium, belua, baca, sucus, litus, etc; condicio, solacium, setius, artus (adj.), autumnus, suboles: en muchos de ellos se incluye un importante principio; obedeciendo el casi unánime testimonio de nuestros y otros buenos manuscritos, no podemos conceder umerus, umor, etc; sí aceptamos hiemps. He oído preguntar cuál entonces es el genitivo de hiemps: a lo cual la mejor respuesta quizás sería que es como el perfecto de sumo o supino de emo. Los latinos escribieron hiemps, igual que escribieron emptum, sumpsi, sumptum y un centenar de formas parecidas, porque a ellos no les gustaba que “m” y “s” o “t” vinieran juntas sin la intervención de la consonante “p”; y todos nuestros manuscritos lo atestiguan: tempto también es la única forma auténtica, que en el s. XV los italianos reemplazaron por tento.

Además los manuscritos e inscripciones prueban que a la “d” se antepone “n”: tandem, quendam, eundem, etc, con la única excepción de circumdo en el cual los manuscritos de Lucrecio y Virgilio siempre retienen la “m”: y generalmente, aunque no invariablemente, “m” se mantiene delante de “q” : quemquam, tamquam, etc. Además siempre quicque, quicquam, quicquid (indef.), pero generalmente quidquid (relativo); siempre peremo, interemo, etc, etc.

Sobre todo debemos rechazar barbarismos tales como coelum, moestus, sylva, caetera, nequicquam. En estos puntos Wagner es tan buen guía como Lachmann; pero respecto a los casos en los que los antiguos variaban ¿debemos seguir a Wagner, que se aparta de los manuscritos por reglas generales preconcebidas, o a Lachmann, que aquí también se conforma con obedecer la mejor evidencia que puede obtener? Yo sin duda alguna he tomado partido por la opinión del segundo: “hypotheses non fingo” debería ser la regla en esta como en otras materias.

Como se dijo antes, todos estos casos ortográficos inciertos caen bajo unos pocos capítulos generales. Uno de éstos es la asimilación o no asimilación de las preposiciones: inpero representa la etimología, impero la pronunciación de la palabra. Desde el período más antiguo del que nosotros tenemos algún registro, siglos antes de Cicerón o Lucrecio, se hizo un compromiso entre estos intereses opuestos: las palabras de uso común pronto comenzaron a cambiar la consonante, aquéllas menos usadas la retuvieron por más tiempo. En el nuevo Corpus inscriptionum latinarum,77 las más recientes de las cuales son tan antiguas como la época de Lucrecio, la mayoría de ellas mucho más antiguas, imperator aparece 26 veces, y siempre es escrita con “m”, demostrando que [p. 34] en una palabra, la cual debía estar diariamente en la boca de todos, la etimología en tiempos remotos cedía como era natural al sonido: por otro lado imperium aparece tres veces, inperium seis veces, siendo indudablemente de uso algo menos común. Ahora bien en Lucrecio imperium, impero o imperito aparece seis veces, y los manuscritos siempre lo escriben con “m”, y entonces no tengo duda de la escritura de Lucrecio: en verdad muchas de estas palabras, comunes en la Edad de Plata,78 creo que más frecuentemente se escribieron con “n”, que lo que lo hizo la de Cicerón. Además Virgilio usa imperium 40 veces; y los manuscritos en capital de Ribbeck tienen “m” en todos los casos, excepto M el cual dos veces tiene inp., aunque incluso uno de estos dos casos es dudoso: pues en Aen. VIII, 381, Fogginus79 tiene imperiis. Pero desafiando toda esta evidencia Wagner nos da inperium, seguramente sin apoyo en ningún punto de vista del caso: así se retira de debajo de nuestros pies la base sobre la que debemos construir.

Tomando otro caso común, commuto aparece nueve veces en el Corpus Inscript. y siempre con “m”; en Lucrecio aparece doce veces y siempre con “m”. Otras palabras son más inciertas: en estos manuscritos hallamos impius y inpius, immortalis y inmortalis, conligere y colligere, compleo y conpleo; y del mismo modo con otras preposiciones ab, ob, sub, ad : todas ellas tienden a demostrar que el uso era incierto en la mayoría de palabras.

Por otro lado tenemos exsto y exto, exsolvo, exulto, expiro, expecto, etc, omitiéndose generalmente la “s”; y esto concuerda con Quintiliano I, 7, 4, quien implícitamente dice que fue una afectación erudita de algunos al escribir exspecto para distinguir ex y specto de ex y pecto; esto concuerda también con otras buenas evidencias: los manuscritos de Virgilio ofrecen exactamente el mismo testimonio que aquéllos de Lucrecio; pero Wagner en todos estos casos escribe exs; seguramente deberíamos mantener ex donde los manuscritos lo mantienen, exs donde ellos tienen exs: y lo mismo con supter o subter, suptilis o subtilis, ab- o ap-, ob- o op-, sub- o sup-, succ- o susc-, etc.

Appareo aparece diez veces en Lucrecio y siempre se escribe así en nuestros manuscritos. También apparo, appello (1ª y 3ª conj.) ; pero adpetitur y siempre adpono, adporto o atporto, en aquellas palabras la fuerza separada de la preposición continúa sintiéndose: en exacta conformidad con esto el primer volumen del Corpus inscr. lat. tiene veinte veces appareo y también apparitor, prueban que en los primeros tiempos la preposición había sido asimilada en esta palabra técnica de uso común. Del mismo modo también en los 21 casos de appareo en Virgilio todos los manuscritos de Ribbeck siempre tienen app- excepto M una vez, Aen., XI, 605, descarriado por las costumbres de la época: véase la sugerente anotación de Servius a Aen., I, 616: “applicat: según la costumbre actual se escribe con d la primera sílaba; según la antigua ortografía ... con p.” Pero desafiando todo esto Wagner siempre hace escribir a Virgilio adpareo, etc.

También encontramos haud o haut, y a veces aliut, aliquit, quicquit, etc.: sonido y etimología llevan una indecisa batalla en los manuscritos de Lucrecio así como en las inscripciones y en otros lugares; adque se encuentra a veces pero raramente, habiéndose esperado aquí que el sonido obtuviese la victoria: Wagner no puede estar en lo cierto forzando adque en Virgilio. Lucrecio parece haber reconocido solo sed: una vez tiene elabsa, [p. 35] y una vez praescribta: véase Notas 2 a VI, 92, en tales formas el sonido debe haber prevalecido en los períodos iniciales; y b, d, g dieron paso a p, t, c delante de “s” y “t” : lapsus en lugar de labsus, es el mismo principio como en rex (recs), rexi (recsi), escrito a veces recxi, rectum de rego : a juzgar de los mejores manuscritos labsus y semejantes se volvieron mucho más comunes en la Edad de Plata.

Otra cuestión que abarca una multitud de pormenores es el uso de -is o -es en el acusativo plural de participios, adjetivos y sustantivos cuyo genitivo plural acaba en -ium, así como de algunas otras clases, doloris o dolores, maioris o maiores: también aquí Wagner se enrieda en inextricables confusiones por su sistema ecléctico, cuando sus manuscritos eran admirables guías, si él hubiese decidido seguirlos. Los manuscritos de Lucrecio no son menos admirables y probablemente representan muy bien la propia costumbre del autor: ellos ofrecen -is en cinco de seis veces; y -es es un poco más común en sustantivos de uso generalizado, tales como ignes, vires, aures.

Las inscripciones confirman bastante nuestros manuscritos; y el único vestigio de latín desenterrado de Herculano80 contiene este verso: utraque sollemnis iterum revocaverat orbes. Recientemente Pertz en los Anales Berlineses imprimió las pocas hojas que quedan de un manuscrito de Virgilio, el cual él lo data en la época de Augusto y que realmente podría ser del segundo o tercer siglo. Allí encontramos el acusativo plural de adjetivos y participios acabando 18 veces en -is, tres veces en -es, pares, felices, amantes; de sustantivos encontramos sonoris, pero cuatro veces vires, y artes, messes, crates, classes, aves, apoyando bastante el testimonio de nuestros manuscritos A y B.

Varro en De lingua latina, VIII, 66 escribe “también en caso genitivo esta clase de palabras se dice de diferentes formas: civitatum, parentum y civitatium, parentium; en acusativo unos dicen montes, fontes y otros montis, fontis”; y en Lucr. II, 587 encontramos potestates y en v. 1239 potestatis. Luego Varro en ib. 67 dice: “¿qué palabras pueden ser más parecidas que gens, mens, dens? Sin embargo los casos genitivo y acusativo de ellos son muy diferentes; en verdad del primero viene gentium y gentis, ambos con i; del segundo mentium y mentes, solo el primero tiene i; del tercero dentum y dentes, de modo que ninguno tiene i.”

Ahora bien nuestros manuscritos seis veces tienen el acusativo gentis, nunca gentes; dentes cuatro veces, nunca dentis; mentes cinco veces, solo una vez mentis, en II, 620. Mientras que respecto al nominativo plural de tales palabras, Varro, l.c., 66, dice “sin ser criticados públicamente [p. 36] unos dicen en singular ovi y avi, otros ove y ave, en plural unos dicen puppis y restis y otros puppes y restes”. El fragmento de Virgilio citado hace poco tiene el nominativo plural putris y messis, aunque vimos que en acusativo tenía messes: entonces de acuerdo con estas altas autoridades los manuscritos de Lucrecio frecuentemente retienen este nominativo en -is, el cual sería monstruoso extirpar: por eso yo siempre lo he mantenido. Vemos del Corpus Inscript. que -eis, -is, -es estaban todos en uso: es probable que Lucrecio ocasionalmente usara la terminación -eis, intermedio en sonido entre -es y -is; pero, si fue así, en sus manuscritos han dejado poca o ninguna huella, y sería muy equivocado seguir a Avancius, Wakefield y otros embutiéndolos en sus versos a tiempo y a destiempo. Sin embargo sus manuscritos han dejado no pocas huellas expresas o implícitas del final -ei : véase la nota a III, 97, oculei : por supuesto estos rastros han sido cuidadosamente preservados.

En otra cuestión, que involucra una gran cantidad de casos particulares, yo he seguido a Lachmann y nuestros manuscritos, los cuales aquí también son una guía completamente excelente. Me refiero a la vocal o consonante “u” seguida por otra “u”. Los antiguos latinos parecen haber sido incapaces de pronunciar “uu”; y entonces la antigua “o larga” mantuvo su sitio después de “u”; o fue usada después de qu-, c- o q- : quom, qum o cum, nunca quum; linquont, linqunt o lincunt, sequontur, sequntur o secuntur, equos (substantivo), equs o ecus; volgus, divos, divom, aevom, etc. Ellos parecen haber comenzado muy pronto a tolerar “uu” en las terminaciones, cuando ambas eran vocales : suus, tuus, etc.

Ahora bien los manuscritos de Lucrecio han conservado en muchas ocasiones divom, volnus, volgo, vivont, etc, equos (subst.) y ecus, ecum, aecum; relinquont, relinqunt o relincunt más a menudo que relinquunt, así como sequontur, secuntur, secutus, locuntur, locutus; pero con Lachmann yo conservo “uu” cuando los manuscritos lo proponen, para no perdernos en un mar de incertidumbres especulativas como Wagner y algunos otros, que no sólo abandonan los manuscritos sino que en muchos casos introducen una escritura más antigua que la época de su autor: así Augustus tiene rivus, rivum, annuum (no a la vez -uo ni -vo); entonces ¿por qué no Virgilio, o al menos Varius y Tucca?81 Los manuscritos de Lucrecio también son muy constantes en conservar formas genuinamente antiguas: reicit, eicit o eiecit, etc y nunca ponen reiicit, eiicit, etc; Grai, Grais, no Graii, Graiis.

Pero más detalles sobre puntos muy interesantes de la antigua ortografía se hallarán en varias partes de nuestras notas.

Por otro lado en aquellos muchos casos donde el sonido era intermedio entre “u” y “i” [p. 37] y por tanto la ortografía incierta, tales como la terminación de superlativos y palabras como lubet o libet, dissipat o dissupat, quadrupes o quadripes, y muchos otros, yo por supuesto me he sometido a la guía de nuestros manuscritos que solo una vez por ejemplo tienen “u” en el superlativo y una vez manufesta, y dos veces trae arbita, no arbuta.

Augusto, habiéndolo aprendido probablemente en su juventud del polivalente Dictador, para cuya ansiedad nada era bastante pequeño ni bastante grande y quien, nos dice Gellius, introdujo por primera vez la “i” por “u” en los superlativos, invariablemente escribe frequentissimus, septimus, vicensimus, así como finitibus, manibiae; véase lo que Suetonius dice de su uso de simus por sumus, probablemente por el deseo de ser consecuente. Augusto poco habría agradecido a Varius y Tucca si le hubiesen ofrecido la Eneida adornada con los maxumus, septumus, etc de Wagner, introducidos muy a menudo a pesar de los manuscritos. [Pero ambas formas se hallan en la misma frase: Lex colon. Genetivae, c. 66 (Ephem. Epigraph., vol. III, p. 93): optima lege optumo iure].

También he seguido A y B en la adopción de “e” o “o” en vertere o vortere, etc: naturalmente la más común es “e”, pero también se hallan vorti, vorsum, divorsi, vortitur, convortere, vortex.

También he seguido siempre a los manuscritos leyendo reddunda, gignundis, dicundum, cernundi, faciundum, agundis, etc o las más usuales agendum, quaerendum, etc. Entonces ¿pretendo en todos estos casos dudosos reproducir la ortografía de Lucrecio o su primer editor? Ciertamente no; pero en muchos de estos casos Lucrecio y sus contemporáneos indudablemente se permitieron muchas licencias; y yo no he permitido intencionalmente que se mantenga nada que no se encuentre en algún manuscrito anterior a la muerte de Virgilio. Adhiriéndose tenazmente a los manuscritos, donde no se equivocan manifiestamente, se gana un firme punto de apoyo desde el cual hacer posteriores avances, si se ofrece mejores pruebas.

Pero aunque eso ocurriese, yo no puedo aceptar el arbitrario y ecléctico sistema de Wagner, mucho menos los horribles barbarismos de Wakefield; ni por otro lado después de un banquete con el generoso cereal de un Lachmann y un Ritschl no puedo soportar las “convencionales” cáscaras y bellotas de los italianos del s. XV. Al mismo tiempo se verá que mi ortografía difiere menos de este sistema que con aquél de Wagner en su texto estándar de 1841, o incluso su subsiguiente modificación de ese texto para uso común, el cual el Prof. Conington ha adoptado en su Virgilio.

[22. Indicaciones para la comprensión del aparato crítico]

La mayoría de las abreviaturas y marcas usadas en las notas están suficientemente explicadas arriba: A y B denotan por supuesto los dos manuscritos de Leyten. Gott. el fragmento de Gottorp. Nic., el manuscrito florentino escrito por Niccolò Nìccoli. Flor. 29, 31, 32 los manuscritos de la Biblioteca Laurenciana antes nos. 29, 31, 32 de la sección xxxv. Camb., nuestro manuscrito de Cambridge. Vat. o Vatic., el manuscrito vaticano; y Urbin., Othob. o Reg. con el número al lado para identificar más exactamente los manuscritos contenidos en los varios departamentos de la biblioteca. 1 Vat., 2 Vat., 3 Vat., significan el manuscrito Vaticano uno, dos o tres donde no cuesta especificarlos. [p. 38]

En esta nueva edición Mon. significa el codex de Victorius en la biblioteca de Munich.

Brix., Ver., Ven., Ald., 1 Junt., Ald. 2 son las ediciones ampliamente descritas arriba, donde se ha explicado cuándo y porqué los nombres de Avancius, Candidus, Marullus, Naugerius son o no son usados en lugar de aquellos de una u otra de estas ediciones.

Las notas manuscritas de Heinsius y Vossius, las cuales son citadas a menudo, indican por supuesto las notas de estos estudiosos las cuales están en mi posesión privada y que ya he descrito arriba.

Lamb., Wak., Lach., Bern., Bentl., no necesitan explicación después de lo que se ha dicho.

Los puntos .... implican que un verso se ha perdido, *** que más de un verso o un número incierto están perdidos; aquellas interpolaciones que se ha juzgado aconsejable mantener en el texto, están impresas en capitales pequeñas; las letras, sílabas y palabras que son omitidas en los manuscritos pero que pueden ser restauradas con más o menos certeza están en itálicas.

En las citas de Ennius82 se ha usado la última edición, la de Vahlen; para los fragmentos de los literatos romanos excepto Ennius, usamos la de Ribbeck; al citar Cicerón las secciones más pequeñas son referidas tanto cuanto se puede al más conveniente; para Terencio la de Fleckeisen; para Plauto la de Ritschl y Fleckeisen en las piezas que ellos han publicado; en los otros ha sido empleada la antigua Variorum editio; en Plinio siempre son citados las secciones de Sillig, pues las más antiguas divisiones son intolerablemente torpes.

Las Notas 1 han sido hechas tan breves como permite la claridad; a menos que lo contrario esté expresamente dicho o implicado, la palabra o palabras que aparecen primero en la nota son aquellas de nuestro texto; entonces ‘genitabilis, genitalis etc’ significa que genitabilis es la lectura correcta y se encuentra en A y B y las otras autoridades principales, pero genitalis es mencionada por las razones dadas. Por otro lado: ‘281 quam Lach. por quem; quod Junt.’ significa que Lachmann primero dio como correcta la lectura quam en lugar de quem, que es la lectura de A y B y otros manuscritos así como las ediciones antes de la de Juntina de 1512 la cual pone quod, la lectura generalmente seguida por los antiguos editores. Por supuesto si alguien antes de Lachmann ha leído quam, ése sería citado, y no Lachmann.

‘Ed.’ significa el presente editor.

Siempre debe recordarse que la lectura corrupta, citada en una nota, es la que aparece en A y B, a menos que se diga expresamente lo contrario.

Los pasajes que han sido agregados a esta segunda edición han sido encerrados entre [ ] en los casos donde podría ocasionarse ambigüedad o confusión, si no se hiciese distinción entre la antigua y la nueva materia; pero no en otros casos.

Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua

Valencia, mayo 2011



1 N.T.: Se trata del manuscrito del Codex Vossianus oblongus (c. 825, Tours?) y el Codex Vossianus quadratus (la opinión actual lo data en s. IX/1, abadía de Corbie?), conservados en la biblioteca de la Universidad de Leiden (Países Bajos).

2 N.T.: Llamado Fragmentum Gottorpiense (GKS 211 2º) en la Kongelige Bibliotek en Copenhagen.

3 N.T.: Llamado la Scheda Vindobonenses (Lat. 107 Phil. 128), en la Österreichische Nationalbibliothek en Viena.

4 N.T.: Honorio de Autun, De philosophia mundi, lib. 1, cap. 21 (Migne, PL 172, col. 54).

5 N.T.: Prisciano de Cesarea, gramático latino que enseñó en Constantinopla entre finales del s. V y principios del s. VI.

6 N.T.: También llamado Johannes Parvus († 1180) fue un filósofo y teólogo inglés, obispo de Chatres.

7 N.T.: También llamado Iosephus Iscanus o Exoniensis, fue un poeta inglés de finales del s. XII. Solo subsiste su De bello troiano (c. 1180) y fragmentos de su Anthiocheis (c. 1195).

8 NT.: Es el vol. 3 de la edición de 1738 – 1742; en la edición de 1773-1780 es el vol. 8, col 499: Dissertatio 43, Index manuscriptorum codicum Bobiensis coenobii, Decimo, ut videtur, Aera Vulgaris exaratus.

9 N.T.: Gian Francesco Poggio Bracciolini († 1459) humanista florentino que recuperó numerosos manuscritos de clásicos latinos de bibliotecas monásticas, siendo su hallazgo más importante el entonces único manuscrito de Lucrecio, a partir del cual se realizaron las ediciones incunables. Por desgracia ese manuscrito se ha perdido. Más tarde se hallaron los manuscritos oblongus y quadratus del s. IX.

10 N.T.: Lorenzo Mèhus († 1802) en su época fue el mayor estudioso del humanismo italiano. Su obra principal es la Vita Ambrosii Traversarii (1759), una valiosa fuente de noticias sobre el humanismo.

11 N.T.: Niccolò Nìccoli († 1437) humanista florentino que, al igual que el abad Ambrosio Traversario († 1439), se consagró a buscar y transcribir códices, además de una gran colección de monedas y otras antigüedades. Aparte de sus transcripciones solo nos han llegado dos cartas de él.

12 N.T.: Cristóforo Landino († 1498), en su colección de poemas Xandra, libro III, 17. Landino fue un humanista y poeta de tendencia neoplatónica. Sus principales obras son las Disputationes camaldulenses (c. 1480) y un comentario de la “Divina comedia” (1481).

13 N.T.: La Biblioteca Medicea Laurenziana, o Libreria Laurenziana, es una de las principales colecciones de manuscritos a nivel mundial. Se encuentra en Florencia, en un edificio diseñado por Miguel Ángel.

14 N.T.: La Cambridge University Library, que existe desde principios el s. XV.

15 N.T.: Actualmente llamada Bibliothèque Nationale de France, remonta sus orígenes al s. XVI.

16 N.T.: Esta edición es muy deficiente en la impresión y presentación. El editor es conciente que publica una rareza pero al mismo tiempo de las dificultades que esto implica, tal como dice al final de la obra: “Vnicum meas in manus cum peruenisset exemplar de eo imprimendo hesitaui: quod erat difficile unico de exemplo quae librarii essent preterita negligentia illa corrigere”.

17 N.T.: Uso “colación” donde Munro usa collation o el verbo collate, para indicar el trabajo de la crítica textual por el cual se reúne, examina y compara textos para detectar diferencias y establecer la mejor lectura

18 N.T.: Este impresor de Passau trabajó en Venecia y Verona entre 1486 - 1495. Destacó por sus xilografías.

19 N.T.: Teodoro Ragazzóni, impresor de Asola, activo entre 1488 – 1500 en Venecia, con sus hermanos Giacomo y Francesco.

20 N.T.: Aldo Manuzio, el Viejo († 1515), de su imprenta en Venecia se inició las célebres ediciones “Aldinas” de los clásicos entre el 1494 y 1515. Fueron seguidas por Andrea Asolano (1515-1529), Paolo Manuzio (1533-1574) y Aldo Manuzio, el Joven (1574-1597).

21 N.T.: Girolamo Avanzi († c. 1534) editó Catulo (1493), Lucrecio (1500), Plinio el Joven (1504) y las tragedias de Séneca (1517).

22 N.T.: En aquella época cada región usaba, según su necesidades civiles y litúrgicas, distintas fechas para el inicio del año: 25 de diciembre, 1 de enero, 1 de marzo y 25 de marzo. Estos distintos sistemas provocaron que en algunos cómputos las fechas fuesen un año retrasadas respecto a nuestro calendario actual.

23 N.T.: Giovan Battista Pio († 1540) humanista, poeta y filólogo italiano, que dejó numerosas ediciones comentadas de los clásicos.

24 N.T.: Philippus Giunta († 1517) fundador de la familia de libreros y tipógrafos de cuya imprenta en Florencia, y en Venecia (de su hermano Luca-Antonio), salieron las célebres ediciones “Juntinas” de los clásicos, que en comodidad, elegancia y precio rivalizaron con las aldinas.

25 N.T.: Pietro Candido de Portico († 1513), monje camaldulense, erudito editor de la edición juntina de 1512 de Lucrecio. Muchas veces ha sido confundido con el humanista Pier Candido Decembrio († 1477).

26 N.T.: Giovanni Pontano († 1503) notable humanista y político en la corte de Aragón. Dejó numerosos diálogos y poemas en latín e italiano, como Urania, De rebus caelestibus, Asinus, De amore coniugale, etc. De él toma su nombre la Accademia Pontaniana, la más antigua academia científica en Italia todavía en funcionamiento, fundada en 1443 en Nápoles bajo el auspicio de la corte de Alfonso V de Aragón.

27 N.T.: Angelo Ambrogini, llamado Poliziano († 1494), dejó sus Stanza y Orfeo en vulgar y varios estudios de filología y poesía en latín.

28 N.T.: “Notas I” consta de dos partes: la primera se ocupa de los manuscritos y autores que han intervenido en la formación del texto, y es lo único que aquí traducimos. La segunda parte es el aparato crítico de los seis libros del poema, y es a ella aquien se refiere Munro cuando aquí, y en otras lugares, habla de Notas I.

29 N.T.: Michael Tarchaniota Marullus († 1500) dejó unas colecciones de epigramas y una colección de poemas titulado Hymni naturales (1497). Quedó inacabado sus Institutiones Principales y sus correciones a Lucrecio.

30 N.T.: Pietro Baldi del Riccio († 1507) latinizó su nombre en Petrus Crinitus, fue un poeta y humanista italiano. Escribió Commentarii de honesta disciplina (1504), De poetis latinis (1505) y otras obras editadas póstumamente. Murió prematuramente de una pulmonitis.

31 N.T.: Andrea Navagero († 1529) entre 1513-16 colaboró con Aldo Manuzio en la edición de textos clásicos: Cicerón, Virgilio, Quintiliano y Lucrecio. Más tarde publicó dos ediciones de Terencio (1517 y 1521). Además fue militar, bibliotecario y embajador de Venecia en España.

32 N.T.: Hubert van Giffen († 1604) jurista y filólogo holandés, ha dejado una abundante obra en ambos campos, destacando por su rigurosa crítica histórico-filológica.

33 N.T.: János Zsámboki († 1584) médico, bibliotecario e historiador en la corte de Viena. Poseía una valiosa colección de manuscritos latiinos y griegos. Su obra “Emblemata” (1564) fue muy popular.

34 N.T.: Pietro Vettori († 1585) erudito florentino, publicó varias ediciones de los clásicos latinos y griegos, la más famosa su edición de Cicerón (1534-37).

35 N.T.: Antonio di Mario († c. 1465) fue notario pero famoso por sus transcripciones en elegante caligrafía (la “rotonda”, introducida por Poggio Bracciolini a imitación de la minúscula carolina). Nos han llegado 42 manuscritos con su firma.

36 N.T.: Denis Lambin († 1572) fue un humanista francés, uno de los más grandes eruditos de su época en estudios clásicos. Editó y comentó a Demóstenes, Horacio, Lucrecio, Cicerón y Cornelio nepote. Sus ricos comentarios sin embargo fueron incomprendidos en su época y en francés se acuñó irónicamente el verbo lambiner como sinónimo de lentitud.

37 N.T.: Hubert van Giffen († 1604) jurista y teólogo. Estuvo envuelto en conflictos doctrinales en Aldorf, y finalmente se convirtió al catolicismo. Su obra filológica quedó ensombrecida por sus plagios (Fruterius, Lambino, Seioppius). Han quedado además varios escritos suyos sobre derecho romano.

38 N.T.: Pierre Gassendi († 1655), filósofo y filólogo francés, famoso por sus disputas con Descartes. Munro se refiere a su Opera omnia publicada en 1658, cuyos dos primeros volúmenes contienen su exposición de la filosofía epicúrea.

39 N.T.: Claude Saumaise († 1653), filólogo francés, editor y comentarista de varios autores clásicos.

40 N.T.: Johann Friedrich Gronovius († 1671) brillante erudito alemán, que editó varios autores clásicos.

41 N.T.: Nicolás Heinsius, el Viejo (1620 – 1681), erudito y poeta holandés, incansable buscador de manuscritos clásicos, reunió una de las bibliotecas privadas más grande de su época.

42 N.T.: Isaak Voss († 1689), filólogo holandés y coleccionista de valiosos manuscritos, que sus herederos vendieron a la Universidad de Leiden. Se conservan escritos suyos así como ediciones de los clásicos.

43 N.T.: Tanneguy Le Fèvre († 1672) filólogo francés, publicó autores como Longinus, Virgilio, Horacio, Lucrecio, etc.

44 N.T.: Richard Bentley († 1742), humanista, teólogo y filólogo inglés, rector del Trinity College de Cambridge.

45 N.T.: La Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford fue impulsada por sir Thomas Bodley († 1613) con una valiosa colección de manuscritos que ha ido creciendo hasta convertirse en una de las colecciones más valiosas.

46 N.T.: El filósofo Robert Boyle dejó en su testamento una dotación para que se diesen unas conferencias o sermones para demostrar la concordancia entre la filosofía natural (ciencia) y la religión cristiana contra ateos e infieles. El primero que asumió el encargo fue Richard Bentley, con el título de A Confutation of Atheism (1692).

47 N.T.: Thomas Creech († 1700) traductor inglés de varios autores clásicos, miembro del Colegio All Souls de Oxford.

48 N.T.: Jacob Tonson, the Elder (1655 – 1736), famoso por su edición de la obra de Shakespeare y ser el fundador del círculo político-literariio Kit-Cat Club. Su edición de Lucrecio fue: Titi Lucretii Cari De rerum natura libri sex. Ad optimorum exemplarium fidem recensiti, Londini 1712.

49 N.T.: Havercamp († 1742) fue un filólogo clásico holandés y experto en numismática. Editó varios clásicos.

50 N.T.: Los manuscritos oblongus y quadratus de la famosa biblioteca del humanista Isaac Vossius (1618 -1689).

51 Wakefield († 1801) además de filólogo estuvo mezclado en política, por cuyos panfletos liberales estuvo en prisión.

52 Philipp Wagner († 1873) publicó Carmina (1848) y Publius Virgilius varietate lectionis et perpetua adnotatione (1830).

53 N.T.: Johan Nikolai Madvig (1804-1886) político y filólogo danés, estudioso de Cicerón y autor de exitosos textos escolares para la enseñanza de latín y griego.

54 N.T.: Jacob Bernays (1824 – 1881) filólogo alemán, destacado por sus estudios sobre el corpus hippocraticum. El estudio citado es: “De emendatione Lucretii”, en Rheinisches Museum für Philologie, 1847, vol. 5, p. 533-587.

55 N.T.: Karl Lachmann (1793 – 1851) estudió teología y filología clásica. Es considerado el padre de la edición histórico-crítica de textos. Ha dejado numerosos estudios sobre alemán medieval y los clásicos, siendo su edición de Lucrecio (1850) su obra cumbre.

56 N.T.: Albert Forbiger (1798 – 1878), filólogo alemán, publicó una edición de Lucrecio (Lipsiae 1828). Más éxito tuvo su diccionario de latín y un estudio sobre geografía antigua.

57 N.T.: Probablemente se refiere a Hermann Köchly (1815- 1876) destacado filólogo alemán que profundizó en la teoría de Lachmann sobre la poesía homérica. Este Hermann fue discípulo de aquel otro Johan Gottfried J. Hermann (1772 - 1848) eminente filólogo clásico alemán, autor de varios estudios sobre poesía latina y griega.

58 N.T.: Catulo, Carmina 64, v. 322.

59 N.T.: Se refiere a Urbinati (de la biblioteca de Federico da Montefeltro y después de los duques de Urbino), Ottoboniani (de la biblioteca de la familia Ottoboni) y Reginensi (coleccionados por Cristina de Suecia).

60 N.T.: Nicolás Heinsius, Adversariorum libri IV, cum notis in Catullum et Propertium, Harlingae 1742.

61 N.T.: El Fragmentum Gottorpiense estuvo en la biblioteca del castillo de Gottorp (Schleswig, Alemania), y fue llevado a Copenhagen en 1735, donde se conserva en la Biblioteca Real de Dinamarca (GKS 211 2º).

62 N.T.: Actualmente se identifica con bastante seguridad este códice con el Quadratus de Leyden.

63 N.T.: Franciscus Modius (1556 – 1597), poeta y filólogo belga, editor de textos jurídicos clásicos.

64 N.T.: Véase n. 12 y nota.

65 N.T.: Leonard Spengel, en Gelehrte Anzeigen d. K. Bayer. Akademie der Wiss., vol. 33, p. 772ss. Wilhelm Christ, Quaestiones Lucretianae, Monachii 1855. Eduardus Göbel, "Die Schedae Vindobonenses und der Codex Victorianus des Lucrez", en Rheinisches Museum für Philologie, vol. 12 (1857), p. 449 ss.

66 N.T.: Codex Victorianus (MS lat. 816ª) 147* en la Staatsbibliothek en Munich.

67 N.T.: Véase n. 9 y nota.

68 N.T.: Hermann Sauppe (1809 – 1893) fue un epigrafista y filólogo clásico alemán. El texto citado es: Commentatio de T. Lucretii codice victoriano, Gottingae 1865, p. 3-4.

69 N.T.: Theodor Bergk, Emendationes Lucretianae, Halae 1865.

70 N.T.: Eduard Heine (1821 – 1881) fue un destacado matemático alemán, rector de la Universidad de Halle cuando se publicó el estudio de Bergk.

71 Macrobius, Saturnalia, lib. 6, cap. 2, 24.

72 N.T.: Aulius Persius Flaccus, Satirarum liber, editado por Otto Jahn, Lipsiae 1843.

73 N.T.: Juvenal, Saturarum libri V, Berlín 1851.

74 N.T.: Textos escolares con notas para la colección Haupt und Sauppe (Berlín).

75 N.T.: Friedrich Wilhelm Ritschl (1806-1876) profesor de filología clásica, famoso por sus estudios sobre Plauto. También debe citarse su estudio “Zur Geschichte des lateinischen Alphabets”, en Rheinisches Museum für Philologie, vol. 24 (1869), p. 25ss.

76 N.T.: Se refiere a Lorenzo Valla (1406-1457), autor del De linguae latinae elegantia (Venetiis 1471).

77 N.T.: En 1853 bajo la dirección de Theodor Mommsen comenzó la colosal tarea de reunir todas las inscripciones latinas de la Antigüedad. La tarea continúa hoy en día y ya hay 20 volúmenes publicados. Véase www.cil.bbaw.de y www2.uah.es/imagines/_cilii.

78 N.T:: La clasificación de los escritores romanos entre los de una Edad de Oro y una Edad de Plata (posteriores a la muerte de Augusto) fue introducida por W. S. Teuffel en 1870.

79 N:T.: Pier Francesco Foggini (1713-1783) teólogo e historiador que editó un códice de Virgilio.

80 N.T.: a mitad del s. XVIII se halló la “villa de los papiros” en Herculano, cerca de Nápoles. Miles de rollos carbonizados que actualmente ya pueden ser estudiados gracias a los rayos infrarrojos y ultravioletas.

81 N. T.: Lucius Varius Rufus y Plotius Tucca, siguiendo órdenes de Augusto, fueron quienes ante la repentina muerte de Virgilio editaron y publicaron la Eneida.

82 N.T.: Quintus Ennius († 169 a.C.), su obra principal fue su poema épico los Annales, aunque de sus escritos solo poseemos fragmentos. Su poesía ejerció gran influjo en la obra de Lucrecio.