Estudios sobre Séneca: A. Ball

ENSAYOS SELECTOS DE SÉNECA Y

LA SÁTIRA SOBRE LA DEIFICACIÓN DE CLAUDIO


Introducción y Notas de Allan P. Ball

New York, The Macmillan Company, 1908.

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Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua



PREFACIO [p. v]

El presente volumen ha sido preparado en la creencia no solo que Séneca merece más atención que la que usualmente le dan los estudiantes americanos, sino también que su vida y carácter no son menos interesantes que su obra. Esta es la explicación, si se debe hacer alguna, para una edición de un grupo se sus escritos elegidos no con vistas a básicamente una muestra ejemplar de su filosofía o su estilo literario, sino más bien a su conexión personal con la historia de su tiempo. Los más largos ensayos aquí presentados son aquellos que tienen relación con los dos emperadores, Claudio y Nerón, bajo quienes Séneca hizo la mayor parte de su carrera externa.

Al mismo tiempo, estas dos piezas con significado político, pueden dar al lector tanto una impresión típica del estilo y actitud filosófica de Séneca como aquellas en las que él aparece simplemente como un hombre de letras. Incluso su desafortunada caída en la adulación al emperador -la cual es en sí misma no de escaso valor como testimonio de la sociedad en la que vivió- no le impide al ensayo consolatorio a Polibio de presentar las habituales exhortaciones estoicas; y el ensayo sobre la clemencia no es un menos elocuente tratado filosófico por ser en cierto modo un documento oficial dirigido a Nerón. La sátira sobre la deificación de Claudio es obviamente en cierto sentido excepcional; su importancia como un espécimen de la sátira menipea1 es única; pero las consideraciones históricas y literarias relaciona los dos ensayos entre los cuales se sitúa. Las diez Cartas incluidas en la selección están más libremente ligadas al mismo [p. vi] hilo histórico. Las Epistulae morales generalmente son reconocidas entre la más fina obra literaria de Séneca; ellas ciertamente muestran lo mejor de su poder de análisis moral, y ayudan a revelar el trasfondo intelectual de su vida pública.

El texto aquí presentado, con muy pocos cambios, los cuales son enumerados al final de volumen, es el del actual edición de Teubner incluyendo el ensayo Ad Polybium de consolatione por Hermes, el De clementia por Hosius, y las Epistulae por Hense, y de la edición Weidmann del Apocolocyntosis por Bücheler.

Mi gratitud a la Columbia University Press por su cortés permiso para reproducir, en algunos puntos en las notas al Apocolocyntosis, la fraseología que ya había usado en mi más extenso estudio de la misma obra publicada por la Press.

En particular deseo expresar mi gratitud al Profesor Egbert, editor en jefe de la presente serie, por su valioso consejo, y al Profesor August Rupp del Colegio de la ciudad de New York, quien generosamente ha ayudado a leer las pruebas del libro y ha hecho valiosas sugerencias.

A.P. Ball.

College of the city of New York.


INTRODUCCIÓN

1. LA VIDA DE SÉNECA. [p. ix]

Entre los escritores españoles que contribuyeron tanto a la literatura romana del primer siglo, Lucio Anneo Séneca, el filósofo, especialmente si consideramos juntas su obra literaria y su carrera política , es claramente el más importante. Tomados en sí mismos, el conjunto de sus escritos es el más importante de su género en la literatura latina, pero adquiere un interés peculiar cuando lo consideramos como la expresión literaria de un carácter y una carrera tan paradójica, en muchos aspectos, como la suya. Solamente una vez, quizás, -un siglo más tarde cuando Marco Aurelio estuvo en el trono- un filósofo confeso estuvo más cerca que nunca de gobernar el mundo. Desde todo punto de vista la vida de Séneca es digna de mención.

Séneca nació en Córdoba hacia el año 4 a.C. y fue llevado a Roma a finales del principado de Augusto. Su padre, M. (o L.) Anneo Séneca, conocido como Séneca el retórico a causa de sus obras sobre ejercicios retóricos llamados Suasoriae y Controversiae, fue un caballero y un hombre rico y culto. Su madre, Helvia, fue una dama de Córdoba, de cuyo carácter Séneca nos ha dado una alta valoración. Sus hermanos mayor y menor fueron M. Anneo Novatus, más conocido como aquel Galión [p.x] ante el cual san Pablo fue acusado y azotado en Acaya,2 y L. Anneo Mela, padre de Lucano, el autor de Farsalia. El futuro filósofo nació bajo Tiberio en medio de unas condiciones sociales en que la literatura y la filosofía eran de lejos las más seguras y, para un hombre de su temperamento, los campos de seria actividad intelectual más afines. Sin embargo, de acuerdo con los deseos de su padre, Séneca estudió derecho e inició una exitosa carrera como abogado. Además él fue una brillante ganancia para la vida social de la capital.

Pero su temperamento estudioso y actitud introspectiva le impidieron ser absorbido en la vida de un destacado joven abogado y favorito social. Los propósitos más puramente intelectuales le apelaban fuertemente, y tuvo una inclinación al ascetismo que en los siglos siguientes le hubiese conducido a un monasterio. Además su salud no era vigorosa. En una temprana ocasión cuando un discurso brillante le atrajo la celosa enemistad de Calígula, salvó la vida gracias a la sugerencia privada de alguien al oído del emperador, que no valía la pena matar a un inválido como Séneca, que no podía durar mucho incluso dejándolo en paz.

De los años tempranos en los que todavía era libre para experimentar con la vida, él mismo nos relata algunas de sus empresas idealistas. En cierto momento de su juventud adoptó la teoría vegetariana de la dieta,3 y se adhirió a su práctica por más de un año, dejándola finalmente a pedido de su padre, no porque hubiese dejado de creer en ello o, como él pensaba, de desarrollarse fuerte, sino para que no vaya a ser malinterpretada [p. xi] como una práctica supersticiosa de algún culto algo vergonzoso. Séneca se convirtió en una autoridad sobre supersticiones -al menos hasta el punto de escribir un libro sobre ellas- y no tenía intención de que se pensara que era presa de ellas. Este acontecimiento fue característico en su reconciliación de una filosófica amplitud de mente con el cuidado por las apariencias y otras consideraciones prácticas que son esenciales para ir adelante en el mundo. En otra carta 4 él comenta a propósito de su propio estilo de vida, tamquam in conspectu vivamus, -vivamos sin necesidad de tapujos- que es un sentimiento honorable, pero no basado sobre una perfectamente ideal de independencia de las opiniones de la humanidad que nos rodea, a lo cual en verdad incluso los estoicos más consecuentes que Séneca raramente alcanzaron. Más adelante en esta misma carta describe entre sus frugales hábitos su simple almuerzo, consistente en tal clase de alimentos, tal como curiosamente relata, que después no necesita lavarse las manos; sin embargo hace poco ejercicio, dice, pues luego de un ligero esfuerzo se encuentra cansado; duerme muy poco, de hecho tan poco como le es posible; y poco después llega a decir, fremitum patientissime fero. Parece haber cultivado concienzudamente la practica de la concentración mental, de modo que podía aplicar su mente a su trabajo, tal como relata a Lucilio, sin ser disturbado por molestos sonidos alrededor de él. En la epístola 56 le hallamos explicando cómo hizo para estudiar serenamente mientras estuvo en unos alojamientos muy ruidosos sobre unos baños públicos en un balneario. Estos son comentarios de la vejez de Séneca, pero ellos indudablemente indican un interés en experimentos mentales y morales, que le acompañaron a lo largo de su vida, con los incidentes externos y atractivos de una carrera activa. [p. xii]

Cuando Séneca tenía casi 45 años, esta carrera recibió un serio revés con un perentorio destierro a la deprimente isla de Córcega. La causa no es conocida exactamente. Se le acusó que estaba implicado en una intriga con la joven Julia de mala fama, pero la acusación vino de la emperatriz Mesalina, ella misma no menos tristemente célebre. Si Séneca fue de algún modo culpable, o si simplemente había sido indiscreto y su castigo fue el resultado de uno de los mal dirigidos esfuerzos de Claudio por la caducada severidad romana, no podemos saberlo. Tácito alude al recuerdo del exilio de Séneca como una iniuria. En todo caso, aunque él al principio lo encaró con valentía (tal como inferimos de su ensayo ad Helviam matrem de consolatione), aquello le causó una angustia que en la Consolatio ad Polybium y los Epigramas él hace evidentes. Esto duró casi 8 años, hasta que por influjo de la nueva emperatriz Agripina, fue llamado para ser tutor de su hijo, L. Domicio Ahenobarbo, a quien nosotros conocemos como el emperador Nerón. Así Séneca fue restablecido en la más alta vida social de Roma, para su propia satisfacción y la de la gente para quienes había sido favorito, y parcialmente por la buena opinión de ellos se dice que Agripina había intercedido a favor de Séneca.5

Gracias a la relación de Séneca con su imperial pupilo nosotros tenemos una amplificada percepción del poder y función imperial [p. xiii] lo cual no es de poca importancia en la historia de las ideas políticas. Cuando una revolución palaciega removió a Claudio por medio de las famosas setas envenenadas y se hubo colocado a Nerón en el trono, Séneca, en cooperación con Burro, el más antiguo comandante de la guardia pretoriana, fue prácticamente el gobernante del imperio durante los primeros cinco años del principado de Nerón, el Quinquennium Neronis que Trajano elogia tanto, mientras las malas cualidades del emperador aspirante a artista se mantuvieron ocultas por la afabilidad de su propia ingenua juventud y la presencia controladora de su maestro. Séneca empezó a enseñar la lección de la clemencia imperial, que ya vio que era especialmente necesaria.

Pero la celosa ambición de Agripina pronto la hizo intolerable ante su hijo a quien ella había colocado en el trono. Cuando finalmente Nerón realizó el asesinato de su madre (59 d.C.) Séneca, aunque no se sepa que haya participado en el proyecto criminal con antelación, por el momento se prestó posteriormente, así se ha creído, a escribir la apología de Nerón ante el Senado, justificándole sobre la base de la necesidad del estado. El grado de culpabilidad de Séneca por esto es algo que no podemos juzgar. La situación era compleja; incluso la afirmación que Séneca escribió la defensa de Nerón ha sido negada; sin embargo, más probable parece que él no tenía alternativa si debía mantener alguna influencia sobre su cada vez más problemático pupilo. El famoso fresco6 de Herculano, representando una mariposa en un carro conduciendo un grifo, comúnmente se supone que tenía la intención de sugerir la relación de Séneca con Nerón, la mariposa como símbolo del alma significando aquel control que puede ser ejercitado a través [p.xiv] de los más altos impulsos sobre la naturaleza salvaje del emperador.

En todo caso, la influencia de Séneca decayó. Hubieron desacuerdos sobre el trato de Nerón a su hermana adoptiva y esposa, Octavia, y por otro lado el emperador, urgido por los peores consejeros y por su pasión hacia Popea, encontraba a Séneca y las cosas que Séneca sostenía cada vez más desagradables. Séneca se retiró, tan lejos como pudo de la vida pública. Pidió permiso al emperador -quien no lo concedió- para entregarle la vasta fortuna que había representado un favor imperial tan ilimitado, e ir al retiro. Pero ni siquiera eso fue suficiente. Nerón había jurado que moriría antes de hacer daño a su viejo maestro, pero Séneca había sido muy envidiado y durante mucho tiempo había sido la personificación de la moderación; y aunque permaneció en una dudosa seguridad durante un tiempo, escribiendo epístolas filosóficas y edificándose con las austeras consolaciones de la religión estoica, finalmente fue implicado por sus enemigos bajo la sospecha de ser el pretendido beneficiario de la conspiración de Piso, y se dio la orden imperial que debía morir (65 d.C).

Hubo una dignidad en su muerte, comparable, por propia intención, se insinuó, a la de Sócrates.7 Séneca estaba en una villa no lejos de la ciudad con su heroica joven esposa, Paulina. Negado el privilegio de hacer testamento a favor de los fieles servidores que habían permanecido [p. xv] junto a él, les dejó, como él dijo, “el ejemplo de su vida”, cuyo recuerdo les ofrecería las más altas recompensas.8 Continuando calmadamente, ofreciendo un noble adiós a su esposa, aunque ella insistió en morir con él, y no pudo, en coherencia filosófica, denegarle su consentimiento: “te he mostrado los consuelos de la vida”, dijo, “tú prefieres la gloria de la muerte. No te envidiaré la distinción. Igual valentía se mostrará en la muerte de nosotros dos; pero en tu final habrá un honor más grande”. Las venas de sus brazos fueron abiertos por el mismo golpe. Pero por ordenes del emperador, se reporta, la vida de ella fue salvada, y vivió después algunos años de pálida viudez. La muerte de Séneca fue retrasada por la lenta circulación de su demacrado cuerpo. Se había cortado las venas de las piernas así como de los brazos, y sufrió una agonía de cuya vista retiró a su esposa. Incluso el veneno fue ineficaz, así como el baño de agua caliente al cual recurrió para apurar el flujo de sangre, pero finalmente murió en un baño de vapor caliente. Fue enterrado, según las órdenes que había dado en sus días de grandeza, con poca ceremonia.

La carrera de Séneca fue una de las aparentes incoherencias. En sus escritos, en conjunto, no hay nada a modo de apología por el hombre que, acomodándose a las exigencias de este mundo, fracasó en conciliar su práctica con sus ideales. Él tomó un interés casi humorístico sobre el problema.9 Pero los elementos contradictorios en su vida y su filosofía quizás han pesado demasiado en el juicio popular sobre él. El espectáculo, por tomar sólo lo más obvio, de un poderoso cortesano y uno de los hombres más colosalmente ricos en una época [p. xvi] de fortunas fantásticas, predicando los encantos de una vida de espiritualidad y pobreza, estaba llamado a crearse detractores;10 y el carácter de Séneca ha sido tema de infinitas discusiones desde sus días hasta los nuestros. En la primitiva Iglesia cristiana se le tuvo en alta estima, en parte no debido al ascetismo de su vida, tanto como por la noble moralidad de su filosofía, y las supuestas relaciones entre él y san Pablo; incluso san Jerónimo incluyó a Séneca en su lista de santos cristianos. Mucho de los ataques de sus contemporáneos sin duda fueron resultado de la envidia y la incomprensión. Tácito, cuya explicación tiene más derecho a que le creamos, nos deja con la impresión que en una situación de máxima dificultad, aunque su política no siempre estuvo a salvo de las críticas, Séneca fue esencialmente un buen hombre así como un gran hombre, que hizo por el imperio un servicio digno de un patriota y un maestro de virtud.

2. LA FILOSOFÍA ESTOICA

Aparte de su historia personal, Séneca reclama nuestra atención como el principal exponente del estoicismo romano. La mayoría de sus obras en prosa son tratados estoicos; y para las exigencias de una época de decadencia religiosa y represión política y, en los círculos más altos, de peligro personal, la actitud estoica hacia la vida y la muerte fue algo que apeló vitalmente a muchas de las mejores cualidades del espíritu romano. Sin duda el estoicismo alcanzó entre los romanos una importancia social mucho más grande de lo que su valor teórico parecía garantizar.

La escuela estoica, fundad por Zenón del Pórtico (Stoa) en Atenas en el siglo III a.C., desde el principio, igual que [p. xvii] su opuesto natural, la escuela de los epicúreos, se ocupó más de las cuestiones prácticas de filosofía moral que de las investigaciones especulativas de los platónicos y peripatéticos. Esta diferencia de objetivo, a lo cual reaccionó la diferencia de temperamento nacional, convirtió a las dos primeras en las influencias predominantes en la filosofía romana. Zenón, Cleantes y Crísipo, en Grecia, son menos sobresalientes comparados con los grandes nombres de la Academia y el Liceo; pero Roma no tiene grandes filósofos especulativos que comparen con sus grandes moralistas estoicos, Séneca, Epicteto, Marco Aurelio y el ensayista ecléctico, Cicerón.

Por supuesto los estoicos no estaban desprovistos de una teoría psicológica respecto al problema del conocimiento, y tenían su teoría de la constitución del universo. Ellos enseñaron que Dios y la Naturaleza son en realidad uno solo, trabajando por medio de leyes fijas, a las cuales cada parte del universo está sujeta. Pero la implicación ética de la doctrina recibía de lejos la mayor parte de su atención. El hombre estando sujeto a la ley, su único éxito real consiste en ofrecer su voluntad en armonía con las leyes esenciales de su ser. Por lo tanto, romper la ilusión y todas las pasiones y deseos turbadores cuya realización depende de cosas que no están bajo control del hombre, es la condición para alcanzar el objeto de su existencia. El hombre que perfectamente alcanza este resultado es el hombre sabio ideal, el sapiens, el constante tema de la prédica estoica.

El principal objetivo de los estoicos fue la libertad e independencia de carácter, libertad de la dependencia a circunstancia adventicias de cualquier clase. “Vivir de acuerdo con la naturaleza” fue el lema de la secta, la cual así expresaba la acusación tantas veces reiterada desde entonces, que la [p. xviii] sociedad civilizada con sus necesidades artificiales ha corrompido el carácter alejándose de la simplicidad de los principios fundamentales y olvidando la moderación del autocontrol elemental.

Parece haber un pesimismo subyacente en la común suposición estoica que el Destino es probablemente maligno y que la única seguridad del hombre es no preocuparse por las cosas que le pueden ser arrebatadas; pero esto solo es desde el punto de vista de una vida tranquila y confortable; esto tiene poca importancia cuando reflexionamos que la única cosa que es realmente valiosa es la virtud. Siendo eso la única cosa importante, “los dioses” han hecho bien (y no malignamente) en disponer el mundo como un lugar que ellos contemplan como un espectáculo,11 un lugar de ejercicio bajo las severas reglas de la virtud y la nobleza. A través de la literatura estoica resuenan las variaciones sobre la idea que un hombre debe poner su confianza en su propia alma: en palabras del poeta estoico Persius: nec te quaesiveris extra,12 “no te busques fuera de ti mismo”. El cuerpo, observa Séneca en una de sus epístolas,13 necesita toda clase de alimentos y medios para desarrollar sus capacidades. El alma no necesita más que a sí misma: Animus ex se crescit, se ipse alit, se exercet. Quid tibi opus est, él pregunta, ut sis bonus? La respuesta es una sola palabra: velle.14 Este modo de tratar los hechos de la vida humana asumió, en la mente de sus más nobles seguidores, casi el carácter de una religión.15 El “director filosófico” se convirtió, en ciertos círculos, casi como aquel funcionario definido como “director espiritual” en la [p. xix] Iglesia cristiana. Pero sin ceremonias y ritos externos y sin una vulgar esperanza personal, la religión estoica no podía esperar atraer a las masas y no lo hizo. Evidentemente fue una religión sólo para una aristocracia ética.

No se debe soslayar que en algunos aspectos la doctrina estoica de vivir de acuerdo con la naturaleza y los principios epicúreos de conseguir lo máximo que se pueda extraer de las oportunidades de la vida, no estaban muy alejados, si la segunda recibía su más noble interpretación. Frecuentemente Séneca cita a Epicuro - “voy al campo opuesto”, dice, no como un desertor sino como un explorador”-16 y quizás sus “inconsistencias” personales son explicadas más fundamentalmente por su inclinación temperamental hacia lo mejor de los objetivos epicúreos. De la dureza y limitación de algunos de sus hermanos estoicos fue salvado por su solo medio suprimido instinto por el arte y su curiosidad intelectual, así como por sus imborrables sentimientos humanos.17

3. OBRAS DE SÉNECA

De las obras filosóficas de Séneca una gran parte han sobrevivido; su popularidad en la iglesia medieval indudablemente ayudó a asegurar la preservación de su obra en numerosas copias. Tenemos más o menos completos los doce tratados morales llamados Diálogos (después de la alusión en Quintiliano, X, 1, 129, y porque ellos están [p. xx] compuestos en su mayoría en segunda persona argumentativa) que escribió en diferentes épocas a lo largo de su vida y dedicada a varios amigos, como sigue:

I. Ad Lucilium. Quare aliqua incommoda bonis viris accidant cum providentia sit, sive de Providentia.

II. Ad Serenum. Nec iniuriam nec contumeliam accipere sapientem, sive de constantia sapientis.

III-V. Ad Novatum. De ira.

VI. Ad Marciam. De consolatione.

VII. Ad Gallionem. De vita beata.

VIII. Ad Serenum. De otio.

IX. Ad Serenum. De tranquillitate animi.

X. Ad Paulinum. De brevítate vitae.

XI. Ad Polybium. De consolatione.

XII. Ad Helviam matrem. De consolatione.

Los dos libros (que originalmente fueron tres) De clementia ad Neronem caesarem, los siete libros Ad Aebutium liberalem de beneficiis, y la colección de Episulae morales ad Lucilium (de las cuales nos han llegado 124 ) también son ensayos morales, en gran parte del mismo carácter que los otros. También están dirigidos a Lucilio los 7 libros de las Naturales quaestiones, una evidencia parcial del interés científico de Séneca; pero la mayor parte de su obra sobre ciencia natural se ha perdido. Además de éstas tenemos la sátira sobre la apoteosis de Claudio conocida como Apocolocyntosis, unos pocos epigramas del exilio de Séneca, y 9 tragedias, imitaciones literarias de los dramas griegos y basadas en las mismas leyendas, pero probablemente no ideadas para una representación teatral. Aunque no todas las nueve son de autenticidad cierta, la mayoría de ellas, incluyendo la Medea, [p. xxi] el Hercules furens, las Troades y Phaedra, generalmente son aceptados como de Séneca. Con ellas hay una décima, las pretexta18 tituladas Octavia, la cual es casi seguro que Séneca no escribió; se basa sobre historia contemporánea y él mismo está caracterizado en ella.19

Una parte considerable de las obras de Séneca se ha perdido, algunas en parte y otras por completo, sobre ellas se hacen alusiones en sus escritos que poseemos o en otros autores. Entre los más interesantes parecen haber sido el De situ et sacris aegiptiorum, que fue uno de los frutos de su residencia temporal en Egipto durante su juventud, la De forma mundi, en la que según una cita de Boecio, se establecía una teoría sobre la forma esférica de la tierra, y el Dialogus de superstitione, al cual san Agustín alude en su De civitate Dei (VI, 10), además de muchos otros ensayos morales. Séneca también escribió una biografía de su padre y publicó varias Epistulae actualmente perdidas, por no hablar de los importantes discursos que preparó para Nerón, y los innumerables alegatos que produjo en su práctica como abogado. La supuesta correspondencia entre Séneca y san Pablo, así como muchas de las obras que se atribuyeron a Séneca en la Edad Media, ahora sabemos que son espurias.20 [p. xxii]

De las obras incluidas en este volumen, la Consolatio ad Polybium representa la parte de la vida de Séneca cuando estuvo en el exilio, el cual, aunque tenía casi 50 años de edad, estaba al inicio de su carrera estrictamente literaria; la Apocolocyntosis y el ensayo De clementia expresan dos aspectos diferentes de su espíritu a principios del reinado de Nerón; las Cartas, al menos la mayor parte, fueron escritas cuando Séneca estaba viejo y había caído en desgracia. La Apocolocyntosis está estrechamente relacionada con la actitud de Séneca hacia los dos emperadores, Claudio y Nerón. La Consolatio ad Polybium pertenece a sus reacciones ante el primero. El De clementia es una importante llamada a lo que parecía la parte mejor del carácter de Nerón y representa de modo típico la actitud de Séneca hacia él. Las Cartas que han sido seleccionadas suplementan la visión de la relación personal de Séneca con la historia, no tanto por la adición de hechos específicos como iluminando algunas de las complejidades de su carácter, entre las dificultades de ser un hombre de mundo y un experimentado moralista. La carta 73, en particular, es su exposición de la actitud de la filosofía hacia el gobierno imperial.

4. EL ESTILO DE LOS ESCRITOS DE SÉNECA.

El estilo literario de Séneca es uno de los tipos de la edad de plata de la latinidad que muchos clasicistas desde los días de Quintiliano en adelante se han unido para condenar. Críticos reaccionarios de la edad que inmediatamente siguió a la suya consideran a Séneca como moderno y decadente. Pero aunque él podría ser “un clásico de segundo rango”21 en el estricto sentido del [p. xxiii] término, merece la máxima atención para el estudiante del desarrollo histórico del estilo latino. La famosa caracterización de Quintiliano sobre su obra es la siguiente:22

“A propósito he aplazado hablar de Séneca en relación con cualquier clase de literatura, a causa de la falsa idea que circula sobre mí: que le desapruebo e incluso le odio. Esto se debe al hecho que yo me he esforzado por restablecer en los estrictos parámetros un tipo de composición que ha sido dañada por toda clase de defectos. Además, él ha sido casi el único autor en manos de nuestros estudiantes. Yo no estaba tratando de excluirlo por completo, pero me opongo a que sus obras sean preferidas a las de mejores escritores, a quienes él nunca había dejado de atacar, desde que comprendió que si ellos eran populares, su propio estilo tan diferente no lo sería tanto. Además, nuestros jóvenes le admiran más que le emulan, y ellos se separan de su modelo en cuanto él cae más bajo que los clásicos (ab antiquis descenderat). Hubiera sido muy deseable si ellos le hubiesen igualado o al menos aproximado. Pero él les gusta solo a causa de sus defectos, y cada uno se aplica para reproducirlos como puede; así cuando se presume que se está componiendo de la misma manera, se está difamando a Séneca. Ciertamente éste tenía muchos grandes méritos: una mente ágil y productiva, una gran devoción erudita, y una gran cantidad de información, aunque en esto a veces estuvo mal guiado por aquellos a quienes él se había confiado sobre la investigación de puntos particulares. También se ocupó de casi todo el ámbito de tópicos académicos; así tenemos de él oraciones, poemas, cartas y diálogos. En filosofía no fue muy preciso, pero fue un [p. xxiv] distinguido enemigo de los defectos morales. En sus obras hay muchos nobles discursos, y muchas cosas que son dignas de leer por su valor ético; pero su estilo tiene muchos rasgos objetables, más perniciosos por el hecho que a menudo son atractivos. Desearías que él haya usado su propio talento y no el gusto de otra persona. Pues si él hubiese desdeñado algunas cosas, si no se hubiese preocupado por otras, si no hubiese estado enamorado de toda su propia producción, si no hubiese malgastado la fuerza de su razonamiento en aforismos fragmentarios, él sería elogiado por el juicio unánime de críticos competentes más que por la admiración de los muchachos. Pero incluso cuando lo es, debería ser leído por aquellos que ya son fuertes y bastante seguros en sus gustos por un estilo más austero, especialmente porque él da ocasión para el ejercicio de discriminación crítica. Por muchas cosas, como ya he dicho, se le debe recomendar; muchas cosas incluso deben ser admiradas; sólo se debe tener cuidado en elegirlas. Eso bien podría haberlo hecho él mismo. Pues ese talento que realizó lo que deseaba fue digno de desear cosas mejores”.

Esta más bien adversa pero sugestiva crítica, debemos recordar que viene de un hombre que conscientemente estuvo por breve tiempo a favor del estilo ciceroniano temprano. Un ataque decididamente más ácido sobre el valor literario de Séneca es el de Aulus Gellius, en cuyo tiempo (la era de los Antoninos), si debemos guiarnos por su testimonio, Séneca estaba pasado de moda. Él dedica un capítulo a algunas de las opiniones de Séneca sobre los escritores mas antiguos, por los cuales es bien conocida la preferencia arcaizante de Gellius.

“Anneo Séneca”, comienza,23 “es considerado por algunos como [p. xxv] un escritor sin valor, cuyos libros ni siquiera merecen cogerlos, porque su dicción parece común y trillada, sus temas y sentimientos o son de una vehemencia vacía y superficial, o, cuando lo fuesen, de una inteligencia frívola y autoritaria, y sus enseñanzas limitadas y populares, sin la gracia ni la dignidad de los escritos de los antiguos. Otros, aunque no niegan que hay bastante poca elegancia en sus palabras, sin embargo sostienen que no le falta conocimiento y erudición en los temas que trata, y una encomiable dignidad y severidad en reprochar los desvíos morales. No es el momento para que haga un juicio sobre todas sus cualidades y todos sus escritos; pero lo que él pensaba de M. Cicerón, Q. Ennio y P. Virgilio lo citamos para nuestra consideración”. Luego Gellius pasa a citar del libro 22 de las Cartas a Lucilio de Séneca (actualmente perdida) algunos comentarios poco halagüeños sobre la poesía de Ennio y sobre Cicerón y Virgilio por imitarle. Según Gellius, Séneca es un insignificante (nugator) que recrimina de modo estúpido (insulsissime) sobre autores mucho más grandes que él. Finalmente Gellius admite un merito aislado en él, pero concluye con el juicio que las cosas buenas en la obra de Séneca no son de tanta ayuda para el carácter en desarrollo de los jóvenes (adulescentium indolem) como dañinas son las cosas malas.

Al estimar la opinión de Gellius debemos tener en mente que es la de un hombre muy limitado que estuvo notoriamente inclinado a favor de las tendencias antiguas en detrimento de aquellas más recientes. Pero Fronto, contemporáneo de Gellius, otro profesor de retórica como Quintiliano, incluso es más severo en su condena del estilo “cuadriculado, danzarín, tintineante” de Séneca.24 [p. xxvi] Todas estas críticas, en cuanto ellas se refieren en general a la parte de la obra de Séneca que no poseemos, nos representan la actitud de reacción contra los cambios literarios que fueron un síntoma natural de cambios fundamentalmente sociales.

No se debe suponer que todos las antiguos críticas de Séneca fueron hostiles. Quintiliano mismo, en otro lugar, usa el término copia para describir la inconfundible característica literaria de Séneca, y hubieron muchas referencias a él altamente elogiosas. Sin embargo otra antigua opinión desfavorable es más digna de citar. Es aquella del medio loco emperador Calígula. Suetonio,25 después de hablar del vigor de la oratoria de Calígula, y especialmente su poder de denuncia, dice “tanto despreció los tipos más suaves y elegantes de composición que dijo que Séneca, que entonces era muy admirado, simplemente compuso buenas declamaciones (commissiones), ‘arena sin cal’ (et harenam esse sine calce)”. El comentario a menudo ha sido mal aplicado. Calígula no podía haberse referido a la obra filosófica de Séneca que actualmente poseemos, pues ellas fueron escritas más tarde; debe haberse referido a sus discursos, y en vista del contexto debe significar que Séneca, a juicio del emperador, carecía de convicción y fuerza. Pero generalmente se toma para dar a entender que la obra de Séneca carece de cohesión, y para referirse a la fragmentaria concisión que le hace abundar en frases aforísticas desconectadas.

En verdad, pocos autores suministran una proporción tan grande de observaciones sentenciosas que podrían ser citadas aparte de su contexto, aunque en Séneca muchas cosas que parecen bastante epigramáticas en la forma, sin embargo son muy dependientes [p.xxvii] de su contexto para su sentido. Preocupado como estaba Séneca con los temas éticos, continuamente resumió su pensamiento en generalizaciones dignas de ser citadas.26 Y el talento para la generalización llevó lejos a Séneca en el modo de hacerlas. Indudablemente él se preocupaba mucho por ser efectivo, y a menudo sentimos en sus escritos la nota de esfuerzo que es casi inseparable de un estilo epigramático.

Es esto, quizás tanto como la llamativa diferencia entre la austeridad de su filosofía y la opulencia de su vida, que ha producido la impresión de hipocresía e insinceridad en la mente de algunos de sus lectores. Séneca gustaba de la oratoria, y de la oratoria artística; fue casi más un artista y psicólogo que filósofo; pero atacar su honestidad por este motivo muestra, principalmente, antagonismo temperamental por parte del crítico.

Además el mismo Séneca, no tan raramente como podría parecer, tuvo cierta inclinación por la familiaridad y la franqueza, un desdén por las sutilezas literarias. Dice a Lucilio: nimis anxium esse te circa verba et compositionem nolo;27 y en otra parte, “es un juego trivial que jugamos”: latrunculis ludimus, in supervacuis sutilitas teritur, nec faciunt bonos ista, sed doctos,28 y en otros incontables pasajes el peso de su discurso es, tal como lo resume una vez: doce quod necesse est.29 Incluso si hay algo de hipocresía en Séneca, eso no prueba su general falta de sinceridad, sino simplemente que a veces se dejo llevar por su manera de pensar. Eso es un defecto, pero no para ser despedido con una condena rotunda.30 [p. xxviii]

Las ideas que expresó respecto al tema del estilo 31 a menudo parecen tan incoherentes como algunos aspectos de su vida y su filosofía. Sus principios literarios aparentemente discrepan entre sí y con su propio uso. A veces él parece estar despreciando el meticuloso arte literario como indigno de un filósofo: oratio sollicita philosophum non decet,32 dice, e incluso, quis enim accurate loquitur nisi qui vult putide (i.e. con desagradable afectación) loqui? 33 En otra ocasión él critica una falta de deliberación y orden, y anima a que las formas deban ser tan dignas como la materia. Hoc non probo, dice, hablando de la elocuencia impetuosamente irreflexiva en un maestro, in philosopho, cuius pronuntiatio quoque, sicut vita, debet esse composita:34 su discurso debería ser tan cuidadosamente ordenado como su vida. En otro lugar, citando el proverbio, talis hominibus fuit oratio qualis vita, compara el descuidado estilo literario de Mecenas a su negligente conducta y manera de vestir: non oratio eius aeque soluta est, quam ipse discinctus?35 Toda la epístola en la que se halla esto está consagrada a una interesante discusión sobre las influencias que van a producir fallos [p. xxix] de estilo, algunos de ellos los mismos con los cuales el mismo Séneca es comúnmente acusado.

Sin embargo, las incoherencias de Séneca raramente son de un género que no puedan ser resueltos; y quizás podemos claramente resumir sus preferencias en una manera no esencialmente desacorde con su práctica en su propia prosa. Él quería que el estilo sea natural 36 y apropiado, como debería ser un artista estoico. Rechazaba lo que consideraba grandioso y pretencioso. En la Apocolocyntosis ridiculiza expresamente la afectación rimbombante.37 Registra su antipatía por las sentencias periódicas largas;38 esto obviamente cuadra con su práctica. De su estilo epistolario, el cual fue el de prácticamente todas sus obras filosóficas, él dice que deseaba que fuese simple y sin afecciones como su conversación, el cual fue inlaboratus et facilis; tales esse epístolas meas volo, quae nihil habent accersitum (i. e. inverosímil, rebuscado) nec fictum.39

Pero elogiando el estilo epistolario de Lucilio dice: habes verba in potestate,40 y cuando en otro lugar observa que es vergonzoso decir una cosa y querer decir otra: turpe est aliud loqui aliud sentire: quanto turpius aliud scribere, aliud sentire,41 claramente él está pensando no tanto en la cuestión de la sinceridad tanto como del dominio suficiente de la dicción para ser capaz de decir efectivamente lo que uno quiere decir. Mientras Séneca desaprobaba la apariencia rebuscada, en cambio le gustaba una pulcritud y precisión que acentuaba sus ideas, colocaba la palabra justa en el lugar correcto, y en general hizo que la expresión se ajustara al pensamiento. A menudo habló despectivamente del [p. xxx] gusto popular; nunca se esforzó por revestir su filosofía de un lenguaje que fuese atractivo a un amplio círculo de lectores. De allí lo apropiado del comentario de Tácito sobre Séneca ingenium amoenum et temporis eius auribus accommodatum.42

El esfuerzo por hacer su obra más interesante, por supuesto, la tendencia a usar en prosa palabras y expresiones que en épocas pasadas habían estado restringidas al uso poético, una tendencia que compartió con su generación, a la cual se les imputa muy fácilmente tales “vicios retóricos”. Parece evidente que tal tendencia fue un signo natural de crecimiento de un lenguaje que ni siquiera gente como Gellius y Fronto podían evitar tratándose de una lengua viva. Los rasgos característicos del estilo de Séneca fueron especialmente de otro tipo, debido a su constante esfuerzo tras una brillantez concisa y antitética. Algunos, si aplicamos la prueba spenceriana de la economía de la atención, tienden a facilitar al lector la comprensión de las ideas; otras lo retardan. El hábito de las antítesis es ciertamente uno del primer grupo, aunque podría estar en peligro de merecer las censuras de Gellius.43 Eso estimula la atención del lector y ayuda a su organización mental de las ideas. Sin embargo el esfuerzo por la variedad con concisión a menudo es problemático, más que de ayuda, llevándonos a dividir la simple disposición lógica de la sentencia y el reemplazo de correlativas regulares con sus sinónimos. También su truco ocasional de invertir el énfasis natural en frases con pares de correlativas como tam … quam …, non minus … quam …, etc., tiene [p. xxxi] la tendencia a desorientar al lector.44 Su indulgencia en el uso del zeugma es otro resultado natural de su apego a la concisión. Algunas imprecisiones ocasionales también son causadas por peculiaridades en el uso del pronombre demostrativo, y particularmente su omisión donde un escritor más “clásico”, menos temeroso de ser demasiado obvio, las hubiese colocado; asimismo por la ilegítima alusión a algo como si ya hubiese sido introducido cuando no lo ha sido. Ejemplos tales como hanc … multitudinem y hoc iugum, al inicio del De clementia, tienen un paralelo ciertos modernos usos coloquiales vulgares, y podrían haber aparecido en Séneca de una fuente similar. El uso frecuente de infinitivos sustantivados también parece mostrar algo de la tendencia coloquial que Séneca francamente confiesa en sus epístolas. Esto se halla en otros escritores de la edad de plata con la misma inclinación en esta dirección.

Se diga lo que se diga sobre el habitual estilo latino de Séneca, aquel de la sátira sobre la deificación de Claudio obviamente se aparta muchísimo más del estándar literario clásico. Ocurre que es el único antiguo ejemplo latino que poseemos, totalmente íntegro, de la llamada sátira menipea,45 un género literario que recibe su nombre del filósofo cínico Menippus de Gadara, y fue introducido en la literatura latina por el anticuario Varrón. Su característica formal es su mezcla irregular de prosa y verso, con tendencia a la parodia; y en estilo afectado por unos modos vulgarmente subidos de tono, que es bien ejemplificado en el Apocolocyntosis. Escrito en una vena de digamos obra burlesca, está llena de payasadas de fraseología coloquial, [p. xxxii] proverbios populares, palabras de más o menos probable uso y formación plebeya, tautologías vulgares, y ocasionalmente argot descarado, variadamente agrupados por efecto acumulativo. Incluso su sintaxis se ha inclinado en la misma dirección. Sin embargo en cambios de frase y trucos de estilo, tiene una marcada semejanza con las obras más serias de Séneca; y aunque en su carácter general es llamativamente diferente de ellas, es razonable que se considere como el producto de un filósofo estoico convertido en cínico (como Menippus) en unas fiestas saturnales para la diversión, no muy sana, de él mismo y sus amigos.

5. EDICIONES Y OBRAS DE REFERENCIA.

La editio princeps 46 de Séneca fue publicada en Nápoles en 1475. Contiene algunas obras espurias y algunas obras de Séneca el viejo, así como la mayoría de aquellas existentes de Séneca el filósofo, incluso la Consolatio ad Polybium, el De clementia y las Epístolas, pero no el Apocolocyntosis, que no fue impresa hasta 1513. La editio princeps de ella fue titulada Lucii Annaei Senecae in morte Claudii Caesaris ludus nuper repertus, Romae, MDXIII.

Hay una larga serie de ediciones posteriores, sobresaliendo entre ellas las que están asociadas con los nombres de los grandes editores, Erasmo (primera edición, Basilea, 1515) y Justo Lipsius (primera edición, Antwerp, 1605).

Algo de interés entraña el hecho que Calvino, el teólogo de la predestinación, en sus días de estudiante, editó el De clementia (Paris, 1532); Juan Jacobo Rousseau publicó una traducción del Apocolocyntosis (incluida en sus Obras, vol. 2, Ginebra, 1781).

Ediciones más recientes de los escritos (en prosa) de Séneca son las siguientes:

F. E. RUHKOPF, Works, con notas críticas y comentario, 5 vol., Leipzig, 1797-1811. [p. xxxiii]

M. N. BOUILLET, Works, en la Bibliotheca classica latina de Lemaire, con notas y comentarios seleccionados, 5 vol., París, 1827-1832.

C. R. FICKERT, Works, con notas críticas, 3 vol., Leipzig, 1842-1845.

F. HAASE, Works, 3 vol., Leipzig, Teubner 1852 seq.

M. C. GERTZ, De beneficiis y De clementia, con notas críticas, Berlin 1876.

--- Dialogi XII, Copenhagen, 1886.

O. HENSE, Epistulae, Leipzig, 1898.

C. HOSIUS, De beneficiis y De clementia, Leipzig, 1900.

E. HERMES, Dialogi XII, Leipzig, 1905.

Estos tres últimos pertenecen a la actual edición Teubner text.

Fr. BÜCHELER, Apocolocyntosis, con comentario, incluido en los Symbola philologorum bonnensium, y actualmente agotado.

--- Apocolocyntosis, editio minor, text; con su Petronius, Berlín 1871; 4 ed. 1904.

A. P. BALL, Apocolocyntosis; the Satire of Seneca on the Apotheosis of Claudius, New York, 1902.

Fragmentos de las obras perdidas de Séneca se hallan en la edición de Haase, vol. 3, p. xv y 419 s.

La fuente clásica principal sobre la vida de Séneca son sus propias obras y los Anales de Tácito (lib. 12-15, passim), pero hay numerosas referencias sobre él y sus escritos en otros autores; entre ellos Dión Casio (especialmente 61, 10), Suetonio (Caligula, 53; Nero, 35; etc.), Quintiliano (Institutio oratoria, 10, 1, 125 s.), Aulo Gelio (Noctes atticae, 12, 2, etc.), y muchos otros más.

Sobre el estilo literario de Séneca, véase especialmente:

A. GERCKE, “Seneca-Studien” en Jahrbücher für classische Philologie, suplemento vol. 22, Leipzig, 1896, p. 1 - 333 (especialmente p. 134 s.).

E. NORDEN, Die antike Kunstprosa, vom VI Jahrhundert v. Chr. bis in die Zeit der Renaissance, Leipzig, 1898, vol. 1, p. 306 s.

F. I. MERCHANT, “Seneca and his theory of style” American Journal of Philology, XXVI (1905), p. 44 s. [p. xxxiv]


AD NERONEM CAESAREM DE CLEMENTIA LIBRI II [p. 151]

El De clementia fue escrito para Nerón después que había estado poco más de un año en el poder. Su fecha es determinada aproximadamente por la alusión a su edad en 1,9, 1, indicando que apenas acaba de acabar sus 18 años; el decimoctavo cumpleaños de Nerón fue el 15 de diciembre del 55. La dedicatoria del ensayo parece haber representado realmente el principal propósito al escribirlo; no, como en la mayoría de dedicatorias similares, para ser un apéndice meramente complementario a una pieza de literatura dirigida principalmente al público en general; y representa de modo típico la política de Séneca para tratar con su difícil pupilo. Tácito, en el bien conocido pasaje sobre el inicio del reinado de Nerón (Anales, 13, 2), dice que éste hubiese estado marcado por asesinatos si Séneca y Burro no lo hubiesen evitado, ejercitando su influencia sobre el joven príncipe cada uno a su manera: Burrus militaribus curis et severitate morum, Seneca praeceptis eloquentiae et comitate honesta.

Nerón parece haber respondido bien, al principio. Suetonio (Nero, 10) describe su esfuerzo por complacer la gente que le rodeaba: atque ut certiorem adhuc indolem ostenderet … neque liberalitatis neque clementiae, ne comitatis quidem exhibendae ullam occasionem omisit. Pero él pronto había dado evidencia de cualidades opuestas. El asesinato de Británico había ocurrido algunos meses antes que apareciera el De clementia. Y en el ensayo Séneca busca por todos los medios imprimir en su pupilo el atractivo del ideal de un príncipe afable y popular. Es digno de observar la variedad de motivos a los cuales apela Séneca, algunos absolutamente buenos, otros mucho menos nobles. El elemento de adulación por supuesto es inevitable, pero es ingenioso, grave y moderado. Teniendo en mente las necesidades del caso particular, se encuentra poco que se pueda decir seriamente para dar por falsa la reflexión final de Séneca sobre su relación con el emperador, “que su propio carácter no estaba inclinado a la adulación y que de esto nadie tiene una mejor razón para ser conciente que Nerón, [p. 152] quien más a menudo había encontrado de su parte un discurso libre que servilismo” (Tácito, Anales, 15, 61). El mero decoro, en una obra pública dirigida al jefe de gobierno, requiere una actitud que bajo otras circunstancias hubieran sido menos apropiadas; hubo buenas razones para suponer que el mejor modo de cultivar los buenos impulsos de Nerón en principio fue resaltarlos con elogios. Además, cuando Séneca reconoció que la vanidad era una fuerza poderosa en el carácter de Nerón, fue casi un deber tratar de hacerlo eficaz como un control y estímulo por el lado del buen gobierno.47

En sentido retórico el De clementia es uno de los mejores trabajos de Séneca. Pero tal como se halla, está incompleto. Originalmente fue escrito en 3 libros, que presumiblemente corresponden a las tres divisiones de la materia tal como se esboza en el capítulo 3, 1. De estos solo tenemos el primer libro y 7 capítulos del segundo, ninguno de los demás ha sobrevivido excepto unos pocos fragmentos citados.

La mejor fuente del texto es un manuscrito vaticano (Laureshamensis S. Nazarii, ahora n. 1547 en la colección Palatina de la Biblioteca Vaticana) hacia el siglo IX. En éste el De clementia es preservado junto con el De beneficiis, con el cual también aparece en muchos otros manuscritos.

Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua

Valencia, Junio 2011

Traducción de la Introducción de Ball a Ensayos de Séneca por Pedro E. León Mescua se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

Basada en una obra en www.archive.org.

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1 Nota del Traductor: llamada así por el escritor cínico Menippus de Gadara. Véase cita 45.

2 Hechos 18, 12-17. Ese nombre fue asumido después de su adopción por Junio Galión.

3 Ep., 108.

4 Ep. 83.

5 Tácito (Anales, XII, 8) dice: Pero Agripina …. obtuvo el perdón del exilio para Anneo Séneca, y al mismo tiempo obtuvo la pretoría para él, teniendo en cuenta su popularidad con el público por su distinguida erudición y también la ventaja de tal maestro para la juventud de Domicio, y tener sus consejos para ella en su esfuerzo por asegurar el trono, puesto que creía que Séneca sería devoto a Agripina en gratitud por su bondad, y enemigo de Claudio en resentimiento por la injuria que le había hecho.

6 En el Museo de Nápoles.

7 Un antiguo doble busto fue descubierto en Roma a inicios del siglo XIX (ahora en Berlín) lleva el nombre de Sócrates bajo el bien conocido semblante de ese filósofo y el nombre de Séneca bajo el otro. Éste tiene derecho a ser considerado como un retrato. Cfr. J. J. Bernoulli, Römische Ikonographie, I, 276. Los bustos de un demacrado anciano que son tradicionalmente considerados retratos de Séneca en la Galería Uffizi (Florencia) y el Museo de Nápoles son de un tipo bastante diferente.

8 Tácito, Anales, XV, 62 s.

9 Cf. Ep. 56, 15.

10 Cf. Ep. 17, 3, y nota p. 192. Véase también Dion Casio, LXI, 10.

11 Cf. Séneca, De providentia, II, 8 s.

12 Persius, Satirarum liber, I, 7.

13 Cf. Epístola 80, 3, q. v.

14 N.T.: “El alma crece por sí misma, se nutre y actúa por sí misma: ¿qué necesitas para ser bueno? Querer.”

15 Cf. Epistulae, 90, 1: Quis dubitare … potest, quin deorum immortalium munus sit quod vivimus, philosophiae quod bene vivimus.

16 Ep. 2, 5.

17 A veces él hace una explícita distinción entre su propia opinión y aquella de su secta. Así en Ep. 113,1, él dice en respuesta a una petición: faciam quod desideras, et quid nostras (i.e. estoicos) videatur, exponam; sed me in alia esse sententia profiteor. Cf. también Ep. 117, 1: primum exponam quid Stoicis videatur; deinde tunc dicere sententiam audebo.

18 N.T.: Género de drama romano en el que los personajes no eran del mundo griego sino nativos.

19 En las primeras ediciones impresas de Séneca, durante mucho tiempo hubo un fallo en distinguir entre las obras del filósofo y aquellas de su padre, Séneca el retórico. Más tarde, algunos críticos comenzaron a distinguir un tercer escritor llamado Séneca el trágico; pero ahora se asume generalmente que no hubo tal persona distinta.

20 También se han hecho ataques a la autenticidad de la Consolatio ad Polybium y el Apocolocyntosis (o Ludus de morte Claudii) alternativamente, pero aunque generalmente se admite que son mutuamente incoherentes, y ambos son de diferentes modos contradictorios con algunos aspectos del carácter de Séneca, las objeciones a la tradición manuscrita de la autoría de Séneca son generalmente desacreditadas en la actualidad, y la evidencia interna de su estilo tiende a confirmarlo completamente.

21 Mackail, Latin Literature, p. 171. El mismo Séneca dice, a propósito de un cambio de dicción que advierte en su propia época: olim cum latine loqueremur (Ep. 39, 1).

22 Institutio oratoria, X, 1, 125 s.

23 Noctes atticae, 12, 2.

24 Frontón, Epistulae, ed. Naber, p. 156.

25 Caligula, 53.

26 Muchas de éstas, tal como a menudo se ha observado, en llamativa semejanza con pasajes de las escrituras cristianas.

27 Epistulae, 115, 1, q. v.

28 Ep. 106, 11.

29 Ep. 109, 18.

30 Sus halagos al emperador es otro punto. Todo el tema de la adulación al jefe del estado romano es cosa aparte. Podría ser visto como una precaución práctica necesaria o como un defecto en el gusto de la época; evidentemente fue ambas cosas; en cualquier caso eso podría ser estudiado en Séneca, en quien no es tan burda como en algunos escritores y cuyas exhibiciones de ello son ingeniosamente temperadas y desviadas por los ideales filosóficos los cuales desearíamos que los hubiesen evitado totalmente. Cf. Naturales quaestiones, IV, Praef. 9: eo enim iam dementiae venimus, ut qui parce adulatur, pro maligno sit. Podría ser que incluso los detalles del estilo literario de Séneca fueran afectados por lo peor cuando estuvo tratando de apelar a los vulgares gustos teatrales de Nerón. Se acusaba por parte de los enemigos de Séneca que él escribió más poesía cuando Nerón desarrolló afición por ella. Cf. p. 103 y 151.

31 Véase F. Merchant, “Seneca and his theory of style”, American Journal of Philology, 1905, p. 44-59.

32 Ep. 100, 4.

33 Ep. 75, 1.

34 Ep. 40, 2.

35 Ep. 114, 4.

36 Aunque confesó (Naturales quaestiones, 3, 18, 7): non tempero mihi quin utar interdum temerarie verbis et proprietatis modum excedam.

37 II, 1.

38 Ep. 114, 16.

39 Ep. 75, 1.

40 Ep. 59, 4.

41 Ep. 24, 19.

42 Tácito, Annales, 13, 3.

43Sententiae aut inepto inanique impetu … aut suazi dicaci argutia”. Noctes atticae, 12, 2, 1.

44 Cf. De clementia, 1, 3, 3; y 1, 20, 2 y notas.

45 Sin embargo esta característica es atribuida al Satiricon de Petronio; y muchos ejemplos fueron producidos por los eruditos del Renacimiento.

46 En referencia a los manuscritos de Séneca, véase p. 105, 123, 152, 187.

47 Hay un curioso paralelismo en Octavia, 438-592, donde Séneca es representado en conversación con Nerón apelando a los mismos motivos que son indicados en el De clementia. De diferente modo el presente ensayo ofrece por todas partes muchos paralelos al De ira, naturalmente, puesto que la ira y la clemencia muy a menudo se contraponen.