Comentario

Los protagonistas del epitafio

Hasta la primera mitad del s. XX era común entre los estudiosos identificar al autor del epitafio con el cónsul Quinto Lucrecio Vespillo y llamar Turia a su esposa difunta.

Respecto a estos personajes sabemos que Quinto Lucrecio Vespillo fue hijo de un jurista homónimo que fue proscrito y asesinado en tiempos de Sulla. Durante la Primera Guerra Civil él fue partidario de Pompeyo, y quizás era el comandante de la flota1 o un senador2 que menciona Julio César en sus memorias. Tras la derrota de Pompeyo parece que volvió a Roma y ahí le sorprendió la ola de asesinatos provocada por la proscripción del a. 43 a. C. y conducida con extrema crueldad por Lépido. Tuvo que huir con solo dos fieles esclavos y vivió escondido en los bosques durante un tiempo, hasta que finalmente decidió volver donde su esposa.3 El escritor Valerio Máximo4 nos relata que entonces su esposa, Turia, logró ocultarlo en el falso techo de su habitación. Con la sola ayuda de una joven esclava su valerosa esposa logró conservar sano y salvo a su marido hasta que pasó la ola de persecuciones. Una vez rehabilitado y reconciliado con el victorioso Octavio, nada más sabemos de él hasta el año 19 a. C. en que fue nombrado cónsul junto con Sentio Saturnino.5

Respecto al nombre de ella debemos precisar lo siguiente: como es bien sabido, en Roma las mujeres no tenían nombre propio sino que simplemente eran designadas poniendo al femenino el nombre de su gens: Cornelia (de los Cornelii), Lucrecia (de los Lucretii), Octavia (de los Octavii), etc. Si eran varias hermanas, simplemente se distinguían llamándolas maior, minor, o con números: I, II, III, etc. Sin embargo no existió ninguna gens Turia, que debe ser una mala escritura de Curia. La gens de los Curii fue una familia plebeya, que se volvió ilustre gracias al héroe Manius Curius Dentatus.6 Por lo tanto la heroína debería ser llamada Curia, pero por tradición y para evitar confusiones seguimos llamándola Turia.

Comparando estos relatos de los historiadores romanos y el texto del epitafio, teniendo en cuenta que en los fragmentos del epitafio no nos quedan los nombres de los personajes, podemos notar que los retazos de su relato no concuerdan exactamente con lo que sabemos de Turia y Quinto y, aunque no es imposible esa identificación, pues también hay numerosos paralelismos, sin embargo es más conforme al rigor científico dejarlos en el anonimato, con la esperanza que el hallazgo de un nuevo fragmento eché más luz sobre este asunto.

En el comentario al texto del epitafio, por mera comodidad me referiré a ella como Turia y a él como Quinto.

COLUMNA I

3 - 12: Asesinato de sus padres y castigo de los culpables

Entre los años 49 a. C. - 45 a. C. se desarrolló la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, librándose batallas en Hispania, Italia, Grecia, Egipto y norte de África. Teniendo en cuenta que la lápida se suele fechar entre el 8 a. C. - 2 a. C., y que su matrimonio duró 41 años, entonces la muerte de sus padres debió ocurrir entre el 48 a. C. - 42 a. C., es decir, en medio de los horrores de la guerra civil, en que bandas incontroladas saqueaban y mataban impunemente. Esta fecha podemos precisarla mejor si tenemos en cuenta que en julio del 46 a. C. Julio César regresó triunfalmente a Roma y, aunque la guerra continuó varios años en las provincias, se restableció el orden en la Urbe y habría sido entonces que Turia tuvo ocasión de llevar a los culpables del asesinato de sus padres ante la justicia. El hecho que se juzgase a los culpables, hace que descartemos la reconstrucción de Mommsen que la muerte de sus padres hubiera sido "in penatium solitudine", pues entonces ¿cómo pudo saber Turia quiénes eran los culpables?

La localización de Quinto en Macedonia y Cluvio en África tiene plena correspondencia con los movimientos de tropas de César y Pompeyo: la batalla de Dirraquio (en la actual Albania) fue en julio del 48 a. C. y la de Farsalos (actual Grecia central) el 9 de agosto del mismo año. Tras la derrota las fuerzas de Pompeyo se dividieron entre Egipto y Numidia (provincia de África) donde bajo el mando de Catón y Metelo Escipión aguantaron hasta el 46 a. C. (batalla de Tapso).

13 - 26: Intento de arrebatarle el control de su patrimonio

Aunque en un epitafio no podemos esperar un relato detallado (además hay lagunas) y técnico, sin embargo los estudiosos de derecho romano siempre han hallado aquí una fuente de información valiosa sobre matrimonio, testamentos y la tutela de mujeres.

Las partes enfrentadas: por un lado se encuentra solo Turia (es muy probable que su esposo, Quinto, era el tutor testamentario, pero en ese tiempo estaba fuera de Italia) pues su hermana ya estaba casada con Cluvio, y por lo tanto según la ley romana ya no pertenecía a su familia paterna y no podía ser heredera. Los adversarios deben ser parientes suyos por parte de madre, pues se dice que "no pertenecen a su misma estirpe", es decir, a la estirpe de su padre, por lo tanto los únicos que podían aspirar a obtener una tutela sobre ella era algún pariente materno.

La objeción de los parientes: los parientes de Turia debieron sentirse afectados al saber que ella pensaba compartir su patrimonio con su hermana (y por lo tanto poner esa porción bajo el control de Cluvio) y que su propia porción iba a ponerla bajo el pleno dominio de su marido: con lo cual el patrimonio que su madre había aportado a su matrimonio quedaría completamente fuera de control de la estirpe materna. Los parientes habrían argumentado así: 1) que los padres de Turia se habían casado por coemptio, y por lo tanto la madre debía contarse entre los herederos; 2) sin embargo el padre hizo un testamento en el que dejaba todo a Turia y a su entonces prometido y tutor Quinto, además dejaba un legado para la otra hija pero sin hacer mención a la madre; 3) ya que la madre debía ser heredera igual que la hija, por lo tanto ese testamento era inválido (siendo jurídicamente irrelevante respecto a la invalidez del testamento que la madre hubiese muerto junto con el padre) y por lo tanto la hermana perdía el legado y el marido perdía la tutela y por tanto el control del patrimonio; 4) al no haber un testamento válido, consideraban que todo el patrimonio era de Turia, pero ya que según la ley la mujer debía de estar bajo un tutor, ella debía ser puesto bajo su tutela. Todo indica que esta riña familiar no llegó a los tribunales. El verbo "temptatae estis" (=fuisteis insidiadas) indica que los parientes trataron de crear discordia y desconfianza entre las hermanas: a Turia la tentaron con el hecho que ella se quedaría con todo el patrimonio, y a la hermana quizás trataron de atemorizarla creando dudas sobre las intenciones de Quinto, que iba a asumir el control de todos los bienes. Los parientes aspiraban al control del patrimonio y que, si Turia moría sin hijos, todo el patrimonio volviese a la familia materna.

La réplica de Turia: 1) Ella no iba a impugnar el testamento pues lo consideraba válido (pero es probable que el testamento era técnicamente inválido); 2) aunque se declarase inválido el testamento ella estaba firmemente dispuesta a compartir la herencia con su hermana y su esposo; 3) los demandantes no eran de la misma estirpe (gens) de su padre, y por lo tanto en su caso no podían aspirar a ser tutores. Este último argumento debió hacer desistir a los parientes, pues aunque invalidasen el testamento, sin la complicidad de Turia ellos no podían ser tutores y por lo tanto no iban a lograr el verdadero objetivo que les interesaba.

27 - 52: Diversos elogios

Se atribuye a Turia todas las cualidades de la esposa tradicional romana: sencillez exterior, bondad, laboriosidad y en general la que hace más agradable la vida familiar. Se destaca su atención hacia su suegra y su generosidad hacia algunas parientes lejanas, que probablemente a causa de la guerra habían quedado desamparadas y en la pobreza: ella las acogió para que vivieran cómodamente y les preparó una dote para que pudieran obtener un matrimonio digno del rango de su estirpe. Esto dio ocasión para que Quinto y Cluvio mostraran su gratitud y generosidad hacia sus esposas, haciéndose cargo ellos de las dotes. En las líneas 37 - 39 se vuelve a resaltar la mutua y plena confianza en la pareja: aunque ella era propietaria legal de sus bienes, sin embargo los puso bajo la administración de su marido, y él hizo lo mismo poniendo sus bienes a disposición de ella. A los ojos de su marido Turia está lejos de ser simplemente "el ángel del hogar", pues además de su valor, energía y decisión para resolver graves problemas, también fue una eficaz administradora, de modo que preservaron todo el patrimonio recibido en herencia.

COLUMNA II

2a - 11a y 0 - 10: Auxilio a su esposo durante su proscripción

Después de la muerte de Pompeyo y la derrota de sus últimos seguidores, Julio César no tuvo tiempo de saborear la victoria, pues fue asesinado en marzo del 44 a. C. De inmediato se volvió a encender la chispa de la guerra civil: los antiguos partidarios de César se agruparon tras Octavio, Marco Antonio y Lépido mientras que sus antiguos adversarios estaban encabezados por Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino. En noviembre del 43 a. C. los triunviros ocuparon Roma y declararon proscritos a numerosos adversarios o sospechosos de simpatizar con la causa contraria. Mientras Octavio y Marco Antonio llevaban sus ejércitos a Grecia, Lépido se quedó en Roma y desató una cruel persecución en toda Italia: se calcula que ejecutó a 300 senadores y 2000 equites. Hasta el retorno de Octavio y Marco Antonio (tras la victoria de Filipos en octubre del 42 a. C.), Lépido mantuvo un reinado de terror en Roma.

En esas circunstancias alguien (¿quizás el tal Milón, cuya casa había comprado, sin duda a bajo precio, mientras aquel estuvo exiliado?) acusó a Quinto de formar parte de los conspiradores y fue incluido en la lista de condenados a muerte. El epitafio recuerda con gratitud la ayuda de Turia para la fuga de Quinto, en sus precipitados cambios de refugios, para conseguir apoyos y benevolencia entre los poderosos, frustrando el intento de asalto de su casa por un tal Milón, su antiguo propietario, defendiendo con valor ante todos la inocencia de su marido.

11 - 24: Incidente con Lépido

Los esfuerzos de Turia por rehabilitar a su marido consiguieron el favor de Octavio, el cual, ya que estaba en campaña, comunicó por carta su decisión favorable. Pero cuando Turia se presentó ante Lépido para hacer valer la rehabilitación, fue maltratada y arrojada del tribunal. Las rivalidades entre los tres triunviros siempre estuvieron presentes, pues la suya fue una alianza provisional para enfrentar a sus enemigos comunes: una vez que vencieron se enfrentaron entre ellos, y el primer socio en ser defenestrado fue precisamente Lépido: relegado primero a África, y derrotado después, cuando quiso apoderarse de Sicilia (36 a. C.), fue obligado a abandonar la vida pública, viviendo en el anonimato hasta el final de sus días (13 a. C.)

25 - 50: El problema de la esterilidad

Aunque en Roma no era legalmente necesario invocar causas para un divorcio, pues bastaba con la voluntad de una parte, sin embargo socialmente era muy comprensible en caso de esterilidad, pues era muy valorado la idea de continuar el propio nombre a través de los hijos. También era común en la Antigüedad responsabilizar de la infertilidad a la mujer (excepto en caso de impotencia evidente del marido). Por todo ello es lógico que Turia se sintiera responsable de la falta de hijos. Lo que es menos común es que fuese ella la que tomara la iniciativa de proponer el divorcio, ofreciéndose incluso ella misma a buscar una esposa digna, dejar todos sus bienes al marido, recibir a los hijos de esa unión como propios, y prometer que se mantendría fiel y a su servicio en casa con "el afecto de una hermana y una suegra". Todas las promesas de Turia, que van más allá del divorcio, son imposibles de clasificar jurídicamente, e incluso difíciles de realizar, pues ¿hubiera aceptado otra mujer noble (no una esclava o una de baja condición) que Turia se quedara en casa, o que sus hijos fueran compartidos con ella? Pero ya en el caso de la herencia (que compartió con su hermana y con Quinto) vimos que Turia se guiaba por un amor desinteresado y una plena confianza en sus seres queridos: no le interesa si sus propuestas pueden encuadrarse en un marco legal, sino que simplemente allana todas las posibles dificultades para la felicidad de su esposo. Es difícil imaginar la tormenta de sentimientos contradictorios que llevo a Turia a plantear esa solución. Su marido reaccionó dignamente, rechazando sacrificar a la que había hecho tanto por él. Pero no porque él sería feliz con la nueva esposa e hijos, y Turia quedaría sola en la infelicidad, sino porque él sabe que no podría alcanzar la misma felicidad que le ofrece Turia: él no quiere cambiar "lo cierto por lo dudoso", pues su divorcio solo significaría "nuestra común infelicidad". Para pocas parejas tuvo tan pleno sentido aquello de "en las buenas y en las malas".

Desde nuestra actual concepción de la dignidad femenina es inaceptable la propuesta de Turia, sin embargo sigue siendo ejemplar el sentimiento que a ella la impulsó a proponerlo y a su marido a rechazarlo.

51 - 69: Lamentación por su muerte y últimos elogios

La muerte de Turia no fue repentina, pues le dio tiempo de dar consejos a su marido para cuando ella no estuviese. Pero tampoco se habla de una larga y penosa enfermedad. El epitafio nos dice que su matrimonio duró 41 años, pero no sabemos a qué edad ella se casó. La edad usual para las mujeres era entre los 15 y 20 años, y por su enérgica actitud después de la muerte de sus padres podemos especular que no era una adolescente sino que tendría entre 18 - 22 años. Por lo tanto ella debió morir con 59 - 63 años: una edad bastante longeva en esa época y que solo alcanzaban personas de buena salud y posición económica. La vida de Turia pues debió apagarse suavemente bajo el peso de la vejez. Su marido protesta varias veces que él es más anciano (si se casó a la edad habitual, entre 25 - 30 años, entonces él debía tener entre 66 - 71 años) y que hubiese preferido morir antes de ella. En las últimas líneas se advierte el dolor de la separación definitiva y parece que el marido alargando su discurso de alguna manera se siente todavía unido a ella, y teme que al terminarlo la habrá perdido para siempre. Las líneas 67 - 68 vuelven a mostrar el sentimiento de reconocimiento y gratitud del marido: ella le entregó con plena confianza su vida y sus bienes, y él vivió para agradecérselo y pagarle con el mismo amor y fidelidad, pues solo el que ama así siente que siempre es poco lo que da: "tú lo mereciste todo pero no todo me fue bien para dártelo".

La habitual invocación a los dioses Manes (v. 69) cierran todo el discurso.

Pedro E. León Mescua

Valencia, agosto del 2013

1 Julio César, De bello civili, 3, 7: "Erat Orici Lucretius Vespillo et Minucius Rufus cum asiaticis navibus xviii, quibus iussu D. Laelii praeerant, M. Bibulus cum navibus ex Corcyrae".

2 Julio César, De bello civili, 1, 18: "Interim Caesari nuntiatur sulmonenses, quod oppidum a Corfinio vii milium intervallo abest, cupere ea facere, quae vellet, sed a Q. Lucretio senatore et Attio Peligno prohiberi, qui id oppidum vii cohortium praesidio tenebant".

3 Apiano, Historia de las guerras civiles, 4, 48. Apiano relata que un tal Lucrecio debió huir al ser proscrito y se explaya en narrar el tiempo que vivió errante y como con ayuda de sus esclavos burló los guardias en la entrada de Roma y pudo reunirse con su mujer. Al final brevemente señala que su mujer (sin mencionar su nombre) lo escondió tras un falso entarimado, que fue rehabilitado por intercesión de amigos y que años más tarde llegó a ser cónsul.

4 Valerio Máximo, Facta et dicta memorabilia, VI, 7, 2: "Q. Lucretium, proscriptum a triumviris, uxor Turia, inter cameram et tectum cubiculi abditum, una conscia ancillula, ab imminente exitio, non sine magno periculo suo, tutum praestitit singularique fide id egit ut, cum ceteri proscripti in alienis et hostilibus regionibus per summos corporis et animi cruciatus vix evaderent, ille, in cubiculo et in coniugis sinu, salutem retineret".

5 Dión Casio, Historia romana, 54, 10, dice que Augusto "designó a Quinto Lucrecio para el consulado, aunque el nombre de este hombre había sido puesto en la lista de proscritos".

6 Se le apodó "Dentatus", porque nació con dientes. Siendo cónsul derrotó a los samnitas y a los sabinos (290 a. C.), y forzó la retirada de Pirro (275 a. C.). Valerio Máximo (IV, 3, 5) lo recuerda como un hombre frugal e incorruptible.