Prefacio e Introducción

[i]

PREFACIO

Antes de abordar la exposición de nuestro tema, creemos que es necesario decir algunas palabras para delimitarlo, justificar su elección así como precisar el método que hemos seguido en nuestro estudio.

Justificar la elección de nuestro tema: En efecto, después del considerable número de trabajos, artículos y disertaciones consagrados al estudio de la filosofía cartesiana, puede parecer demasiado presuntuoso, después de tantos eruditos historiadores y agudos filósofos, querer decir algo nuevo al respecto.

Sin embargo, el sistema de un gran filósofo1 —y es precisamente en esto que se reconoce su grandeza— ofrece en su conjunto, a pesar de las inevitables contradicciones que le son inherentes, un fondo profundo y rico, casi tan profundo y rico como la misma realidad dada a la intuición íntima del pensador; realidad e intuición del que su sistema no es más que una exposición necesariamente fragmentaria, contradictoria e incompleta; [ii] en resumen, el sistema de un gran filósofo es inagotable, y ofrece y ofrecerá siempre algo nuevo a quien quiera abordar su estudio.

Por otro lado, los trabajos de los historiadores modernos, sobre todo los finos y profundos análisis de Espinas,2 el erudito artículo de Picavet,3 así como las importantes publicaciones de Gilson4 y de Blanchet5 han contribuido poderosamente a modificar el aspecto tradicional de la filosofía de Descartes: aquel Descartes que surgía como un Deus ex machina del árido desierto de la escolástica, sin lazos con el pasado, sin relación con el pensamiento de su época.6

El sistema de Descartes no se nos presenta ya como una creación ex nihilo:7 nosotros comenzamos a desenredar los antecedentes, a distinguir los elementos de procedencia escolástica presentes en la doctrina de Descartes y, como contrapartida, este estudio histórico arroja nuevas luces sobre los diferentes aspectos del sistema y sobre el sistema en general. Los libros de Gilson y de Blanchet son la prueba de esto. Comenzamos a ver que esta falta de continuidad, este muro infranqueable, que los historiadores de la filosofía se complacían en colocar entre Descartes y la escolástica, en realidad no existía más que en su imaginación, o mejor si se prefiere, en su saber. En efecto, la reprobación injustificada con la que [iii] se había vapuleado a la escolástica, el desprecio tradicional y universal que se tenía la costumbre de profesar respecto a las “sutilezas” y “argucias” de la escolástica, había producido, como consecuencia funesta, el desconocimiento casi completo del pensamiento medieval por parte de los historiadores de la filosofía. Es verdad que como contrapartida las esferas católicas, donde se conservaba el estudio de los grandes pensadores de la escolástica, ignoraban todo o casi todo sobre el pensamiento moderno.8

Este muro infranqueable parece que debe desaparecer; sin embargo, a pesar del número ya considerable, y aumentando todos los días, de trabajos consagrados a la historia de las filosofías medievales, a pesar del reconocimiento casi oficial del alto valor del pensamiento escolástico, este muro subsiste todavía.

Esto ocurre porque con asombro leemos en el erudito autor de “El Sistema de Descartes”, quizás el mejor de los innumerables trabajos al respecto, ciertas afirmaciones que no se pueden explicar más que por el persistente influjo del prejuicio del que hemos hablado arriba;9 a veces también vemos doctrinas puramente tradicionales, doctrinas de la sententia communis, doctrinas de las que sería casi imposible designar el primer autor, presentadas como teorías específicamente cartesianas.10 [iv] Hasta en las más recientes obras —de las que estamos muy lejos de despreciar su importancia y su valor— de Gilson y Blanchet encontramos los vestigios y los rastros de este deseo de separar Descartes de la gran época medieval. M. Blanchet no ve ningún intermediario entre Descartes y san Agustín; apenas anota a Nicolás de Cusa: y por lo tanto la teoría de la docta ignorantia así como el término mismo proviene de san Buenaventura, y la abdita scientia nos conduce, en vez de desembocar en san Agustín, los padres griegos y Plotino, el maestro de todos ellos, a san Buenaventura y a Escoto Erígena. Asimismo la doctrina del cogito jamás había sido perdida en los filósofos medievales. Ella se encuentra no solo en Escoto Erígena y Erico de Auxerre, sino que se mantiene bien viva en toda la escuela franciscana, más fiel al agustinismo que la escolástica de santo Tomás, y en general en todos los agustinos.11 Nos basta con nombrar a Hugo de San Víctor, san Buenaventura, Pierre d'Ailly, Gerson, etc.... En cuanto a M. Gilson, por desgracia limita el campo de sus eruditas investigaciones a los inmediatos contemporáneos de Descartes. Por lo tanto, no vemos porqué no podemos admitir, al menos como posible, la influencia directa o indirecta de todos los autores, antiguos como modernos, que pudieron ser conocidos por Descartes. Los contemporáneos de un pensador son todos aquellos de quienes lee sus libros, cuyas ideas actúan [v] sobre las suyas y, desde este punto de vista, san Agustín y san Anselmo son contemporáneos de Descartes tanto como Campanella, Eustache Le Feuillant,12 Gibieuf o Suárez.13

Parece que queriendo salvar a toda costa la originalidad absoluta de Descartes, y al no poder hacerlo en la filosofía (de hecho es él mismo quien asesta los más rudos golpes a esta tesis), Gilson retoma en Adam14 la tesis de L. Liard,15 y trata de presentarnos un Descartes erudito, únicamente preocupado por la ciencia y construyendo su metafísica solo como un prefacio a su física,16 construyéndola a toda prisa con elementos tomados de aquí y allá, y modificando lo menos posible las doctrinas tradicionales.17 Una especie de mosaico que le servirá de bandera y, [vi] cubriendo su mercancía con esta bandera, le permitirá pasar su física.

Nosotros no creemos que podemos suscribir esta opinión, que nos parece que no puede explicar la influencia y el rol de Descartes. En efecto, nada subsiste hasta nuestros días de la física cartesiana; la ciencia no ha seguido las vías trazadas por Descartes y se puede decir18 —y creo que con razón— que la historia de la ciencia no hubiese sido sensiblemente diferente si Descartes no hubiese aparecido, por el contrario la historia de la filosofía hubiese sido profundamente modificada.

Creemos que se es injusto con Descartes al tratar de “explicar” esta o aquella de sus doctrinas por medio de datos puramente exteriores a su sistema, por tal o cual objetivo que se hubiese propuesto alcanzar, objetivos extrínsecos y extra filosóficos. La filosofía de las causas eficientes probablemente hubiese protestado contra la aplicación a su doctrina de este método de explicación por las causas finales. Su efecto histórico aparecería disminuido y se volvería incomprensible.

Así pues nosotros trataremos de estudiar los elementos escolásticos de la doctrina cartesiana, intentaremos de encontrarlos entre los grandes pensadores de la Edad Media,19 entre aquellos que marcaron las etapas del pensamiento creador, y solo después de haber resuelto esta cuestión previa, nosotros podremos intentar determinar a través [vii] de qué vías pudieron llegar estas ideas, estas teorías, estas doctrinas hasta Descartes.

La distinción y separación de estas dos cuestiones nos parecen necesarias e indispensables desde el punto de vista del método, aunque no negamos el valor de cada una de ellas ni la ayuda recíproca que estos estudios convergentes están llamados a darse.

No pretendemos encontrar e indicar todas las fuentes del cartesianismo: —como lo ha dicho con razón M. Adam— esta tarea requeriría una serie de monografías y el trabajo de toda una generación. Nos limitaremos a indicar algunas, del todo insuficientemente analizadas, hasta la actualidad. Estamos persuadidos que un análisis más profundo y erudito que el nuestro descubriría influencias todavía insospechadas.20 Pero no es toda la filosofía cartesiana lo que queremos estudiar, sino solo la idea de Dios y las pruebas de su existencia es lo que intentaremos analizar en nuestra pequeña monografía. Los temas conexos, por ejemplo el de la voluntad y la libertad divina, el de las ideas innatas y la luz natural, del cogito y del conocimiento intuitivo, solo podrán ser tratados brevemente y de pasada.

Hemos buscado ser lo más breves posible, usando en gran medida las publicaciones anteriores, sobre todo los trabajos ya clásicos de Gilson y reenviando ahí al lector con tanta frecuencia como hemos podido.

[ix]

INTRODUCCIÓN

Los trabajos de los historiadores modernos han modificado sensiblemente la idea que nos formamos en nuestros días sobre Descartes y sobre su filosofía. A pesar de todos los esfuerzos hechos por mantener y sostener con nuevas pruebas el dogma21 tradicional de la esencial originalidad de la filosofía cartesiana, ella nos aparece desde ahora como fuertemente teñida de ideas y teorías escolásticas, habiendo hecho préstamos notables e importantes, habiendo sufrido la influencia profunda de doctrinas filosóficas o teológicas de la Edad Media.22

Creemos que un análisis más directo y en cierto modo más franco nos permitirá, no solamente realzar tal o cual elemento, tal o cual préstamo hecho por Descartes de san Agustín o santo Tomás, sino además reconocer bajo la aparente y evidente diversidad de terminología y de doctrina una inspiración, si no completamente idéntica, al menos profundamente emparentada con la inspiración y los principios de la filosofía de la Edad Media.23 [x]

Creemos que Descartes nos aparecerá no solamente como un hito más de la corriente filosófica y mística neoplatónica;24 su filosofía no solamente nos parecerá una resurrección del agustinismo filosófico25 paralelo a la resurrección del agustinismo religioso,26 sino además profundamente imbuido de doctrinas, de métodos, de puntos de vista e incluso de prejuicios escolásticos.27 Puede parecer paradójico, pero de hecho, en ciertos casos, especialmente en una de sus demostraciones de la existencia de Dios (aquella de la tercera Meditación), Descartes es más “escolástico” que sus maestros san Agustín y san Buenaventura.

Todo esto no podía ser absolutamente desconocido, y muchas veces, no haremos otra cosa que completar y precisar obras anteriores, ya que las relaciones de Descartes con la escolástica siempre han sido entrevistos y afirmados por los historiadores más clarividentes o simplemente mejor informados que la mayoría.28 [xi]

En nuestros días se tiene la costumbre de fechar las investigaciones sobre estas relaciones a partir del trabajo de Freudenthal: “Spinoza y la escolástica”,29 seguido unos diez años más tarde por el de Hertling: “Las relaciones entre Descartes y la escolástica”.30 Picavet ha atribuido este honor a Hauréau y Jourdain. Nosotros creemos que podemos remontarnos más atrás; sin remontarnos hasta Huet y Baillet,31 y sin pretender llegar al inicio de la lista, no podemos ignorar que Nourrisson en su bello libro sobre la filosofía de san Agustín32 —por desgracia muy poco leído en nuestros días— ya había acercado el cogito cartesiano al cogito agustiniano,33 aunque él no se atreve a afirmar [xii] una influencia directa, aunque resalta la importancia y el rol decisivo del influjo ejercido sobre Descartes por el cardenal de Bérulle;34 y que Heinrich Ritter en el décimo volumen de su “Historia de la filosofía” haya indicado, mucho antes que Blanchet, el rol y la influencia de Campanella.35

No es muy fácil determinar las fuentes de inspiración de Descartes, ni los elementos que él haya incorporado a su doctrina, ya que, no solamente Descartes mismo no nos da ninguna información sobre este asunto, no solamente sus obras no nos proporcionan ninguna indicación exterior y directa, no solamente no encontraremos un préstamo designado abiertamente como tal, sino que además Descartes hace todo lo posible por disimularlo y enmascararlo. Muy extraño y sorprendente, incluso en una personalidad paradójica y desconcertante, todo tejido de contradicciones irreconciliables, reuniendo una simplicidad e incluso una ingenuidad extrema con una ambición sin límites,36 uniendo el candor de un niño a las estratagemas [xiii] y astucias de un jesuita.37 Descartes, uno de los espíritus indudablemente más originales y creadores que hayan existido jamás, parece sobre todo preocupado por el deseo de originalidad, por el temor de parecer que debe algo a alguien.38

Cuidando en cierto modo su propia leyenda, él quiere tener todo como sacado de sus propios recursos; poseyendo conocimientos muy extendidos y variados, él quiere pasar por un autodidacta;39 conociendo muy bien los trabajos de sus predecesores —ya que, aunque Descartes no es un erudito, aunque no ha leído mucho, él lee bien, y él debe algunos éxitos de sus trabajos al hecho de poseer los libros que le son necesarios40— él quiere pasar por un hombre [xiv] que nunca ha leído nada; teniendo un conocimiento profundo y bien seguro de la escolástica (él posee y lleva consigo, incluso de viaje, la “Suma teológica” de santo Tomás41 y las Disputationes metaphysicae de Suárez, que equivalen a una enciclopedia), de buena gana se da aires de profano, y, después de una discusión escolástica de lo más rigurosa, se excusa en su falta de saber; utilizando con una habilidad maravillosa los trabajos y los resultados de sus predecesores, él trata de hacer creer que jamás los ha conocido42 o, si esto no es posible, pretende que no ha encontrado nada de bueno y que les ha prestado poca atención.43 No solamente no cita casi nunca, o si cita, es para nombrar a Arquímedes, Aristóteles o Pappo de Alejandría,44 sino que además, cuando se le nota un acercamiento significativo (incluso con san Agustín y san Anselmo) él se entrega a una maniobra pueril y un poco ridícula: él comienza a asombrarse y alegrarse de este encuentro imprevisto con un autor que no conocía [xv] de nada,45 después, con un razonamiento un poco sofista, él trata de establecer una distinción sutil entre su doctrina y aquella que se le asemeja, para acabar finalmente por declarar que la cosa es tan simple que no importa que pueda encontrarla tan buena como la suya y que personalmente no le atribuye ninguna importancia, ¡y eso siendo que se trata de doctrinas fundamentales de su sistema!46

Aunque él no ha podido tomar el pelo a sus contemporáneos, lo ha conseguido con los modernos; ya que, a pesar de las excepciones que hemos señalado, no es más que en nuestros días [xvi] que su mala fides fue claramente demostrada por Espinas,47 Picavet y, por último, por el razonamiento ingenioso y riguroso de Blanchet.48

Nosotros nos limitaremos a añadir un pequeño ejemplo notable: cuando Catérus le reprocha por haber retomado un argumento (el de san Anselmo) ya expuesto y refutado por santo Tomás,49 Descartes se refugia detrás de una distinción muy hábil, él la expone a su vez acentuando aún más el sesgo nominalista que le había dado santo Tomás (prueba que él conocía muy bien ese pasaje)50 y, aprovechando el hecho que santo Tomás no nombra al autor (en el pasaje en cuestión) y que Catérus parece ignorar el nombre, él aparenta no reconocer en este argumento el de san Anselmo, que él ya había señalado a Mersenne51 y que Mersenne mismo reproduce en sus obras, tanto en las Quaestiones celeberrimae in Genesim como en su Défense de la Science.52 Y por lo tanto Descartes no podía ignorar que el autor del argumento expuesto por santo Tomás fue san Anselmo, puesto que en otros pasajes el mismo santo Tomás lo nombra con todas sus letras.53 Desde luego que Descartes había modificado el argumento, lo había transformado, y más tarde nosotros mismo trataremos de mostrar cuáles fueron esas modificaciones, esas transformaciones, y cuáles son las diferencias entre el argumento de Descartes y el [xvii] de san Anselmo, pero su falta de sinceridad no es menos flagrante.

Esto nos lleva a otro punto que siempre se debe tener en cuenta para poder determinar las influencias sufridas por Descartes; lo diremos de corrido: Descartes nunca copia. Él nunca toma prestada una teoría o doctrina para trasplantarla en bloque a su sistema. Él no hace colaciones; sus obras no son compilaciones; ellas pasan por el poderoso crisol de su espíritu, las doctrinas, a menudo de orígenes muy diversos, se funden, se transforman y se refunden en una unidad novedosa. Sus teorías son realmente propias; todas las ha repensado él mismo; se han convertido en parte integrante de su sistema y no es nada erróneo que él las reivindique como propias.

Así pues estaremos forzados a realizar un verdadero “análisis” cuando intentemos separar los elementos primitivos en este compuesto químico que es la doctrina cartesiana.

Por consiguiente no podremos más que establecer posibilidades y probabilidades, y a lo más verosimilitudes. Se nos podrá decir que hemos tomado partido en contra de Descartes y que nuestro recelo es tan exagerado y poco fundado como la actitud contraria. Nosotros no lo vemos así. En efecto, es la actitud de Descartes la que es a priori inverosímil. ¿Es creíble que el brillante discípulo de los jesuitas que —lo dice él mismo54— había leído casi todos los libros que había podido encontrar a La Flèche,55 que además más tarde [xviii] —hasta 1620 según él mismo— se había ocupado activamente de cuestiones filosóficas y había estudiado la literatura escolástica, se haya limitado a copiar y estudiar las lecciones de su profesor de filosofía? ¿No había él estudiado nunca a Suárez, la gloria de la Compañía, cuyas Disputationes metaphysicae fueron editadas en su época más de veinte veces? ¿El amigo y discípulo del padre Gibieuf y del cardenal de Bérulle no había leído nunca las obras de san Agustín?56 ¿El católico ferviente57 y creyente sincero y místico había ignorado los Opuscula de san Buenaventura? Y después [xix] que hemos visto demostrar su falta de sinceridad respecto a san Agustín,58 y nosotros mismos la hemos demostrado respecto a san Anselmo, nos aplicamos la regla cartesiana de no creer a quien ya nos ha engañado una vez, y no dejaremos que la exposición tan visiblemente “literaria” del “Discurso”59 prevalezca y haga contrapeso a las posibilidades y las verosimilitudes que nos revelará el análisis intrínseco de sus obras.



1 Lo afirmamos desde el inicio: nosotros consideramos a Descartes sobre todo como un filósofo, como un gran metafísico; es ahí donde están sus títulos de gloria y las razones de su influencia. Es como tal que trataremos de comprenderlo; y todavía tendremos que volver sobre este punto. Nosotros no seguiremos para nada a algunos de sus historiadores actuales que lo consideran solo como un científico, no llegando a ver en la metafísica cartesiana nada más que un amasijo artificial, una amalgama incoherente de doctrinas teleológicas de su tiempo.

2 N. T.: Alfred Espinas († 1922) sociólogo y filósofo, estudió el desarrollo de la doctrina cartesiana.

3 N. T.: François Picavet († 1921) filósofo y traductor. Fue una autoridad en estudios sobre Kant.

4 N. T.: Étienne Gilson († 1978) escribió su tesis doctoral sobre La Liberté chez Descartes et la Théologie (1913).

5 N. T.: Léon Blanchet († 1919) escribió sobre los antecedentes históricos del cogito ergo sum.

6 Gilson, La Liberté chez Descartes et la Theologie, p. 432: “La doctrina cartesiana de la libertad nos aparece estrechamente dependiente en su estructura y en su desarrollo a las controversias teológicas que se desarrollaron durante toda la primera mitad del s. XVII sobre el problema de la gracia. Por otro lado sabemos que el pensamiento de Descartes, en lo que se refiere al error, al juicio y las relaciones que unen el entendimiento y la voluntad, está fuertemente influenciado por la enseñanza que él recibió en La Flèche y la filosofía de santo Tomás”.

7 Hertling Georg von, "Descartes' Beziehungen zur Scholastik", en Sitzungsberichte des Königl. Baierischen Akademie der Wissenschaften, 1897, p. 380.

8 Hertling, "Descartes' Beziehungen zur Scholastik", en Sitzungsberichte des K. B. Akad. der W., 1897, p. 339. Mutatis mutandis eso se aplica tanto a Descartes como a Spinoza.

9 Hamelin, Système de Descartes, p. 15: “De todos lados, caemos siempre en la misma conclusión: que Descartes viene después de los antiguos filósofos, casi como si no hubiese nada entre ellos y él, a excepción de los físicos”. N. T.: Los “físicos” son Copérnico, Kepler, etc., que hicieron una gran contribución en el campo de la metodología científica y las matemáticas.

10 Ibidem, 227: “... el derecho a sentir cierta sorpresa cuando se ve que Descartes emplea constantemente el término “perfecto” e “infinito” como sinónimos. Lo perfecto es evidentemente lo determinado y el acto. El infinito, por su parte, es, no menos evidentemente, lo indeterminado y la potencia. ¿Cómo se pueden conciliar estas dos cosas? Según Descartes Dios es infinito porque es perfecto, y es perfecto porque es inmenso e infinito. Pero él no ha afirmado antes qué establece la mutua subordinación de estos dos términos”.

11 Santo Tomás lo ignora por completo. Lo veremos más adelante. Véase los textos citados por Baumgärtner, en Ueberweg, Grundiss der Geschichte der Philosophie, vol. II, 1915. N. T.: Friedrich Ueberweg († 1871) escribió una historia de la filosofía en 3 tomos que marcó un hito. Más tarde ha sido revisada y reeditada varias veces hasta la actualidad, que ya pasa los 20 tomos. Matthias Baumgärtner colaboró en el segundo tomo dedicado a la patrística y escolástica, en las ediciones entre 1894 y 1916.

12 N. T.: Eustache Asseline († 1640) monje cisterciense de la abadía de Notre Dame des Feuillants.

13 Cf. Apéndice, n. 2.

14 Adam, Vie de Descartes, p. 305: “¿Por qué este doble juego, que parece una comedia? Yo entro en escena, había dicho antaño Descartes, con una máscara: larvatus prodeo. Nuestro filósofo no quiere que a su costa se renueve la aventura de Galileo. Entonces él toma medidas, lo más hábilmente que puede. Sin la condena de Galileo tendríamos exactamente la misma metafísica de Descartes, pero ella no habría tenido el mismo aspecto: en lugar de voluminosos libros Descartes habría producido algunas hojas”. Casi habría que alegrarse de la condena de Galileo, si eso nos ha aportado la filosofía de Descartes.

15 N. T.: Louis Liard († 1917) autor de la obra titulada Descartes.

16 Adam, o. c., p. 306: “Por un lado él piensa en la religión cristiana con la cual su filosofía no debe entrar en conflicto, por otro lado él piensa en esta filosofía en sí misma, es decir en su física, de la que él puede conseguir que se acepte de antemano sus principios bajo la cubierta de una metafísica ortodoxa. La bandera, podemos atrevernos a decir, debía cubrir la mercadería”. Idem, p. 304: “La metafísica de Descartes, a pesar de las apariencias, tenía una finalidad muy distinta, a saber: la de producir los fundamentos de la física. A ojos de los teólogos, de quienes por el momento busca la aprobación, él defiende la causa de Dios, nada más. En realidad él juega un doble juego”.

17 Así Gilson es llevado a tratar como dos problemas distintos y diferentes el de la libertad humana y el de la libertad divina, problemas que sin embargo en la intención de Descartes no forman, creemos nosotros, más que uno solo.

18 Cf. P. Boutroux, L'Idéal Scientifique des Mathématiciens, París 1920.

19 Picavet F., Essais sur l'Histoire Générale et Comparée des Philosophies et des Théologies Médiévales, París 1913, p. 329-330: “No nos importa mucho saber si Descartes ha reproducido, conscientemente o no, doctrinas medievales; lo esencial es saber si él ha puesto doctrinas que existían antes de él al costado de teorías que le pertenecen solo a él …. Y, de modo general, no se debe hablar de plagio como lo ha hecho Huet, porque Descartes siempre es original incluso cuando reproduce lo que otros habían pensado antes de él”. N. T.: El erudito obispo y abad Pierre-Daniel Huet († 1721) escribió una incisiva crítica titulada Censura Philosophiae Cartesianae.

20 En particular sería muy interesante hacer para Descartes lo que Jacob Freudenthal ha hecho para Spinoza: un análisis comparativo de las obras de filósofos y teólogos holandeses. Creemos que un estudio igual sería extremadamente fructuoso.

21 Nada nos puede hacer ver mejor la vitalidad persistente de este dogma tradicional que algunas afirmaciones de Bréhier, en su prefacio al libro de Blanchet, Les Antécédents Historiques du: “Je pense, donc je suis”, París 1920.

22 N. T.: Este primer párrafo es omitido en la edición alemana.

23 Espinas A., "L'Idée Initiale de la Philosophie de Descartes", en Revue de Métaphysique et de Morale, 24/3 (1917), p. 273: “El idealismo de Descartes es un reflejo del idealismo objetivo platónico en el que la teología cristiana ha acentuado la separación entre el alma y el cuerpo por un lado, y entre Dios y el alma humana por otro lado”.

24 Blanchet, Les Antécédents Historiques du: “Je pense, donc je suis”, París 1920, p. 33: “El autor del Discurso del método y de las Meditaciones, a través de san Agustín y pensadores de segundo orden, contemporáneos suyos, a recibido la tradición de espiritualismo y misticismo neoplatónico”.

25 Malebranche, Réponse au Sieur de la Ville, p. 9: “Aquel de los Padres de la Iglesia que parece haber contribuido más a quitar los obstáculos respecto a la eucaristía y a convertir a los teólogos en seguidores de Descartes ha sido san Agustín que propone en cien lugares como incontestable el principio de nuestra filosofía que hace consistir la esencia de la materia en la extensión. Este santo suponía en todas partes este principio sin detenerse a demostrarlo, porque él pensaba que nadie de su época duda de ello. De ahí él concluía que el alma es inmortal, y que es más noble que el cuerpo, que es una sustancia distinta que el cuerpo y muchas otras verdades de gran importancia”

26 Ya que no podemos ocuparnos del análisis del movimiento religioso de su tiempo, reenviamos al lector a los trabajos de M. Strowski, A. Houssaye y H. Bremond.

27 Picavet, Essais sur l'Histoire, p. 344.

28 Ritter Heinrich, Histoire de la Philosophie Moderne, París 1861, vol. 1, p. 43-44. Y en p. 13-14: “La mayoría de sus pensamientos no eran tan novedosos como sus seguidores suelen pensar; ni siquiera eran desconocidos en su propio tiempo. Su principio: “Yo pienso, luego existo” y la prueba ontológica de la existencia de Dios las encontró en san Agustín y san Anselmo …. Los escritos de Campanella …. aunque él los desdeñó, no le eran desconocidos”. N. T.: Este volumen de la edición francesa equivale al tomo 7º de la edición alemana, de la cual he preferido traducir directamente todas las citas de este autor.

29 Freudenthal, Jacob, "Spinoza und die Scholastik", en Strassburger Abhandlungen zur Philosophie, Eduard Zeller zu seinem 50 jährigen Doctor-Jubileum gewidmet, Leipzig 1887.

30 Hertling Georg, "Descartes' Beziehungen zur Scholastik", en Sitzungsberichte der Königlich Bayerischen Akademie, 1º Teil: 1897 II 339-381; 2 Teil : 1899 I 3-36.

31 N. T.: Adrien Baillet († 1706) escribió varias obras de argumento religioso e histórico, destacando su biografía de Descartes.

32 Jean Felix Nourrisson, La Philosophie de Saint Augustin, II, p. 213: “En resumen, a pesar de todo lo que los separa, el cartesianismo ofrece, en la intención y de hecho, estrechas afinidades con el agustinismo y estas afinidades son reivindicadas por los mismos cartesianos como un título de gloria...... “Un hombre en cuanto más conoce la doctrina de san Agustín más estará dispuesto a abrazar la filosofía de Descartes” (Carta de Mersenne a Voet, 1642, citada por Baillet). El sentimiento de Mersenne es también el sentimiento de Port-Royal. En fin, de una manera general, es san Agustín el que acredita el cartesianismo entre los teólogos”.

33 Nourrisson, II, 208-210: “Al igual que san Agustín, es en la conciencia que Descartes coloca el fundamento inquebrantable de la certeza, y su polémica contra los pirronianos no deja de recordar mucho a la argumentación del obispo de Hipona contra la Academia. Además aunque la idea intuitiva de Dios que celebra san Agustín sea distinta de la innata cartesiana, sin embargo Descartes, al igual que san Agustín, se niega a derivar todas las ideas de la imaginación y de los sentidos al mismo tiempo que se eleva a la noción de Dios por la concepción de lo Infinito o lo Perfecto. …... ¿Acaso no debía inquietar sobre todo a los discípulos del Doctor de la Gracia que esta era una filosofía que proclamaba que Dios había establecido todas las verdades igual que un rey establece las leyes de su reino? ¿No era esta una filosofía que a través de las dos teorías de la substancia y la creación continua tendía a abolir la actividad de las criaturas para hacer de Dios el único actor?”

34 Nourrisson, II, p. 224: “Hombre nacido para el claustro más que para los grandes asuntos en los que se mezcla con demasiada frecuencia; de una piedad angélica, de una erudición pobre o mediocre, pero de una inteligencia sólida, Pierre de Bérulle fue, como bien se sabe, el promotor de Descartes, «el cual lo consideraba , después de Dios, como el autor de sus proyectos» (Baillet, La Vie de M. Descartes, lib. 2, cap. 14). Ahora bien, nada iguala la veneración que Bérulle tenía por san Agustín. «A él le gustaba nutrir su espíritu e inflamar su corazón con una lectura asidua de este gran Doctor. …. Él lo ponía por encima de todos los otros Padres a causa de su espíritu y su doctrina y lo honoraba singularmente como el defensor de la gracia de Jesucristo, [como el protector, si se puede decir así, de Dios contra el hombre]. Asimismo él quería que esta devoción pasase a sus discípulos». (Tabaraud, Histoire de Pierre de Bérulle, París 1817, II, p. 181)”. N. T.: La frase entre [] no aparece en el texto original de Tabaraud.

35 N. T.: “Dass er [Campanella] hierin zu den Vorläufern des Cartesius gehört, kann niemand verkennen”. Ritter, Geschichte der Philosophie, Hamburg 1851, Teil 10 (Christ. Phil. 6/ Neu. Ph. 2), p. 20, nota 1.

36 Él quería reemplazar Aristóteles, no solamente abolir y destruir su reinado en las escuelas, sino convertirse él mismo en el Aristóteles de la nueva escolástica que se proponía fundar.

37 Él hiló muy fino con los jesuitas, con el resultado que todos conocen.

38 Baillet, Vie de M. Descartes, I, p. 34-35: “aunque él se sentía muy obligado respecto a los cuidados de sus maestros, que no habían omitido nada en cuanto dependía de ellos para satisfacerlo, sin embargo él no se creía deudor a sus estudios como a lo que ha hecho posteriormente por la búsqueda de la verdad en las artes y las ciencias. Él no tenía ninguna dificultad en admitir a sus amigos que aunque su padre no le hubiese hecho estudiar, él no hubiese dejado de escribir en francés las mismas cosas que había escrito en latín. Con frecuencia él declaraba que si hubiese sido de otras clase social, hubiese sido artesano, y que si de joven le hubiesen hecho aprender un oficio, lo habría logrado perfectamente, porque siempre había tenido una fuerte inclinación a las artes. De modo que no habiéndose nunca preocupado en retener lo que había aprendido en el colegio, es sorprendente que no haya olvidado todo, y que frecuentemente se haya engañado a sí mismo en aquello que creía haber olvidado”.

39 Baillet, II, p. 467-468: “Descartes sin duda no tenía tanta repugnancia a leer como atestigua respecto a escribir. Se debe admitir sin embargo que él no leía mucho. ….... Desanimado por la futilidades y los errores que había notado en los libros, casi había renunciado solemnemente a ellos. Pero, para no mentir, su renuncia nunca fue muy completa, y lo volvió sospechoso de simulación. Y aquellos que han sido un poco versados en sus obras no han podido tomar como un verdadero menosprecio esta indiferencia que él a propósito intenta, a veces bastante mal, aparentar por los libros. Ellos por el contrario han subrayado que él hacía un uso de libros mucho más grande del que nos quería hacer creer”.

40 Espinas, "Descartes de 16 à 27 ans", en Revue Bleue, 1907, p. 354: “Uno que lo visitó encontró en él un hominem libros neque legentem neque habentem. Cuando se le señala una concordancia entre sus obras y las de sus predecesores, él siempre trata de probar que no los conocía. En realidad él leyó todo aquello que le pareció importante sobre los puntos donde le llevaron sus estudios ….... y sobre estos determinados puntos incluso él subordinaba el logro de sus trabajos a la posesión de los libros necesarios”.

41 A pesar de las dudas de Adam, nosotros creemos que no se puede tratar de otra más que de la "Suma teológic"a; es ella la que es "La Suma". Cf. Descartes, Responsiones Quartae (VII, p. 235). Descartes, Carta a Mersenne, 25 diciembre de 1639, Corresp. CLXXIX (II, p. 630).

42 Cosa que no le impide citar un autor supuestamente desconocido cuando tendrá necesidad de cubrirse con su autoridad.

43 Así hizo con Campanella e incluso con Galileo y Giordano Bruno.

44 Descartes, Meditationes, Epistola doctoribus Facultatis Theologiae Parisiensis, (VII, p. 4): “Y agregaré que estas [pruebas de la existencia de Dios] son tales que pienso que ninguna vía se presentará al ingenio humano por la cual pueda encontrar mejores, pues la importancia del tema y la gloria de Dios, a la cual todo esto se dirige, me obliga a hablar aquí de mí mismo un poco más libremente de lo que suele ser mi costumbre. Pero aunque yo piense que ellas son ciertas y evidentes, sin embargo no estoy convencido que sean aptas para la comprensión de todos. Pues así como en geometría hay muchas cosas escritas por Arquímedes, Apolonio, Pappo y otros, que son considerados por todos como evidentes y ciertas, porque no contienen nada que considerado en sí mismo no sea facilísimo de conocer, y nada en que las consecuencias no estén exactamente conectadas con sus antecedentes, pero ya que son algo largas y exigen que el lector esté muy atento, solo son entendidas por pocos, de igual modo aunque yo pienso que aquellas [pruebas] que yo uso aquí igualan en certeza y evidencia a las de Geometría, o incluso las superan, sin embargo me temo que no puedan ser suficientemente percibidas por muchos, o porque también son algo extensas, y unas dependen de otras, o principalmente porque requieren una mente enteramente libre de prejuicios y que fácilmente pueda sustraerse del consorcio con los sentidos”.

45 Descartes, Carta al P. Mesland, 2 mayo 1644, Corresp. CCCXLVII (IV, p. 113): “Os estoy muy agradecido que me mostréis los pasajes de san Agustín, que pueden servir para autorizar mis opiniones; algunos otros de mis amigos ya habían notado la semejanza y estoy muy satisfecho de que mis pensamientos concuerden con los de un personaje tan santo y tan excelente. Pues yo para nada soy del sentir de aquellos que desean que sus opiniones parezcan novedosas; al contrario yo acomodo los míos a los de los otros, en cuanto la verdad me lo permite. Yo no introduzco otra diferencia entre el alma y sus ideas más que como entre un fragmento de cera y las diversas formas que se le puede dar. Y como lo de recibir diversas formas no es propiamente una acción, sino una pasión en la cera, me parece que también es una pasión en el alma lo de recibir tal o cual idea, y que las únicas acciones del alma son sus actos voluntarios”.

46 Ritter, Histoire de la Philosophie Moderne, vol. 1, p. 12-13: “No podemos perdonarle por haber tratado muchas veces las ideas de sus predecesores como su propiedad …..; pero cuando se le echaba en cara la supuesta sorpresa, solía replicar que estaba halagado de verse apoyado por la autoridad de pensadores que le habían precedido; que él no estaba sorprendido que otros autores hubiesen concebido sus mismos pensamientos; que él nunca había buscado ser honorado por la novedad de sus teorías; que él las consideraba las más viejas del mundo, porque eran las más verdaderas y simples, de modo que él hubiese estado asombrado si nadie antes de él no las hubiese percibido. …. Tales confesiones son muy sorprendentes en un hombre que quería construir todo de nuevo desde las bases; ellas no se ajustan bien con otras declaraciones suyas, donde se atribuye la invención de nuevos principios y un nuevo método”.

47 Espinas, "Descartes", en Revue Bleue, 1907, p. 358.

48 Blanchet, o. c., p. 61.

49 Descartes, Responsiones Primae (VII, p. 115).

50 Ella está por cierto al inicio de la “Suma”. Sin embargo Descartes expone el argumento de san Anselmo, no según la “Suma teológica”, sino según la “Suma contra gentiles”.

51 Cf. Hauréau B., Histoire Littéraire du Maine, vol. VIII, p. 128-130.

52 Cf. Descartes, Carta a Mersenne, diciembre 1640, Corresp. CCXXII (III, p. 261). Adam, o. c., p. 320: “Parece que ya antaño san Anselmo había planteado la primera; y Mersenne la conocía puesto que había reproducido esta prueba en uno de sus libros en 1624; pero Descartes sin duda la ignoraba”. Descartes no podía ignorarla: volveremos sobre este punto más adelante.

53 Tomás de Aquino, In Boethium de Trinitate, quaest. 1, art. III, ad 3, ad 6.

54 Descartes, Discours (VI, p. 4 ss): “En cuanto yo acabé todo ese ciclo de estudios al final del cual se acostumbra ser admitido en el rango de los doctos ….. Yo había aprendido todo lo que los demás aprenden ahí; e incluso, no estando contento con las ciencias que nos enseñaban, yo había leído todos los libros que habían caído entre mis manos y que trataban sobre las cosas más curiosas y raras (se trata de libros prohibidos sobre magia natural) ..... La lectura de buenos libros es como una conversación con las personas más honorables de los siglos pasados, que son sus autores”.

55 Adam, o. c., p. 31: “Descartes se lleva de La Flèche semillas, que en un espíritu como el suyo debían fructificar. Hay que añadir que sus maestros tuvieron bastante confianza en él para permitirle la lectura de obras por lo general prohibidas. ¿Cuáles? Puede ser el Ars parva de Ramón Llull, del que habla en su “Discurso del método” y una o dos veces en su correspondencia (VI, p. 17; X, p. 156-157 y 164-165); puede ser los libros de Enrique Cornelio Agripa sobre la incerteza del conocimiento humano, o sobre la filosofía oculta, de lo cual él dice una o dos palabras. ….. También parece que había leído la “Magia natural” de Giambattista della Porta”.

56 Espinas, "Pour l'Histoire du Cartésianisme", en Revue de Métaphysique et de Morale, 14 (1906) p. 270: “Las controversias con los protestantes habían vuelto la atención hacia los Padres. San Agustín, del que se van a hacer cinco ediciones en pocos años, es objeto de un estudio apasionado y junto con él los autores sacros del s. III. Por sus lecturas Bérulle es un contemporáneo de san Clemente de Alejandría y del Pseudo Dionisio”.

57 Baillet, II, p. 526-527: “Él tenía una extraordinaria aversión al calvinismo …..... Esta aversión le venía en parte de nacimiento, en parte de su educación, y se había acrecentado cuando, viviendo en un pais donde esta secta es dominante, a él le pareció demasiado despojada de lo exterior, demasiado libre y demasiado favorable a los que pasaban de ella al ateísmo”. [N. T.: Baillet, II, p. 525]: “Samuel de Sorbière, que todavía era hugonote cuando apareció en esta región, no pudo reprimirse de decir después de su conversión que había cometido un gran error al dudar de la fe de este gran personaje”. Milhaud, "Une Crise Mystique chez Descartes", en Revue de Métaphysique et de Morale, 1916, p. 621: “El hombre que a los 23 años ha creído tan fácilmente estar en comunicación con Dios a través de los sueños, me parece con un alma más ingenuamente religiosa, más simple, menos complicada de lo que generalmente se está dispuesto a pensar. Por mi parte de ahora en adelante tengo menos tendencia, sobre todo en las cuestiones en que está en juego Dios, a ver en él artificios, precauciones y segundas intenciones”. Espinas, L'Idée Initiale, p. 255: “El hombre que hace a pie el viaje de Venecia a Roma por un voto hecho a la Virgen cuatro años antes, aquel que acabamos de ver asistir a un jubileo y a su vuelta a Francia correr a Fontainebleau para participar en las devociones de la corte, no es en la práctica un escéptico”.

58 Blanchet, o. c., p. 55.

59 Cf. Espinas, "Le Point de Départ de Descartes", en Revue Bleue, 1906, p. 294 ss.